Capitulo 3
Una taza de café es levantada por una joven pensativa cuya melena es de color marrón como el chocolate. Está en una cafetería cercana a la universidad donde suele ir cuando el día anterior no durmió muchas horas, ya es una costumbre; prefiere estar en un lugar que no sea su habitación y quedarse hasta que sea de noche, porque de caso contrario, soñaría cosas raras que la harán cuestionarse de dónde vienen. Anoche... Piensa en que después de conocer a Liam, siguieron bailando bajo la música tecno de Cahokia. De la misma forma que congeniaron danzando también lo fueron conversando; lo encontraba encantador, espontáneo y lindo. Muy lindo. Su plan para explorarlo profundamente, oculto en una invitación a beber unos tragos en su apartamento, no resultó; fue el primer chico en negarle semejante banquete, estaba desconcertada ya que si una chica te propone de ir a su casa se trata de sexo, y todos los hombres no van a los boliches con la intención de bailar solamente, sino de encontrar algún revolcón. Es como si un vampiro se negara a morder el cuello de alguien que se lo ofrece. En sus ojos verdes notó que no había antipatía ni rechazo, y ahora, sabiendo que se debía a las pruebas de esta mañana, le hace sentir segura con ella misma.
—¡Sabía que te encontraría por aquí! —exclama Cameron desde la puerta, llamando la atención de varios clientes del lugar.
Acto seguido carga algo pesado del piso (que Nina, al verlo, supo de donde provenía) y se dirige hacia la mesa en que está su amiga mientras que pide disculpas a las personas que choca accidentalmente. Ya sentada y un poco agitada levanta la mano para ordenarle al mesero:
—Hola, quisiera un café mocha, por favor.— Y señalando al enorme oso de peluche, expresa graciosamente:— Él no quiere nada, no tiene donde para retenerlo.
La muchacha de cabello marrón mira a la rubia y al oso con desagrado, para luego seguir bebiendo su café como si, de repente, no estuviera acompañada.
Cameron, para matar aquel silencio incómodo con su amiga, empieza a hablarle al peluche.
—¡Observa qué día he tenido, osito! le agarra las mejillas—. Tuve una noche fantástica con mi Chopin mimoso, dormí todo lo que quise, incluso soñé con el día de mi boda pero luego Max me despertó con el más maravilloso y hermoso obsequio: tú.
—Te faltó la parte de mala amiga e irresponsable — añade Nina con ironía.
—¡Qué armagada eres! —expresa sentida y, a la vez, alarmada de que su amiga sea de esa forma—. Si hubiese ido a la clase hoy, me hubiera perdido este bello detalle de mi Max.
—Un oso de peluche, qué idea tan única.
La joven de rizos dorados quiere replicar pero es interrumpida por el mesero, quien trae su pedido. Le agradece y le sonrie como si realmente no estuviese pasando por una situación de enojo. No le gusta evidenciar sus emociones negativas a la gente que no tiene nada que ver con ellas, porque uno no sabe si tuvieron un mal día o no. Simplemente no corresponde.
—Igual no lo disfruté tanto como crees —comenta notoriamente ofendida, luego de beber un poco de café—. Se sintió muy mal por no haber terminado lo de anoche cuando el público estaba aclamando por su música.
—Yo diría que el jefe le estaba reclamando que haga su trabajo.
—Tampoco no es para que me recrimines como si no supieras divertirte por tu cuenta —rechista Cameron—. Te conozco muy bien, seguramente encontraste a alguien con quien pasar el rato, ¿no?
Nina abre la boca para contestarle que anoche conoció a un chico bastante peculiar y que hoy se lo asignó como su partener pero no puede porque le sorprende verlo ingresar en la puerta de la cafetería.
Sus ojos verdes se acoplan con unos marrones muy penetrantes, y al reconocer de quiénes son, se sonroja. Su amigo y él estaban paseando para conocer Nueva York, claramente una tarde no bastaba para hacerlo por completo; así que cuando sus pies empezaron a cansarse y sus barrigas a emitir sonidos, dieron con la cafetería más cercana.
