El juicio de Dau

—No entiendo por qué estás irritado —murmuró Nalbrek mientras avanzaban.

—No lo entiendes —repitió él mirándolo desde arriba y es que, de nuevo, iba sobre él por ciertos problemas de movilidad. Aquel lobo idiota.

—Quiero decir, sí que lo entiendo en parte, pero ¿acaso es culpa mía?

—¿Quién no dejó que me tapase la boca?

—Yo solo quería evitar que me destrozases la espalda.

—¿Y lo del esfuerzo extra en las embestidas?

—Creo que los humanos tienen razón en lo de ver la cara de tu pareja —se justificó haciendo que él lo mirase.

—Sacaré esa imagen de tu cabeza —le advirtió apretándosela.

—Imposible, y deja eso. Es peligroso y duele —le advirtió Nalbrek y él lo hizo a regañadientes—. Además, yo también estoy tan molesto como tú. Imaginaba que nos dirían algo esta mañana, ¿pero echarnos del pueblo hasta que no acabe la semana? Creo que es excesivo.

—Y lo es. ¿Qué culpa tenemos nosotros de que todos se excitasen hasta ese punto por nuestras feromonas y mis gemidos? No es como si lo hubiésemos hecho en mitad del pueblo y tampoco es culpa nuestra que sean tan sensibles. Somos una pareja formal, tenemos derecho a un poco de intimidad en nuestra cabaña.

—Cierto. Teníamos la puerta y ventanas cerradas y no era época de celo. Por eso no entiendo como afectó a gente de cabañas tan alejadas.

—¿Estarían frustrados sexualmente? —propuso.

—Eso no lo digas en el pueblo.

—Ya lo sé, por eso no lo he hecho. ¿Pero por qué es culpa nuestra que la mitad del pueblo tuviese relaciones con sus parejas y la otra mitad se pasasen la noche masturbándose? Lo de que el humano no pueda levantarse de la cama lo entiendo, mi celo hace que mis feromonas y mis gemidos afecten más a los lobos, pero ¿y los demás? ¿Qué culpa tengo yo de los demás? ¿Y por qué somos nosotros los que nos tenemos que ir?

—Porque los demás han protestado cuando esta mañana íbamos a comenzar, entrando en nuestra casa a la fuerza.

—No me lo recuerdes. Si no llegas a estar encima, le hubiese sacado los ojos a más de uno por mirar lo que no deben.

—Y lo peor es que lo dices en serio.

—Desde luego. ¿Quién va a permitir que un par de conejos lascivos lo vean hasta ese punto? El único que puede hacerlo eres tú.

—Sí.

—Estás tan contento que te mordería, por desgracia, mi cintura se niega a doblarse y para colmo tenemos que ir a dormir a la cabaña donde vivías durante el resto de la semana, cuando lo que yo quiero es poder hacer como ese humano y quedarme en la cama. Después de todo a quien le metieron la polla de un lobo hasta el fondo fue a mí. Eso sin contar lo que tardé en sacar todo el semen —se lamentó—. Y esta mañana no solo no consigo tranquilidad, sino que la cabaña se llena de conejos empalmados exigiendo que dejemos de segregar feromonas porque ya les duele masturbarse y quieren dormir. Bien, yo también quería dormir, pero alguien me despertó —añadió gélido.

—Te recuerdo que Sarnat te dijo dos veces al día y una de ellas era justo después de despertar.

—Yo no estaba despierto.

—Pero yo sí y quería irme a cazar antes de comenzar con las reuniones con Baem.

—Pues en lugar de estar cazando, aquí estamos, trasladando cosas a tu cabaña para esta noche.

—Tú no te puedes quejar. Te estoy llevando yo.

—Desde luego. ¿tú crees que puedo subir por aquí después del estado en el que me dejaste anoche?

—No.

—Pues entonces no te quejes.

—Y cuando regresemos al pueblo a por más cosas, también querrás que te lleve.

—Desde luego.

—Tienes razón, no creo que puedas bajar por tu cuenta después de hacerlo.

—Hacerlo —repitió mirándolo.

—Sarnat lo dijo, ¿recuerdas? Que para que tu celo se ajustase bien, debíamos copular dos veces al día.

