R-2


CALLE RUTH.

Evan. Relato dos.








—Te lo iba a decir... —me miró seriamente, en un intento de parecer apenado. Su rostro se frunció y yo respiré, inseguro, tan afectado que mis ojos cubiertos de lágrimas volvieron a mirar aquella fotografía.

—Soy una basura... Soy una basura —un sollozo salió de mis labios. Mis manos temblorosas arrugaron aquella muestra de mis faltas, de mi deshonor. Sabía que era mala idea, que nada de esto iba a salir bien—. Destruí una familia.

—No... No. Yo te amo, te quiero a ti, no llores Evan, te sacaré de ahí. Te sacaré de Calle Ruth y serás tratado como un rey.

—¡Destruí una familia! ¡Yo! —lloré con fuerza y sentí que mi garganta se cerraba. El remordimiento, el dolor en mi pecho no se iba. Era un asco. Una aberración—. No... Tienes un niño de tres años Ryan por favor...

Él se quedó callado. Volví a mirarlo, con el rostro bañado en lágrimas. Había pasado cerca de seis meses junto a él, entre sus brazos, enrollado en sus sábanas. La primera vez que solicitó mis servicios me había sentido tan querido, tan renovado y valorado a su lado que quedé hechizado. No sabía bien si toda la mierda que sentía en mi alma era por haber roto su familia, si era por la mirada llena de asco y odio que su esposa me había dado, o la idea de volver a la prostitución. Tragué saliva, y sentí que mis lágrimas empezaban a caer en un torrente desesperado.

—Y-yo... No puedo hacer esto, no puedo —le dije negando, él abrió los ojos con desesperación—. Lo siento Ryan. Ya no puedo estar contigo.

—No... Evan por favor —él se acercó y yo me dí la vuelta, sentí su mano puesta en mi brazo, quemando, ardiendo—. Le pedí el divorcio. Evan.

Y eso fue lo último que necesité para oír cómo mi alma se rompía. Porque no sólo era un chapero de cuarta que vivía en un cuarto alquilado de Calle Ruth, no sólo era un prostituto que había pasado por la cama de tantas personas. Tenía la juventud a flor de piel, en mi piel, mi cuerpo. La belleza se apegaba a mí con la misma fuerza que la suerte me evadía. Y sin embargo, estaba podrido por dentro. Podrido de los maltratos, las violaciones, podrido de escuchar palabras bonitas, tan artificiales.

Y le había arruinado la vida a una mujer que no conocía, a un niño de tres que no sabía nada de la vida. Había roto el matrimonio de alguien sin siquiera saberlo.

—¿Tú qué...? ¿Qué? —murmuré temblando. Él se acercó con una sonrisa brillante, llena de bondad, compasión. Me tomó del rostro como siempre lo había hecho, y me sentí morir en su toque.

—Vamos... Eres mi chico, mi bonito niño de porcelana —me besó los labios y yo no respondí. Lentamente me acorraló a la pared y sentí cómo sus manos se deslizaban por mi cuerpo. En mi intimidad—. Evan... Sácate la ropa para mí.

—Ryan no... —rogué y lo miré entre las lágrimas, él me sonrió, como si no pasara nada malo. Presioné mis manos en su pecho, buscando que se aleje de mí—. No quiero. No quiero más.

—¿A qué te refieres? —me preguntó con el ceño fruncido, tragué saliva—. ¿Qué intentas decirme?

—Ya no quiero estar contigo —le dije y él retrocedió, impulsivo—. T-tú debes volver con tu familia. Con tu hijo y tu esposa. No lo rompas por mí, por favor, no hagas que me sienta más mierda de la que ya soy.

—No —negó, riendo—. Tú no quieres eso Evan. Estaremos juntos.

—¡Tu familia es más importante, por dios Ryan, no soy más que una calentura tuya! —grité de pura frustración y él me tomó con fuerza del brazo.

—No, no te irás, ¿Me oyes? No lo harás. Dejé todo por ti, todo. No te irás así sin más de mi vida —habló fuerte y sentí mi piel picar. La fuerza con la que apretaba me dolía—. Eres mío, mío, tu carita, tus manos, todo tu cuerpo y tu alma me pertenecen. Soy y seré el único hombre en tu vida.

