2-EL JEFE : Uno
Me levanté de la cama y miré con curiosidad el bulto a mi lado. Corrí lentamente la manta para admirarlo: era un buen semental, todo músculo y una polla que antojaba volver a chupetear. Suspiré, no era el momento para pensar en sexo porque el maldito despertador marcaba las siete y tenía una cita urgente en la oficina.
―Hola, hermoso ―dijo mi acompañante despertando. Regalándome su mejor sonrisa y confirmando mi ley de la roña mañanera viril: Todo hombre hermoso bajo las luces de un bar tiende a verse comestible cuando acaba de despertar después de un buen follón. En el caso de las mujeres no aplica, ellas lucen feas; con el maquillaje corrido y el pelo despeinado; las mujeres son dechado de delicadeza y despertar con resaca, oliendo a sudor y sexo no les queda. Es lo que me han dicho, no soy experto en faldas. Lo mío son los hombres, como este precioso semental que esperaba mi respuesta.
―Vístete, se hace tarde ―espeté despectivamente saliendo de la cama, buscando a mi alrededor su ropa para arrojársela a... No recuerdo su nombre, pero a quién diablos le importa―. No pretenderás quedarte aquí encerrado mientras voy a trabajar.
―Un buenos días hubiera bastado. ―Al parecer se ha enojado, pero me importa una mierda. Ha sido una noche increíble, pero no es como si fuera a volver a verle. Se acerca y besa mi mejilla antes de preguntar si puede usar el baño.
Quedé en llamarlo y nos despedimos con un beso nada apasionado. Miré el reloj, tengo el tiempo justo para acicalarme y llegar a la oficina antes que Xavier Fraser se presente acompañado con ese delicioso cliente que tendré el placer de asesorar. Aunque lo que quiero es ofrecerle otro tipo de servicios. Miré el calendario con satisfacción, por fin Gabriel estaba de regreso, era una pena, disfruté las vacaciones llamándolo para preguntarle estupideces y poner a prueba su paciencia. No podía hacer otra cosa, lo echaba de menos. Mucho, quizá demasiado. En tres años no me había abandonado, pero él me obligó a otorgarle vacaciones.
Cuando llegué a la oficina me sorprendí porque todos estaban reunidos alrededor de Gabriel. No pude hacer otra cosa que mirarlos con dureza. Él es mi asistente y no lo voy a compartir con nadie más. Con sequedad dije: "Buenos días" y me metí en mi despacho. Conté hasta tres y ahí estaba él. ¡Cómo lo había echado de menos!
―¡Buen día señor Rossi! Aquí tiene su café y la correspondencia. He vuelto a programar sus citas según el cronograma de la Corte. Llamé a la señora Spencer para darle instrucciones según lo que me comunicó en el e-mail: Su casa de verano estará lista para el fin de semana. El señor Patterson lo llamó en tres ocasiones y...
Miré a Gabriel detenidamente, lucía algo cansado y quise hacer algún tipo de mordaz comentario, pero me lo reservé para más tarde. Mientras me entregaba todos los recados me detuve en la forma de sus labios, carnosos y sensuales, en las espesas pestañas largas, la nariz recta, el mentón cuadrado, los ojos oscuros... Suspiré interiormente. Ese era el efecto sedante de Gabriel así que sacudí la cabeza.
―¡Qué! ―No presté mucha atención, pero me pareció escuchar el nombre de mi ex.
―Alex Porter vendrá a verlo esta tarde.
―¡Dile que no estoy! ¡Que fui a la corte! ¡Que me comió un cocodrilo! ¡Cualquier cosa que impida que se presente aquí!
―¡No sea cobarde! ―espetó mirándome fijamente. ¡Cómo detesto que haga eso! Él me miró de manera regañona antes de comenzar con el sermón―. Deje de huir de su ex, ha pasado un año. Debería plantar cara al problema y resolverlo de una vez. Cuanto más dilate la situación más veces tendrá que verlo. Sabe una cosa, he llegado a pensar que la razón por la que no quiere ponerle fin a ese tema es porque ha decidido aferrarse a eso como una tabla de salvación: espera que, con el tiempo, Alex considere la situación y decidirán regresar juntos otra vez.
Negué con un movimiento de cabeza. Miré con desconcierto a Gabriel, estaba sereno, vi la franqueza reflejada en sus ojos marrón oscuro y mirándolo con aire de grandeza procedí a desbaratar su impertinente suposición:
―No quiero volver con Alex. Lo eché de mi vida precisamente porque no lo soporto. Si huyo de él es precisamente porque él no se rinde, quiere acercarse de nuevo a mi usando la casa como excusa. Le dije que la venderíamos y repartiríamos el dinero en partes iguales, pero él no quiere ceder. Su terquedad arruina mi felicidad...
No debería darle explicaciones a Gabriel. Soy el jefe, él mi empleado, se supone que debería hacer caso sin protestar o preguntar, pero no: Es Gabriel, el hombre es preguntón, curioso y entrometido. No se conforma solo con escuchar mi orden, sino que además saca sus propias conclusiones. Di la vuelta esperando que preguntara algo más respecto al asunto de Alex, la casa y mi separación. Él se quedó callado, cambió de tema recordándome que tenía una reunión y con total cortesía se retiró a su puesto de trabajo.
Bebí el café. Un delicioso descafeinado sin azúcar. No había probado uno así desde que él se fue a vacacionar. Su reemplazo no fue útil ni siquiera para ejecutar esa simple tarea y la despedí a los tres días. Me quedé pensando en Gabriel, posiblemente tuviera celos de Alex y por eso me hacía esas preguntas. Confieso que sonreí como un tonto esperando que fuera eso, porque tal demostración de afecto ciertamente facilitaría las cosas.
Tomé la carpeta con los documentos del caso nuevo y salí a entrevistarme con el cliente caliente que Fraser trajo esa mañana.
Me costó un poco concentrarme al principio de la reunión. El cliente, Marcello Valentino, tenía un paquete interesante en su entrepierna que miré con disimulo varias veces, la primera me hizo pensar en "El lechero", un amante que tuve cuando estaba en la universidad, la tenía grande y cuando se corría me excitaba viendo sus chorros. Era una lástima que Marcello fuera heterosexual. Lo decía la manera en que se estaba quejando de su exesposa y las razones que argumentó para arrebatarle la custodia de los niños. Volví a perder el ritmo cuando me quedé pensando en el extraño comportamiento de Gabriel.
Para empezar su trato fue algo distante y sumergido en sus reservas profesionales. Regresó de sus vacaciones como si nunca se hubiera marchado. Es verdad que no esperaba un suvenir decorativo o un obsequio, pero esperaba que hiciera comentarios al respecto. No éramos los mejores amigos, pero él sabía casi todo de mi vida y a veces me contaba lo que hacía en su escaso tiempo libre, era justo que me hablara de lo que hizo en sus jodidas vacaciones.
Quizá conoció a alguien, dijo esa vocecita interior en mi cabeza. No la voz de la conciencia, soy abogado así que esa está bien adormecida. Creo que era la de mi corazón, regañándome por ser un completo entrometido en los asuntos de Gabriel, pero eso es algo que no puedo evitar: él es una persona linda y agradable, todos lo aprecian. En cuanto a mí, soy un bastardo, egoísta, manipulador, playboy. Mi psicoterapeuta dice que temo al compromiso e involucrarme profundamente en una relación. Tal vez está en lo cierto, pero también es verdad que si vuelvo a enredarme con Gabriel, solo voy a causarle problemas de nuevo y él merece a alguien mejor.
Decidí que por el bien de los dos, iba a protegerlo desde de las sombras. Ese chico moreno con el que estuvo saliendo hace dos meses: me encargué de que lo desterrara de su vida, igual que sucedió con el policía, el paramédico, el barman y otros tantos que revolotean como moscas a su alrededor. Pobre Gabriel, tiene malos gustos en cuanto a los hombres, siempre elije unos palurdos que no tienen nada que ver con su personalidad. Otra razón para no dejarlo a la deriva: Gabriel es un soñador y se ilusiona tan fácilmente. Nos equivocamos una vez, no quiero arruinar lo poco que queda repitiendo el mismo error.
No estoy enamorado de Gabriel. No siento mariposas en el estómago cuando estoy con él. Tampoco he dejado de comer, dormir o ser productivo por pensar en él. Con el tiempo he caído en cuenta de que lo que siento por él es atracción física. Ganas de arrastrarlo a la cama y probar su lindo culito, o que él pruebe el mío si eso lo complace, he visto de reojo el equipo que tiene y sé que puede dar la talla. Mierda, debería saberlo, puesto que ya lo hicimos. Lo malo es que estábamos lo suficientemente borrachos para no recordarlo. Por acuerdo mutuo y sana convivencia decidimos enterrar el tema. Y así hemos trabajado juntos los últimos tres años.
Pensando en todas esas tonterías, sonreí a nuestro cliente. Concentré mi atención en los documentos y el resto de la entrevista. No pienses en Gabriel y su novio mientras trabajas. Me dije paseando la vista por el rostro atractivo del señor Valentino.
