Sopa
—¿Estás seguro de que no prefieres carne? —le preguntó uno de los chicos que rodeaban la hoguera donde se preparaba sopa al ver que la miraba.
Los cazadores regresaron hacía media hora con los ingredientes para prepararla, pero Nalbrek se volvió a marchar cuando uno de los cazadores regresó al encontrar lo que sospechaba era una trampa de los humanos así que este fue a comprobarlo ya que era el único del grupo que conocía el olor de todos los humanos invasores por haber probado su sangre.
—Desde luego que prefiero carne —contestó él mirando la bola que acababa de sacar—. Pero no es como si tuviese otra opción —añadió mordisqueando la bola.
—No les hagas caso —terció Sarnat y él asintió sin dejar de comer.
Ya sabía que solo estaban bromeando a su costa y que no debería tomárselo en serio y aunque, en condiciones normales estaría molesto porque aquellos idiotas se aprovechasen de la situación, después de lo ocurrido algo dentro de él había cambiado, sobre todo después de oír a Nalbrek decirle que debería haber fingido debilidad cuando le dieron el primer activador y escapar en lugar de rebelarse sin sentido complicando la situación.
Desde que lo escuchó, aquella idea estaba dando vueltas en su cabeza haciéndolo sentir tan estúpido como miserable y es que hacía que se diese cuenta de que él mismo, su orgullo sin sentido, lo metió sin necesidad en una situación peligrosa. Los metió a los dos. Tal y como dijo Nalbrek, si cuando le dieron el primer activador hubiese fingido que le afectaba, liberando feromonas, los humanos, que no entendían bien el celo, lo hubiesen dejado en la caja en el suelo con los perros mucho más tranquilos y solo tendría que haber esperado el momento adecuado para romper la caja y escapar por el bosque pudiendo regresar a su pueblo en lugar de luchar sin motivo, recibiendo dos dosis más, una cada vez mayor que la otra, hasta que acabó en medio de ninguna parte, sin saber dónde estaba, y con la única salida de dejarse matar por unos perros.
Se sentía tan idiota...
Mordisqueó la bola mientras el aire traía el olor de la sopa haciendo que su estómago gruñese con fuerza protestando por no poder comerla, así que la ignoró escuchando a los demás burlarse de él. Cuando se recuperase y volviese a casa, iba a hacer el asado al aire libre más grande que se hubiese visto en la región y no pensaba darle nada a nadie.
Pensar aquello lo hizo sentir un poco mejor mientras terminaba de comerse la bola.
—¿Tienes más hambre? —le preguntó Sarnat acercándose.
—Lo cierto es que sí —admitió y es que, si de él dependiese, iría a donde estaba esa sopa y cogería una ración más que generosa con mucha carne.
—Eso es una buena señal —se alegró regresando a sus cosas y sacando un pequeño frasco—. Si esta noche te despiertas por el dolor, huele un poco, te ayudará a volver a dormirte —le explicó ofreciéndoselo.
—Gracias —le agradeció, cogiéndolo.
—Dawi, ¿quieres este trozo de carne? —le preguntó uno de los ciervos mostrándole un gran trozo de carne que acababa de sacar de la olla y al verlo, su estómago volvió a gruñir—. Oh, es cierto, no puedes comerla —asintió burlón.
—Muy gracioso —murmuró antes de suspirar.
Seguía sin ser capaz de enfadarse y es que, una parte de él se preguntaba qué lograría haciéndolo y la respuesta era nada. No estaba en condiciones de pelearse ni siquiera contra un ciervo y, si lo intentaba, el único que se metería en problemas cuando regresase Baem sería él por responder en exceso a una broma.
—Dejadlo en paz —les advirtió Sarnat sin que él le prestase excesiva atención ya que estaba empezando a segregar feromonas y fue un alivio descubrir que podía controlarlas y disminuirlas, aunque fuese un poco—. ¿Las estás controlando? —le preguntó al notarlo y él asintió—. Eso es bueno —continuó y él se sintió aliviado también.
—¿Qué ocurre? —intervino Nalbrek, que llegaba en ese momento.
—He podido disminuir mis feromonas —le explicó viendo cómo iba hacia la olla. Que envidia.
—Gracias —le dijo al ciervo que se burló de él quitándole el tazón que acababa de preparar con tanto trabajo.
—¿Qué? —Se sorprendió levantándose—. ¡Eh! ¡Eso es mío!, incluso me he asegurado de que no tenga nada de carne.
—Exacto —respondió Nalbrek sin detenerse y el ciervo lo miró molesto por un momento antes de chasquear la lengua disgustado y dirigirse a por otro tazón mientras los demás comenzaban a reírse.
—Esa sopa no tiene carne —le advirtió sin entender por qué la quería.
—Lo sé —asintió tendiéndole la sopa.
—¿Para mí? —inquirió después de un momento de sorpresa.
