Si eres parte del pueblo

Se tumbó en la hierba en su forma humana mientras las mantas se secaban. Aquel día amaneció con un luminoso sol así que decidió hacer la colada aprovechando que no hacía tanto frío. Una excusa tan buena como otra cualquiera para salir del pueblo y aunque no pudo hacerlo con su forma de zorro, fue agradable pasear bajo los árboles, meterse en el agua helada comprobando que sus heridas estaban ya curadas y volvía a estar en forma. En cuanto llegase la primavera, Nalbrek se quedaría en casa y él saldría a cazar todos los días.

Se detuvo cuando llegó hasta él un olor familiar y al poco el sonido se lo confirmó. Niños. Herbívoros, además, y dado que ya tuvo bastante, se ocultó quedándose quieto hasta que pasaron entre risas quedando todo en silencio. Se volvió a tumbar cuando escuchó a alguien que se acercaba llorando.

—Oye, tú —llamó al niño conejo que se acercaba y este lo miró congelándose en el sitio— Tú eras... Mere —dijo al recordarlo por fin. Demasiados niños conejos—. Ven —lo llamó y este lo miró sin moverse— Ven —repitió más exigente y este palideció—. Dichosos conejos —murmuró disgustado acercándose y el niño lo miró por un momento, agrandando los ojos, cuando se dio la vuelta para echar a correr, pero él fue más rápido, cogiéndolo para levantarlo—. ¿Acaso no sabes que no debes correr delante de un depredador? —le preguntó zarandeándolo cuando suspiró al ver sus enormes ojos llenos de lágrimas. Era imposible enfadarse con un niño conejo, sobre todo tan pequeño—. Muy bien, vamos a volver a empezar. Tú eres Mere, ¿verdad? —El niño asintió —. ¿Sabes quién soy?

—Dau el zorro. Madre está muy molesta contigo y dice que, si dentro de un mes está embarazada, tú te harás cargo del bebé.

—Sí, bueno... Bien, Mere, tú sabes que yo soy un cazador, ¿verdad? —El niño asintió pálido de nuevo—. Y tú sabes que no debes correr delante de un cazador —Mere volvió a asentir—. Entonces la pregunta es, ¿si te dejo en el suelo, podrás quedarte quieto? Piénsalo bien, porque es una pregunta muy importante.

—No lo sé —contestó el niño.

—Pues ya se me está cansado el brazo —se lamentó cuando tuvo una idea, dirigiéndose a un árbol cercano— Siéntate en la rama —le indicó y el niño lo hizo sentándose mientras él se masajeaba el brazo. Aquel niño pesaba más de lo que parecía.

—¿No me vas a comer? —le preguntó el niño.

—Los cambiantes no están en mi dieta, no cuando yo soy uno —negó sin dejar de masajearse el brazo.

—Los demás dicen que coméis niños —le explicó.

—¿Y para qué iba a querer comer niños cuando puedo encontrar conejos salvajes adultos?

—¿Entonces no te gusta comer niños?

—A nadie le gusta comer niños, ni adultos si son cambiantes. Prefiero animales salvajes, su piel es muy práctica. Pero dejemos mis preferencias culinarias y dime, ¿por qué llorabas?

—Porque...— comenzó mientras los ojos se le llenaban de lágrimas comenzando a llorar—. Mi madre me va a castigar.

—Y con razón —asintió al darse cuenta de que tenía la ropa llena de líquido de moras—. ¿Acaso no sabes que, si vas a comer moras, debes ir sin ropa?

—Pero es que me lo regaló mi abuela y quería enseñárselo a todos —le explicó.

—Y te lo pones para comer moras.

—Yo no sabía que íbamos a comer moras, pero cuando los demás fueron y empezaron a comer...

—¿Y por qué no te lo quitaste?

—Todos eran muy rápidos y yo quería comer también. Cuando regrese, madre me va a castigar cuando vea que lo he manchado a pesar de que me dijo que no me lo pusiese —se lamentó mientras aquellos enormes ojos se le llenaban de lágrimas.

—Muy bien, vamos —decidió bajándolo.

—¿Ir? —le preguntó Mere sin entender.

—A solucionar tu problema.





—Sigue machacando —le advirtió al ver que se detenía.

—Pero ya me duele el brazo.