Minutos después, cuando salía del elevador, me detuve al escuchar el llanto de un bebé. Miré al alrededor y sacudí la cabeza seguro de que mi sentido del oído me estaba jugando una broma. Asomé mi cabeza en el primer cubículo, pero allí solo estaba Elaine limándose las uñas al tiempo que conversaba por teléfono. ¿Para eso le paga Parker?... No es que me importe lo que hagan las otras asistentes, pero me parece una pérdida de tiempo y la mujer es algo vulgar y cotilla. Ella me sonrió y entonces de nuevo lo escuché. Había un bebé en nuestro piso y el llanto provenía de... ¿Mi oficina?
Entré sigilosamente y ahí estaba. Sí, había un bebé en los brazos de Hayden Kelly, la nueva estrella del bufete, la que llevaba un record impresionante de cero casos perdidos, la novia de Joshua Williams, mi jefe. Todos la llaman señorita Hayden, yo le digo: Zorra ladina.
―¡Oye! ¡Te luce la maternidad! ¿Estas probando si combina con tus zapatos o preparándote para competir contra la ex de Joshua? ―dije dirigiéndole la mejor de mis sonrisas―¿A quién se lo robaste?
―No necesito un bebé para competir con esa bruja. Es el siglo XXI, Raymond, una mujer inteligente sabe que no necesita un hijo para amarrar a un hombre. ―No me miró, se dedicó a hacerle mimitos al bebé―. Y no lo robé, solo lo estoy mimando mientras su padre trae el biberón. ¿No te parece la cosita más linda que hayas visto?
Me enseñó al bebé, no le veo nada especial, es igual que otros que he visto: cara redonda de mejillas rosadas, ojos somnolientos, cabello despeinado. Honestamente he visto bebés más bonitos que ese, no sé cuál es la manía que tienen las mujeres por andar diciendo: "Hay que bonito" a cada bebé que encuentran. Los bebés no son bonitos, son criaturas totalmente dependientes y estorbosas, que huelen pañal. Puse los ojos en blanco pues la mujer tiene su propia oficina donde puede mimar al bebé. ¿Por qué tenía que hacer eso en la mía?
―Ya estoy aquí.
Gabriel entró a mi despacho sosteniendo una mamila en la mano. Sus mejillas enrojecieron cuando me vio sentado frente a la computadora. No dijo nada, solo se acercó a Hayden y tomó al bebé en brazos, le dio las gracias por ayudarle. La rubia le hizo más muecas al bebé y salió sonriendo. Tan pronto como cerró la puerta, miré con acidez a mi asistente y el bulto en sus brazos.
―¿No sabía que Williams and Fraser también ofrecieran servicio de guardería? ¿De quién es ese pequeño parásito?
―Si tuvieran una guardería muchos de mis problemas estarían resueltos. No es un parásito, es mi bebé.
―¡Tu bebé! ―No pude aguantar las ganas de reírme. Por lo que sabía, Gabriel no tenía hijos y la posibilidad de tener uno propio era muy remota. Mirándolo de manera divertida añadí―: ¡Claro! ¡Hiciste lo mismo que la gorda Fanny: Cuando regresó de vacaciones tenía unos enormes pechos y se deshizo de sus kilos de más. Excepto que tú, regresaste con un bebé! Ya, en serio: ¿A quién se la robaste?
―Raymond, es la verdad. No me la robé, soy su padre ―dijo con tanta seriedad que mi risa cesó en ese instante.
―¿Por qué no me dijiste que tenías un bebé? ―¡Vaya! ¡Menuda caja de sorpresas resultó ser mi asistente! Quería una explicación, sabía que a Gabriel no le gustaban las mujeres, por eso la idea de que tuviera relaciones con una chica no cabía en mi cabeza, pero el bebé estaba en sus brazos―. Tres años juntos y nunca dijiste nada acerca de tener un bebé. Lo tenías bien guardado ¿no? ¿Quién es la mamá? ¿La conozco?
―¡Cielos, Raymond! ¡Eres mi jefe, no mi mamá! ¿Por qué tengo que decirte si tengo un bebé o hablarte de su madre? ¡No es asunto tuyo! ¡No invadas mi privacidad!
―Claro que no tienes que decírmelo. Pero tu privacidad está en mi oficina, en horas laborales. Merezco una explicación.
―La niñera enfermó y dejó al bebé conmigo. Solo serán unas cuantas horas y no volverá a pasar. Después de que beba el biberón se quedará dormida y ni siquiera notarás que está aquí.
―¿Por qué tienes que cuidarla tú? ¿No debería ocuparse la madre? ―Lo miré con malgenio, de verdad, Gabriel a veces es tan noble y bueno que todos abusan. Supe por su expresión que dije algo indebido porque palideció y sus labios se entreabrieron hablando en un susurro "No tiene madre". Entrecerré los ojos mirándolo y le pedí que repitiera lo que acababa de decir.
―Mi mejor amiga Tracey es... bueno era lesbiana. Quería tener un hijo y me pidió una donación de esperma, ya sabes, para la inseminación. Su pareja, Joan, también pensaba hacer lo mismo el año entrante... Hace tres semanas, ellas tuvieron un accidente. Murieron.
Estaba pálido y hablaba lentamente. No supe qué decirle, quería ahorcarlo por andar regalando su esperma, pero también abrazarlo y brindarle consuelo por la pérdida. Cuidadosamente golpeó la espalda del bebé y escuché a la criatura eructar como un camionero. Gabriel me miró con seriedad:
―Los padres de Tracey no quisieron al bebé, la opción era entregármela o darla en adopción.
―Siento lo de tu amiga, pero no quiero un bebé en la oficina. ―Lo miré ceñudo. Si quería podía llamarme maldito sin corazón, pero no estaba dispuesto a tener un bebé en mi lugar de trabajo. Miré el reloj. Tenía una cita para almorzar con Jake, el hombre apuesto que conocí en la boda de mi hermana Ellen, y no quería llegar tarde por discutir con mi asistente.
―No volveré a traer a mi pequeñita a la oficina. Lo prometo. ―Su forma de mirar con ternura el bebé me derritió el corazón. Apreté los labios y le dije que se marchara a seguir con su trabajo.
Mientras almorzaba con Jake vi una pareja de hombres en compañía de dos niños. Miré los ojos azules de mi acompañante.
―¿Tienes hijos? ―pregunté con curiosidad.
―¡Cielos, no! ―Reaccionó con espanto y después comenzó a explicarse―. No tengo nada contra los niños y me parecen geniales los tipos que son padres sin ayuda de una mujer, pero no me veo cambiando pañales y criando un hijo por mi cuenta. Además un niño necesita una familia y soy un hombre soltero sin compromisos. Es una responsabilidad muy grande para toda la vida y soy demasiado joven para pensar en eso.
―Cierto. Es demasiada responsabilidad. ―Sonreí y me quedé pensando en sus palabras, esa respuesta era similar a las que di en el pasado. Por primera vez caí en cuenta de lo estúpido que sonaba.
―Dudaba que volviéramos a vernos. Tu hermana me dijo que eres un hombre demasiado ocupado y un adicto al trabajo.
―¿También te dijo que no conozco el concepto de "diversión" y que le pago a mi asistente para que vaya a las reuniones familiares en mi lugar?
Jake sonrió asintiendo. Cielos, qué bello. Se le formaron hoyuelos en las mejillas y mi polla se estremeció cuando los dos pusimos la mano en el salero. Nos miramos con complicidad, había química entre nosotros, al menos era claro que nos deseábamos y que estábamos ansiosos por meternos en la cama. Seguimos conversando de los conocidos en común, especialmente del marido de mi hermana. La empatía era fuerte y prometedora. Con este podría intentar algo más que sexo ocasional. Ellen dijo que era buen partido, tenía un empleo estable, provenía de buena familia y además era buen conversador. Cuando el almuerzo terminó nos despedimos con un beso nada casto.
Ni bien puse un pie en la recepción, Alex se pegó, como un chicle, siguiéndome hasta la oficina. Se quejó porque no quise responder sus mensajes y estaba harto de perseguirme para poner fin a lo único que en ese momento nos unía: Una casa de dos pisos en un barrio bonito de la ciudad.
―Me marcho a California la próxima semana. Compra mi parte y quédate con toda la casa. Sé que tienes dinero para hacerlo.
―No necesito una casa. ¿Por qué tengo que comprar tu parte? ―Haber adquirido esa casa fue un desperdicio de dinero, tiempo y energía. Miré a Alex con enojo, no estaba dispuesto a ceder―. Si tanto te afecta la casa, compra mi parte.
―¿Qué parte de "voy a mudarme" no entendiste? ¿Para qué quiero una casa si voy a vivir al otro lado del país?
―Puedes ponerla en venta después de mudarte y recuperar la inversión a largo plazo.
―¿Por qué no compras mi parte y aplicas tu consejo?
―Porque no tengo tiempo para ocuparme de tu casa.
