Capítulo 2

A las siete de la mañana, un montón de jóvenes soñadores (vestidos con ropa ceñida) estiran y precalientan sus cuerpos sobre distintos rincones del salón: barras, paredes y suelo; presumiendo su elasticidad y destreza en equilibrarse con un solo pie apoyado. La mayoría ve con ojos petulantes al resto, pensando que, a diferencia de ellos, no son capaces de entrar a la universidad; muy pocos son los que conversan con alguien; y otros se dedican a observar solamente, como Liam, quien, estando sentado frente al gran espejo, empieza a inquietarse. De repente ve a Tony que se acerca y se sienta a su costado, y como si hubiese leído sus pensamientos, posa su mano en la espalda para hacerle saber su apoyo. Liam le sonríe como agradecimiento.

Al otro lado del salón, tan sólo una puerta ancha e insignificante los separa abismalmente (por experiencias, trayectorias, entre otras cosas) del pequeño grupo que se encuentra organizando todos los detalles para el día.

—Mis niños, tomen —Les entrega el profesor Lewis un café expresso a Nina y Bastian. Y guiñándoles el ojo, dice—: Aún recuerdo cómo solía festejar cada victoria a su edad. Ustedes saben a qué me refiero.

La bailarina se ríe mientras que el muchacho hace un gesto de indiferencia.

—"¿Aún recuerdo?" ¡Si saliste anoche, Jeremy! —comenta su colega de manera acusatoria.

—¡Oh Charlize, déjame fingir que me comporto a mi edad! ¿Quizá dos besos en las mejillas te convenzan?

—Mmm... Y un abrazo.

—¡Qué demandante! —exclama sonriente el coreógrafo antes de realizar los hechos.

A diferencia del malhumorado Donovan Sullivan, los alumnos no tienen que ordenar exactamente sus palabras y armarse de valor para comunicarles alguna duda ante un paso o una secuencia. Todo lo contrario.

Dialogar de asuntos personales, para el coreógrafo Jeremy Lewis, no le parece incómodo. Es más, le encanta ayudar a -como él nombra cariñosamente a sus estudiantes- "mis niños", y prefiere que lo llamen por su nombre porque no es ninguna autoridad y ni está por encima de ellos. Un ocurrente y simpático hombre de unos cincuenta y cinco años, con el cabello un poco largo y tan desgastado por las tinturas que lo dejaron en un -no planeado- rubio platinado, junto a esos ojos de color avellanados que representan su espíritu jovial. Los bailarines lo adoran; puedes estar bajo estado de ánimo, aparece Jeremy y te contagia su optimismo, y dejas de sentir la tristeza. Además de sus típicas frases motivadoras o lemas de la vida, él siempre halla lo más profundo de algo, no toma en cuenta lo físico de uno sino su interior. Quizás esta perspectiva lo llevó a definirse como pansexual.

En cuanto a Charlize Whittman, se puede hablar con ella pero no traspasando al límite de lo académico. La primera palabra que surge por la mente al verla: delicadeza. Una bella mujer de tez oscura, elegante y un tanto reservada cuyo pelo lacio de color castaño oscuro finaliza como punta de flecha en la zona lumbar de su espalda.

—Realmente me divertí mucho pateando traseros en el escenario —comenta Nina, dando una breve mirada maliciosa a su compañero antes de beber un sorbo de su café.

—Bueno, yo siempre triunfo sin necesidad de ensuciarme los pies.

—¡Oh, por supuesto! Y tienes unas manos muy limpias para dedicarte a ser zapatero, ¿no?

Nuevamente, ambos bailarines están por empezar una discusión que no corresponde ni en el momento, ni en el lugar.

—¡¿Otra vez con la misma mierda?!  —Aparece Donovan, y como siempre, con el mal humor en su ser. —Yo no soy su maldita niñera que tiene que intervenir cada vez que ustedes se comportan como niños malcriados. Se los advierto: están colmando mi paciencia. Maduren.

El dúo permanece en silencio a regañadientes; sus ojos son una clara evidencia de lo mucho que quieren pelearse.

—Entremos —finaliza.