—Sarnat dijo que no podías comer carne y esto no la lleva.
—Si solo es la sopa, puedes intentar comerla. Tan solo hazlo poco a poco y observa la reacción —aceptó este.
—Gracias. Pero espera un momento —le pidió levantándose con algo de trabajo para dirigirse a la olla justo cuando el ciervo regresaba refunfuñando con un nuevo tazón—. Gracias —le dijo quitándole el tazón.
—Ese tazón lo he traído yo —le advirtió cuando se recuperó de la sorpresa.
—Lo sé y te agradezco que hayas ido a conseguirme uno. Eres muy considerado —respondió mientras servía la sopa con generosos trozos de carne.
—Yo no...
—Muchas gracias —lo interrumpió.
—Pe...
—Has sido muy amable trayéndomelo.
—Ese...
—Gracias —repitió alejándose con el tazón en la mano.
—Creo que será mejor que vayas a por otro —le gritó alguien y el chico se marchó disgustado mientras él regresaba.
—Toma —le tendió el tazón a Nalbrek.
—No hacía falta que me lo trajeses —negó este mientras lo cogía por lo que se sentó con dificultad antes de coger el suyo.
—Si tú me traes el mío, yo te traeré el tuyo.
—Tú estás convaleciente.
—Y tú has estado cazando. Además, solo he ido hasta la olla, apenas un par de pasos. No estoy tan débil —rechazó con un gesto despectivo mientras comenzaba a beber la sopa con cuidado. Deliciosa.
—Esta mañana no eras capaz de moverte.
—Me recupero rápido. Y ahora déjame disfrutar de mi felicidad —le advirtió antes de dar otro sorbo.
—Parece que te gusta el sabor de la carne que conseguí.
—Tengo hambre —asintió volviendo a beber y cuando vio que el ciervo lo miraba molesto con su nuevo tazón sonrió antes de continuar. Deliciosa.
Se apretó contra Nalbrek en busca de calor, pero era inútil. Por más que una camisa no protegía lo suficiente, las opciones eran limitadas. La opción más fácil era dormir con un fuego encendido como los humanos, pero ellos no podían hacerlo ya que el olor del humo no los dejaba percibir otros olores, por lo que, de manera instintiva les disgustaba y no podían dormir bien. Cuando viajaban, solo al cocinar lo toleraban y era más porque aprendían a hacerlo que porque les agradase, apagándolo en cuanto acaban de cocinar. Aquello, en condiciones normales no era un problema, ya que ellos eran más resistentes que los humanos, por lo que solo debían buscar un lugar resguardado, cambiar a su forma animal y podían pasar la noche sin mayores contratiempos.
Por desgracia, él no podía transformarse en su animal y vestirse no era una opción, ya que no sería una diferencia tan grande y dejaría inservible la ropa con tantas heridas. Sacrificar solo una camisa de Nalbrek había sido el mal menor. Así que, de nuevo, estaba en medio del bosque sin más protección que el pelaje de Nalbrek y una camisa que le llegaba a medio muslo.
Al menos tenía a aquel lobo.
Enterró la cara en su pelaje y comenzó a respirar con lentitud dejando que su olor lo llenase. Después de todo lo ocurrido, haber podido comer sopa caliente y tumbarse contra su pareja, debería haber caído bajo el embrujo del sueño hacía mucho tiempo, pero seguía despierto por una razón: cada vez que cerraba los ojos y comenzaba a adormilarse, los abría sobresaltado preguntándose si no estaría aún atrapado en aquella cueva, aún peor, si no estaría en la caja, siendo su escape una alucinación que vio en medio de un celo especialmente fuerte. Y, cada vez que lo hacía, se apretaba contra Nalbrek para asegurarse de que era real y estaba allí.
Si hubiesen estado los dos solos, habría empezado a segregar feromonas para lograr que su pareja se acostase con él solo para que su cuerpo tuviese una prueba lo bastante solida como para convencer a su mente, pero dado que no lo estaban, se tenía que conformar con aquello. Claro que no podía quejarse. A pesar de necesitar una prueba de que aquello era real, era consciente de que su cuerpo no resistiría hacerlo con su pareja ni una sola vez, empeorando. El problema era que dudaba que el no dormir lo ayudase, pero no podía hacer nada.
Avanzó por el camino hasta que al ver el pueblo se detuvo.
—¿Qué haces? —le preguntó Nalbrek al verlo.
—Quería copular nada más regresar a casa, pero estoy demasiado cansado —le explicó sin dejar de mirar al frente.
—Si quieres, te llevo —se ofreció.
—No serviría de nada —rechazó.
—Deberías haber aceptado mi ayuda y no avanzar por tu cuenta.
—Ya te dije que no me gusta depender de nadie, ni siquiera de ti —le recordó.