—Pero es que ya ha pasado más de una hora desde que amaneció y esos conejos desesperados nos interrumpieron.

—Aun así, es mejor hacerlo.

—Tú lo que quieres es volvérmela a meter, ¿verdad?

—Desde luego, quiero volver a sentir tus feromonas de ayer y oír esos gemidos y dado que aquí no habrá nadie más, no tendrás motivos para intentar controlarlos —asintió feliz y él iba a morderlo cuando su cintura le recordó que ese tipo de movimientos no estaban permitidos por el momento.





Al día siguiente, cerca del mediodía, bajaban de la cabaña camino al pueblo. El día anterior se vieron obligados a retrasar su bajada cuando, después de la segunda vez, él comenzó a tener fiebre, por lo que Nalbrek bajó a toda velocidad al pueblo a pedir ayuda, pero Sarnat le quitó importancia diciendo que era algo normal y que esperasen al día siguiente y, tal y como dijo, aquella mañana se despertó sin fiebre y mucho mejor. El problema era que, en algún momento de la noche anterior, el celo lo dominó y él recordaba vagamente haberse ofrecido a Nalbrek. Unos recuerdos que hacía todo lo posible por borrar. Ya que su celo había decidido repetir todos los pasos, podría haberle ahorrado aquellos recuerdos como hizo la primera vez.

—En cuanto lleguemos, hablaré con Baem —murmuró disgustado.

De nuevo bajaba sobre Nalbrek ya que, una vez más, sus caderas no estaban en sus mejores condiciones. Se sentía una ninfa del bosque que salía en los cuentos sobre su bestia protectora, pensó haciendo una mueca de disgusto.

—Ya hablé con él esta mañana cuando los llevé de regreso.

—Pues yo también quiero hacerlo y asegurarme de que no se repite. Después de todo, ¿nos obligan a marcharnos del pueblo por sus quejas, y luego nos siguen y nos espían? Eso me molesta y mucho.

—Al parecer querían comprobar si los afectabas tanto.

—Afectábamos —lo corrigió—. No pienso quedarme con todo el mérito.

—Pero primero iremos a ver a Sarnat.

—Si es por la fiebre de ayer, ya estoy bien —le aseguró.

—Aunque te hayas despertado bien hoy, preferiría que fueses.

—Está bien —murmuró disgustado. Sabía que aquel lobo idiota no se iba a rendir.

—No soy idiota.

—Entonces insistente.

—Eso no lo puedo negar —asintió Nalbrek sin detenerse.




Poco después llegaron al pueblo dirigiéndose primero a la casa de Sarnat, donde este, al verlo, dijo que la fiebre del día anterior era debida al cansancio, por lo que no debían darle más importancia, así que decidieron coger un poco de hierbas para la fiebre que tenían en la casa y llevárselas a la cabaña, ya que debían seguir durmiendo allí. Pero antes de regresar se dirigieron a casa de Baem bajo la mirada de la gente del pueblo, incluso varios los siguieron instados por la curiosidad.

—Baem, hemos venido —anunció Nalbrek y él chasqueó la lengua, disgustado. Dichosos marcadores que se hacían cargo de todo. O lobos. O alfas. No estaba seguro de qué pesaba más.

—¿Dau también? —preguntó Baem acercándose.

—Estoy aquí —contestó.

—¿Y cómo te encuentras?

—Bien —contestó—. No sería capaz de cazar ni a un gazapo recién nacido —admitió—, pero mi celo se está recuperando y mis heridas curando, así que me siento mucho mejor.

—¿Lo suficiente como para poder hablar conmigo?

—Podemos comenzar cuando quieras —asintió serio.

—En tal caso, salgamos.

Como jefe del pueblo, Baem tenía muchos asuntos entre manos y solía hablar con los interesados en su casa para evitar oídos indiscretos. Tan solo, cuando era un asunto que afectaba a todo el pueblo, la reunión se celebraba fuera para que cualquiera que tuviese interés, pudiese oír. La única regla era que no se podía intervenir salvo que Baem lo indicase de manera expresa para evitar que la reunión se convirtiese en una locura ininteligible.

