Capítulo 7
Gerard Way era reconocido por todo el mundo como el hijo de puta más grande con el que podían encontrarse, pero solo sus personas más cercanas sabían que todo aquello no era más que parte de la fuerte coraza que él mismo había levantado para protegerse de todo y todos. Solo siendo de esa forma él se sentía seguro y de cierta manera, menos vulnerable de sus temores.
Sin embargo, si existía alguien en el mundo aparte de su hermano, a quién no podía mentirle, ese era su mejor amigo de toda la vida. Raymond Toro. Que justamente en ese momento le miraba con atención y sabía que todo estaba a punto de irse a la mierda, con esa mirada roja llena de cólera de Gerard y su ceño apretado. Tenía tanto tiempo sin verlo así y se sentía muy preocupado por que fuese lo que fuese que estuviera perturbando a Gerard no se lo había contado, eso solo podía significar que era algo demasiado malo.
—¿Qué? —ladró Way sin siquiera apartar la mirada de ese aparato pequeño entre sus manos que tanto decía odiar.
—¿No me piensas contar que es lo que te tiene tan mal?
—¿Por qué mierda siempre debe haber algo malo conmigo? —preguntó con un fingido tono calmado pero sus palabras estaban cargadas de veneno.
Ray alzó ambas manos a la altura de su rostro y se echó un poco hacia atrás en su silla. Llevaba todo el día queriendo hablar con Gerard, después de todo él mismo le había prometido a Frank que iba a tener una buena conversación con él, pero al primer intento fallido había descubierto que algo malo sucedía con su amigo. No tenía que ser un mago para notarlo, Gerard era amargado y odioso por naturaleza, pero sus acciones y sus gestos denotaban que algo más había ahí.
Y él quería saberlo para ayudarlo.
Sin embargo, no era buena opción arrinconar a la bestia cuando estaba a la defensiva así que optó por dejar ese tema de momento y ocuparse del asunto que más necesitaba. Ya con un poco de tiempo Gerard le buscaría y le hablaría de lo que necesitaba, siempre era así. Ray ya le conocía y tenía toda la paciencia del mundo para lidiar con él, o al menos eso era lo que el rizado creía.
—Bueno Gerard, hay algo un poco importante de lo que necesito hablarte —dijo Ray unos instantes después. Se acomodó en el asiento nuevamente y mantuvo una postura firme—. Es sobre Frank.
—Genial. Justo lo que necesitaba —murmuró mientras lanzaba el aparato a un lado de su computador. Apoyó los codos en la mesa y enlazó sus manos dejando su mentón apoyado sobre ellas—. ¿De qué necesitas hablar sobre él que sea tan importante? —preguntó mientras sonreía de manera falsa.
Toda la actitud de Gerard, su tono de voz y la forma en la que estaba tratando a Ray comenzó a hacerlo sentir incómodo.
—Sé que nunca hemos tenido un pasante en la empresa y mucho menos alguien a nuestro cargo, pero creo que debemos plantearnos algunas normas —decidió continuar hablando y exponiendo el discurso que había estado pensando la noche anterior—. Somos tres personas las encargadas de Frank, él debe cumplir tareas designadas por parte de los tres y no sé si lo sabes, pero él aún está en sus últimas semanas de la carrera.
—Ajá, ¿y?
—Necesita que lo tratemos con un poco más de tacto y no sobrecargarlo de tareas...
—¿Estás diciendo esto por mí? ¿Crees que soy un puto tirano que lo obliga a trabajar sin descanso?
—Gerard, calma —pidió Ray con el tono más calmado que pudo, pero sintiéndose cada vez más molesto con aquella actitud—. No te estoy señalando de nada, simplemente quiero que nos pongamos de acuerdo con respecto a las actividades que va a desempeñar Frank.
—Pensé que eso había quedado claro desde la reunión que tuvimos cuando se decidió darle el puesto. Cada quien iba a asignar diferentes tareas en sus respectivas áreas para que pudiera aprender más...
—Sí, pero... —Ray trató de intervenir, pero Gerard tomó la palabra.
—Y él debe cumplir con dichas tareas, primero para poner en práctica sus habilidades y conocimientos, segundo para aprovechar la oportunidad de estar aquí y tercero porque ya es su responsabilidad, no puede ir por ahí quejándose a la primera señal de presión. Esto es la vida real, no creía que iba a estar en un paraíso, sirviendo café y sacando copias, porque para eso pudo haberse conseguido unas pasantías en cualquier empresa de quinta...
