Huida del pueblo
Avanzó entre la gente y, tal y como esperaba, frente a la casa de Baem estaban los padres cazadores enfrentados a los herbívoros, pero, por alguna razón, aquello no parecía un enfrentamiento normal, así que prestó atención cuando al sentir a Nalbrek chasqueó la lengua disgustado mientras se dirigía a donde estaba. Por más molesto que estuviese, seguía siendo su pareja, por lo que sus instintos le obligaban a permanecer cerca. Por más que no le sirviese para nada.
—¿Qué ocurre? —le preguntó a Nalbrek cuando llegó a su lado.
—No deberías estar aquí —le advirtió este al verlo.
—Eso no es una respuesta —replicó cortante.
—Nos vamos —estaba diciendo Shime, una madre hurón cuyos hijos bien habían comenzado el celo, bien estaba a punto de hacerlo, cortante, atrayendo su atención.
—Eso, huid —asintió Esli, la madre de Alco, que llevaba a su bebé en brazos haciendo que la otra madre la mirase.
—Primero debéis decidir qué hacer —terció Baem antes de que ninguna de las dos pudiese añadir nada más.
—¿Hacer? —preguntó Esli.
—Hay lobos bajando de la montaña —le recordó, haciendo que él prestase atención ya que ¿lobos?
—¿Y cómo sabemos que no es otra mentira? —inquirió la madre ardilla y él estuvo a punto de hablar cuando Nalbrek lo detuvo.
—Ahora no es el momento —le advirtió haciendo que él chasquease la lengua, disgustado.
—Hay lobos, nosotros hemos traído a nuestros niños y hemos advertido al pueblo. Ahora, vosotros haced lo que queráis —replicó la mujer hurón antes de volverse mientras los padres herbívoros comenzaban a hablar entre ellos y, por fin, algunos se fueron cruzándose con varios niños que regresaban.
—¿Dónde están tus hermanos? —le preguntó una madre ratón a su hija, la cual negó con la cabeza.
—Se fueron con Felem —contestó la niña.
—¿Sabes a dónde? —prosiguió la madre, pero la niña, en lugar de contestar, apartó la mirada cuando el aire se llenó del olor a sangre, mucha sangre, por lo que tuvo que respirar hondo para tranquilizar sus instintos.
—Viene alguien herido —gritó Hilmar y tanto este como Nalbrek y Baem se marcharon corriendo antes de que nadie pudiese reaccionar y, poco después, regresaron con un niño ensangrentado en brazos.
—¡Gio! —gritó una madre conejo espantada acercándose corriendo.
—Lo llevaremos con Sarnat— le dijo Nalbrek, que era quien llevaba el niño, marchándose a toda prisa, mientras Baem hacía una seña y un grupo de marcadores salió hacia el bosque con rapidez. Por un momento pensó en seguirlos, pero como marcado, sus instintos lo instaban a quedarse atrás para asegurarse de que la gente del pueblo estaba a salvo, así que se volvió hacia lo que estaba pasando para saber qué era mejor hacer.
—¿Qué ha pasado? —preguntaron varios padres acercándose horrorizados.
—Al parecer los atacaron lobos, se llevaron a los demás —explicó Baem.
—¿Los demás? —repitió una madre lívida.
—No sabemos quiénes son, solo dijo que se los llevaron antes de caer inconsciente —respondió Baem serio.
—¿Quiénes se marcharon con Gio? —preguntó una madre a la niña que estaba siendo interrogada antes.
—Se fueron cinco, pero Tilo regresó poco después —explicó haciendo que una madre suspirase de alivio.
—Necesito que comprobéis quién falta —dijo Baem y de nuevo varios padres se marcharon en medio de la conmoción.
—Tenemos que ir a buscarlos —dijo un padre acercándose.
—Ya hemos mandado un grupo para ver si encuentra algo.
—Si encuentran algo... tenemos que registrar el bosque para encontrarlos.
—Será inútil —negó Baem severo.
—¿Inútil? ¿Estás diciendo que la vida de nuestros hijos...? —comenzó furioso cuando Hilmar puso delante de él una brizna de hierba.
—Estaba en la ropa de Gio —explicó, lo cual hizo que todo quedase en silencio y es que aquella hierba solo crecía en la montaña, mucho más arriba de la zona del río—. Estaban en la montaña —añadió y todos sabían lo que aquello significaba ya que en la montaña era la zona de caza de los animales salvajes, un lugar muy peligroso, y una vez que alguien entraba allí, era casi imposible encontrar algo. Por eso habían puesto a los herbívoros en la zona del río, mucho más segura.