Y la conversación que iba a tener lugar, parecía entrar dentro de la segunda categoría tanto por el lugar donde transcurría, como por los espectadores que comenzaban a reunirse a su alrededor a pesar de que, al ser por la mañana, todos deberían estar ocupados.

En aquella ocasión estaba frente a Baem ambos sentados en el suelo, con Nalbrek sentado detrás y no a su lado lo cual le agradeció, ya que significaba que confiaba en él para hacerse cargo de las cosas. Un voto de confianza que apreciaba, sobre todo después de lo ocurrido.

—Primero quiero anunciar que mi intención es tratar todos los asuntos posibles mientras Dau y Nalbrek están aquí debido a deben regresar a la cabaña y aprovechando que se ha reunido la mayor parte del pueblo. Tan solo, si te empiezas a sentir indispuesto, dímelo para detenernos y proseguir otro día —le indicó Baem mirándolo.

—Soy un zorro, no me cansaré por estar sentado —descartó haciendo un gesto despectivo.

—Aun así, hazlo. Sarnat —le pidió volviéndose hacia el búho.

—Lo vigilaré —asintió este desde uno de los lados haciendo que él bufase. Ya no era un niño para que tuviesen que vigilarlo.

—Comencemos con la reunión. Lo primero que quiero es que me cuentes lo ocurrido. Nalbrek ya lo hizo, pero quiero escucharlo de ti —le pidió así que lo hizo contando todo lo que recordaba—. Por lo tanto, hay varios temas que tratar —comenzó una vez que él acabó su explicación—. Comenzando por lo más fácil, saliste de tu casa a pesar de que estaba prohibido, casi atacas a Tabil y te marchaste del pueblo.

—En primer lugar, salí por el escándalo. Pensaba que alguien estaba en problemas y quería saber qué era lo que ocurría. Cuando la situación es peligrosa, los castigos como el mío quedan en suspenso. En segundo lugar, yo no amenacé a Tabil, él me provocó pensando que podía burlarse de mí y yo le demostré que los marcados no estamos aquí para ser humillados por nuestras elecciones, no es culpa mía que acabase manchando los pantalones. Y sí, me marché del pueblo por las acusaciones de todos. A pesar de que era evidente que yo no mentía, seguías queriendo castigarme solo para tranquilizar a los herbívoros, cuando la verdadera prioridad debería haber sido los niños. No iba a dejar que me volvieses a encerrar sin motivo solo porque era lo más fácil.

—Dau —le advirtió Baem molesto.

—¿Qué? Era cierto que lo que yo decía no tenía sentido, pero tú me conocías, todos los hacéis. Pero preferiste creer que era un mentiroso y encerrarme antes que investigar y luego dejaste que hiciesen acusaciones tan solo porque era más fácil para mantener la paz del pueblo. Pero yo no toleraré que me traten así. Si esta es la manera en que el pueblo trata a los cazadores, como ciudadanos inferiores con la obligación de traer carne para todos y permitiendo que los herbívoros abusen de nosotros, me iré de aquí.

—¿Irte? ¿Irte a dónde? —preguntó una de las conejas burlona.

—A cualquier sitio donde no se me trate de forma injusta solo por ser cazador —contestó.

—Que alguien se lleve a esa coneja. Por hablar sin permiso, se le condena a no asistir a las siguientes tres reuniones —declaró Baem severo.

—Pero... —comenzó la coneja sorprendida.

—Cinco.

—No puedes...

—Diez.

—Vamos —la arrastró su pareja antes de que pudiese decir nada más.

—Y se recuerda a todos que, si alguien más habla sin permiso, será expulsado también. No se tolerarán interrupciones —prosiguió Baem mirando a su alrededor severo—. Y ahora continuemos. No deberías haber salido de tu cabaña —comenzó de nuevo—, pero tienes razón al decir que podías hacerlo, era una situación de emergencia y tú no estabas encerrado por ninguna falta grave, solo para evitar más conflictos. Ahora que todo acabó, sigo pensando que hubiese sido mejor que te quedases en la cabaña, pero puedo entender por qué saliste —prosiguió mientras Nejil llegaba sentándose en una silla que un conejo sacó a toda prisa, antes de saludar con la cabeza y mantenerse en silencio—. En cuanto a tu enfrentamiento con Tabil, todos estábamos allí y sabemos que su comentario fue, cuando menos, censurable —prosiguió mientras este se removía incómodo—. No es que esté justificado, pero no lo llegaste a dañar y varios marcados han venido a pedirme que, en lugar de castigarte a ti, castigue a Tabil por su comentario, herbívoros incluidos. Por eso me gustaría decidir aquí y ahora qué hacer con este incidente—declaró.