―¡Es nuestra casa, maldito infeliz! ―Entró en crisis como una maldita reina del drama. Apretó los dientes y levantó los puños enseñándomelos―. ¡Comprar esa puta casa fue tu idea! ¡Gasté parte de mis ahorros en una casa que no necesito! ¡No voy a comprar tu parte, tú deberías comprar la mía!
―¿Por qué tienes que ser tan terco, Alex? Llevamos un año entero enfrascados en la misma discusión. Habla con la inmobiliaria, vende tu parte a cualquiera, estaré feliz de negociar con otro que no seas tú.
―¿En serio se puede hacer eso? ¿Vender mi mitad a alguien y que esa persona negocie contigo el resto? ―Me miró como si acabara de descubrir el Nirvana, era exasperante. En ese momento me pregunté: ¿Qué fue lo que vi en él? ¿Por qué estuvimos juntos tanto tiempo? Escuché su voz quejumbrosa―: Será difícil, nadie va a comprar media casa. Hablaré con los de la inmobiliaria para dejar lista mi parte antes de marcharme. Y por favor, Raymond, no lo arruines con tu egocentrismo.
―¡Solo desaparece de mi vista, Alex!
―¡Qué te jodan!
Se marchó furioso. Me recliné cómodamente en el sillón y observé los documentos para armar mi siguiente caso ante el jurado. Mi vista se posó en un objeto horroroso sobre mi escritorio. Llamé de inmediato a Gabriel para que se lo llevara.
―¿Diga?
―Dejaste el biberón, papi. ―Lo de papi me hizo sonreír. Era genial tener otro apodo para fastidiar a Gabriel, el de Amargado Latino ya estaba muy gastado―. Así que llévatelo.
―¿Podrías traérmelo, por favor?
―¿Qué? ¿Me viste cara de sirvienta? ―Sonreí imaginando sus gestos al otro lado de la línea.
―Señor Rossi, mi cubículo está justo al lado de su puerta en el mismo pasillo que recorre cuando sale de ahí para ir al baño, al ascensor o salir del edificio. ¿Sería mucha molestia que cuando salga me entregue el biberón, por favor? ―respondió y por el tono de su voz noté que estaba exasperado. Volví a sonreír, era tan fácil sacar a ese moreno de casillas. Le respondí que no saldría en horas y que podría necesitarlo. Él respondió al cabo de un minuto silencioso―: Tiene que presentarse en la corte en una hora, así que tiene que dejar la oficina en menos de quince minutos si quiere llegar a tiempo. ¿Podría alcanzarme el biberón, por favor?
―¿Qué es lo que te tiene tan ocupado que no puedes venir a recogerlo?
―Nick Stuart en la línea dos y Francis Cameron en la tres.
―¡Aish! ¡Suerte con eso! ―No necesitaba suerte, sabía que podía manejarlos. El primero era uno de mis exnovios, el otro, un cliente cansino al que le gustaba demandar a todos el mundo.
Cuando regresé de la corte, Gabriel todavía estaba trabajando. Me sorprendió, casi todos se habían marchado, pero él seguía allí, organizando los cientos de papeles pendientes por archivar. Adelantando el trabajo acumulado durante sus vacaciones, junto a él, la pequeña dormía en el portabebé. Crucé mis brazos y lo vi trabajando, no me fijé antes en lo sexi que se ve cuando está concentrado trabajando, en la manera en que al fruncir el ceño sus pobladas cejas negras se mueven como si quisieran juntarse y el rictus en su rostro cuando algo no cuadraba. A veces mordía el lápiz o sacaba la lengua de una manera nada provocativa, puesto que estaba totalmente ensimismado en los papeles sobre el escritorio.
Caminé silenciosamente hacia mi oficina, debía recoger el portafolio y mi chaqueta.
―¡No trabajes tanto! ―Le dije en cuanto salí. Él sonrió meneando la cabeza. El bodoque a su lado soltó una carcajada. Miré el reloj, eran más de las siete de la noche y por alguna razón no me pareció justo que se quedara trabajando por más horas―. Déjalo para mañana, he sobrevivido sin archivo un mes, puedo sobrevivir una semana más. Vamos, te llevaré en el auto, así aprovecho para hablarte de los casos más recientes y ponerte al día.
―Recogeré mis cosas. ―Abrió un morral y guardó el biberón, un cobertor y una sonaja. Aseguró a su bebé y me siguió. Aproveché para ponerlo al día en los casos más relevantes: el divorcio del señor Valentino, la demanda de la Sociedad de Vecinos y un caso de hurto simple cometido por mi cliente más representativo, un reportero con serios problemas de cleptomanía. Él sonrió al escuchar los detalles del último caso y me puso al tanto con las novedades del señor Francis Cameron.
―No has cenado y es tarde. ¿Por qué no vamos al restaurante bar de siempre? ―No quedaba lejos de la oficina y era un sitio agradable. Era noche de karaoke y podríamos tomar unas cervezas después de comer patatas con cordero a la parrilla. Siempre hacíamos eso cuando nos quedábamos trabajando hasta muy tarde y no éramos los únicos en frecuentar el lugar, otros miembros del bufete también iban allí después del trabajo.
―No, gracias. ―Me enseñó el contenido de la carriola con una sonrisa―. Un bar no es lugar para un infante. Stelle ha tenido un largo día, ha de estar cansada; necesita un baño antes de ir a la cama.
Sentí como si acabara de perder un pedazo de mi vida. Odiaba que cambiaran mis costumbres sin siquiera avisarme. La presencia de Stelle en la vida de Gabriel significaba eso: No más cervezas después del trabajo, no más llamadas de borracho después de media noche para pedirle que fuera a recogerme al bar, no más fiestas los fines de semana...
Gabriel miró mi auto como si lo viera por primera vez y sacudió la cabeza.
―Creo que tomaré el metro. Es más seguro.
―No voy a bajar el capó. Hace demasiado frío, hasta es posible que llueva y se arruinen los cojines. No te preocupes, tu Stelle estará bien abrigada y prometo conducir con cuidado.
―No es eso. Eres abogado, deberías saber que la policía pone multas fuertes a los conductores que llevan bebés en el asiento delantero. Además tu coche no es apto para tres personas.
Era la primera vez que mi convertible no era apto para tres personas. Miré a Gabriel con ojos acusadores: Doble moralista. ¿Cuántas veces nos movilizamos tres personas ahí, incluido, él? ¡Y nunca nos preocupamos por la multa!
―Sé lo que estás pensando. ―Volvió a levantar la carriola y el bodoque soltó una risita―. Entonces éramos tres adultos libres y conscientes de sus actos, además de la capacidad de pago para ayudar con la multa. Si me pillan llevando un bebé en una carriola, en el asiento delantero de un coche deportivo, sin la debida protección; voy a tener encima a servicios infantiles. Soy gay, soltero y no tengo familiares. ¿Qué crees que pueda suceder?
―Entiendo tu punto. Por eso es que no debes traer a tu hija al trabajo.
Una sutil chispa de enojo encendió los ojos de Gabriel. Sonreí con sorna para hacerle saber que no me importaba mucho lo que pensara del comentario, rara vez me importan sus miradas de enojo, lo hago a propósito para ver sus ojos agrandarse y oscurecerse sutilmente. Era sexy y merecía algo de diversión después de que mi caballerosidad fuera rechazada por culpa del bodoque en la carriola.
Jake apareció en mi apartamento esa noche, trajo consigo una botella de buen vino, conversamos un rato escuchando música jazz, y después de unas copas fuimos a mi dormitorio.
Me deshice de su ropa en un abrir y cerrar de ojos, besé su tetilla y lo escuché reír. Me quedé mirándolo, alucinando con los hoyuelos de sus mejillas. Acaricié la comisura de sus labios con mi dedo índice. Él lo llevó a sus labios y lo chupó. Mis músculos temblaron excitadísimos cuando acaricié la punta de su polla mojada en presemen.
Me apretó contra él dejándome expuesto a su voluntad, sus velludos brazos son musculosos y fuertes. Coloqué mis manos en su trabajado torso peludo sintiéndome como una doncella que acaba de ser raptada por un pirata. Con un guiño de su ojo me hizo entender que todo iría a las mil maravillas. Nos besamos apasionadamente.
―Es hora de terminar lo que comenzamos en la boda de Ellen.
Me río al escuchar su voz jadeando por el deseo. ¿Cómo olvidar la espectacular mamada que me hizo escondidos en el asiento trasero de la limusina de los novios? Él quería darme el servicio completo, pero no teníamos condones a la mano y nunca follo con extraños sin condón. Esa noche eso iba a cambiar, tenía una provisión de condones en el cajón de mi nochero suficiente para tener sexo tres veces al día durante dos meses consecutivos.
Jake me levantó en sus brazos y me tiró sobre la cama. Después de los besos y caricias desparramé mucho lubricante en su polla y le pedí que me follara.