Al día siguiente de comer por primera vez la sopa, Baem los alcanzó con los demás comenzando a regresar de manera oficial y a lo largo de ese día sus heridas dejaron de sangrar, por lo que por fin pudo vestirse, pasando menos frío y, gracias a eso, a Nalbrek y a la comida regular empezó a mejorar mientras vigilaba su celo. Y aunque la mayor parte del viaje lo hizo sobre el lobo, aquella mañana se negó a montarse comenzando a andar. Aquello retrasó el grupo, que al final se dividió, marchándose Baem con otros dos miembros al pueblo y quedándose los demás con ellos mientras seguían avanzando y luego, a medida que el cuarto día transcurría, los miembros que quedaban fueron disminuyendo conforme se adelantaban hasta que solo quedaron ellos dos, que llegaban al pueblo poco después de la puesta de sol.
—Eres demasiado cabezota —se lamentó Nalbrek mientras avanzaban.
—Gracias —le agradeció—. Tengo hambre —se quejó.
—Pues no hay nada en la casa ahora mismo. Si quieres comida caliente, tendrás que esperar.
—Comeré esa dichosa bola y me iré a dormir —rechazó—. Estoy demasiado cansado.
—Por fin una cama —asintió Nalbrek feliz.
—Por fin —lo secundó.
—Tú no te puedes quejar, has dormido sobre mí, ¿pero yo?
—Es cierto que eres más blando que las piedras del suelo —admitió—, pero la cama tiene menos pelos que tú.
—Siempre tienes que quejarte por algo —se lamentó.
—Es parte de mi encanto —asintió cuando suspiró. En condiciones normales aquello habría sido un agradable paseo, pero lo cierto es que quería descansar.
—¿Tan cansado estás?
—Sí —admitió—. Por suerte estamos cerca —añadió avanzando por el pueblo y obviando las miradas de los demás.
—Yo iré a ver a Baem y a decirle que hemos llegado, tú ve a casa.
—Esa es una oferta que no puedo rechazar, así que gracias. Te espero en casa —le agradeció separándose.
Una vez en la casa entró dirigiéndose a los cubos, cuando al ver que ya tenían agua dio las gracias a quién hubiese sido tan amable cogiendo una tela y sumergiéndola en uno de los cubos antes de comenzar a quitarse los emplastos con cuidado y observando sus heridas. Estaban mejorando y apenas dolían. Una vez que acabó, cogió la tela comenzando a lavarse con cuidado y estaba en ello cuando Nalbrek regresó.
—¿Podrías quitarme los emplastos de la espalda? —le pidió.
—Claro —asintió este acercándose para ayudarlo.
—¿Qué te ha dicho Baem?
—Que descansemos y mañana vaya a primera hora a hablar con él. Hay muchas cosas de las que hablar, pero primero Sarnat debe dar su permiso—le explicó mientras cogía la tela comenzando a lavarle la espalda, algo que le agradeció.
—¿Están molestos?
—Creo que la gente del pueblo primero quiere hablar contigo antes de decidir hasta qué punto están molestos y eso ya es una buena señal —respondió mientras lo limpiaba con cuidado—. Unos humanos llegaron hasta aquí y te tendieron una trampa con ayuda de Sujan. Eso es lo que ahora preocupa a todos. Y no solo de este pueblo. Unos humanos lograsen pasar varias semanas tan en el interior sin que nadie se percatase. Tuviese ayuda de uno de los nuestros o no, es preocupante.
—¿Sujan? ¿Dónde está?
—Creo que nunca imaginó que podríamos encontrarte, así que no intentó huir hasta que no fue demasiado tarde y ahora está encerrado junto con sus amigos. No ha dicho ni una sola palabra desde que lo atraparon —le explicó acabando de lavarle la espalda comenzando a ponerse los emplastos.
—¿Nada?
—Nada. Tan solo, cuando supo que te habíamos encontrado y que regresabas, pareció molesto, pero siguió sin hablar.
—Vaya —murmuró. Él había esperado que negase las acusaciones o que dijese que era lo justo ya que ellos evitaron que matase al humano, pero nunca se imaginó que no diría nada.
—Cuando el pueblo se reúna para juzgarlo, ¿irás?
—Desde luego —asintió él comenzando a mordisquear una bola mientras Nalbrek cogía verduras empezando a cocinar—. Quiero comer —se lamentó al verlo.
—¿Puedes esperar a que esté lista la comida? —le preguntó y él negó.
—Estoy demasiado cansado —admitió mirando la bola con un suspiro. Sabía tan mal como siempre, pero no podía negar que lo ayudaba—. Y ahora me voy a dormir —sentenció cuando acabó de comer levantándose para dirigirse a la cama—. Buenas noches —se despidió.
—Buenas noches —contestó Nalbrek mientras él se metía en la cama. Por fin, pensó metiéndose entre las mantas.
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