Abre la enorme puerta, dejando sin aliento a varios aspirantes que están en aquel espacioso salón. ¡Cómo no hacerlo! Si la imagen de los cinco revela un montón de cosas: fuerza, poder, prestigio y, un dato muy evidente, que no será nada fácil quedar seleccionado. Hay una mesa larga junto con tres sillas al frente del gigante espejo, y papeles, bolígrafos y vasos con agua posan sobre ésta. Los coreógrafos se acomodan mientras que los dos estudiantes de último año se mantienen de pie. Liam, que se encuentra en el medio de la multitud, reconoce la figura de la chica que bailó tan dichosamente en Cahokia; se siente entusiasmado y al mismo tiempo temeroso, es un gran desafío danzar a la vista de una profesional como ella.

—Bueno —habla el coreógrafo Sullivan -, nosotros estaremos evaluándolos mientras que todos ustedes están a cargo de Nina y Bastian. Ellos les indicarán qué hacer.

Aquella "detallada presentación", más su semblante intimidante, no ayuda nada en absoluto. Los aspirantes comienzan a sudar, sin haber bailado todavía, de los nervios.

—Los de este sector son míos. Y el resto, de Bastian —divide simbólicamente la muchacha.

La multitud va separándose mientras que Liam, que junto con su mejor amigo se queda en el grupo de la bailarina Salvin, observa la actitud de ésta; es muy diferente a la de anoche: hosca, recta y fría. Semejante a un sargento militar por la postura correctamente erguida, lleva su melena de color chocolate tirante y recogido, y sus ojos marrones penetra a los aspirantes al mismo tiempo que enseña los pasos. Su voz es distante pero elocuente a diferencia del bailarín Hicks, cuyo sarcasmo y arrogancia sobresalen para hacer comentarios desestimados e incluso no disimula reírse burlonamente frente a su equipo.

La secuencia de dos ochos consiste de giros, saltos y contratiempos. Luego de practicar unas tres veces acompañados de los estudiantes de último año, Bastian, de una manera brusca y demandante, informa que los van a subdividir en grupos de diez. A la mayoría de los presentes les sobresalta el anuncio, en cambio Nina, como costumbre, le intercambia una mirada que expresa mil palabras y todas ellas referidas con insultos.

🌈

A lo largo de una hora, cada diez personas son probadas a la inexpresiva vista del quinteto. Algunas buenas y otras no tanto; el miedo los domina y les hace perder la concentración. Pero cuando llega el turno de Liam, que está familiarizado con el miedo, puede enfrentarse ante él. Desde el momento que va a posicionarse (con el primer paso del pie derecho como cábala) en el centro del salón junto con los demás jóvenes, piensa que él no teme bailar, sino de la gente importante de la universidad, por ende, debe sentirse como siempre lo hace cuando danza: seguro y libre.

Estando en aquella ubicación, Nina se sorprende de verlo; por suerte también es lindo bajo la luz natural del día, piensa. El comienzo de la música indica a los aspirantes que tienen que bailar.

¡Beauchamps mío!

Es descomunal. Liam danza con esa singularidad y fuerza como si reinara el universo entero. Se mueve muy varonil y sus terminaciones son precisas, nada de tambalearse en algún paso sostenido. A pesar de ser un principiante, tiene buena técnica. En la parte de la improvisación, el muchacho realiza una infinidad de pirouettes y tours, incluso hace un grand jeté a la segunda. Si hay gente danzando a su alrededor, nadie lo tiene en cuenta ya que él capta la mirada de todos. Merece que lo aplaudan pero no está permitido; el ambiente debe permanecer con cara de póquer. Cuando finaliza su prueba, Nina parpadea varias veces, desorientada y atónita, cierra los ojos por un segundo y luego los abre para vocear autoritariamente:

—¡Siguiente grupo!

🌈

Más tarde, los aspirantes a entrar a Juilliard siguen siendo evaluados por los expertos, aunque la cantidad ha sido reducida visiblemente. Aquellos que están debajo del nivel que se requiere reciben una palmada en sus hombros de Nina o de Bastian como mensaje de que no sirven, que no son suficientes, que es mejor que se enfoquen en otra carrera que no esté relacionada con la danza. Muchos de ellos no saben que fueron rechazados, entonces permanecen a los costados del salón sin molestar a los que todavía tienen posibilidades de concretar el futuro que desean. Liam y Tony aún persisten durante las duras horas de baile.