—A las hierbas no le importa y a mí tampoco. Además, es tu ropa. Yo te estoy ayudando, así que no te quejes. Lo que no entiendo es cómo es posible que no sepas ni como hacer la pasta para deshacerte de este tipo de manchas, ¿acaso tus padres no te enseñan nada?

—Madre está demasiado ocupada con los demás.

—¿Y tu padre?

—Dice que un marcador no lava la ropa, que eso es cosa de marcados.

—¿Tu padre se viste?

—Claro —asintió Mere desconcertado.

—Pues si se viste, debería saber cómo lavar la ropa. ¿Qué es eso de que es "cosa de marcados"? ¿Es idiota? ¿Acaso la ropa de los marcadores no se ensucia? No entiendo como alguien puede ser tan tonto.

—Madre también dice que padre es un idiota.

—Pues debería decírselo más a menudo. Y tú deberías aprender a lavar la ropa para no ser un adulto inútil como tu padre. Así que acompaña a tu madre y aprende de ella.

—No, yo quiero jugar —protestó.

—Entonces no te quejes sí, cuando seas un adulto, te llaman inútil. Todo adulto debe saber cazar, cocinar, limpiar, lavar, coser, cortar leña, ocuparse de un huerto y arreglar cosas sencillas de la casa y eso es algo que debes aprender ahora —añadió mirándolo.

—¿Y si no lo hago?

—Serás un inútil que tendrá que tener siempre a alguien a su lado que lo cuide —contestó.

—¿Tú sabes hacer todas esas cosas?

—Claro, y soy muy bueno, sobre todo con el cuero —le explicó—. Es mi especialidad. ¿Qué ocurre? —le preguntó cuando Mere se levantó de repente mirando a su alrededor con atención.

—Alguien nos mira —contestó olfateando y aunque él no sentía nada, sabía que no se debían subestimar los instintos de una presa, así que se levantó prestando atención hasta que la vio.

—Liska —la llamó—. Te estoy viendo, así que sal y ven —le advirtió y esta salió disgustada de entre los árboles acercándose—. Justo a tiempo —le dijo cuando llegó a su lado.

—¿A tiempo? —le preguntó Liska.

—Toma una piedra y empieza a machacar hojas —le indicó.





Que Mere estaba incómodo era evidente. Que Liska estaba molesta también. Pero él no pensaba dejar escapar a ninguno de los dos. La relación entre los niños cazadores y depredadores estaba destruida y, aunque los padres estaban hablando para arreglar las cosas, se estaban olvidando de un detalle importante: habían enseñado a sus hijos a desconfiar los unos de los otros y eso no se arreglaría solo poniéndolos en el mismo espacio para jugar y él tenía la prueba delante. Aquellos dos niños se comportaban como si el otro no existiese, sintiéndose amenazados por la mera presencia del otro. Mere, porque era una presa, Liska, porque temía ser acusada de nuevo de atacar a alguien si se movía. Los adultos podían fingir que sus prejuicios no existían si querían, pero los niños no. Por suerte, los niños podían hacer una cosa con más facilidad que los adultos: admitir que estaban equivocados y cambiar su conducta.

—Muy bien —dijo dejando la piedra y mirando a los dos niños, que machacaban la hierba en silencio—. Veamos si hay suficiente —anunció cogiendo la ropa de Mere— Prestad atención, ahora esta pasta se debe poner sobre toda la mancha —les explicó.

—Parecen gusanos machacados —murmuró Mere acercándose y escuchó a Liska reírse—. Pero huele mucho mejor.

—Lo de gusanos machacados es una buena pista de cuando es suficiente. Si es blanco y parecen gusanos machacados, es el momento de dejar de golpear. Debemos asegurarnos de que la mancha se cubre bien —prosiguió y ambos niños asintieron mientras miraban atentos—. Ahora traed lo que habéis machacado y echadlo. Mere, tú en la camisa, Liska, en los pantalones.

—¿Y por qué debo ayudarlo?

—Porque, como te dije antes, un miembro del pueblo tiene problemas y tu deber es ayudarlo si puedes —le recordó.

—Pero es un conejo.

