Lo que se oculta

—Genial, Dau. Buen trabajo —se felicitó a sí mismo con sarcasmo.

Cuando salió del pueblo estaba furioso por lo ocurrido y pletórico por haberse deshecho de aquellos dos idiotas, pero ahora que había corrido y estaba más tranquilo se daba cuenta de que estaba en problemas.

Al parecer, tantos días encerrado sin poder salir, lo afectaron y al pensar que iba a tener que regresar a la cabaña cuando ya se sabía que él no mintió tan solo porque los herbívoros querían seguir haciéndole la vida imposible, se sintió furioso, muy furioso, sobre todo cuando Tabil y los demás se burlaron de él solo porque fue marcado y al recordarlo sintió como el enojo volvía a él. ¿Con qué derecho lo trataron así? Él podía haber sido mordido, incluso admitía que ahora tenía una tendencia a obedecer a Nalbrek cuando le hablaba en aquel tono, algo que lo molestaba, pero eso no significaba que no pudiese pensar, decirle a aquel lobo idiota lo que pensaba de él y sus órdenes.

El problema era que, debido a su estado de irritación, atacó a Tabil y aunque se controló y solo lo asustó, aunque todo era por culpa del conejo y su manera de comportarse, culpa de pasar tantos días en aquella habitación dándole vueltas a las cosas, eso no cambiaba lo que hizo y aquello era algo imperdonable. Un cazador nunca debía atacar a un herbívoro. Era como acercar una tea a paja seca regada con aceite. Demasiado peligroso.

Suspiró frustrado.

Cuando se marchó del pueblo, lo hizo pensando en irse de un lugar que lo trataba así, pero ahora que estaba más tranquilo, se daba cuenta de lo tonta que era aquella idea. No podía irse del pueblo sin más, allí tenía su casa, su vida, su pareja. Y aunque, al escapar, estaba dispuesto a abandonarlo todo, ahora se daba cuenta de que no podía. En primer lugar, solo llevaba un par de meses de relación con Nalbrek y se negaba a romper su lazo ante el primer problema que surgía. No era tan inmaduro. Lo de marcharse del pueblo, primero quería hablar con Baem y ver qué decidía, porque lo cierto era que los herbívoros se tomaban cada vez más libertades y no sería la primera vez que los herbívoros entraban en un pueblo mixto apropiándose de él. Por eso existían pueblos donde los herbívoros estaban prohibidos y aunque estos se quejaban de que no los dejasen asentarse por su animal, dado que la mayoría venían de pueblos que se vieron obligados a dejar atrás por los herbívoros, sus quejas nunca eran escuchadas. Hablaría con Nalbrek sobre aquello y, en caso de que las cosas no cambiasen, se marcharían.

Pero para eso primero debía volver, lo cual implicaría una disculpa con Tabil por haberlo asustado hasta ese punto y luego un nuevo castigo y no estaba de humor, ni para eso, ni para hablar con Nalbrek.

Estaba dolido, debía admitirlo, y es que, aunque ya sospechaba que aquel lobo no lo apoyaba porque no lo creía, oírlo de sus propios labios fue muy doloroso. Y aquel era otro problema.

A él nunca le había gustado aquel lobo torpe, o tal vez sería más correcto decir que a su parte humana nunca le resultó atractivo y aunque no lo odió, siempre lo encontró irritante. Pero su parte animal lo consideró el mejor compañero disponible uniéndose a él y a su parte humana no le quedó más remedio que aceptarlo e intentar buscar la parte positiva. Y debía admitir que aquellos meses juntos resultaron mucho mejores de lo que esperaba antes de unirse, ya que, si ignoraba aquellas frases sin sentido que decía a veces, Nalbrek era muy paciente con él y su manera de ser tan impulsiva, siendo la parte razonable de la relación y haciendo que se sintiese cómodo. Y tal vez por eso le dolía tanto que durante todo ese asunto no se hubiese puesto de su lado y aunque intentó racionalizarlo diciéndose que era para evitar que la situación se volviese más tensa y fuese más difícil resolverlo todo, aquella tarde le dijo delante de todos que estaba equivocado. ¿Pero equivocado en qué? No había error posible, él los olió, eran la manada que atacó al humano y al niño ardilla. Y lo cierto es que no estaba muy seguro de qué hacer con el sentimiento que tenía en esos momentos, ni siquiera estaba muy seguro de cómo llamarlo.

Sabía que se sentía decepcionado y dolido, lo que no era capaz de entender era la razón. Después de todo, él no estaba enamorado ni nada de eso. Solo eran pareja, ¿entonces?

—Esto es extraño —admitió dejando caer los hombros cuando se enderezó al sentir un olor familiar por lo que se levantó mirando el bosque y al poco lo vio salir de la espesura—. Sujan —lo saludó intentando no parecer tenso, pero lo estaba. Sujan desapareció después de varias semanas rondando la cada de Hilmar y si bien nadie sabía qué estaba haciendo, en esos momentos sus instintos le gritaban que se alejase de aquel oso.

—Dau —lo saludó sonriente. Demasiado.

—¿Qué quieres?

—Solucionar unos asuntos y, para eso, he traído a unos amigos —añadió y él sintió el olor de los lobos detrás. Se volvió chasqueando la lengua disgustado, cuando se detuvo sorprendido al verlos ya que aquello no podía ser verdad.






Y así es como Dawi supo lo que estaba pasando  😌

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