Nina interpreta que el enrojecimiento de sus mejillas se debe al escote de la musculosa que lleva puesta.
Al pasar una mañana extensa bailando juntos, Liam piensa que se vería como un gran tonto si no saludara a su musa de la danza. Pero Tony se adelanta.
—Nina Salvin, eres una leyenda.
No hubiese sido tan vergonzoso si el pelinegro no hubiera agarrado las manos de la bailarina. El joven acude rápidamente.
—Un placer... —añade algo incómoda.
—¡Hola! Soy Cameron Tomlinson.¿Cuáles son tus modales, Nina, que no me los presentas?
—Soy Liam Kennion.
—Encantada.
—Son los nuevos estudiantes que fueron seleccionados esta mañana —comenta Nina—; si hubieras sido responsable en ir a la clase de hoy, los hubieses conocido. Personas reales, no de felpa.
Ante la sútil pero obvia recriminación de su amiga, la muchacha de rizos dorados expresa graciosamente:
—¡Haces que tengan una mala impresión de mí! Siéntense, chicos. Sean bienvenidos.
Los amigos se unen a la mesa y piden "la especialidad de la casa" por recomendación de Cameron. Luego de que el mesero anotara su pedido y se retirara, Tony observa extrañado al oso de peluche.
—¡Oh, mira qué precioso es! —Le acerca el obsequio de su pareja—. Me lo dio Max, mi novio. ¿No es tierno? Ven, toca su suave textura. Definitivamente, a partir de ahora dormiré como los dioses.
—Un regalo gigante como su culpabilidad —señala Nina con hastío—. Si así es su tamaño, imagina el del error que cometió. O puede ser, también, errores acumulados.
—Nina cree que Max, por ser DJ, al pasar tanto tiempo en la vida nocturna con mucho alcohol y bellísimas mujeres, no es una persona fiel —menciona la rubia como si fuera algo inconcebible—. Es una exageración, ¿verdad?
Los jóvenes se ponen nerviosos, haciendo que se viva un momento incómodo de silencio. Les gustaría responder sin dañar sus sentimientos pero tampoco mentirle.
Al notar las reacciones de los chicos, Nina levanta las cejas hacia a su amiga en gesto de que tiene razón. A lo que Cameron cambia el tema de conversación.
—¿Mis oídos oyen mal o ustedes tienen un acento?
—Ellos vienen de Texas —responde la bailarina de cabello marrón.
—¡Vaya! ¿Cómo lo adivinaste? —pregunta Liam, asombrado y dichoso de que su musa de la danza identifique su acento.
—Simple —argumenta coqueta, mirándolo directamente y sin pudor—; sé distinguir a aquello que capta mi atención.
El muchacho queda tan perplejo ante esa respuesta que no sabe cómo interpretarla. En cambio Tony sí.
—¡Texas! —exclama Cameron— ¿Qué parte de Texas?
—Dallas —contesta el pelinegro—. Mientras que muchos adolescentes practicaban fútbol estadounidense los domingos por la mañana, nosotros amanecíamos con los músculos realmente hechos mierda por una semana intensa de barra. Pero, como muchos lo dicen: "todo es más grande en Texas".
Los chicos y Cameron se ríen ante ese dicho mientras que la mirada de Nina permanece en Liam.
—Levantarse de la cama era un gran sufrimiento —expresa el joven de ojos verdes.
—Pues... lamento informarles que esos días no terminaron —comenta la rubia luego de beber un sorbo de su café—. Mucho menos con el profesor Sullivan.
—¿Es el tipo que nos llamaba, más bien gritaba, cuando terminamos de hacer las pruebas?
—Sí, es ése, Tony —responde su amigo.
—Me imagino que sus clases deben ser... bastante exigidas físicamente.
—¡No! Esa es la coreógrafa Whittman —asegura Cameron con tranquilidad—. El tema es que las clases del profesor Sullivan no sólo agotadoras a nivel físico, sino también psicológico. Sus crudas palabras te hacen sentir como si fueras peor que basura.
—Estás exagerando, Cam.— La interrumpe su amiga al notar que los jóvenes empalidecen del miedo.