—Porque en nuestro pueblo hay conejos, muchos, además. Así que las probabilidades de que ayudes o seas ayudada por un conejo, son muy altas. Y ahora comenzad, se acaba el tiempo —añadió señalando el sol, que subía con lentitud, pero sin detenerse y ambos niños comenzaron hasta que, varios minutos y algunas correcciones de su parte después, tenían las manchas cubiertas, por lo que cogió la ropa poniéndola al sol— Y ahora esperaremos a que se seque —anunció sentándose—. Vamos, sentaos —les indicó y estos lo hicieron a disgusto— Mere, ¿no tienes nada que decirle a Liska? —le preguntó a este y Mere lo miró—. Liska te ha ayudado a machacar la hierba y a echarla, eso nos ha ahorrado mucho trabajo —le recordó.

—Gracias —le dijo con timidez.

—Liska, te están dando las gracias —la azuzó.

—De nada —contestó a media voz, sin mirarlo.

—¿Por qué se pone al sol? —inquirió Mere con curiosidad.

—Primero dejamos que se seque y luego se lava. Es la manera correcta de hacerlo —le explicó—. Y mientras esperamos, ¿qué tal unas carreras? —propuso.

—¿Correr? —preguntaron ambos a la vez mientras negaban con la cabeza.

—Pues es lo que yo hacía con vuestra edad. ¿Acaso no os gusta correr? —les preguntó mirándolos alternativamente.

—Sí —asintieron ambos en voz baja.

—¿Y si os gusta por qué no queréis?

—Madre me dijo que no persiguiese a nadie —contestó Liska.

—Madre me dijo que tuviese cuidado con los depredadores —respondió Mere.

—Ya veo —murmuró mirándolos mientras asentía con la cabeza—. Los niños de ahora sois idiotas.

—No somos idiotas —negaron ambos indignados.

—Sí lo sois.

—No lo somos.

—Desde luego que sí —se reafirmó—. La regla es los cazadores no persiguen y las presas no huyen —les recordó y estos asintieron—. ¿Y tú eres tan idiota como para correr hacia tu rival en una carrera para ponerte delante? —le preguntó a Mere—. ¿O tú vas a quedarte detrás de tu rival para llegar la segunda en una carrera? —prosiguió volviéndose hacia Liska.

—Pero es que yo no quiero perseguirlo —murmuró Liska con voz temblorosa.

—Por eso he dicho una carrera, no jugar a cazar —le recordó—. Jugar a cazar está prohibido, pero ¿una carrera? Ah, ya entiendo —asintió cambiando se estrategia—. Sois demasiado lentos, por eso no queréis. Porque os da vergüenza que os vean.

—No soy lenta —negó Liska molesta.

—Yo tampoco —negó Mere.

—Pues demostradlo.

—Muy bien, las reglas son fáciles, debéis llegar cada uno a vuestra roca, subiros, dar la vuelta y bajar para regresar corriendo —les recodó señalando las dos rocas que estaban a medio camino—. Si no subís, no cuenta, y si no giráis arriba, tampoco ¿entendido? —les preguntó y ambos asintieron—. Pues poneos en posición —los azuzó y estos lo hicieron a regañadientes. No estaban muy felices, pero él no pensaba dejarlos ir—. ¿Estáis listos?

—Dau —lo llamó Mere.

—¿Qué?

—¿Y si intenta cazarme?

—Haremos lo que se ha hecho siempre —contestó cogiéndolo con un brazo y a Liska con el otro para levantarlos a ambos del suelo y alejándolos.

—Suéltame —exigió Liska molesta, así que lo hizo.

—Pero no te preocupes, Liska no te perseguirá siempre y cuando tú no te cruces en su camino y no creo que seas un conejo tan estúpido como para no poder correr en línea recta.

—Desde luego que no —negó este molesto.

—Muy bien. Tú corre recto y tú —prosiguió volviéndose hacia Liska—, solo mira a las rocas.

—¿De verdad estará bien? —le preguntó Liska en voz baja.

—¿Te gusta comer rocas?

—No —negó esta mirándolo como si fuese estúpido.

—Entonces concéntrate en la roca y no habrá problemas. Preparaos... Vamos —gritó y vio a los dos empezar a correr sin demasiado entusiasmo—. He visto tortugas de ochenta años más rápidas —les advirtió viendo como avanzaban y Liska aceleró—. Mere, pensaba que los conejos eran rápidos —le gritó viendo como llegaban a la roca y subían girando antes de saltar para regresar—. ¿Y vosotros sois un hurón y un conejo? Porque ni las carpas recién nacidas son tan lentas.

—Las carpas recién nacidas no saben andar.

—Y aun así son más rápidas que vosotros. Así que vamos a intentarlo otra vez.