—Ya basta... Ryan... —aparté la mirada y él me soltó. Rápidamente me di para atrás, mi respiración se agitó y divisé mi campera y la mochila marrón que tenía. Las tomé, dispuesto a irme—. Perdón.

Caminé hacia la puerta escuchando su respiración fuerte, me sentía débil, tan pisoteado que al tomar el pomo mi corazón dió sus últimos latidos tranquilos frente a él. Sentí su mano sobre mi cintura, sobre mis brazos. Me empujó para atrás y cerró la puerta con mi peso. Me tomó de la barbilla y rápidamente descubrió la ropa de mi cuello, sentí el corte limpio que sus dientes hicieron, fuertes, sangriento y terrible. Grité con fuerza, como un loco, mi cuerpo cayó en debilidad y lloré con fuerza cuando él me liberó de su mordida. Lo miré con miedo, terror. La sangre le resbalaba de la comisura de los labios y sentía mi piel removida, destrozada.

—Nadie te querrá con esa fea marca —me dijo—. No serás la puta de nadie más, ¿Oíste? Me encargaré de que jamás recibas cliente alguno, dinero sucio, y no te quedará opción alguna que volver arrastrándote a mis pies. Aquí, conmigo.

Me tragué las palabras, sentía terror, miedo, y mucha decepción. Bajé la mirada y volví a tomar mis cosas con rapidez. Desapareció de mi vista tan rápido como todo el afecto que tenía. Bajé las escaleras tapando mi cuello con una mano y salí a la calle. Era de madrugada, caminé cerca de tres cuadras hasta parar en una esquina. Bajé mi mochila y saqué la gasa y el alcohol que siempre traía, tenía otros artículos de primeros auxilios, pastillas para la migraña, pomada para mis heridas. Y una cantidad abundante de preservativos. Limpié la herida con rapidez, con tanto asco que el dolor me causó el peor llanto de mi vida. Lloré con fuerza, quería arrancarme la piel, el cabello, quería golpear mi cabeza contra la pared hasta reventar.

Tape la herida con la gasa y limpié mis lágrimas. Tardé cerca de una hora para llegar a Calle Ruth, evadí la luz de los faros y me hundí en la oscuridad. Entre la gente que conocía y que alguna vez me tocó con deseo. Me hundí en un callejón y rápidamente entre por la puerta rojiza de mi casa.

Era un pequeño edificio desecho y mugriento. Tenía cinco habitaciones y todas estaban alquiladas por prostitutos de la zona. En algunas habitaban más de tres personas, a veces cinco. Era lo más conveniente por las noches, el movimiento de las drogas, las armas, el movimiento de todo demonio se hacía por las altas horas, y cada monstruo forrado en dinero era nuestra salvación. La mayoría nunca volvía, si tenían suerte se volvían la puta personal de algún político o empresario. Otros morían de enfermedades, o los violaban y les pegaban el tiro gracia en medio de la frente.

Hacia algunos años las prostitutas de Calle Ruth eran el furor de los viejos, muchachas lindas, voluptuosas. Cuando el movimiento se hizo más intenso las cosas empeoraron, las chicas se perdían, el maltrato se volvía evidente y un gran problema. Las violaciones, los embarazos. Se había vuelto una masacre excesiva que requirió medidas. Actualmente la prostitución dentro de las calles eran movidas por hombres, a veces eran jóvenes, demasiados inexpertos. Los más jovencitos se encargaban de los más grandes, clientes adinerados de la alta sociedad.

Las prostitutas se movían por las afueras, atrayendo clientes a la boca del lobo.

