Las cinco familias
Por fin llegaron hasta la base de la montaña, subiendo los cuatro escalones de una de tantas escalinatas que llevaban a la pasarela de madera que iba de extremo a extremo y, una vez allí, cruzaron los pocos metros que separaban a estas de la puerta más cercana mientras él se preguntaba si, de verdad, era necesario haber talado tantos árboles para hacer aquello. Era hermoso, sí, pero él prefería un buen árbol bajo el que recostarse antes que un pulido suelo de madera sobre el que andar.
Cruzó la puerta, que resultó ser mucho más grande de lo que supuso, para encontrarse con un pasillo con el suelo, las paredes y el techo recubiertos de la misma madera clara, si no fuese porque sabía que estaba dentro de una montaña, hubiese pensado que se trataba de un edificio normal.
—Vamos lo azuzó Hilmar adentrándose, así que lo siguió mirando las puertas más oscuras distribuidas a lo largo de la pared. ¿Cómo se orientaba uno allí dentro? Solo sabía donde estaban las salidas por el olor al exterior, pero aquellos pasillos eran todos iguales.
—Esto es sorprendente —admitió mirando alrededor mientras buscaba cosas que lo ayudasen a orientarse.
—Se ha trabajado en las cuevas durante generaciones, tanto agrandando y alisando las paredes como con el recubrimiento —le explicó con orgullo.
—¿Y todas las casas que están dentro de la montaña son así?
—La mía es muy parecida, pero cuanto más arriba están construidas las casas, más nuevas son y eso significa menos trabajo. Se necesitan muchas generaciones para hacer algo así.
—Comprendo —asintió mientras sentía la tensión de Nalbrek. Seguía alerta a pesar de todo el tiempo que llevaba allí—. ¿Y hasta dónde tenemos que ir?
—No te preocupes —negó avanzando hasta que se detuvo frente a una puerta, a la que llamó con firmeza antes de entrar—. He traído al compañero de Nalbrek —anunció antes de hacerle una seña para que entrase.
—Buenas tardes —saludó entrando y aunque él esperaba encontrarse con una sala de reuniones, quizás incluso con una especie de tribunal, se encontró dentro de una pequeña y acogedora habitación con una chimenea sin encender a un lado, una ventana que parecía dar a un jardín a pesar de que estaban en el interior de la montaña al otro y una espesa alfombra roja sobre la cual había puestas en un círculo seis jamugas de madera con el asiento de cuero, cinco de ellas ocupadas por gente que no conocía, la sexta, por Nalbrek.
—Así que aquí tenemos a tu pareja —dijo uno de los hombres, que estaba sentado, levantándose para acercarse y dentro de él maldijo a los lobos por ser tan altos. Era difícil mantener la compostura cuando un lobo dominante se acercaba a ti.
—Así es —confirmó Nalbrek con un tono mucho más suave de lo que esperaba dado lo que sentía por su conexión. Se volvió hacia el hombre de pelo canoso que se acercaba para analizarlo con unos ojos verdes que parecían cortarlo. Si fuese un conejo, ya estaría saliendo por las puertas de la ciudad.
—Así que su pareja —murmuró el hombre y él asintió.
—Soy Dau —se presentó.
—A nadie le interesa quién eres —dijo alguien y, al mirar, vio a un chico joven que estaba de pie cerca de la puerta.
—Lo lamento. Es que mi madre me enseñó modales y es difícil resistirse a ellos —le explicó y el chico gruñó.
Los jóvenes de aquel lugar parecían tener un problema con el complejo de superioridad. Necesitaban un viaje lejos de las faldas de sus madres. Un par de días fuera de allí y después de la tercera vez que los niños ardilla le robasen todas sus cosas, tendrían una mejor perspectiva del mundo.
—Aksel —le advirtió un hombre de pelo castaño de edad similar al que se había levantado y el chico se calmó de inmediato.
—Al parecer eres un zorro —dijo un tercer hombre de pelo negro con canas entremezclada y que, como los demás tenían una abundante mata de pelo que se convertía de alguna manera en una barba bien cuidada.
—Lo soy.
—Y su pareja —prosiguió el hombre.
—Los Uiba siempre han tenido un gusto muy dudoso para elegir pareja, por eso tuvimos que intervenir —terció un hombre de pelo negro y ojos grises sonriendo de una manera desagradable.
