Entrando en la ciudad de los lobos
Regresó perezoso por el camino sacudiéndose el agua. Después de tantos días de viaje, era agradable dejar atrás el polvo. Y el olor a lobo.
—Sí, sí, ya voy —murmuró sin cambiar el suave trote.
—El consejo de la ciudad te está esperando y no es correcto hacer esperar a tus anfitriones.
—Tampoco es correcto tener a un invitado esperando fuera tanto tiempo, después de un largo viaje, sin ofrecerle ni siquiera agua y ellos lo hicieron —replicó él.
—Estamos ocupados.
—Y yo cansado —replicó acercándose cambiando a humano para cruzarse de brazos.
—¿Qué? —le preguntó Hilmar a la defensiva bajando la ropa que le tendía.
—Saluda, perro estúpido.
—No soy un perro.
—Los lobos son perros hiper desarrollados. Y ahora saluda —repitió.
—Me alegra verte.
—No hace falta que seas tan efusivo, solo hace un par de semanas desde la última vez que nos vimos. Aunque tú has empeorado —añadió olfateando, olía más aún a lobo si cabía—. ¿Nalbrek? —le preguntó cogiendo su ropa y comenzando a vestirse.
—Todavía está con el consejo.
—¿Todavía? —Cuando Nal entró en la ciudad sintió su tensión, algo normal dada la situación, pero por más que había esperado, aquel lobo no se había relajado y ahora entendía la razón: lo estaban interrogando.
—La situación de Nalbrek es compleja. ¿Sabías que es un fiel? —inquirió con precaución.
—No es un fiel, su madre lo fue —lo corrigió—. Y sí, lo sabía. Me lo dijo antes de venir aquí.
—Eso ha causado una pequeña conmoción. Todos pensaban que falleció cuando era un bebe, y aunque existían rumores, creo que se han sorprendido al comprobar que era él de verdad.
—¿Tú se lo dijiste?
—Me preguntaron sobre él porque habían oído hablar de un lobo con la capacidad de ver las relaciones, pero nunca pensé que era un fiel —asintió—. Por más que supiese que tenía una historia, pertenecer a esa familia...
—A mí también me sorprendió —admitió.
—¿Te contó algo más? ¿Algo sobre su familia?
—No mucho —negó pensativo fingiendo que no se daba cuenta de que aquello se estaba convirtiendo en un interrogatorio—. Siempre me dice que soy su pareja —Hilmar asintió sonriendo—, y cuando nos unimos, me explicó que lo sabía porque puede ver la conexión entre las personas, sea lo que sea que significa eso. También me dijo que algunos miembros de su familia podían verlo, entre ellos su madre, pero nunca imaginé que eso significaba que era un fiel. Siempre me los imaginé... ya sabes. Enormes lobos de tres metros irguiéndose contra la luna preparados para desgarrar la garganta de cualquiera que amenazase a su manada. Nada que ver con Nalbrek.
—Menos mal que no está aquí para escucharte —replicó Hilmar divertido.
—No es culpa mía que no se parezca a esa imagen. ¿Aquí qué se dice de su familia? —prosiguió casual también.
—No mucho, ya sabes. Parecen ser odiados por todos, ya que todas las familias tienen alguna historia que contar.
—¿Historia que contar sobre qué? —lo azuzó.
—Cosas de lobos, no debes preocuparte.
—Nalbrek es mi pareja, claro que me preocupa —le advirtió molesto.
—Te lo contaré después. Ahora debemos ir con Nalbrek.
—Está bien —aceptó disgustado mientras Hilmar comenzaba a andar hacia la puerta de entrada, así que lo siguió con sus pertenencias. Al parecer los lobos habían decidido ser listos, y las enormes puertas de la ciudad permanecían cerradas, usándose unas puertas de unos dos metros y medio que, a pesar de que en cualquier otro lugar se verían grandes, allí parecían de juguete, como si unos ratones hubiesen hecho un acceso para ellos en su forma animal en la puerta de un oso—. ¿Tu humano?
—Rishi se encuentra bien. El viaje no fue fácil y vivir aquí tampoco, pero se está acostumbrando.
—Así que el viaje... —murmuró, pero antes de que Hilmar pudiese decir nada, prosiguió—. Para un humano vivir rodeado de lobos debe ser aterrador.