—¿Ni un hola? —me volví y me encontré con Eric sentado en el sillón de terciopelo rojo que había en la sala, el mueble era de por sí un asco. Las manchas de café, mugre, quemaduras de cigarrillos y semen seco le quitaba todas las ganas de estar ahí. Sonreí apenas cuando los ojos azules de aquél se clavaron en mí, a decir verdad Eric era el prostituto más dominante de todos, era atlético, una altura que llegaba al metro noventa y la actitud un poco hostil a veces. Tenía clientes de a montón y muchas veces nos había salvado el culo a todos. Era popular entre las viejas y hombres jóvenes, su atractivo facial era una exquisitez para cualquiera. Tenía una sonrisa hermosa y tuve el placer de acostarme con él en mi juventud.

Había sido mi primer ilusión, mi primer amor, sin embargo, había algo en él que me inquietaba. Era demasiado reservado, serio, tan cruel en sus momentos que corrompía cualquier piel. Su cabello oscuro se encontraba despeinado, y suspiré. Tal vez, muy en mi interior, no lo había superado.

—¿Cómo estás? —murmuré bajito, él se encogió de hombros, sacó de su chaqueta negra una cajetilla de cigarrillos y lo observé, eran de menta. Había tenido una buena paga al parecer.

—Mnh, no me quejo —desvió la mirada y sentí que mi piel se erizó. Mis ojos lentamente lo recorrieron completo, buscando distraer mis pensamientos. Distanciarme de Ryan sería lo mejor para todos. De repente se escuchó la puerta principal y la silueta de Benjamin se asomó, tenía grandes ojeras, lucía cansado. Mi atención se detuvo en las manchas de sangre que habían en su ropa—. ¿Qué mierda te pasó?

Oí la voz  de Eric, lentamente me encogí de hombros y volví mi atención a la herida de mi cuello.

—La sangre no es mía, tranquilo —oí—. Hubo disturbio en mi barrio.

—¿Otra muerte? —pregunté acomodando el espejo de mano que tenía, lentamente me arranqué la gasa. Estaba cubierta de sangre.

—No, por suerte —Benjamin se tiró sobre el sillón y ví cómo Eric fruncía el ceño—. El puto nazi violó a un niño a dos cuadras de mi casa, en el descampado.

—¿Él no tenía prohibida la entrada después de lo que pasó con Kelly? —fruncí el ceño, volviéndome. El gran nazi era un hombre alemán corpulento de treinta años de edad aproximadamente, se dedicaba al sicariato. Era violento, manipulador, y le gustaban los chicos jóvenes, tenía un fetiche extraño con los adolescentes, le gustaba follárselos y maltratarlos al mismo tiempo. Había mucho movimiento de él años atrás, cuando violó a Kelly todo se había vuelto un disparate completo. Lo denunciaron, pero la justicia en Calle Ruth valía igual que la mierda. Una vez me había acostado con él, cuando era más joven, me había insultado por tener piernas regordetas y me metió los dedos dentro de la boca para que vomitara mi alimento. Su asco por la gente con sobrepeso era insoportable.

Mis ojos se clavaron en Benjamin, este tenía los ojos cerrados y lentamente se frotaba la frente, como si estuviera harto de la situación. Eric se puso rígido—. ¿Cómo se llamaba? ¿Lo mató?

—No... Por suerte, está en urgencias, lo había torturado, ese hijo de puta se metió con un pendejo de dieciocho años. Por dios qué puto asco.

—¿Christian? ¿El hijo menor de la señora Liz? —Eric preguntó y lo miré extrañado. Cuando Benjamin asintió lo ví levantarse de inmediato.

—¿A dónde vas? —pregunté. Él no me miró.

—Necesito hacer algo —Eric salió de la casa, su cabellera despeinada se perdió en la puerta y bajé la mirada. Escuché el chillido de Benjamin a mi lado.

—¡Ay Evan! ¡¿Quién fue el simio que te dejó esa fea mordida?! —sentí sus dedos remover mi piel y lo aparté de un manotazo—. ¿Quién fue el bruto? ¡Déjame y le arranco el pito de un mordisco!

—No... —susurré, frotando mis ojos—. Ryan tiene familia... Y aún quiere que siga con él.

—Oh... Bebé —sentí cómo me acercaba a su pecho y me abrazaba con fuerza—. Eso pasa a veces, ¡Tranquilo! ¿Quieres que tome tu turno hoy? ¿Mnh? ¿Quieres algo de comer? ¿Drogas? Yo te lo traigo.