—No menos que tu sobrino —replicó un hombre de pelo castaño de edad similar a los demás, solo que de penetrantes ojos azules.
—Pero estamos siendo muy maleducados con nuestro invitado al no presentarnos. Yo soy Rilek, de la familia Grad —se presentó el hombre de cabellos castaños acercándose para mirarlo desde arriba. Quería impresionarlo—. Él es Asgveir, de la familia Huvit —continuó señalando al hombre de pelo blanco—. Kyell, tío de Hilmar —prosiguió señalando al hombre que habló del mal gusto de la familia de Nalbrek—. Gulbran, de la familia Brun y quien todavía no ha hablado es...
—Nijal y mi familia es Svat, pero me imagino que dentro de dos minutos no recordarás nada —lo interrumpió el quinto hombre de cabellos claros mirándolo con interés. Aquel hombre parecía el más joven de aquel grupo.
—Recordaré que sois cinco. Y el niño —añadió.
—Yo no soy ningún niño, tengo dieciséis años —protestó Aksel.
—Si tienes que recurrir a tu edad, entonces eres un niño —replicó.
—Había escuchado que los zorros son rápidos y al parecer es verdad —terció Kyell—. Me pregunto qué tan útil es esa rapidez.
—Lo suficiente como para mantener mi cola lejos de las moscas.
—¿Y de los lobos?
—Cuanto más grandes, más fácil verlos venir.
—Por favor, dejemos las bromas. Aunque estemos muy disgustados con Andros por robar a uno de nosotros cuando era un bebe indefenso, no podemos culpar a la víctima ni a su pareja —terció Asveir—. Hilmar, ¿podrías llevar a nuestros invitados a descansar? Ya hemos terminado por el momento y ha sido un viaje largo hasta aquí por lo que imagino que querrán retirarse.
—Desde luego —asintió este servicial. Casi lo veía mover la cola—. Vamos —les indicó de manera que salieron detrás de él comenzando a avanzar a través de los largos pasillos.
—No estamos saliendo —señaló después de un momento y es que el aire se volvía más denso, no menos.
—Eso es porque vamos a la casa de la familia Uiba, y esta se encuentra dentro de la montaña.
—¿La familia Uiba tenía su propia casa? ¿Aquí dentro?
—Desde luego. Era una de las familias que estuvo en la ciudad desde el principio.
—¿Pero no habías dicho que las familias fundadoras eran cinco?
—Porque no lo son. Los Uiba son especiales.
—¿Especiales por qué?
—Porque son Uiba.
—Lo que dices no tiene sentido —le advirtió.
—Desde luego que sí. Los Uiba son especiales, por eso, aunque son parte de esta ciudad desde el principio, no son una familia fundadora.
—Sigue sin tener sentido. ¿Por qué ellos no son considerados como miembros fundadores?
—Porque son especiales.
—No empieces a hablar como Nal y explícate —exigió.
—No te preocupes por las reglas de la ciudad —respondió condescendiente, así que se volvió hacia Nal, pero este estaba demasiado preocupado por lo que estaba pasando para poder hablar con él en ese momento—. Ya hemos llegado —anunció Hilmar deteniéndose delante de una sólida puerta, que abrió con una llave.
—Es la primera vez que veo una puerta que tiene llave —murmuró viendo como la giraba.
—Aquí tampoco es común.
—¿Y entonces por qué esta puerta tiene una? —preguntó y Hilmar abrió la boca sin saber muy bien qué decir.
—Así no podíamos escaparnos —contestó Nalbrek empujando las puertas
—Para saber que es para encerraros, entras son demasiado entusiasmo —se lamentó al ver como entraba —. Búscanos otro lugar —le advirtió a Hilmar. Tal vez Nal estaba loco y podía aceptar aquello, pero él no.
—Eso es imposible —rechazó Hilmar.
—Esta es una ciudad construida en una montaña, debe haber una habitación vacía en alguna parte. Encuéntrala.
—Las reglas de la ciudad dicen que nadie de las cinco familias puede acoger a un Uiba en su casa.
—¿Ni aunque sea un invitado?
—Sigue siendo un Uiba. Nadie puede acogerlo.
—Dichosas reglas —murmuró. Y es que, si era una regla, todos la respetarían—. ¿Y la ciudad que hemos cruzado?
—No es seguro.
—No es seguro —repitió.