—Si se me permite —pidió Nejil.

—Adelante —aceptó Baem.

—El comportamiento de Tabil fue imperdonable. Necesita consecuencias. Por eso querría solicitar un castigo para él y todos los marcadores conejo implicados y que este quede en nuestras manos —solicitó.

—Estoy de acuerdo con que lo que hizo Tabil merece un castigo. Pero es Dau quien debe decir si está conforme con que el castigo lo impongas tú —añadió Baem volviéndose hacia él.

—Confío en Nejil y su sabiduría —aceptó.

—Gracias —le agradeció esta inclinando la cabeza—. Todos los marcadores conejos, preséntense ante mí —ordenó y vio como casi una cuarta parte del pueblo salía reuniéndose frente a ella—. El castigo. Sarnat os dará una charla una vez a la semana durante un mes de lo que significa ser un marcador, porque, al parecer lo habéis olvidado. Pero como sé que eso no será bastante para vuestras obtusas cabezas, ordeno que, durante dos semanas, todos los marcados por un conejo se reúnan en mi casa. Tan solo se permitirá que traigan bebes lactantes. Los marcadores quedarán al cargo de todas las tareas que hasta ese momento hacían sus compañeros, aparte de sus propias obligaciones. Quizás así aprendan a valorar un poco más lo que su pareja hace. Y, por último, Tabil y todos los que se unieron a su burla, estarán obligados a darle una pieza entera de carne durante una semana a Dau, lo cual harán siete en total. Y cada vez que vayan, deberán disculparse por su comportamiento tanto con él como con su compañero. También deberán ir casa por casa de todos los habitantes del pueblo disculpándose por cómo actuaron y explicándole a los niños por qué han sido un mal ejemplo y no deben imitarlos.

—Pero... —comenzó Tabil.

—También deberán disculparse con todos los conejos uno por uno por crear una imagen negativa de nosotros. Los conejos no creemos que los marcadores sean mejores, creemos que todos somos iguales. Por eso una marcada como es la que toma las decisiones, ¿cierto? —preguntó severa.

—Sí —contestaron todos los marcadores incómodos.

—Podéis regresar —ordenó y todos volvieron cabizbajos a sus lugares—. Y ahora que tengo la palabra, también me gustaría solicitar, en nombre de los conejos, la expulsión de Esli del pueblo —añadió haciendo que todos la mirasen.

—¿Yo? —preguntó la madre de Alco sorprendida.

—Los desgraciados acontecimientos que acabaron con la muerte de esos tres niños son culpa tuya.

—¿Cómo te atreves?

—No, ¿cómo te atreves tú? Las reglas en un pueblo donde conviven cazadores y herbívoros están pensadas para la seguridad, no importa a quién beneficie, no importa a quién perjudique, Lo único que importa es mantenernos a salvo. A los cazadores se les enseña a refrenar su instinto de persecución, a los herbívoros se nos enseña a frenar nuestro instinto de huida. Ambos son necesarios, pero también peligrosos si nos controlan, por eso, desde niños, se nos enseña a dominarlos y mantener la calma. Pero tú no solo te negaste a educar a tus hijos conforme a las reglas del pueblo, sino que culpaste a otra familia de tu falta y, como consecuencia, la relación entre los niños se deterioró hasta el punto que comenzaron a jugar por separado, dejando a los niños herbívoros sin la protección que supone el olor de los cazadores y convirtiéndolos en presas perfectas para los lobos.

—Yo no... —negó la mujer.

—Sí, tú sí. Y si bien tus hijos son responsabilidad tuya, por lo que si quieres educarlos para que no sean capaces de controlar sus instintos y acaben perdiéndose en el bosque esa es tu decisión, condenar al resto de los herbívoros de este pueblo no lo es. Porque son los cazadores los que nos hacen un favor al permitir a nuestros niños jugar con ellos, no al contrario.