Fue estupendo, me embistió con saña, con una fuerza tan potente que tuve que agarrarme de la cabecera de la cama para apoyarme. Grité como un poseso, preso por aquel golpeteo en mi interior que me hizo llegar al orgasmo en poco tiempo. Me dio nalgadas hasta que la piel se me puso muy roja y volvió a penetrarme. Mi cuerpo se tensó cuando él salió de mi interior, giró mi cuerpo recostándome, se quitó el condón y se vino a chorros sobre mi marcado abdomen.
―¡Mira cuanta lechita, putito! ―dijo excitado, masturbándose para correrse hasta la última gota. Sonreí y pasé la lengua por mis labios mirándolo con lujuria.
Se dejó caer sobre mi pecho y nos besamos sin atisbo de pasión, los dos estábamos saciados y nos abrazamos agradecidos por el éxtasis que hemos compartido.
Jake insistió en que nos bañáramos juntos, fuimos al baño y antes de entrar en la ducha nos miramos socarronamente riéndonos, estamos despeinados, sudorosos y sucios con los fluidos que hemos compartido. Le sienta bien estar guarro, pero la limpieza apremia. Jugamos en la ducha. Jake me dio pequeños besitos en las mejillas y los labios. Secamos nuestros cuerpos mutuamente. Volvimos a la cama y dormimos abrazados.
Me levanté muy temprano y desperté a Jake. Él quiso repetir y comenzó a besarme. Lo saqué de la cama indicándole que no tenía tiempo para más arrumacos. Me miró sonriente, sin atisbo de enfado, hicimos arreglos para una nueva cita y nos despedimos con un beso.
En la oficina había un ambiente pesado. El señor Williams estaba enojado porque la apertura del nuevo bufete en Las Vegas se había atrasado, otra vez, y eso significaba perder dinero. Fraser se lo tomaba con una nota de humor negro y altas dosis de sarcasmo. Finalmente los dos socios se quedaron mirándome.
―¡Qué diablos! ¡Rossi puede hacerse cargo! ―Me señaló Fraser.
―¿Y mis casos? ―No quería dejar los casos pendientes en manos de terceros. No quería viajar a Las Vegas y tratar con los principiantes.
―Hayden puede encargarse de tus casos. Empaca maletas y ve a solucionar el lío que se le salió de las manos a Hudson. Eres bueno, lo harás bien. Te daremos una comisión extra y vacaciones cuando termines. Ah, y si quieres, puedes llevar a ese maravilloso asistente contigo. ―Williams me señaló con su gordo dedo índice, sabía que no aceptaría negativas o excusas.
Estaba perdido. No hay nada peor que ir a Las Vegas en plan de trabajo y ver a todos esos excéntricos personajes divirtiéndose mientras uno esta tras un escritorio con trabajo hasta las orejas, pero así era la vida.
Así que empaqué maletas y abordé el avión.
La azafata se acercó para entregarle a Gabriel un biberón recién preparado de acuerdo con sus especificaciones, era una mujer guapa y amable que no dejaba de sonreír. Me pregunté si era por costumbre o porque los músculos en su rostro se habían encalambrado tras sonreír horas y horas de vuelo. Pensé que ser azafata debía ser un trabajo agotador, aguantando las miradas lascivas de los hombres, tratando a los clientes difíciles con amabilidad, caminando en tacones de aquí para allá, sin derecho a despeinarse un solo cabello y sonriendo siempre. Lo de sonreír era difícil. Odio sonreír a gente que me importa una mierda.
Entorné la mirada evitando a la azafata ruborizada que se esmeraba por atender con todas las comodidades a mi asistente, era obvio que le estaba coqueteando.
Gabriel cargaba a su muñequita en el regazo y le susurraba nanas para que se calmara. El bodoque empezó a llorar en cuanto el avión despegó y todos los pasajeros estaban incómodos.
―¡No debiste traerla! ―dije por veinteava vez desde que lo vi llegar al aeropuerto empujando el cochecito.
―Te dije que no podía acompañarte a este viaje dejando a Stelle al cuidado de extraños por tantos días.
―Los hijos son una carga. ¿De verdad no tienes quién la cuide? ¿Alguna amiga de confianza? ¿Una anciana tía solterona? ¿Tu madre?
Me miró con enojo nada disimulado y me mordí la lengua. El año anterior asistí al funeral de su padre y fue deprimente. Solo asistieron algunos viejos veteranos acompañados de sus chismosas esposas. Flores no tenía más familiares, sus padres emigraron de Cuba dejando todo atrás.
―Hay una hermana, vive en Caracas, Venezuela. No la he visto en quince años.
―Siento lo que dije. Esta situación me tiene con los pelos de punta. Si no tuvieras que cargar con ese bodoque a todas partes...
―Raymond, su nombre es Stelle. Agradecería que dejaras de llamar a mi hija bodoque. Sé que estás incómodo con todo esto y presenté una solicitud de traslado.
―¿Qué? ―La noticia me sorprendió. Gabriel era el mejor asistente que había tenido en la vida, gracias a él mi agenda estaba organizada, el papeleo al día, mi oficina impecable y mis otros asuntos marchaban sobre ruedas. Lo miré bastante disgustado―. ¡No puedes estar hablando en serio!
―Raymond, te conozco. Tus prioridades son trabajo, fiestas y sexo. No necesitas un asistente sino un esclavo, uno que esté disponible las veinticuatro horas, siete días a la semana. Uno que no se queje porque llamas a las tres de la mañana. Uno que no diga nada cuando interrumpes los planes del fin de semana para ocuparse de algún negocio que no puede esperar. Uno que se haga pasar por tu amante de turno para ahuyentar a los hombres despechados sin importar su integridad personal.
―¡Un momento! ―Lo miré enojado. No podía creer que estuviera sacando a ventilar precisamente eso último―. Lo de Pat solo ocurrió una vez.
―No se llamaba Pat, su nombre era Greg. Y no fue una vez. Te recuerdo el puño que me dieron en tu fiesta de cumpleaños y también aquella vez que ese pelirrojo musculoso me arrojó por la borda del yate.
―Sí, cometí un error diciéndoles que eras mi novio. Pero si tanto te molestó debiste decírmelo entonces. ―Me excusé abochornado. Ya ni recordaba todo eso. Excepto lo del yate, fue tan gracioso que ha pasado a ser una de esas anécdotas indispensables en la vida de todo soltero.
―Entonces no me molestaba hacer esas cosas por ti, Raymond; pero ahora es diferente. Stelle solo me tiene a mí, no puedo arriesgar mi pellejo por tonterías, ni dejarla a media noche para ir a buscarte a un bar, ni llevarla conmigo a tus desmadradas fiestas swingers. Lo mejor es hacerme a un lado para que tu ritmo desenfrenado continúe.
―Debiste decírmelo personalmente antes de pasar la solicitud a recursos humanos. Siento que has clavado un puñal por mi espalda. Primero apareces con una hija de la nada y ahora estás diciendo que no estás a gusto trabajando para mí ―espeté furioso. Él bufó y fijó su mirada en la pequeña que por fin guardó silencio y se encontraba chupándose el dedo.
―Sabía que ibas a ponerte furioso y pensaba decírtelo cuando termináramos lo de Las Vegas. Eres un jodido incordio ―dijo en voz baja.
―Pues tú no eres un santo.
No volvimos a hablar el resto del viaje. Me coloqué unos audífonos y me concentré en una película romántica que transmitían. Era una babosada, pero era mejor a escuchar los llantos del bebé o discutir de nuevo con Gabriel.
Hudson nos estaba esperando en el aeropuerto, desde su perspectiva las cosas no marchaban tan mal. Una vez que revisé el papeleo constaté que Williams estaba armando una tormenta en un vaso de agua. El bufete nuevo podría entrar en operación una vez termináramos las entrevistas y el entrenamiento del personal. El único problema de Hudson fueron los tropiezos con la gente de publicidad. Nada que no pudiéramos resolver en menos de un mes.
Durante mi estadía en Las Vegas me porté bien: nada de fiestas desmadradas y nada de sexo ocasional. Eso costó un montón, teniendo en cuenta que donde quiera que miro hay muchísimos clubes y casinos donde podría pasar mi tiempo libre, pero en esos momentos solo pensé en regresar de inmediato a Boston. Gabriel hizo un excelente trabajo encargándose de todo con su habitual eficiencia. De alguna manera se las arregló para llevar consigo a la nena sin que causara molestias.
La última semana estuve feliz. Por fin el suplicio estaba a punto de terminar. Williams venía en un vuelo a evaluar que todo estuviera sobre la marcha y recibí varias llamadas de Mark Evans, el hombre más importante de mi vida, después de mi padre y mi hermano menor. Estaba tan feliz que no volví a discutir con Gabriel el tema del traslado. Respondí los e-mail pendientes y organicé algunos documentos cuando Hudson se acercó mirándome con una sonrisa felina en su rostro.
―Tu asistente ha hecho un trabajo maravilloso. En menos de dos horas solucionó lo de las reservas en el hotel de categoría para nuestros prestigiosos invitados e hizo los arreglos con los de eventos. Ese hombre es un tesoro. ¿Me lo puedo quedar?
―¡No!
―Pero Hayden dijo que el chico está pensando en dimitir porque no aguanta tu ritmo y necesita tiempo para su pequeñita.