En un instante, Donovan se pone de pie y camina a paso pausado cerca de los bailarines, su proximidad provoca una gran inquietud, ocasionando que algunos se desconcentren de sus movimientos. Se dirige hacia Nina, quien se encuentra apoyada contra la pared cuya vista solamente está enfocada en aquel muchacho que se desplaza profesionalmente. El coreógrafo interrumpe su trance:

—¿Qué opinas de él? —pregunta, refiriéndose a Liam.

—Es muy bueno —responde con honestidad, aunque parte de ella le pica un poco la envidia—. Sabe bailar.

El pelirrojo, que escuchó la conversación, se entromete:

—No es para tanto, no es algo que no hayamos visto antes. Sólo baila, eso es todo.

Ambos lo miran con incredulidad.

—Por Dios —bufa la bailarina—, no hay nada peor en la sociedad que un puto envidioso. Ve a un terapeuta a enderezarte, ¿sí?

—¿Qué dices, buga?

El maestro Sullivan suspira de fastidio mientras se aleja de la discusión más estúpida que vaya a presenciar. Se dirige hacia los aspirantes, anunciando con voz potente que el momento más temido ha llegado.

—Listo por hoy. Retírense, luego los llamaremos.

Supusieron muy mal que solamente el miedo y la ansiedad lo iban a padecer previo o durante la prueba, no se compara con ya haber hecho todo el trabajo sin ser rechazado. La incertidumbre es latente y colectiva. Nadie tiene su futuro garantizado, detrás de aquella puerta se puede salir con cualquier resolución.

Todos los sobrevivientes -y entre ellos, los posibles vencedores- esperan en un extenso corredor en el cual unos cuadros de algunos números de danza posan sobre las paredes. Liam se fija en uno donde está su bailarina favorita, Nina, haciendo un gran salto; la imagen desprende dinamismo, tenacidad y, más que nada, gozo. Observando ello le ayuda mucho a no estar tan pendiente de lo que sucede en el salón continuo, como lo hacen sus compañeros; quienes se encuentran pegados contra la puerta tratando, envanamente, de oír algo. Además, son muy indiscretos al llenarles de preguntas a los que salen de obtener su respuesta final.

Pero una joven de tez trigueña no puede articular ninguna palabra como contestación, tiene los cincos sentidos nulos. La muchedumbre curiosa, al ver que ésta marcha robóticamente hacia la pared para sentarse en el suelo, desvían su atención al otro individuo que ingresa a la importante sala. Tony se acerca a ella, que carece de emoción y su vista está en la nada misma.

—¿Estás bien?

—Estoy adentro —dice, aún estando pasmada—. No puedo creerlo... Quedé.

—Felicitaciones... —Y deja un espacio de aire al no saber su nombre.

—Florence. Y gracias...

—Tony —agrega amigablemente.

El pelinegro gira, con tres dedos estirados de su mano, para aproximarse a donde está su compañero:

—Amigo, de doce que llamaron solamente quedaron tres bailarines. ¡Tres! —exclama con preocupación-. ¿Cómo crees que te irá?

—No lo sé. No importa cuánto esfuerzo o sacrificio hagamos, al final del día somos solamente esto: números. —Y señala las enormes cifras que llevan sus remeras, al igual que el resto de los aspirantes.

Un muchacho los interrumpe comunicándole al castaño Kennion que es el siguiente en ser solicitado.

Y de pronto, el futuro se convierte en presente. Aquel ideal nublado entre la ilusión y la desesperanza finalmente recibirá su desenlace.

Una emoción bastante familiarizada en él aparece, el miedo. Un fantasma que le hacía creer que no había otra salida más que tirarse al abismo, un abismo caliginoso y profundo, en donde sólo queda resignarse que no hay nada más allá de la oscuridad. Por muchos años este fantasma atormentó a Liam e hizo que se perdiera en su propio camino sombrío. Afortunadamente, gracias a sus allegados, Liam se preguntó: ¿cómo sabía que la única salida era aquella opacidad si no conoció lo que había en su alrededor o lo que existía en el lejano horizonte mientras que solamente contemplaba al abismo?