—Digo la verdad, Nina. Chicos, realmente es muy maltratador.
La actitud de la muchacha es seria, por lo que Liam pregunta algo titubeante:
—¿A-algún consejo?
—Soportar el dolor.
Nina puede observar como aquellos preciosos ojos verdes se apagan por otros taciturnos y afligidos; semejante al momento en que la luz del Sol es tapada por una gran nube grisácea. El cambio de su bello semblante apresurado, como si su talante se hubiese puesto en un sitio habitual. Entonces, se cuestiona: ¿Qué tristeza tan grande habrá vivido Liam?
🌈
—Ahrgg...
La blanca piel característica de Tony es invadida por un tono rojizo y pequeñas pero constantes gotas de agua, los ojos y la boca están apretados con la misma intensidad en que sus temblorosas manos se aferran a la barra.
—Intenta relajar los músculos porque tensos nunca se acostumbrarán a la elasticidad, por mucho que duela. —Lo orienta Liam que está a su izquierda realizando, igual que él, el ejercicio pedido en la clase de la profesora Whittman: grand écart a la segunda.
—Presiento que... mis tendones... se van a romper...
—Inhala y exhala, de esa manera podrás distraerte del dolor.
—Ya no puedo con esto. —Y el pelinegro se acuesta en el suelo, exhausto.
—Yo tampoco —añade Liam, antes de acompañarlo con el mismo acto. A pesar del cansancio, una sonrisa aparece en su rostro—: ¿Puedes creer que estemos aquí?
Ante sucesos maravillosos es difícil para uno describirlos, así que su amigo sólo se limita a negar y suspirar a la vez.
Los dos se quedan con la vista al techo pero sin mirarlo realmente. En sus cabezas transitan un sinfín de imágenes de todo el tiempo y esfuerzo que hicieron para llegar allí. Fue un camino largo, muy largo pero ideal para comenzar otro recorrido con aprendizajes y nuevas experiencias; uno donde se tiene que vivir libremente y, sobre todo, con felicidad.
Especialmente para el joven de ojos verdes como el bosque.
—Es un gran presente que te muestres como eres, Liam.
Y todo ese lindo momento se esfuma rápidamente.
—No —dice con voz apagada—, no debo arruinarlo. Haré lo que quiero, que es bailar, y... Haré solamente eso.
—¡Estamos en Nueva York, Liam! —evidencia su compañero, tratando de que entienda que se encuentran en una ciudad donde nació el derecho de amar a quien sea sin importar si los demás no concuerdan con eso.
—No... Quiero hacer las cosas bien. Si me expongo, estoy al paso libre a todas las opiniones. Juzgar a lo que uno no vivió es muy sencillo de considerarlo como extraño... Y yo lo fui por mucho tiempo —expresa desanimado, vagando en la melancolía—. No quiero volver a vivirlo, prefiero mantener mi identidad en secreto. Por favor, Tony...
Al ver aquel rostro suplicante, recuerda que su gran amigo ha danzado al borde del abismo una vez. No va a permitir que ése injusto hecho se repita, que una persona tan cándida como Liam se hundiera en la tristeza por ser titulado "diferente" o "anormal". La gente debe comprender que sus comentarios agresivos causan heridas, que éstas sangran y duelen demasiado; hasta podrían resultar fatales. A nadie le gusta sufrir, a nadie le gusta que lo limiten de hacer cosas, a nadie le gustaría vivir bajo a una sonrisa falsa. Por lo tanto, ¿por qué maltratan y desprecian? El amor, de por sí, es complicado. Entonces, ¡dejen amar libremente! Si abrieran los ojos cambiarían de opinión. Por suerte, él lo hizo y, gracias a ello, encontró a alguien que aprecia mucho.
—Legendre y Kennion, no desistan —ordena la acicalada Charlize, ocasionando que los muchachos vuelvan a la posición anterior. Se ubica detrás del pelinegro y apoya sus delicadas manos sobre la parte baja de la espalda de éste—. Estudiante Legendre, creo saber que usted desea ser un gran bailarín y no un exhibicionista de traseros.