―Hayden es una chismosa. ―Lo miré enojado pensando que Hayden debería aprender a mantener esa boca cerrada. Por primera vez me fijé en el brillo de los ojos de Herman Hudson. Estaba prendado de mi asistente y su pregunta no era solo profesional―. Flores tiene una vida en Boston, supongo que no estará dispuesto a mudarse a Los Angeles.
―Él me dijo todo lo contrario. ―Me miró de manera condescendiente―. El otro día, durante el almuerzo, me contó que no tiene familia excepto por la nena, así que nada lo ata a quedarse en ese lugar. Además sería bueno para su carrera, aquí podría ocuparse de los asuntos administrativos y gozar de una mejor posición. Contigo se quedará estancado toda la vida.
―Gabriel Flores no dejará Bostón y tampoco su puesto de trabajo.
―Solo quería decírtelo antes de proponerle a Willis que haga el cambio. Puedes encontrar otro asistente.
―¿Haces esto para mortificarme o porque quieres tener una oportunidad de follar con Flores? ―Nada de ser condescendiente con Hudson, el tema había que abordarlo sin adornos.
―Yo no diría que solo follar. Como dije: Flores es un auténtico tesoro. Además tiene una hija.
―¿Qué tiene que ver su hija con tu plan para llevarte a la cama a mi asistente?
―No te das cuenta porque eres un libertino empedernido incapaz de sentar cabeza. Los hombres como Flores no están en posición de aceptar una relación de aquí te pillo, aquí te follo, tiene una hija y tiene que pensar en estabilidad. No va a fijarse en alguien como tú, va a buscar a alguien que pueda brindarle seguridad. Así que es la persona adecuada para mí.
―¡Pues búscate otra persona adecuada! ¡Gabriel Flores es y seguirá siendo mi asistente! ¡No voy a permitir que se convierta en tu puta de turno!
―¿Es porque no has podido hacer de él tu puta? No me engañas, Rossi, lo tienes escrito en la cara: Deseas acostarte con él, pero no quieres una relación estable. Por eso te molesta que quiera pescar en tu estanque.
―Basta de charlatanería, Hudson. Gabriel Flores no es mi puta de turno. Es mi amante y no va a quedarse aquí contigo. Tenemos una vida, juntos, en Bostón. ―Nada como una mentira para quitarle de encima a ese pelele, pensé.
―¿Contigo? ¡Mejor cuéntame una de vaqueros, Rossi!... Todo el bufete sabe que no te gustan los niños, no eres nada hogareño y cambias de amante más veces que de ropa interior. No eres bueno para alguien como Gabriel. Mis intenciones con él son honestas y por eso vine a decirte que te hagas a la idea de que él se quedará aquí, conmigo.
―En ese caso tienes que decírselo a él. Está calado por mí y no te aceptará.
No sabía si eso último era cierto, pero Hudson no llevaría a mi asistente a la cama. No iba a permitir que lo impresionara con su cabello rubio y su mirada profunda de hombre maduro. Estaba acostumbrado a espantar los novios de Gabriel, sacar del camino a Hudson parecía un asunto sencillo. Él me miró enojado y se marchó.
Después de conversar con Mark esa noche, tomé un baño y me metí en la cama. No pude dormir y comencé a pasear por la habitación. Pasaban las once cuando llamaron a mi puerta: Gabriel quería conversar conmigo.
―Vi la luz encendida así que supuse que aún no estabas durmiendo. Disculpa que venga tan tarde, pero recién se ha dormido Stelle y quería hablarte sin interrupciones ―dijo con una mirada que no pude descifrar.
Lo invité a pasar. Los dos estábamos hospedándonos en la casa de un conocido de Hudson, así que el ambiente era más familiar y los gastos menores que si nos quedábamos en un hotel. El dueño de la casa había salido de vacaciones y teníamos la casa para los dos solos y una empleada mexicana encargada de la cocina y la limpieza. Ella entendía bien el inglés, pero con Gabriel se comunicaba en español y cuando lo hacían me quedaba como bobo escuchándolos, me excitaba escucharlo hablar en su lengua natal. Gabriel se acomodó en una silla junto al balcón de mi habitación y suspiró antes de empezar a hablar.
―El señor Hudson me ha ofrecido uno de los cargos administrativos.
―Lo sé. ―Crucé mis brazos mirándolo con el ceño fruncido. No podía creer que Hudson hiciera el ofrecimiento antes de hablar con Williams o Fraser.
―No estoy seguro respecto a la respuesta que debo darle. Sé que sería beneficioso para mi carrera, pero está lejos de mi zona de confort.
―Nunca le has temido a un reto ―dije serenamente―. Si quieres intentarlo en Las Vegas, no voy a obligarte a regresar conmigo a Boston, después de todo pasaste una solicitud de traslado. Si quieres mi apoyo, lo tendrás.
―Eso me tranquiliza. No quiero que vuelvas a sentir que te he apuñalado por la espalda. Tampoco me gustaría que te enojaras conmigo por ocultarte la propuesta de Hudson.
―Dime una cosa: ¿Te gusta Hudson?
―Me agrada. Es una persona muy organizada, un abogado muy tenaz, entiendo que el señor Williams le tiene mucho aprecio. Aunque da la impresión de alguien calculador y meticuloso, al tratar con él pude darme cuenta de que tiene otras cualidades. Creo que podría trabajar a gusto con él.
―No me refería a eso. ¿Te atrae sexualmente? ―pregunté directamente.
―Es muy guapo y tiene un no sé qué que me encanta. ―Mi corazón se sobresaltó, por la forma en que respondió supe que era serio y no estaba tratando con los otros peleles que revoloteaban como polillas a su alrededor. Fingí interés y dejé que siguiera hablando de Hudson, mencionando lo que le gustaba de él, entonces guardó silencio y parpadeando me miró―. Supongo que me gusta, pero no creo que pase más allá de una mera atracción sexual.
―Debes pensarlo bien, por Stelle.
―Stelle no tiene mucho que ver. Es cierto que desde que soy papá veo las cosas de manera diferente y tengo que pensar en ella, pero en una relación soy yo el que se va a acostar con alguien, vivir con alguien, confiar en alguien... Ningún hombre que he conocido ha aprobado el estándar de medición. Alguien dejó muy alto el listón.
―¿Ah, sí?
Nos miramos a los ojos durante unos cuantos segundos que se convirtieron en una eternidad. Sus ojos eran los más bellos que había visto en la vida, brillantes e intensos. Tragué saliva sintiendo cierta ansiedad haciéndose nudo en mi estómago. Además de sus grandes y redondos ojos, me fijé en el atractivo de su rostro y mis ojos se quedaron en sus labios, carnosos y apropiados para su boca grande. Coloqué mis dedos en su barbilla y lentamente me acerqué. Mis piernas temblando como las de una colegiala a punto de recibir su primer beso. No debería reaccionar así, es solo Gabriel Flores.
Cubrió mi boca con la suya, moviendo suavemente sus sensuales labios, disfruté de su sabor a menta y café, introduje la lengua al tiempo que lo apretaba contra mi cuerpo. Gabriel me besó de una forma que solo podría describir como divina. El beso fue largo, caliente y dulce.
―No deberíamos ―dijo dando un paso hacia atrás, pero me niego a solarlo y continué con las manos en su cintura―. Hace tres años acordamos que no volvería a suceder.
―Hace tres años no era consciente de nada. Solo quería tener un revolcón contigo y eso fue lo que ocurrió. No me guardaste rencor por eso, ¿verdad?
―Rencor no. También quería hacerlo contigo y eso fue lo que obtuve.
―¿Qué sientes por mí?
―Miedo.
Me sorprendió su respuesta, esperaba que dijera que me odiaba por ser un puto egoísta o que me quería a sabiendas de la clase de tipo que soy. Miedo no es una respuesta que pueda considerarse atractiva. Me estremecí porque caí en cuenta que estaba pisando terreno desconocido. Los ojos de Gabriel siguieron fijos en los míos. Su mandíbula estaba tensa y por alguna razón una alarma se prendió en mi cabeza.
―El problema contigo, Raymond, es que eres impredecible y poco confiable. Te quiero, mucho más de lo que imaginas, pero si me dejo llevar por lo que siento sé que al cabo de una semana vas a arrancarme el corazón y bailar tango sobre él de la mano de tu siguiente amante.
Su sinceridad hace que mi corazón se estruje. Recordé que la razón por la que estaba evitando meter a Gabriel en mi cama nuevamente era precisamente porque no estaba listo para un único amor.
Pero ahí estábamos los dos, mirándonos fijamente a los ojos. Me detuve a pensar si existiría otra solución a nuestro problema. Gabriel era tan exóticamente atractivo que no necesita esforzarse en atraer la atención de otros hombres. Cuando iba a recogerme a los bares y fiestas veía como le echaban el ojo. Sabía que mi interés por él podría ser algo más que sexual o profesional. Si pasábamos de nuevo la barrera quizá no hubiera marcha atrás, pero si no lo intentábamos nunca sabríamos si pudo haber algo más. Entonces le dije:
―No es ético que el jefe se acueste con su asistente, tampoco es ético lo que voy a proponerte: Hagámoslo y si nos sentimos bien el uno con el otro, quizá podríamos avanzar.