Y desafiando al miedo, el joven camina hasta entrar al salón y posicionarse enfrente de los grandes coreógrafos de Juilliard. Nina y Bastian se encuentran ausentes.

La elegante mujer, Charlize, observa el número de la musculosa para luego fijarse en una lista que tiene sobre la mesa.

—Liam Kennion, ¿cierto?

—S-sí... —Los nervios le hacen tartamudear.

—Has interpretado muy eficazmente nuestras coreografías. Tu eje en los pirouettes es espectacular...

—¡Y la parte de la improvisación! —exclama Jeremy, agarrando un papel y utilizándolo como abanico— ¡Uf, hombre! ¡Ese vigor y ese atrevimiento que me hicieron acordar al mismísimo Mikhail Baryshnikov en sus inicios!

—Controla tu energía —suelta Donovan agriamente. El agradable ambiente que rodeaba desaparece-. Te adelantas y traccionas los pies en consecuencia.

—Pero eso se puede solucionar siendo nuestro alumno, ¿no? -interviene el profesor Lewis—. Eres un fabuloso bailarín, Liam. Bienvenido.

—Felicitaciones, quedaste seleccionado — finaliza Charlize con una dulce suavidad.

Al escuchar esas palabras tan anheladas, el chico de preciosos ojos verdes larga todo el aire que había retenido y esboza una rebosante sonrisa de alegría. La misma lo acompaña cuando cruza por la puerta, sordo de felicidad para las entrometidas preguntas, a dirigirse donde está esperando su querido amigo. Una vez ya en sus brazos le cuenta, con gran satisfacción y alivio, que fue seleccionado. Orgullosamente, el pelinegro le palmea la espalda confesándole que sabía que lo lograría.

De repente se escucha desde el otro lado que alguien llama el número que le corresponde a Tony.

Al separarse nota la mirada que tiene en frente, esas perlas negras congeladas de pavor. Entonces, le da unos pequeños pero justos golpes para hacerle saber su apoyo. El joven Legendre, que está más pálido de lo que suele estar normalmente, obliga a sus piernas a que se muevan hacia la determinación de su destino, a lo cual éstas cumplen pero robóticamente.

—Suponía que tu forma de bailar no era algo que se adquiriera simplemente asistiendo a discotecas.

Liam gira para descubrir que aquella voz seductora le pertenece a su bailarina favorita; está inclinada coquetamente contra la pared, mirándolo con un brillo divertido en sus ojos mientras pasa por desapercibida de la vista de los demás.

—No si tú no te encuentras en el centro de la pista.

Nina interpreta al cumplido en un terreno erróneo, creyendo que ambos están participando del mismo juego. Esas palabras provienen solamente de la admiración que siente el muchacho por ella.

La joven mantiene su margen demostrando suficiencia.

—Así que eres un recién graduado de la escuela, dando sus primeros pasos en la universidad —dice, asumiendo que Liam está entre los 17 o 18 años, hecho que le sorprende algo pero no tanto para importarle—. Anoche no lo aparentabas. Bienvenido a bordo.

—¿Cómo sup...?

Pero ella no le deja terminar.

—Sé que cuando alguien me llama la atención no se trata de algo irrelevante -señala con picardía.

🌈

Luego de que Tony haya sido seleccionado y que los coreógrafos terminaran de elegir a los ingresantes, todos entran al salón principal donde los esperan los experimentados y ya formados bailarines.

La gran felicidad, en un santiamén, se convierte en miedo. Al ver esos rostros distantes, los seleccionados se vuelven pequeños. Y se nota por los intermitentes cambios de postura y los tropiezos al caminar. Ciertamente, los estudiantes con más años en Juilliard se olvidaron que una vez estuvieron en sus zapatos, en el inicio. En realidad, lo recuerdan pero es más fácil establecer un status intimidante y supremo que mostrar una faceta comprensiva y simpática; porque muchos creen que, al cumplir su objetivo, la humildad desencanta sus logros.

Mientras que los ingresantes se acomodan en distintas partes del salón, Nina observa a Liam sin disimulo.

El salón es de color blanco pero, casi en las cuatro paredes, está recubierto de unos enormes y alargados espejos. El piso es de madera y espacioso, apto para que quepan unas cuatrocientas personas. Y a los costados, por encima de los espejos, están las extensas barras.