—No puedes echarme.

—No, no puedo echarte, pero si puedo solicitarlo. Yo viene a vivir en un pueblo mixto, lo elegí porque había cazadores, y no permitiré que una madre irresponsable vuelva el pueblo solo de herbívoros. Soy demasiado mayor para irme a otro pueblo y tres niños muertos sobre mi conciencia es más suficiente. Este pueblo es mixto. Tu actitud fue imperdonable. Solicito tu expulsión —repitió.

—Esli, acércate— le pidió Baem y cuando esta salió, la puso enfrente de Nejil—. Ha sido hecha una petición formal de expulsión. Que el pueblo hable —pidió y él se levantó poniéndose detrás de Nejil acompañado por Nalbrek y poco después, todos los cazadores, así como una cantidad sorprendente de herbívoros, sobre todo conejos, estaban tras la anciana—. El pueblo ha hablado, Esli será expulsada y su esposo e hijos con ella —anunció—. Se les da una semana para marcharse del pueblo.

—No podéis echarnos, es injusto, son los cazadores los que nos persiguen sin razón. ¿Por qué debo yo ser expulsada cuando son ellos los que nos persiguen para matarnos?

—Si piensas eso de los cazadores, entonces este pueblo no es para ti. Debes irte a uno solo de herbívoros —sentenció Baem.

—Solo te pones de parte de ellos porque tú también eres un cazador y os protegéis entre vosotros, incluso el humano dijo...

—¿El humano? —la interrumpió Baem—. ¿Y qué sabe un humano de nosotros?

—Está bien, me iré con mi familia, después de todo, ¿quién quiere vivir en un lugar lleno de asesinos que pueden saltar sobre ti en cualquier momento?

—Nosotros no atacamos a los nuestros —negó un cazador molesto.

—Como si no supiésemos que os protegéis entre vosotros ocultando lo que hacéis.

—Tal vez los cazadores nos protejamos entre nosotros, pero ¿cómo logramos que la familia de la víctima no nos acuse? —le preguntó Nalbrek y la mujer abrió la boca antes de cerrarla y marcharse molesta arrastrando a sus hijos.

—Si se me permite, me gustaría disculparme con Dau en nombre de los conejos por lo ocurrido —prosiguió Nejil cuando Esli se hubo marchado—. Se ha demostrado que él solo quería proteger a los niños de los lobos, fueron nuestros prejuicios los que nos impidieron descubrir que esos lobos, eran, en realidad, humanos disfrazados. Lo ocurrido es culpa nuestra —le dijo bajando la cabeza.

—No hace falta que se disculpe —negó—. Esos humanos planearon muy bien sus pasos con ayuda de Sujan.

—Pero si nosotros, en lugar de dudar desde el principio y poner en duda tus motivos, hubiésemos vigilado y rastreado el bosque, habríamos podido darnos cuenta de su presencia. Al no hacerlo pusimos en riesgo la seguridad de todos, haciendo que te atrapasen. Lo sentimos —repitió—. También me gustaría pedir que no sea castigado por su manera de marcharse ni por poner a Tabil en su lugar, ya que todo es responsabilidad de Tabil y su comportamiento. Si no es posible que Dau sea perdonado, yo asumiré su castigo.

—No, eso... —la detuvieron Baem, él y los conejos.

—Lo haré —insistió la anciana decidida golpeando el suelo con su bastón—. El comportamiento de Tabil, de todos los míos, ha dejado mucho que desear y tienen muchas cosas sobre las que reflexionar con respecto a la forma en que han tratado a sus hermanos cazadores durante estas semanas —dijo mirando a su alrededor y, en respuesta, los conejos se empequeñecieron sin atreverse a levantar la cabeza—. Pero culparles solo a ellos sería injusto, ya que su manera de pensar es producto de la educación y permisividad de sus padres, de sus mayores y, por lo tanto, mía —se reafirmó.