—Claro que no... —respondió dudoso.
—Entonces, avance y no acceda a que un obstáculo lo lleve para atrás —refiere mientras lo presiona hacia adelante—. ¿Siente el progreso?
—...Sí...Mucho... —Y la piel colorada y sudada se hace presente de nuevo, acción que motiva la risa de Liam.
—¡Joven Kennion, usted también lo está haciendo mal! —Acto seguido, la mujer busca con la mirada a su alrededor y encuentra a la alumna prodigiosa—. Señorita Salvin, ¿podría acompañarlo con su ayuda?
—Por supuesto —contesta, y una breve pero maliciosa sonrisa emerge en su rostro. Se dirige hacia Liam, coloca sus manos en él y con voz seductora pide—: Inhala y relájate.
El chico texano obedece en el instante.
Un ligero temblor de la espalda provoca una satisfacción en Nina, sabe que Liam está nervioso. Erróneamente se siente victoriosa. ¿Uno, también, no actúa de esa forma cuando la persona que admiras se encuentra muy cerca de ti?
La bailarina aprovecha a examinar los omóplatos que se marcan a través de la ajustada remera de color blanco y a las dos colinas bien firmes que sobresalen entre las piernas separadas lateralmente. Liam es delgado pero posee músculos notorios. Con cada parte de aquel cuerpo masculino, una avalancha de ideas pecaminosas nubla la mente de la joven. Nunca, en sus veintiún años, ha caído tan fácilmente ante los encantos de un hombre, ¡y menos por semejante simpleza!
Nina considera que, frente a ella, hay una obra de arte que maravilla hasta el punto de quedarse sin aliento.
—El profesor Lewis se atrasó con su visita al doctor, por lo cual voy a tomar su clase —anuncia tajantemente el intimidante coreógrafo al ingresar al salón, causando que muchos estudiantes se comporten con intranquilidad y que el silencio domine en su presencia.
La señora Whittman se aproxima a él con preocupación:
—¿Se agravó algún síntoma?
—Son análisis de rutina, Charlize. No invoques a la alarma cuando Jeremy está bien —responde serio y con honestidad—. Quizá que viva más en el aire que en la tierra sea su remedio, lamentablemente. La gente dispersa es un fastidio cotidiano que me pone de malhumor.
Su colega le muestra una suave sonrisa, sabiendo que, a su modo, Donovan quiere a Jeremy.
Sin embargo, él se mantiene inexpresivo y distante. Desde hace mucho tiempo no se permite que los sentimientos lo ablandaran, cree que es una actitud de flaqueza. ¡Qué pensamiento estúpido! ¿Acaso no hay otra debilidad tan gigante como aquella de la que uno mismo no admite?
Para dar terminada la conversación, el hombre se aleja de la coreógrafa y exclama a los bailarines:
—¡Al centro!
🌈
Después de tres horas intensivas de ejercicios y secuencias, el momento de ensayar la coreografía del profesor Lewis ha llegado.
Los estudiantes están cansados, sudorosos y algo irritables. Las clases del profesor Sullivan son extremadamente exigentes que más de un principiante se ha quedado sin aire y con las piernas temblorosas, sin mencionar el desgaste emocional que causan sus correcciones inclementes que parecen nunca acabarse.
Niña y el resto de último año, con el tiempo, aprendieron a tolerarlo y tomarlo como impulso para seguir avanzando en la carrera de danza; pero a los ingresantes les es imposible pensar en positivo, con cada palabra que escupe el profesor Sullivan se sienten como parias, que deben dedicarse a otra cosa.
—Horrible. Desastroso.
Una vez más, Liam es golpeado por las fuertes críticas del maestro huraño, es el único que las recibe desde que inició el número de baile. Parece que el coreógrafo Sullivan tiene ojos solamente para él y que los demás son invisibles.
O peor, mejores.
—¿Puedes escucharme? —El muchacho asiente tímido con la cabeza.— ¡¿Entonces por qué mierda no haces lo que te digo?!