La primera clase es con el coreógrafo Jeremy Lewis, quien da una cálida y divertida bienvenida a los nuevos integrantes, que inmediatamente gana el cariño de ellos.

En el transcurso de la hora se realizan un montón de actividades: elongación, diagonales y meditación (aunque ésta última no se encuentra en el plan de estudio, es practicada por capricho del profesor), en las cuales son acompañadas por un ambiente neutro y profesional. Hasta que llega el momento de enseñar la nueva coreografía para la presentación del viernes. Y, como de costumbre, Nina y Bastian tienen los roles principales.

—Bastian... Estás apretando...demasiado...mis costillas... —Se queja la bailarina, mientras que hace un truco en el cual está en el aire sostenida por su partener.

Ante las quejas de su compañera, con una gran brutalidad, el pelirrojo la suelta sin previo aviso. Pero por suerte, la joven, antes de tocar el suelo, se sujeta de la cadera del muchacho, generando que Bastian amortiguara su caída.

—¡Víbora! ¡Por poco rompes mi espalda! — rechista desde el piso, apartando con fuerza a Nina de su cuerpo.

—¡Oh, no lloriquees! Ya conseguirás a un sugar daddy que pague el seguro médico.

—Me facilitaría el trabajo si dejaras de comer, obesa.

—Ahora sé a dónde viene tu falta de neuronas.

Su pequeña discusión se convierte en el foco de atención de los presentes. El simpático hombre de cabello desgastado se acerca:

—¿Algún problema, mis niños?

—Sí —contesta la joven—, quiero cambiar de partener.

Al coreógrafo le desconcierta un poco la petición de su alumna, ya que ellos son "el dúo protagónico", Nina y Bastian. No hay una coreografía en donde no estén juntos y siempre es así.

—Bueno... ¿Quién puede ser tu nuevo partener?  —pregunta mirando a cada lado, dubitativo.

Liam, quien presenció toda la escena, piensa que sería un idiota si no se atreve a tomar la gran oportunidad que está frente a sus ojos. El miedo no tiene que interponerse en lo que uno quiere, debe hacer lo que su corazón le ruega: bailar con su bailarina favorita.

—Yo —dice, sorprendiendo a todos.

—¿Un ingresante con valentía? ¡Vaya! —Se alegra Jeremy. Y señalando a sus estudiantes avanzados, agrega:— Sé que tienen caras de perros malos pero solamente ladran, no muerden. Ven, ven, únete a Nina y... ¡manos a la obra!

Antes de alejarse de Liam para realizar el truco, le intercambia una mirada desafiante. El chico de ojos verdes parece estar tranquilo, para nada incómodo ante la situación compuesta de miradas curiosas. Eso le asombra para bien a Nina. Y sin más, corre, toma impulso y se lanza hacia él. Estando elevada, nota que las manos de Liam la sujetan con fuerza y seguridad, le transmite confianza, siente que con él jamás caería.

El joven flexiona sus brazos para que la bailarina de un salto en el aire y luego descienda sobre él. Sus rostros quedan a una escasa distancia. Nina aprovecha la cercanía para contemplar algo más que los preciosos ojos verdes que la cautivaron desde el primer encuentro: sus labios. Son rosáceos, ni tan finos ni tan gruesos. Se ven suaves, dulces y... muy besables. No sabe si es la transpiración o la calidez de los cuerpos después de estar varias horas danzando pero se siente muy excitada por la forma en que Liam la tiene agarrada. Cataloga aquellos brazos como los que nunca sueltan a la mujer debajo de sus sábanas, y eso le hace tener una idea de Liam como hombre: encantador, posesivo y apasionado.

—¡Magnífico! —Se escucha la voz energética de Jeremy, además de sus aplausos, causando que Nina se despierte de su embobamiento y se aparte del muchacho—. ¡Me encanta!

—¿Y qué hay de mí? —pregunta ofendido el pelirrojo.

—Simple, busca otra bailarina. Las cosas cambian, Bastian. ¿Puedes imaginar que hubiese sido de la danza sin la gran aparición revolucionaria de Isadora Duncan con sus maravillosos pies descalzos? —cuestiona serio—. ¡Qué aburrimiento!

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