—Aunque sea seguro para él al ser mi pareja, es difícil. Además, hay muchas reglas y costumbres que para él son incomprensibles. Tan solo espero que pueda adaptarse pronto.
—Por su bien, yo también lo espero.
—Vosotros no os quedaréis, ¿verdad?
—¿Quedarme en una ciudad de lobos? —le preguntó a su vez negando con la cabeza—. Esto es solo una corta visita —recalcó mientras pasaba junto a los soldados que custodiaban las puertas cuando se detuvo—. Esto es impresionante —admitió mirando la ciudad que se extendía en una suave pendiente descendente hacia el fondo llenando todo el espacio de callejuelas llenas de actividad y casas de madera que parecían de juguete comparadas con la montaña, todo invisible hasta ahora debido a las murallas.
Y no solo eso. Ahora que estaba más cerca se dio cuenta de que en la pared de la montaña, a distancias regulares había unas pasarelas de madera que hacían las veces de pasillo uniendo las puertas que veía en la roca con las escaleras situadas en los laterales. Miró las puertas de madera y hierro y ventanas cubiertas por rejas del mismo material distribuidas de manera regular de extremo a extremo en cada pasillo, más frecuentes cuanto más bajo era el pasillo. ¿Cuánto hierro y madera fueron necesarios para fabricar aquello?
Miró la más alta comenzando a contar mientras bajaba. Una, dos, tres, cinco, nueve... ¿acaso eran aves para usar cuevas tan altas? Llegó a la parte más baja de la montaña y, por lo tanto, más cercana a la ciudad, donde el pasillo que recorría la pared de extremo a extremo tenía una serie de escaleras que lo unían con la ciudad. Al parecer había encontrado la entrada a la montaña.
—¿Ahí es dónde vamos? —preguntó.
—Es la casa del pueblo —asintió Hilmar con orgullo.
—Pues yo diría que hay más de una —replicó comenzando a contar las puertas.
—Cada lugar tiene una función sagrada para mi pueblo.
—Así que tu pueblo —murmuró retomando el camino. Había sido rápido en ser influenciado por su gente. Tan solo esperaba que Nalbrek mantuviese su cerebro en funcionamiento hasta que se marchasen.
Sonrió mientras se movía entre lobos enormes que lo doblaban en altura muchos de los cuales intentaban aplastarlo contra las paredes u otro lobo de forma "accidental". Como si aquellos lentos perros sarnosos pudiesen tocarlo. Fingió no darse cuenta de los dos chicos que lo seguían mientras avanzaba, apartándose en el último momento, y uno de ellos no tuvo tiempo de parar cayendo dentro del barril de un panadero.
—¿Qué te crees que haces? —le preguntó el hombre molesto sacando al chico de su barril mientras su amigo intentaba mediar.
—Al parecer hay muchas peleas aquí. ¿Cuántas hemos visto desde que nos adentramos?
—La mismas que has provocado.
—¿Provocar? ¿Yo? —rechazó con inocencia—. Yo solo soy un invitado que está siendo guiado a través de las calles de esta ciudad por un viejo amigo —le recordó poniendo bien la bolsa en su espada y, de paso, golpeando al chico que se había acercado para abrírsela—. ¿Estás bien? —le preguntó con fingida preocupación—. Pero no deberías acercarte tanto a las pertenencias de otra persona, podrían pensar que eres un ladrón —añadió antes de volver a avanzar—. Este lugar es demasiado grande —se lamentó. ¿Cuánto tiempo llevaban avanzando?
—Ya falta poco —le aseguró Hilmar.
—¿Y cuál es tu casa?
—La casa principal de mi clan es esa —contestó con orgullo señalando las puertas que estaban dos niveles por encima de la "casa del pueblo" —. Yo vivo allí.
—¿El humano también? —Hilmar asintió mientras miraba la casa que aparentaba ocupar parte de las tener tres plantas superiores ya que todas las ventanas tenían la misma forma y tamaño y el tipo de ventana y puertas eran iguales entre sí, a diferencia de las de las casas que la rodeaban. O eso quería pensar porque, si no, no sabía cómo se podía distinguir una casa de otra desde fuera—. ¿Tu familia es poderosa o algo así? —le preguntó y es que era evidente que aquella no era la zona donde vivían los lobos humildes.