—No será necesario asumir ningún castigo —la detuvo Baem—. Es cierto que marcharse de esa manera fue una tontería, pero salir del pueblo cuando se le estaba manteniendo en su cabaña para evitar problemas no es un delito grave, como mucho sería castigado con más días de encierro, algo que, de todas maneras, tiene que hacer hasta que se recupere. Así que, si nadie tiene objeción, dejaré las cosas así.

—Gracias —le agradeció Nejil cuando nadie protestó.

—En cuanto a las acusaciones de asustar a los niños a propósito, ahora que sabemos que fueron los humanos, se te declara inocente —prosiguió—. ¿Deseas que se te devuelva la carne que disteis?

—Diría que sí —contestó pensativo y sintió como los hervíboros contenían la respiración—. Pero dudo mucho que esos herbívoros con familias numerosas puedan conseguir mi carne en un tiempo razonable, así que lo cambio por no tener que darle carne a nadie durante los próximos dos años.

—¿Dos años? —intervino un conejo y él se volvió a tiempo para ver como su amigo le daba un codazo muy fuerte—. Dos años está bien —murmuró antes de empequeñecer y desaparecer dentro de la multitud.

—¿Estás seguro? —le preguntó Baem y él, después de mirar a Nalbrek, que le dio el visto bueno, asintió. Aquello lo haría perder mucha carne, pero tampoco tenía corazón para obligar a unas familias con tantos hijos y tan torpes cazando a conseguirle tantas piezas cuando la caza seguía siendo escasa. A pesar de todo, no podía caer tan bajo—. Se declara que, a partir de hoy, y durante dos años, ni Dau ni Nalbrek tendrán la obligación de darle carne a nadie del pueblo. Cualquier deuda, será pagada por los herbívoros. Espero que todos lo apreciéis en lo que vale —añadió mirando a su alrededor—. Y sobre la visita que recibisteis anoche...

—Quiero que los tiren a todos desde lo alto de la roca al río esta noche —solicitó él.

—¿Estás seguro?

—Necesitan agua fría y no hay nada más frío que el agua de esa zona del río de noche. Y solicito que, cada vez que alguien sea sorprendido espiando, se le aplique ese castigo.

—¿Nalbrek?

—Quiero ser el que los empuje.

—En tal caso de acuerdo —aceptó Baem satisfecho por lo rápido que se estaba solucionando todo—. Y ahora el siguiente tema: Sujan. Desde luego será expulsado del pueblo, pero antes tienes derecho a pedir un castigo para él. ¿Tienes algo pensado?

—Sí —asintió sacando dos paquetes bien envueltos—. Yo en tu lugar no lo haría —lo detuvo cuando Baem los iba a abrir—. Este contiene una rama hueca con un avispero, el otro una rama hueca llena de gusanos de la carne.

—Ya veo —murmuró Baem alejando la mano y mirándolo sin entender.

—Quiero que a Sujan se le encierre con esto y se le dé lo que quedó del afrodisiaco humano. También solicito poder copular con Nalbrek delante de la entrada del lugar donde Sujan esté encerrado.

—No había escuchado esa parte —intervino Nalbrek.

—Porque mientras bajábamos esta mañana, me di cuenta de que era muy poco considerado por nuestra parte que Sujan fuese el único que no haya podido disfrutar de nuestras feromonas cuando todo el pueblo lo ha hecho. No soy tan rencoroso como para privarlo de algo así cuando es tan fácil que él también participe.

—Recuérdame que nunca te haga enfadar.

—Pensaba que no hacía falta que te recordase esas cosas.

—Las cosas serán preparadas —aceptó Baem—. Y a los padres se os recuerda que mañana tendremos la reunión para comenzar a organizar la seguridad. Los niños deben jugar juntos, tanto para controlar sus instintos como porque la presencia de los niños cazadores hace que su olor repela a los depredadores y, por lo tanto, todos estén más seguros. Quiero que todos los animales elijáis un representante que explique vuestras demandas. Esta vez, lo haremos mejor. Nadie quiere que se repita lo mismo otra vez.




Un capítulo más largo de lo habitual, pero es que no quería dividir la reunión en dos partes. Por cierto, ¿alguien más ama a Nejil? Esa abuela conejo es mi segundo personaje favorito de esta historia 😍También acepto opiniones de Dawi y sus venganzas 😌

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