—Tilo —escuchó que gritaba su madre echando a correr hacia él cuando llegó con varios amigos—. Menos mal —dijo abrazando al sorprendido niño que no parecía entender lo que ocurría.
—Tilo —lo llamó Baem—. Necesito que contestes unas preguntas —le advirtió y este asintió serio tragando saliva mientras su madre se mantenía cerca—. Hoy te marchaste con Felem y los demás, ¿no es cierto?
—Contesta —lo azuzó su madre.
—Sí, pero yo regresé.
—Lo sé, pero necesitamos que nos digas a dónde planeaban ir, qué querían hacer —le explicó Baem.
—Contesta —repitió su madre.
—Les ha pasado algo, ¿verdad? Yo les dije que no debíamos ir, que tenía un mal presentimiento, pero ellos no me hicieron caso —les aseguró mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Lo sabemos, sabemos que intentaste detenerlos, pero necesitamos que nos digas a dónde se dirigían para ir buscarlos —le explicó Baem.
—Ellos dijeron que iban a ir a la montaña, a dónde estaban los cazadores. Querían demostrar que no les daban miedo —añadió lo cual hizo que los padres cazadores empezasen a comentar molestos.
—Trataremos ese asunto después, ahora debemos ir a buscarlos. Necesitamos a alguien que nos lleve a dónde estaban los niños —pidió Baem y varios niños mayores dieron un paso al frente y, poco después, varios grupos estaban organizados, así que él se unió a uno de ellos.
—¿Vas a venir? —le preguntó Hilmar al verlo.
—Alguien debe quedarse con los niños cuando os adentréis para encontrar el rastro —asintió y es que no eran tantos los marcados que podían ir y proteger a los niños de los animales salvajes y cuantos más marcadores fuesen a hacerse cargo de los lobos, mejor.
—¿A dónde vas? —Lo sujetó alguien y, al volverse, vio a Tabil.
—Suéltame —le advirtió mostrando los colmillos.
—Tú no puedes irte del pueblo.
—Y tú no eres quién para decirme a dónde puedo ir o no —replicó—. Y ahora suéltame —repitió haciéndolo de malas maneras.
—Dejad de discutir, hay que ir a buscar a Felem y a los demás —exigió una de las madres.
—Es inútil —negó otra madre mientras abrazaba a sus hijos, que acababan de regresar.
—Primero hay que averiguar quién falta. Aseguraos de dónde están vuestros hijos —repitió Baem.
—Todos los niños cazadores están a salvo —informó una de las madres adelantándose, lo cual causó una pequeña conmoción ente los herbívoros.
—Vosotros... lo habéis hecho a propósito, ¿verdad? —los acusó Esli apretando los puños.
—¿Hacer qué? —le preguntó la misma madre a la defensiva.
—Vosotros pusisteis a vuestros hijos a salvo antes de informar al pueblo porque no os importa lo que les pase a nuestros hijos. Después de todo, sois asesinos como ellos, quizás incluso...
—Esa es una acusación muy grave que nadie pasará por alto. Di una sola palabra más y tú y tu familia seréis expulsados del pueblo —la interrumpió Baem.
—Pero es que ellos...
—Ellos nada —la interrumpió de nuevo—. Entiendo que todo esto es muy difícil —añadió más suave—, pero esto no es culpa de los cazadores. Los padres que estaban cuidando a los niños se dieron cuenta de la presencia de lobos y bajaron con ellos, dando la señal de alerta. No había manera de que supiesen que varios niños herbívoros se habían adentrado allí a pesar de estar prohibido —añadió severo.
—¿Pero por qué no disteis la alarma cuando bajabais? —preguntó Esli.
—Porque, ¿nos hubieses creído? —respondió Shime y por un momento todo quedó en silencio.
—Pero eso no es culpa nuestra. La culpa es suya —replicó Esli señalándolo a él.
—¿Culpa mía? —repitió cogido por sorpresa.
—Si tú no hubieses mentido, no estaríamos dudando de vosotros.
—Yo no mentí y esta es la prueba —replicó él molesto de que lo acusasen de algo así—. Esa manada se los llevó —añadió haciendo que de nuevo los comentarios comenzasen.
—Al parecer ha sido un lobo solitario —anunció Nalbrek acercándose.
—¿Un lobo solitario? —preguntó él sorprendido y el lobo asintió—. Pero faltan varios niños —señaló.