—Algo así.
—¿Algo así? —lo azuzó.
—Esta ciudad fue fundada por cinco familias, las cuales construyeron sus casas en la pared de la montaña. Después vinieron otros lobos, pero la ley indica que solo los miembros de las cinco familias originales pueden construir allí, así que crearon este pueblo.
—Luego eres descendiente de una de esas cinco familias.
—Mi familia es Rod, la familia del lobo rojo. También está Svart, la familia de lobos negro, Huvit, la familia del lobo blanco, Grad, la familia del lobo gris y Brun, la familia del lobo marrón.
—No pienso aprenderme los nombres —le advirtió—. ¿Y quién manda?
—Nadie manda, pero los Grad son los que tienen más peso en el consejo en este momento.
—Luego mandan los Grad —concluyó y Hilmar lo miró molesto—. ¿La familia de Nalbrek, a cuál pertenece?
—Su tía era una Navlos.
—¿Navlos? Eso no esa no es ninguna de las cinco familias originales.
—La familia de Andros no tiene nombre, eso significa su apellido. Sin nombre.
—Eso no parece agradable —señaló.
—Es que pierden su apellido.
—¿Pierden su apellido? ¿Por qué?
—Porque no tienen el poder. A la parte de la familia de Nalbrek que no lo tiene, se les llama así —le explicó.
—¿Y los que si lo tienen?
—Uiba —contestó.
—Así que Nalbrek es un Uiba.
—Sí. Aunque nosotros entramos a formar parte de la familia de nuestro padre, esa familia es una excepción. No importa quién sea tu padre, eres un Uiba.
—¿Y eso por qué?
—Porque son especiales.
—Ya veo —asintió. Aquella era una manera más de mantenerlos controlados.
—Aun así, para nosotros es muy importante saber quién es el padre de un lobo, pero Nalbrek asegura no saberlo.
—Yo no lo sé —le advirtió deteniéndose.
—No pretendía... —comenzó apaciguador.
—No me gustan los interrogatorios, así que seré claro. Nalbrek no sabe quién es su padre y, en cuanto a Andros, cuando hablé con ella, me dijo que la madre de Nalbrek nunca le confesó quién era el padre —mintió con aplomo.
—¿Y tú la creíste?
—Bueno, según ella me contó, al principio no estaban muy unidas, no fue hasta que la madre de Nalbrek quedó embarazada que se acercaron de verdad y en esa época estaba más preocupada por el destino de su prima y su estado que por saber quién era el padre. Creo que imaginaba que, cuando naciese, se lo diría. Pero murió antes de poder hacerlo.
—Y Andros huyó con Nalbrek, cometiendo una falta muy grave. Aquí hay mucha gente molesta con ella y con Nalbrek —le explicó.
—Eso me lo imagino —asintió y es que Andros huyó de la ciudad con el último de sus juguetes, dándole la libertad—. ¿Pero por qué me lo dices?
—Porque tanto Nalbrek como tú os veréis envueltos en situaciones tensas y no quiero que pienses que los lobos somos así. Solo están molestos por que uno de los nuestros fue robado y se crio lejos de la ciudad.
—Ya veo. Lo tendré en cuenta —le agradeció mientras lo miraba con disimulo.
Una vez escuchó que cuando los lobos se unían a una manada eran capaces de justificar todo lo que la manada hacía por más que para los demás fuese imperdonable o incomprensible y, o mucho se equivocaba, o aquello era lo que estaba presenciando. Al menos, aunque no pensase en ayudarlos, le había advertido.
Mejor se marchaban de allí rápido.
Hemos entrado en la ciudad de los lobos y conocido un poco más de la familia de Nal, y de clas dos ramas de su familia: Navlos y Uiba. Nota curiosa, Navlos significa sin nombre y Uiba, tejedores.
Por cierto, a partir de ahora volveré a subir capítulos de manera semanal, ya que la siguiente historia apenas está empezada y quiero comenzar a editar Xilan. Gracias por vuestra comprensión y os espero el lunes que viene cuando entremos en la casa del pueblo 💖
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