Gabriel guardó silencio, sus ojos bailaron meditando cada una de mis palabras. Asintió con una sonrisa. Quizá pensaba de la misma manera. Después de todo no éramos tan diferentes.
Me acerqué a él y volvimos a besarnos. Mis deseos de sexo son insaciables y lo empujé sutilmente a la cama. Me senté a horcajadas sobre él y le quité la camiseta. Esta vez quería grabar muy bien en mi cabeza lo que estaba pasando. Pasé mi lengua por los músculos de su pecho, el sabor salobre de su piel me encantó. Seguí explorando y le ayudé a quitarse el pantalón y la ropa interior. Sonreí cuando vi su miembro. Me pareció precioso: es grande y está duro. Lo masturbé para apreciar su longitud, grosor y textura. Le di besitos a la punta y probé el sabor de su presemen. Me saboreo como un gato goloso y él me haló para besarme.
Me excité muchísimo, con afán me arrodille sobre la cama y me deshice de la ropa, él me besó mientras deslizaba mi bóxer por los muslos. Se arrodilló ante mí y me chupó la polla.
Por primera vez en la vida me hizo dudar: no sabía qué quería de él, si dejar que me clavara esa deliciosa verga o follarme su precioso culito. Sus manos recorrieron todo mi cuerpo y la manera en que me miró hizo que me estremeciera. Gabriel era uno de los hombres más hermosos con los que hubiera estado en la cama.
Contemplamos nuestros cuerpos desnudos. Su erección me hacía pensar todo tipo de travesuras, su polla caliente y posiblemente más dura que la mía me estaba haciendo la invitación. Así que me decidí a entregarle todo el control. Me puse en cuatro y separando las piernas le dije cuánto quería sentirlo dentro.
El comenzó masajeando mi interior con un dedo. Gemí indicándole que en el cajón podría encontrar el lubricante. Él soltó una risita y me apresuré a explicarle que siempre lo llevaba conmigo por si las moscas.
El gel frío me hizo estremecer. Gabriel metió dos dedos y después un tercero. La sensación fue placentera, él sabía lo que estaba haciendo y eso era bueno. Podía confiar en él porque la manera en que me tocó me hizo sentir amado. Me pidió que me recostara sobre la espalda, quería verme cuando entrara en mí. Sujetó la verga con la mano y muy despacio entró en mí.
Enredé mis piernas en sus caderas y mis brazos alrededor de su cuerpo. Sentí cada una de sus embestidas, al comienzo el ritmo fue lento, después frenético. Me hizo gemir hasta que mi garganta quedó disfónica y mi voz salió rasgada. Coloqué las manos en su rostro y me comí sus labios con un beso profundo.
Sentí escalofríos sintiendo la manera en que sus manos masajeaban mis nalgas y se aferraban a mis caderas para sostenerme mientras me daba. La manera en que sus perfectas pelotas golpeaban mis nalgas era una maravilla, cerré los ojos para concentrarme en el placer. La forma en que metía su verga en mi era magnífica.
―¿Te gusta como entra hasta el fondo?
―Sí. Dame toda tu polla. No pares. ―Abrí los ojos y vi las muecas que hacía su cara al hacerme el amor: ojos oscuros por el deseo, la manera en que mordió el labio inferior y de vez en cuando una sonrisa de lado bastante excitante.
Lo metía y sacaba sin parar. El sudor resbalaba por su frente, tenía el cabello despeinado.
―¡Qué culo tan delicioso tienes! ¡Te encanta que te lo rompan, puto!
Su insulto me volvió loco. Agité las caderas para mantener el ritmo y apreté los muslos para que no se detuviera, lo quería dentro de mí. Dijo algunas cosas en español, no sé qué eran pero estaba seguro que eran vulgaridades, no iba a detenerme para preguntar la traducción, era una cogida deliciosa y su acento me tenía ebrio de placer.
Arqueé la espalda cuando el éxtasis llegó. Un chorro de esperma salió disparado de mi polla y sentí como si una gran explosión de fuegos artificiales se hubiera producido en mi interior. Él apoyó las manos en el colchón y me miró a los ojos, después cayó sobre mi pecho. Su cabeza descansó sobre mi hombro y escuché el ritmo agitado de su respiración.
―¡Qué polvo tan espectacular! ¡Gracias, Gabriel! ―dije cuando nos recuperamos del orgasmo.
Él me obsequió el guiño de su ojo derecho y me dio un beso en la boca que fue capaz de hacerme estremecer. Su verga salió lentamente de mi interior y me sentí abandonado. Lo abracé y volví a besarlo de manera profunda y salvaje. Me colgué de manera infantil a su cuello para que no se apartara de mí y enredé mis piernas con las suyas. Lo quería en mi cama el resto de la noche.
―¡Estás frenético y salvaje, Raymond! ―dijo apartando mis brazos, sentándose en la cama y buscando su ropa.
―¿Vas a dejarme durmiendo solito?
―Stelle no tarda en despertar y tengo que asearme. No pretenderás que ponga mis manos sobre mi hija con los dedos untados de tu semen.
Es un buen punto, pero no me gusta la idea. Por alguna razón que mi cerebro se niega a procesar comienzo a sentirme desplazado. Ningún hombre me había tratado de esa manera después de hacer el amor, normalmente se quedaban en mi cama esperando una repetición.
―Raymond, no estarás celoso de una niña de brazos. ¿Verdad?
―Nooooo. ¿Cómo crees? ―Salí de la cama y me envolví en una bata―. ¿Nos duchamos juntos?
―Quisiera hacerlo solo. ―Besó mi mejilla y salió de la habitación.
Le di una patada a una almohada. Esperé mi turno y fui a ducharme. Preparé la cama para dormir, pero fue demasiado difícil conciliar el sueño. Escuché el llanto del bodoque y me levanté.
―¡Déjame dormir contigo! ―dije entrando en su habitación de manera repentina, caminé hacia su cama para meterme bajo sus mantas.
―Raymond, regresa a tu habitación. No vas a dormir aquí conmigo.
―¡Ah! ¡Entiendo! ¡Querías comerte mi culo y después de satisfacer tus necesidades me botas como si fuera una puta barata!
―No hables así delante de mi hija. ―Levantó a su bebé en brazos y la meció para que no llorara asustada con mi voz. Se acercó y acarició mi mejilla con los nudillos―. Eres un niño malcriado, Raymond. No puedes dormir aquí, comparto esta habitación con Stelle y si te quedas voy a tener ganas de volver a hacerte el amor y no voy a comerte delante de mi hija. No me pidas que elija entre tu egocéntrica persona y mi bebé, porque sabes bien que llevas las de perder.
Tenía razón. Suspiré derrotado. Besó la comisura de mis labios y susurró un agradable: "Buenas noches".
Mis sentimientos estaban demasiado revueltos para aceptar las cosas como se presentaban. Gabriel tenía razón en lo de niño malcriado. No estaba acostumbrado a que se negaran a cumplir mis caprichos. Quería tener más sexo con mi caliente asistente y al mismo tiempo sabía que no podía competir contra una bebé frágil e indefensa. La vida no estaba siendo justa conmigo.
Al día siguiente, Gabriel me despertó acariciando mi rostro con ternura, llevó un delicioso desayuno a mi cama. Fue un detalle precioso, ninguno de mis amantes había cocinado un rico y nutritivo desayuno para mí. Era mi culpa, normalmente los sacaba de la cama en cuanto me despertaba y rara vez desayunaba en casa.
―Anoche fue hermoso, Raymond. ―Nos besamos dulcemente y sonriendo acarició mi mejilla―. Gracias, fue muy lindo.
―Esta noche podemos repetir, si quieres.
―Cuando Stelle esté dormida.
Su voz me hizo estremecer. Esa noche volvería a mis brazos, volvería a llenarme de besos y me diría vulgaridades en español.
Tuvimos sexo todas las noches durante los días que nos quedamos en Las Vegas. En lugar de ir a un club exótico a ver los espectáculos o entretenernos en un casino, nos quedamos en casa. Cenábamos juntos y, después de que Stelle se quedaba dormida, nos dedicábamos a hacer el amor.
¡Al diablo lo que Hudson o Williams pensaran! Gabriel Flores era mío.
Regresamos la semana siguiente, después de dejar el nuevo bufete funcionando. Durante el vuelo hicimos algunos planes. En mi cabeza lo primero sería conseguir una niñera a tiempo completo que se hiciera cargo del bodoque y dejara a Gabriel solo para mí. Él hablaba de mudarse a un piso más grande porque su Stelle no tardaría en crecer y necesitar un espacio propio.
Me dio un beso en la mejilla y se durmió recostando la cabeza contra mi hombro. Gabriel no aceptó la propuesta de Hudson. Victoria para mí.
Cuando dejamos el avión. Recibí una llamada: Era Mark. Estaba ahí para recibirme en el aeropuerto.