Los gritos no ayudan nada, todo lo contrario, lo vuelven más torpe. Éstos se van a agregar a la lista imaginaria de los pésimos días de su vida. Le cohíbe ser el punto de todos, que vean cómo errado está, cómo sobra en aquel sitio. Desea desaparecer, tanto que anhela tener algún control del tiempo para poder adelantar la escena y así no soportarla más...
—¿En qué maldito tiempo danzas? ¡Espantoso! ¡Sosténla con firmeza, mierda!
A través del contacto físico y de los apresurados movimientos que realiza al saltearse algunos pasos, sin contar la mirada nerviosa, Nina sabe lo vergonzoso que se encuentra su partener. Piensa que el señor Sullivan es un idiota, que seguramente hay un montón de flojos en que no se está fijando. Espera que el chico de ojos verdes potentes haga oídos sordos y que ponga toda su concentración en el baile.
Pero ocurre exactamente lo opuesto.
En la parte del dúo, el muchacho tiene que sujetar en varias ocasiones a la señorita Salvin pero, debido a las incompasivas acciones del profesor, uno de sus agarres falla y la gran bailarina cae al piso. La paciencia del coreógrafo se agota ante ese acto.
—Lo siento mucho. —Sus manos intranquilas intentan poner de pie a su musa.
—Descui...
—Bastian —interrumpe el profesor Sullivan—, baila con Nina.
El mensaje es bastante claro: Liam ya no pertenece en la coreografía. El joven afirma que una fractura, en cualquier sector de su cuerpo, le hubiese dolido menos que vivir este momento terrible. Decepcionado de sí mismo, marcha hacia la salida mientras que el pelirrojo se acerca a su pareja de tantos años, sonriendo gloriosamente.
Nina, testigo de la situación, desconoce cuál es el estímulo que libera una ardiente indignación y furia en su interior: la cruda actitud del profesor Sullivan, los hermosos ojos de Liam apagados por la pena o, la opción más probable, la compañía del engreído de Bastian.
—¿No crees que sobrepasaste el límite de rudo, que habitualmente eres con nosotros, con el estudiante Kennion?
El silencio que dominaba antes el ambiente, se vuelve profundo.
—¿Justo tú me dices cómo debo comportarme? No seas hipócrita. —Y luego de mirarla con desdén, le da la espalda para terminar la discusión.
—¿Es así como imaginabas al querer ser profesor de danza?
La bailarina se atreve a preguntarle con el mentón alto, revelándole que, aunque él ocupe un cargo superior al de ella, no va a desistir sin obtener lo que ansia. Sabe que su valentía roza al terreno del irrespeto pero no le importa. Lo que sea para desvincularse del pelirrojo desviado.
Eso cree.
—No, nunca calculé que estudiantes irreverentes se entrometan en mi camino.
La proximidad y la violencia en aquellos ojos azules cristalinos pueden intimidar al más fuerte, pero a Nina no le produce efecto. Su mirada, penetrante y desafiante, sigue en él.
—Realmente estoy cuestionando tu perspectiva profesional: realizar otro dúo con Bastian resultará repetitivo, predecible y, en lo personal, frustante.
—No me interesan sus infantiles pleitos. Creí que fui bastante evidente con ese molestoso detalle.
Pero a la muchacha, lo que dice su profesor, parece entrarle en un oído y salirle por el otro.
—En cambio con Liam sería innovador, imprevisto, diferente...
—Si deseas excluirte de la coreografía, allá está la puerta. Tú eliges.
Nina se asombra de la situación pero más de ella misma. Por primera vez, ante una discusión, se encuentra confundidamente muda y vacía de ingenio. Irse significaría que Bastian adquirirá un rol protagónico, pero quedarse dañaría su orgullo. Sus ojos marrones, nerviosos, evidencian que no tiene escape de la derrota.
—¿Por qué percibo vibras negativas en este lugar? —pregunta Jeremy desde la puerta principal, abarrotado de bolsas y luciendo un kimono anaranjado que despista más que su impetuosa presencia—. Por favor Donovan, te dejo a mis niños por tan sólo unas horas y... ¡mira esos rostros! ¡Opacados por tu amargura!