—Ya te dije que hay mucha gente aquí que odia a la familia de Nalbrek y que él no haya tenido nada que ver con esos sucesos, no importa. El consejo no se arriesgará a que el último Uiba sea dañado. Vosotros dormiréis aquí —zanjó en un tono que conocía muy bien y que indicaba que no había nada que hacer.
—¿Estás seguro de que es la única opción?
—Es la más segura para Nalbrek y para ti. Créeme —le aseguró serio.
—Está bien —aceptó tendiendo la mano. Hilmar era su amigo desde niños y si decía que era la mejor opción, tenía que aceptarlo.
—¿Qué? —preguntó este sin entender al ver su mano.
—La llave —exigió.
—No te pienso dar la llave, es del pueblo.
—Y yo no pienso estar en un lugar en el que me pueden encerrar, así que o me das la llave o no te quejes cuando rompa esa cerradura.
—No puedes romper cosas aquí —le advirtió.
—Intenta encerrarme y verás si puedo romper cosas o no.
—Nadie te está encerrando —negó el lobo conciliador.
—La llave —repitió y, por fin, Hilmar se la dio disgustado así que la cogió entrando a un pequeño recibidor.
—El lugar lleva cerrado desde...— comenzó este mientras se dirigía a un lado cuando se detuvo—. Mucho tiempo —se corrigió —. Pero se ha acondicionado una habitación para que podáis usarla —añadió abriendo un ventanuco que iluminó el pequeño recibidor del que salía una escalera que subía hacia la oscuridad, pero ni rastro de Nal.
—Como te caigas y te rompas algo, no pienso cargarte —le advirtió molesto a Nalbrek subiendo las escaleras de dos en dos y es que, aquel idiota, no estaba allí, lo que significaba que subió aquellas escaleras a oscuras a pesar de no conocer el lugar.
Llegó arriba descubriendo que daba a un pequeño descansillo que se extendía a izquierda y derecha en dos pasillos gemelos, uno de ellos con suelos de madera, estando iluminado tan solo el pasillo de la derecha gracias a la luz que entraba a través de una puerta abierta cerca de donde ellos estaban. Se dirigió hacia allí encontrándose con una habitación con una amplia cama, dos mesas pequeñas y una ventana que daba a un patio interior, solo que, a diferencia del patio que en la sala donde se reunió con Nal, aquello solo era un pozo excavado en la roca que dejaba entrar la luz y el aire, pero apenas suficiente como para que dos personas pudiesen salir juntas.
—Un poco estrecho, ¿no? —preguntó señalándolo.
—No es fácil abrir pozos en la roca —se justificó Hilmar que lo había seguido.
—En tal caso, tal vez deberían haber construido la casa en otro sitio —replicó él.
—Fueron ellos los que eligieron vivir aquí.
—¿De verdad? —replicó enseñándole la llave y Hilmar se lo quedó mirando molesto.
—Hoy comeréis en mi casa, Rishi se alegrará de veros.
—Mañana —lo detuvo.
—¿Mañana? —le preguntó Hilmar sin comprender.
—Ha sido un viaje muy largo, así que cualquier cosa, mañana. Te agradeceríamos que se lo dijeses a quién corresponda. Sé que puede parecer desconsiderado, pero tanto Nal como yo, necesitamos recuperarnos un poco antes de empezar a enfrentarnos a una manada de lobos territoriales intentando demostrarnos que ellos tienen los colmillos más grandes. Además, es la primera vez que Nalbrek está aquí, creo que tú entenderás mejor que nadie que necesita un poco de tiempo.
—Comprendido. Lo comunicaré al consejo y pediré que os dejen tranquilos —aceptó saliendo de la habitación y comenzando a bajar por lo que lo siguió—. No sé si me escucharán, pero lo intentaré.
—Me conformo con que se lo digas.
—¿Y la comida?
—Aún tenemos cosas que trajimos para el viaje, nos las arreglaremos con eso. Gracias por el recibimiento y la guía.
—De nada —contestó Hilmar saliendo. Al parecer aún estaban lo bastante unidos como para entender que estaba preocupado por Nalbrek.
Cerró la puerta con la llave antes de coger la cuerda que siempre llevaba con él y atar los dos pomos de la puerta. No los iba a detener en caso de que decidiesen entrar, pero esperaba comunicarles que no deseaban visitas.
Bienvenidos a la casa de la familia Uiba 😁😇
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