―¿Por qué no está con Alfred en Manhattan? ―preguntó Gabriel.
―Las cosas entre ellos no están funcionando. Ha venido a pasar sus vacaciones en Boston, dijo que necesitaba tiempo para pensar un montón de cosas.
―Y se está quedando en tu apartamento. ―Levantó la ceja mirándome con enfado.
―Es mi amigo de toda la vida. No puedo echarlo cuando me necesita.
―Has estado enamorado de él toda la vida y no vas a perder la oportunidad de encamarte con él. ―Su mirada no podía ser más acusadora. Gabriel me conocía bastante bien y sabía los detalles de mi enredo amoroso con Mark Evans―. Dile que estás con alguien y no puede quedarse contigo.
―Estas actuando como una de esas ridículas villanas de telenovela. No soporto que seas celoso y posesivo.
―Es Mark, claro que estoy celoso. Podría soportar que vayas tras cualquier conquista nueva, pero no tras Mark.
―No puedo borrar el pasado. He querido a Mark Evans desde que tenía catorce años.
―Como quieras. ―Empujó el coche adelantándose para salir. Sabía que estaba enojado y me importaba un comino.
A la fecha había hecho muchas concesiones con él. Había soportado los caprichos de privarme de mis salvajes instintos delante del bodoque, pero no iba a ceder respecto a Mark. Vi su espalda perdiéndose entre los demás pasajeros y suspiré.
―¡Ray! ―Mark me sorprendió con su llamado. Se lanzó a mis brazos y me dio un pequeño beso en los labios―. ¿Cómo estuvo tu vuelo?
―¡Mark! El vuelo estuvo bien. ―Sonreí dejando que él tomara mis maletas―. ¿Llevas esperando mucho tiempo?
―Llegué hace poco, bebé. Vamos, te llevaré a casa para que descanses.
Busqué con la mirada a Gabriel.
La forma en que sus ojos me miraron lo dijo todo. Él dio la vuelta y siguió adelante. Mark me empujó para que lo siguiera al coche.
―Creo que me quedaré en Boston. Ayer llevé mi currículo al bufete en el que trabajas. No me contaste que Hayden también trabaja ahí.
―No puedes quedarte en Boston, tienes una brillante carrera en Manhattan. ¿Qué pasó con Al?
―Terminamos, bebé. Eso fue lo que pasó, esta vez es definitivo.
Eso último me costaba creerlo. Mark y Alfred siempre peleaban pero al rato se contentaban y volvían a ser como uña y carne.
―No pueden terminar tan fácilmente, llevan años juntos.
―Ese es el problema, bebé. Estaba con Al desde que terminé la preparatoria. Con tanto tiempo el amor se desgasta inevitablemente. Hemos dejado de amarnos. Sabes que estas cosas suceden.
―¿Quién lo decidió?
―Tuvimos una charla y llegamos a un consenso. Al está teniendo una aventura con el asistente del fiscal de distrito, yo estaba echándome unas canas al aire con un chico que conocí en el gimnasio. Sabes que una relación no da más cuando las dos partes se sienten a gusto estando separadas. Ya casi ni teníamos intimidad.
Me sentí triste, por él y por Al. En otras circunstancias debería saltar de la felicidad, había rezado muchas noches esperando que los dos se separaran y Mark me diera un chance, pero en ese momento volví a sentir confusión. La semana con Gabriel fue hermosa e intensa, pero Mark era importante para mí.
―¿Estás en una relación?
―¡No! ―respondí de manera inmediata. Qué el cielo me perdone, pero no podía perder esa oportunidad y la pregunta era demasiado directa. Mark quería conmigo.
―¿En serio? ¡No te creo! ¡Eres un rompecorazones!... Tu hermana mencionó a un tal Jake.
―No es nada serio. Solo salimos tres veces. ―Con deliciosa follada para rematar. Añadí mentalmente.
Me duché en cuanto llegué a casa. Me puse ropas cómodas y me repantigué en el sofá viendo The walking dead en la televisión. Mark quería que fuéramos a divertirnos, pero insistí diciéndole que me encontraba cansado. No pude concentrarme en el capítulo de la serie, estaba pensando en Gabriel. No me había llamado y no había respondido mis mensajes. Me fui a dormir temprano y para mi sorpresa Mark decidió meterse en la cama conmigo.
No era la primera vez que tenía relaciones sexuales con Mark, lo hacíamos cada vez que se enojaba con Alfred y corría a mis brazos. Entonces los disfrutaba como loco, diciéndome que una probadita no hacía daño. Después el volvía con su pareja y me quedaba con un agradable recuerdo y la satisfacción de que fue mío por lo menos una noche. Al rato me arrepentía por lo que había sucedido entre los dos y juraba no volverlo a hacer, pero bastaba que de nuevo la pareja de oro volviera a pelearse para que la historia se repitiera. Era un círculo vicioso demasiado masoquista, pero a veces cuando uno está demasiado enamorado el orgullo se disuelve, las murallas caen y el cerebro no piensa.
En ese momento no pensé mucho. Mark comenzó a besarme muy despacio y hablarme en susurros haciéndome cosquillas en el cuello con su aliento caliente. Amaba a Mark y había fantaseado con volver a sentirlo junto a mí. Sus besos y caricias continuaron explorando mi cuerpo, así que cerré mis ojos y le dejé hacer.
Comenzó a jugar pasando la lengua por mi polla, después la introdujo en su boca, sentí la calidez y presión de sus labios, extendió una mano para acariciar mi abdomen, contraje los músculos al sentir su piel caliente contra la mía. Se recostó sobre mi cuerpo y besó mis labios lentamente, después introdujo la lengua poseyéndome, sentí sus manos posarse sobre mis pectorales, recorriendo mi piel hasta los hombros. Giramos abrazados sobre el colchón, me dejó sobre él y se quedó mirándome a los ojos por un largo periodo de tiempo.
¡Qué atractivo se veía Mark! Con el cabello corto al estilo militar y la piel deliciosamente bronceada. Los músculos bien marcados gracias al ejercicio, era atleta en la secundaria, y fue capitán del equipo de atletismo cuando estábamos en la universidad. Suspiré mirando sus ojos avellana y sonreí de manera trémula.
―Algo sucede contigo, Ray. Tu cuerpo está aquí, pero siento como si tuvieras la cabeza en otro sitio. ¿Estás bien, bebé?
―Sí... Quiero decir no. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
―Pues de manera indefinida. ―Acarició mi mejilla con la yema de sus dedos―. ¿Es eso lo que te preocupa? ¿Temes que regrese con Al?
―Es una mala costumbre a la que nunca le puse freno. Este no es tu lugar. Tienes una vida en Manhattan, tus amigos, trabajo, hogar...
―Quiero dejar el pasado atrás.
―Solo estás huyendo de Al, como siempre. Volverás con él cuando lo eches de menos, cuando el orgullo y la terquedad desaparezcan. No deberías estar aquí.
―No regresaré con Al. Te expliqué las razones de nuestra ruptura. Esta vez no es ninguna niñería. No quería adelantarme, pero para calmar tus dudas quiero que sepas que he estado pensando en darnos una oportunidad.
―¿Y si la oportunidad ya no está disponible? ―Lo miré con seriedad.
―No te entiendo. Siempre has estado pendiente de mí, y nunca te cansas de decirme que me quieres.
―Mark, me encanta que estés conmigo y hayas venido a verme, pero no creo que sea el momento más adecuado para que tengamos una relación. Creo que para todo hay un límite y no me siento a gusto esperando por alguien que solo me busca para darle consuelo.
―Eso no es cierto. Te busco porque te quiero mucho. Porque nadie más podrá hacer lo que haces por mí.
―Ese es el punto. Lo que hago por ti, pero que tú no haces por mí. Creo que necesito pensarlo.
―No voy a presionarte, bebé. ¿Puedo quedarme junto a ti?... No hablo de sexo, solo de dormir abrazaditos, como cuando teníamos diez años y acampábamos juntos.
Asentí con un movimiento, responder era demasiado doloroso. Me abrazó y se acurrucó junto a mí para dormir abrazando mi cuerpo. Finalmente el sueño me venció, pero al día siguiente desperté cansado.
―Buenos días, señor Rossi. ―Me saludó Gabriel cuando llegué a la oficina, entró en mi despacho y me entregó el vaso desechable―. Su café. Hayden dejó algunos pendientes para usted. El señor Valentino llamó para cancelar la reunión, la reprogramaré para mañana. Su testigo, la señorita Carmen Tavistok estará aquí en una hora para el ensayo ante la corte y...
―¡Basta, Gabriel! ¡Tenemos que hablar!
―Dime la verdad: ¿Le hablaste a Mark Evans de lo nuestro?
―No. Todavía no.
―Entonces no tenemos nada de qué hablar.
―Tenemos mucho de qué hablar.