—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Jeremy? —El coreógrafo Sullivan está desconcertado.— ¿Y por qué estás usando eso?
—¡Oh! Mientras estaba en la tediosa espera de mi doctor, conocí a una adorable anciana japonesa; me invitó a tomar té a su casa, conversamos y rápidamente nos convertimos amigos. Y luego... ¡Boom! La inspiración vino a mí: ¿por qué no crear una coreografía con temática japonesa? Entonces salimos de compras y trajimos todas estas cosas. ¡Necesito voluntarios que me ayuden a sacar todo esto!
Los bailarines recurren al simpático hombre de cabello desgastado inmediatamente.
Entre papeles y accesorios provenientes del archipiélago, el profesor, de aspecto recriminatorio, se dirige a su colega.
—¿Te ausentaste de la cita con el doctor?
—La vida nunca está quieta; y yo estoy vivo, por lo tanto me moveré. —Su optimismo y poca importancia acerca del tema no logran contagiar al semblante implacable de su compañero. —De cualquier modo... ¡Nina, ten esto! ¿Y dónde está el joven valiente?
—Lo apartaron del número —responde la bailarina con disgusto, señalando con la mirada al coreógrafo Sullivan.
—¡Oh, siempre tan mandón Donovan! Muchas gracias por tus servicios pero, en esta ocasión, yo soy el jefe y tú el empleado; quien decide soy yo. Así que, por favor, ¿alguna persona que sea tan considerada de buscar a Liam y traerlo a la clase?
Nina está por ofrecerse pero alguien es mucho más rápido que ella.
—¡Yo! —La exclamación del pelinegro es tan contundente que a la muchacha le desagrada.
Luego de que el cálido coreógrafo le agradeciera, Tony va por su mejor amigo. Los daños habrán pasado pero regresan al presente a través de los recuerdos y, dependiendo de su magnitud, tienen el poder de modificar el ánimo y, en consecuencia, nuestras acciones. Le preocupa Liam.
Un paquete con muchos moños es entregado al profesor Sullivan, que al abrirlo pregunta con rechazo:
—¿Qué es esto?
—¡Son unas fabulosas zoori! Al probarlas me sentí tan relajado, como si estuviera caminando sobre nubes de algodón. Entonces pensé: "¿qué mejor regalo sería perfecto para Donovan que liberarlo de su cotidiano malhumor?" Brillante, ¿no?
Aunque lo expresa tan entusiasta y falto de maldad, ofende bastante a Donovan; quien, con el fastidio y la severidad reflejados en sus ojos, deja el obsequio a un costado y encamina hacia la salida.
—¿Ni siquiera me darás un frío "gracias"? Si no te gustó el color puedo cambiarlo por otro, ¿las prefieres en azul? ¿Rojo? ¿Amarillo? —El estrepitoso ruido de la puerta al ser cerrada bruscamente es la única respuesta que consigue del coreógrafo Sullivan. —Hmm... Si en estos tiempos actuales, lo material, que es sencillo y barato, no alcanza a alegrarle... ¡Uf! Tiene un grave problema.
Pero su inquietud se evapora al ver que fue Tony regresa con Liam.
—¡Síííí! ¡Bienvenido a casa! —Corre, con la misma vitalidad de un infante, hacia el bailarín para darle un enorme y cariñoso abrazo. — ¡Necesito a mi joven valiente!
—¿Yo? —pregunta Liam algo inseguro, todavía se siente acongojado por la situación anterior.
—¡Si, tú! —responde el coreógrafo amigable, entretanto lo guía a Nina. —Para que entres en la piel del heroico y sublime samurái, quien lucha desesperadamente por el amor de la bella y delicada geisha. Cada movimiento es dictado por su visceral corazón, los riesgos son intrascendentes a diferencia de lo hermoso que...
—¿De qué está hablando? —indaga en sigilo a su musa de la danza cuando el profesor, sumergido en su imaginación, se desprende de ellos mientras continua relatando con tenacidad.
—Las inigualables ocurrencias de Jeremy —contesta Nina sonriendo pero, al instante expresa con fastidio—: y todas a último momento.
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