Después de cinco carreras, aquellos dos se relajaron lo suficiente como para comenzar a correr de verdad, centrándose en sí mismos y olvidándose del otro hasta tal punto que Mere cambió a conejo, así que tuvo que cambiar a zorro para alcanzarlo transformándose en humano en el último momento para cogerlo.

—Cambia a humano, ahora —le advirtió a la temblorosa bola que tenía entre las manos mientras Liska regresaba—. Tú espera ahí hasta que vuelva a ser humano —le advirtió a Liska y esta asintió—. Cambia —repitió y Mere lo hizo, por lo que lo puso en el suelo—. ¿Cómo se te ocurre cambiar?

—Yo solo quería ir más rápido.

—Mere, ¿cuándo tenéis permitido cambiar los herbívoros?

—Cuando estoy en lugar seguro o debo esconderme en una madriguera —contestó.

—¿Ahora estabas en alguna de esas dos situaciones? —Mere negó—. Las normas son importantes para tu seguridad, no solo por Liska y por mí. Si cuando estás corriendo en tu forma animal, algo te asusta, puedes huir sin pensar y eso es muy peligroso porque puedes perderte—Mere asintió.

—Lo siento —murmuró.

—No te lo digo para que te disculpes, te lo digo porque es peligroso —repitió—. Las reglas se hicieron para que pudieseis jugar seguros, así que respétalas. Y ahora vamos a ver la ropa, ya debe haberse secado la masa —murmuró acercándose y, cuando comprobó que tenía razón, le dio una prenda a cada uno y los puso a lavar en el rio hasta que acabaron.

—Se ha quitado la mancha de verdad —estaba diciendo Mere sorprendido.

—¿No te dije que esto la quitaría sin dejar ningún rastro? Pero, la próxima vez, quítate la ropa —le advirtió mientras terminaba de extender la ropa y este asintió—. Y ahora ¿a quién le apetece una carrera hasta los árboles de bayas?






Media hora después regresaba al río con los dos niños hablando delante de él cuando Mere levantó la cabeza olfateando.

—Madre —gritó corriendo y al poco sintió el olor de la madre de Mere. Los conejos tenían muy buen olfato. Vio como la madre de Mere se acercaba molesta así que la esperó.

—¿Qué hacías con mi hijo? —exigió.

—Madre, él me ha llevado a comer bayas —le explicó Mere—. He ido con Liska y Dau.

—¿Solo con ellos? —preguntó la madre tensa.

—Sí, solo nosotros dos. Sus hermanos y amigos lo dejaron atrás y no había nadie más —respondió él retador.

—Está bien, vámonos —le dijo a su hijo.

—Espera —le pidió Mere a su madre corriendo hacia la ropa.

—Mere —le advirtió él.

—Cierto –contestó este deteniéndose para comenzar a andar rápido antes de regresar con la ropa limpia—. Mira, madre. La he lavado yo —le dijo con orgullo enseñándole la ropa impecable.

—Comiste moras y te manchaste la ropa, ¿verdad? —adivinó la madre en tono gélido y Mere sonrió culpable—. Vamos a casa —repitió cansada.

—¿Podrías llevarte a Liska también? —le preguntó él a la madre.

—¿A Liska?

—Es hora de comer y yo tengo que ir a recoger mi propia ropa —le explicó.

—Está bien, vamos —aceptó.

—Y mañana os espero a los dos —les dijo y ambos niños asintieron—. Y no olvidéis no correr, sobre todo tú, Mere. No quiero que te conviertas en conejo y tener que buscarte toda la tarde porque te has perdido —le advirtió.

—Solo andaré rápido —le aseguró.

—Y tú Liska, camina al lado —le recordó y esta asintió mientras se marchaban hablando de lo que iban a hacer el día siguiente y es que, de alguna manera, él se había comprometido a enseñar a aquellos dos a trabajar el cuero.

Vio como se alejaban antes de dirigirse al lugar del río donde estaba su ropa, llegando cuando el sol estaba empezando a bajar, así que se vistió mientras chasqueaba la lengua, disgustado. Tenía planeado ocuparse del huerto, pero acabó pasando la mañana allí con aquellos niños. Recogió la ropa regresando hasta que, al llegar a su casa, se dio cuenta de que Nalbrek tampoco estaba allí. Al parecer, le tocaba de nuevo hacer la comida.





Me encantan las escenas tranquilas en las que no pasa nada😇

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