―Ahórrame la humillación de recibir otro rechazo de tu parte. No le hablaste a Mark de nosotros y te quedaste a dormir con él, porque lo has elegido. Es algo tan claro como el agua. Lo amas. Vi como lo mirabas cuando se encontraron en el aeropuerto. Nunca vas a mirarme así. Entonces no tenemos nada que decir. ¿Vas a decirme que lo sientes? No. No lo sientes, Raymond. Estás feliz porque Mark está a punto de romper con Al, es lo que has soñado desde que te dejó en la friendzone. No me digas mentiras, no arruines lo poco que puede salvarse de nuestra relación jefe-empleado. ―Me miró con una expresión que indicó frustración. Dejó algunas notas sobre mi escritorio y se marchó a su cubículo.
Lo que temí durante tres años se hizo realidad. Rompí el corazón de Gabriel y ahora él me odiaba. Al final tampoco fui capaz de quedarme con Mark porque por primera vez estaba confundido.
―¿Diga? ―respondió al otro lado de la línea con voz enojada.
―Quizá no sea relevante para ti, pero no sucedió nada anoche con Mark.
―Olvídalo, Raymond, no voy a morder el anzuelo.
―Estoy diciéndote la verdad. No sé por qué te cuesta creerme, macho latino testarudo.
―Tal vez porque llevas más de quince años calado hasta los huesos por Mark y porque nunca pierdes la oportunidad de consolarlo cada vez que discute con Alfred. Porque no te importa mandar a todos a la mierda para correr tras él como si fueras un perro faldero dispuesto a recibir cualquier migaja. Por eso no puedo creer que anoche no hayas tenido sexo con él.
―Sé que es increíble, pero la gente cambia. No tuve sexo con Mark porque estuve pensando en ti.
―¡Oh! ¡Qué tierno! ¡Has derretido mi corazón! ¡Ya mismo dejaré lo que estoy haciendo y correré a sentarme en tu regazo! ―Estaba siendo sarcástico y eso me hizo enojar―. Raymond, vamos a suponer que lo que dices es verdad. No lo hiciste con Mark, pero no porque respetes lo que intentábamos construir, sino porque eres egoísta y quieres hacerle entender que posiblemente estás harto de consolarlo. Si realmente pensaras en mí, le habrías dicho a Mark que ya estabas en una relación.
Mierda. Odio que Gabriel me conozca tan bien y no se le escapen los detalles.
―Me alegra que Mark este en la ciudad. Ha servido para clarificar que lo nuestro no funcionará de ninguna manera. Hagámonos un favor: Lo que pasó en Las Vegas, se quedó en Las Vegas. No volvamos a mencionarlo nunca más. ―Colgó el teléfono.
¡Qué difícil es tener un amorío en la oficina con alguien que conoce tus más íntimos secretos! Decidí esperar que a Gabriel se le pasara el malgenio y mientras hui de Mark quedándome en casa de mi madre.
―¿Mark? ¿Por qué crees que voy a volver con él? Puedes quedártelo, Ray, sé cuánto lo amas y no te guardaré rencor si decides tener una relación con mi ex... Mi relación con Mark no estaba funcionando desde el año pasado, prefería comerse con los ojos al mesero que buscar mi compañía. Ya ni siquiera había sexo. Ahora estoy saliendo con otro hombre, por eso, no volveré a buscar a Mark y no espero que él haga lo mismo. Seguiremos en contacto porque siempre hemos sido amigos...
Mientras Alfred hablaba comprendí que era el adiós definitivo entre los dos. Tenía esperanza en que volvieran juntos cuando se echaran de menos, pero Alfred estaba feliz con su nuevo amor y esperaba que Mark fuera feliz conmigo. En cambio yo quería que Gabriel me perdonara y volviera a follarme.
―¿Estás cocinando, bebé? ―Mark se acercó abrazando mi cintura y besó mi nuca.
Sonreí antes de golpearlo con la cuchara. Después de lo ocurrido no había vuelto a dormir a mi lado, pero no perdía la oportunidad de toquetearme o seducirme. En ese momento se paseaba sin camisa por el apartamento. Presumiendo su hermoso cuerpo que me encantaría llevar a la cama y acariciar. Él soltó una carcajada y probó lo que estaba cocinando.
―Le falta más picante ―dijo chupándose el dedo con un gesto de lascivia.
―A Gabriel le gustan así.
―¿Gabriel? ¿Tu asistente? ―Enarcó las cejas mirándome con curiosidad―. ¿Por qué estás cocinando para él?
―No cocino para él. Preparo la cena porque vendrá aquí a ayudarme con algo importante.
―Puedo ayudarte con tu caso, estudiamos derecho juntos, no necesitas a tu asistente.
―Gracias por el ofrecimiento, pero Gabriel es el único que sabe el estado de las cuentas de las propiedades de mi familia. ―Era uno de los tantos asuntos de los que él se encargaba y la razón por la que recibía un jugoso sueldo. Volví a golpear los dedos traviesos de Mark cuando se deslizaron por mi abdomen.
―¿Por qué cocinar cuando puedes pedir comida a domicilio?
―Cocinar me relaja ―expliqué añadiendo más especias a mi salsa especial. Mark me miró sorprendido, nunca me había visto cocinando y dudaba que supiera como hacerlo―. ¿Podrías ponerte una camisa o algo más decente?
―¿Te preocupa que Gabriel vea mis hermosos músculos y me coma con la mirada?
Hice una mueca. Prestando atención a mi salsa me pregunté si Gabriel encontraría atractivo a Mark. Podría ser la solución al problema. Llevarme a la cama a dos hombres calientes que me estaban volviendo loco y... Si Mark le ponía un dedo encima a Gabriel dudo que pudiera resistirlo. No era justo, era mi asistente y no quería compartirlo con nadie. Sacudí la cabeza para apartar la idea de mi imaginación.
Gabriel llegó a la hora acordada. Como era de esperarse el bodoque venía con él, pero no me molestó. Empujó el cochecito de Stelle y lo ubicó junto a él. Sacando los documentos comenzamos a revisar las cuentas.
Mi padre me había dejado unas cuantas propiedades y Gabriel me ayudaba administrarlas. La mayoría habían sido rentadas y la renovación de los contratos esperaba mi firma. Mientras estudiaba las cláusulas y condiciones, Gabriel pidió permiso para usar mi baño y se llevó a Stelle para un cambio de pañal. Cuando regresó la mesa estaba lista para que nos sentáramos a cenar.
Fue incómodo porque Mark salió del dormitorio, vestía una camiseta de algodón bastante ceñida y sus tetillas duras se marcaban bajo la tela. Gabriel no hizo comentarios, respondía lacónicamente cuando era necesario y casi no participó en la conversación pese a mis intentos por incluirlo en ella. Mark alabó mi espagueti y la salsa, se dedicó a ser el señor sonrisas sin dejar de mirar con curiosidad a Gabriel.
Cuando la cena terminó Mark recogió los platos y de llevó todo a la cocina, volvió a dejarme con mi asistente para que siguiéramos trabajando y se encerró en el dormitorio.
―Es tarde, será mejor que me marche. Lo más importante está hecho y puedo entregarte el informe de gastos mañana en la tarde. ―Señaló el reloj y echó un vistazo a su bebé que pataleaba dentro del coche.
―Es fin de semana y voy a salir, así que puedes terminar el informe el lunes.
―Lo enviaré a tu e-mail cuando esté terminado.
Salimos juntos, quería ir con él hasta la estación del metro, sabiendo que todavía estaba enojado para aceptar mi compañía argumenté que iba a buscar cigarrillos.
―¿Cigarrillos? Pero si no fumas.
―Son para Mark. ―Debí haber dicho que iba a comprar leche o huevos, mentirle a Gabriel con pequeñeces y ser descubierto se estaba convirtiendo en un hábito nada divertido. Él levantó los hombros como si no le importara y siguió empujando el cochecito. Me fijé en lo atractivo que se veía con una pañalera sobre su hombro, susurrándole palabras tranquilizadoras a su bebé y los celos se apoderaron de mí. Me gustaría que me dijera ese tipo de cosas lindas.
―¡Necesito comprar la fórmula láctea para Stelle! ―dijo deteniéndose en la intersección de la calle mirando la luz roja―. ¿Podrías esperar aquí con la nena mientras voy a esa tienda 24/7? Traeré tus cigarrillos.
Asentí tomando el manubrio del coche. Observé la manera en que corrió cruzando la calle. Su espalda oculta por el abrigo ideal para el clima frío de la noche y los vaqueros desgastados que le daban ese aire juvenil me hicieron suspirar pensando en lo delicioso que sería llegar a casa de su brazo y arrancarle cada una de esas prendas. La bebé se agitó en el coche.
―¿Qué pasa, bodoque? ¿Extrañas a papá?... Yo también. ―Ella soltó una carcajada, se divertía jugando con una sonaja―. ¡Suertuda! Volverá para llevarte con él. Es todo tuyo.
Gabriel salió de la tienda. Cargaba un paquete en sus brazos y caminó tranquilamente hacia nosotros. Esperó a que la luz cambiara de color y venía cruzando la calle cuando de la nada apareció un coche y lo embistió.
―¡Llamen a 911!
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