—Según ha dicho Gio, estaban entre los árboles buscando a los demás niños cuando un gran lobo gris cayó sobre ellos hiriéndolos y atrapando a Felem. Los demás echaron a correr y, para cuando se dio cuenta, no había nadie detrás. No sabe lo que les pasó. Estaban cerca de mi cabaña —les explicó a los demás y varias aves se transformaron alejándose veloces, pero al ver el cielo, negó. El día se acercaba a su fin y eso significaba que oscurecía con rapidez, sobre todo en la parte alta de la montaña. No les daría tiempo a encontrar el rastro y seguirlo. Incluso aunque lo hiciesen, no encontrarían casi nada.
—Sabía que mentías —le dijo Tabil volviendo a sujetarlo.
—Yo no he mentido —repitió.
—¿No? Porque quien ha atacado a los niños no ha sido una manada, sino un solo lobo. El único que insiste en esa manda eres tú.
—Porque la he visto —replicó soltándose de malas maneras.
—¿Estás seguro? —le preguntó Baem.
—Desde luego que sí, ¿cuántas veces crees que la he sentido desde que persiguieron al humano y a Alco? Conozco su olor —afirmó molesto.
—¿Tantas veces te los has encontrado? —intervino Nalbrek.
—Ya lo dije, que sentía el olor de esos lobos cuando estaba cazando en el bosque y que, aunque muchas veces desaparecía, cuando no lo hacía, me llevaba a los niños. Ellos estaban allí para cazar.
—Esa manada nunca se acercó a los niños —se reafirmó Tabil—. Y por culpa de tus mentiras, ahora esos niños están en peligro.
—Eso no es culpa mía.
—Si tú no nos hubieses mentido...
—Yo no mentí.
—Hablaremos de eso después, ahora tenemos que centrarnos en los niños —los interrumpió Baem—. Dau, regresa a tu casa y espera allí hasta que te llame.
—No, ¿por qué? —preguntó molesto. No pensaba volver a estar encerrado allí dentro, no cuando aquello ya estaba aclarado.
—Nalbrek —le pidió Baem haciendo que su enfado aumentase. Solo había sido marcado, entonces, ¿por qué todos se comportaban como si fuese un niño incapaz de entender las cosas y Nalbrek fuese su madre?
—Dawi, regresemos primero —le pidió y él bufó e iba a ir cuando escuchó a Tabil y varios más reírse burlones.
—¿Qué es tan gracioso? —exigió amenazador.
—Tu dueño te ha dado una orden, deberías obedecer —replicó Tabil burlón.
—Yo no tengo dueño —negó e iba a atacar cuando Nalbrek lo sujetó.
—Si no sabes controlarlo, deberías pasearlo con cadena —le dijo Tabil a Nalbrek y, antes de que nadie pudiese reaccionar, él se había transformado en zorro y saltado sobre Tabil, el cual cayó al suelo paralizado por el miedo.
—Y si tú no eres capaz de mantener la boca cerrada, alguien debería quitártela —gruñó acercando su cara cuando un desagradable olor comenzó a extenderse—. Alguien va a tener que cambiarse los pantalones, conejito —se burló cuando notó algo, saltando a un lado mientras se giraba para encontrarse con Nalbrek.
—Dau —le advirtió Baem molesto.
—¿Qué? Tal vez me hayan marcado, pero eso no significa que vaya a permitir que un conejo se burle de mí —zanjó mientras se le erizaba el pelo.
—De Tabil me haré cargo después, pero ahora regresa a tu cabaña —le ordenó Baem.
—No.
—Dawi, regresemos, tenemos que hablar, estás equivocado sobre esa manada.
—¿Equivocado? ¿Equivocado? —preguntó cada vez más molesto, molesto porque se sentía herido. Se suponía que Nalbrek era su pareja, así que debía conocerlo lo suficiente como para saber que no estaba mintiendo, poniéndose de su lado y apoyándolo. Pero, en su lugar, le decía delante de todos que estaba equivocado—. Esa manda estaba allí, acechando a los niños.
—Está bien, hablaremos de eso en casa —le pidió conciliador cuando sus instintos le advirtieron de peligro, pero antes de poder reaccionar, Hilmar lo estaba sujetando.
—Maldito perro traidor —lo insultó intentando soltarse.
—Estás demasiado nervioso, tienes que tranquilizarte antes de que muerdas a alguien.
—No soy un conejo para que me domines con tanta facilidad —le advirtió cambiando a humano, lo cual obligó a Hilmar a agrandar la presa, por lo que, cuando volvió de nuevo a su forma animal, pudo escabullirse con facilidad escapando del pueblo antes de que nadie pudiese evitarlo.
Bueno... Dawi se ha ido del pueblo 😌
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