Cinco

Nada de esto estaba bien.

Era lo que me repetía mientras caminaba con pasos vacilantes hacia aquella puerta con un número desgastado por los años. El alboroto del exterior parecía desvanecerse a medida que avanzaba por el estrecho pasillo, como si el mundo quedara encapsulado entre estas grises paredes.

Olía a café.

Pero no de esos que mamá preparaba por las mañanas apenas despertaba; este café se hallaba mezclado con algo amargo que no lograba descifrar, algo que hacía que el ambiente se sintiera aún más pesado.

El dolor en mi cabeza se hizo notar, recordándome lo incómoda que resultaba esta situación. Quería irme a casa lo más rápido posible.

Al llegar a la puerta, abrí justo como me lo habían indicado minutos antes, encontrándome a un señor con el uniforme policial esperándome. Sus iris se posaban en mí con insistencia, si no fuera porque me invitó a sentar creería que intentaba atravesar mi cráneo antes de poder confesar de lo que se me acusaba.

Tomar asiento en esta fría silla también resultó un reto para mí, no entendía por qué estaba tan nerviosa, ni tampoco por qué a mi cuerpo le resultaba tan difícil respirar con regularidad. Después de todo no había hecho nada malo.

¿Cierto?

—María, ¿entiendes por qué estás aquí?

Asentí sabiendo que no eran necesarias las palabras.

—Te haré algunas preguntas, pero es importante que seas honesta. Lo único que buscamos es llegar al fondo de lo ocurrido, ¿de acuerdo?

Volví a asentir a modo de confirmación, observando detenidamente al oficial en un intento de no demostrar temor con todo este dilema.

—¿Qué pasó ese día? —interpeló antes de empezar a redactar en su cuaderno.

Qué pasó.

Que no pasó habría querido decir. Fue uno de los peores días desde que ingresé a esa preparatoria, la forma en que todo se desenvolvió aún me traía pesadillas apenas cerraba los ojos.

—Era un día como cualquier otro —enuncié para luego envolver mis manos—. Nos encontramos para hablar un rato, aunque luego no supe más de ella.

Llevé mi atención hacia otro punto de tan apagada sala, tragando saliva en el proceso. Esperaba que mis palabras fueran lo suficientemente convincentes como para transmitir veracidad.

Sin embargo, el agente traía mucho empeño con estudiarme en completo silencio, buscando que soltara algo más que me delatara. ¿Acaso él pensaba que había sido capaz de hacerle daño?

Porque esa nunca fue mi intención, nunca.

—¿Alguien más se encontraba ahí? —interrogó.

—No que recuerde.

Fue entonces que detuvo la escritura en su cuaderno para acto seguido levantarse e instalarse mucho más cerca de mí, quedando como única división aquella agrisada mesa. Y así como no tuvo prisa en levantarse tampoco la tuvo para volver a tomar la palabra.

—Tienes que saber algo, María —apuntó con tan demandante voz—. No estamos seguros de que nos estés diciendo la verdad.

Afiancé aún más el agarre de mis manos hasta poder sentir cómo las uñas empezaban a arder contra mi piel.

—Yo les dije lo que sé —estipulé sin dejar caer mi teatral máscara de autoconfianza—. No tengo porqué mentirles.

El oficial no se hallaba del todo convencido, era lo que creía, lo reafirmé cuando del bolsillo delantero de su camisa sacó un papel que parecía ser una imagen. La misma que deslizó por la mesa hasta quedar a la altura de mis párpados.

Carajo.

—Esta foto fue tomada un día antes de que desapareciera. —Escuché mientras analizaba lo mal que se miraba ese día, ella estaba cansada—. La persona que capturó el momento recuerda haberla visto contigo poco después de que tomaran caminos diferentes.

Joder.

—Ya le dije que no supe más de ella —expresé—. Yo me fui para mi casa.

Tal como lo quería hacer ahora, me dolía mucho la cabeza, me dolían las manos, además sentía un vuelco insoportable en el estómago que no me dejaba concentrar. Todos estos interrogatorios eran innecesarios si iban a sacar este tipo de conclusiones.

—María —llamó al ver que había clavado mi atención en el piso—. Esto es serio. Necesitamos toda la verdad.

El señor debía alejarse de mí, no lo veía de manera directa, aunque sabía que desde hace mucho habría cruzado el límite de espacio considerable entre nosotros.

—María.

Me eché hacía atrás causando que la silla emitiera un horrible chirrido por mi repentina brusquedad, quedándonos en completo silencio minutos después. Si seguía así tendrían más razones para inculparme, mas no podía evitar parecerme irreal todo lo que sucedía.

Me habían dicho que me lo tomara con calma, pero estábamos hablando de un verdadero crimen. ¿Qué pasaría si me echaban la culpa a mí? Con todo esto no sabría si vomitar o encerrarme en mi cuarto hasta que todo acabara.

Y... ¿cómo acabaría?

Pues de eso no me enteraría si perdía la cordura ahora mismo.

—Esa es toda la verdad —anuncié por fin dándole cara—. Oficial, no sé qué más quiere que le diga.

No sabría decir si fue por mi determinación u otra cosa que el uniformado terminó por dar un fuerte suspiro antes de volverse a recostar en su silla. Negando en repetidas ocasiones en desaprobación a mi conducta.

—Tendremos que continuar esto en otro momento —sentenció—. Por ahora, puedes irte.

Poco tiempo bastó para que le hiciera caso, retirándome de la sala con paso apresurado hacia la salida. Mi cuerpo se sentía agotado a pesar de solo haber estado unas cuantas horas en este lugar, aun me estremecía por lo ocurrido.

Apenas llegara a mi casa me comería unas buenas barras de chocolates.

Sí, era lo que necesitaba hacer para quitarme este mal sabor de boca, o hacer cualquier otra cosa que me impidiera pensar en todo esto. Respiré con anhelo el fresco aire del exterior. Ya todo había acabado, al menos por ahora.

Qué alivio.

Me dispuse a buscar mi celular entre los bolsillos de mi chaqueta, quería avisarle a mamá que volvería a casa dentro de poco, que primero pasaría por una droguería para comprarme unas pastillas que aliviasen el dolor de cabeza.

No obstante, al momento de agarrar el móvil noté que algo se hallaba fuera de lugar, saqué mi mano del bolsillo no solo agarrando el artefacto sino también un arrugado papel que no recordaba haber puesto ahí.

Lo desplegué, quedándome sin palabras.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top