Me reí con pereza. Benjamín era un prostituto que había entrado hacia unos dos años, tenía el humor a flor de piel y también era adicto a las drogas. Tenía muchos problemas con eso, pero se había calmado después de los fuertes rumores que hicieron sobre él. Aunque no estaba muy seguro de si eran reales o no.

—Dormiré un poco...

—¡De acuerdito! —gritó y salió de allí, lo ví entrar a su habitación—. Me quedaría contigo pero tengo que hacerle una mamada a Mike —lo ví salir con distinta ropa, su mirada juguetona brillaba—. Adiós cariño.

Esperé a que saliera para terminar de vendar mi herida. Cuando terminé subí a mi cuarto y me tiré sobre la cama. Miré el techo y busqué distraerme de mis problemas observando las manchas de humedad que había. Le buscaba formas, desde un pato hasta un tobogán. Si tan sólo no me hubiera metido con Ryan... Mierda, no debía pensar en él. Ni en su esposa, mucho menos en el pequeño infante. Dios, ese niño, ese pequeño niño me había roto el corazón. Me sentía tan incorrecto...

Escuché un golpe en la puerta, me levanté. Esperé a oír otro hasta que nunca llegó, finalmente volví a acurrucarme en mi cama. Iba a cerrar los ojos cuando nuevamente el ruido me despertó, esta vez me levanté por completo y caminé hasta la sala. Ví una silueta a través de la ventana, era alta, pensé rápidamente en Eric y corrí a abrirla.

—Evan, perdón —la voz de Ryan chocó con mis tímpanos al igual que una bomba. Abrí la boca apenas y él me tomó del brazo—. Ven, hablemos.

—No... Ya te dije todo lo que tenía que decir —murmuré mirando a los lados, no había nadie en la calle. O eso parecía, sentía que los ojos de todos los demonios de Calle Ruth se clavaban ahí, en mí, en Ryan—. Te lo dije, por favor, vete.

—No. Hablemos.

—Por favor Ryan, no debes estar aquí, ve con tu familia. Tienes hijos que cuidar —le recordé esperando que reaccionara. Que se le iluminara la mente con la divina moral. Estaba en la puerta de un prostíbulo, en un barrio repleto de gente incorrecta. Mi corazón se aceleró—. Ryan...

—Ven —me jaló y sentí que mi cuerpo caía sobre el suyo. Choqué contra su pecho y él me tomó con fuerza—. Vamos.

—¿Eh... A dónde? —me tomó de la mano y mis ojos chocaron con su auto negro, Ryan me empujó suavemente a la puerta—. No... Ya no puedo estar contigo entiende.

—Vamos. —repitió, esta vez su voz fue más autoritaria, desconocida para mí. Sus ojos estaban negros, opacos, el terror me subió desde los tobillos.

—Ryan... No.

—Sube maldita sea —maldijo con voz fuerte y me presionó contra el auto. Todo su peso cayó sobre mí, mi cuerpo empezó a temblar cuando sentí el metal frío chocar contra mi estómago. Mi mirada bajó con miedo y se nubló en lágrimas cuando divisé el arma calibre veintidós apuntando mi carne—. Ya.

—R-ryan... —mi voz tembló y él abrió la puerta, entré con el cuerpo paralizado por el miedo. Mis oídos escucharon el estruendo de la puerta al cerrarse y sentí el miedo rotundo navegar por mi sangre, por todo mi ser cuando él subió del otro lado—. Por favor... Por favor.

Las lágrimas se derramaron por mis mejillas, él no se inmutó.

Sus ojos negros se clavaron en mí cual diablo lo haría. Entre la oscuridad, su mirada parecía el mismo vacío, el mismo demonio que caracteriza a Calle Ruth. Sentí el terror en el aire.

—Dejé todo por ti... Evan.

Y mi sentencia de muerte se había firmado sin mi permiso, ahí, con aquellas palabras.






















HUNTER. 2019.

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