—Pero no es un jodido burro de carga —interrumpió Ray a su mejor amigo, totalmente enfadado por el discurso cruel de Gerard—. Es el puto pasante, ¿si entiendes eso? Él no tiene tu nivel de ser supremo aún, está aquí para aprender y no para morir de estrés por sobrecarga laboral.
Gerard se puso de pie y apoyó las palmas de sus manos en el escritorio, se inclinó sobre este y ante su mirada inclemente y llena de furia Ray también se puso de pie. El rostro de Gerard se tornó rojo y la vena en su frente sobresalió.
—No va a morir de estrés ni tiene sobrecarga laboral, simplemente tiene las tareas que necesita tener. Al menos por mi parte seguirá siendo así, no quiero tener un puto parásito a la par, al que no le guste trabajar y este acá solo para conseguir una jodida calificación y tener un mugroso papel. Si lo que Frank quería era ser un asistente o algo más sencillo entonces se equivocó de lugar.
—En primer lugar, Frank no ha dicho nada para que te refieras a él de esa manera, Gerard. Soy yo quien está aquí tratando de hablar contigo para tratar de mejorar la situación que estoy apreciando.
—Entonces parece que no está observando tan bien, señor Toro. No veo ninguna dificultad en la situación, todos pasamos por el proceso de aprender y de estar en el lugar en el que el pasante está.
—Estoy de acuerdo, pero no porque a nosotros nos haya tocado llevarnos la peor parte para aprender a poner en práctica nuestros "conocimientos" vamos a hacer lo mismo con las personas a las que nos toca enseñar...
—Pues... —contraatacó Gerard encogiéndose de hombros y torciendo la boca en una postura desafiante, provocando en Ray una molestia profunda y a su vez una gran decepción—. Esta es mi forma de enseñar...
—¿Qué mierda pasa contigo? —preguntó interrumpiendo con un tono de voz tranquilo.
—Y si hay alguien a quien no le guste, o se sienta incómodo conmigo y mi manera de ser, entonces las puertas son muy grandes.
—¿Y ahora me estás echando?
—Puedes tomarlo como quieras.
—Con una mierda —exclamó y golpeó la superficie de la mesa—. Estoy harto de tu juego, Gerard. No es para nada justa la forma en la que estás tratándome, soy tu jodido amigo y hoy solo parece que quieres atacarme por cualquier motivo.
—No. Yo soy el que dice eso. Estás en mi oficina, quitándome valiosos minutos de trabajo y reclamándome cosas sin sentido.
—Pedirte que hablemos de la situación de Frank, que como sus jefes somos responsables no es una pérdida de tiempo.
—Cuando nos referimos a una situación de la cual no hay suficientes fundamentos, entonces efectivamente no valen la pena.
—Te desconozco, Gerard Arthur. Sé que eres un hijo de puta, pero estás excediendo los límites.
—¡Ay, por favor! No empecemos con actitudes melodramáticas.
—¿Sabes qué? Me cansé. No voy a discutir con un simio ególatra y de mente cerrada.
—Yo no te pedí que vinieras hasta aquí a crear un conflicto innecesario.
—¡Que te den! —fue lo último que dijo Ray antes de darse la media vuelta y salir de aquella oficina azotando la puerta.
El moreno sentía que de su cabeza salía humo y solo necesitaba aire y espacio para despejarse. Escuchó a lo lejos la voz de Frank llamándole, pero no era momento de hablar con nadie, así que después de hacerle un gesto con la mano siguió caminando hasta el elevador y marcó el piso del estacionamiento. Si no salía del edificio pronto era capaz de regresar a la oficina de Gerard y darle un puñetazo en la nariz, era lo mínimo que merecía.
En algún momento la discusión entre Gerard y Ray había ido escalando y eventualmente el eco de sus voces comenzó a filtrarse a través de la puerta, no tan fuerte como para que todos los que estaban concentrados en sus trabajos ahí afuera se dieran cuenta, pero si lo suficiente para que el joven sentado en el cubículo frente a la oficina de Gerard escuchara. El pasante se había sentido mal al escuchar fragmentos de aquella conversión y enterarse que por culpa suya Ray estaba teniendo una fuerte discusión con su amigo y compañero de trabajo.
Sin embargo, lo que Frank y Ray ignoraban era el verdadero motivo de la molestia de Gerard, Frank ni siquiera pintaba en sus pensamientos en ese momento. Había una ventana en aquel portal oscuro en el que Way había estado sumergido todo el maldito día.
Y mientras tomaba su saco y su maletín, Gerard recordó cada detalle del sueño que lo tenía tan molesto y perturbado, de forma inevitable sintió como la furia volvía a crepitar en su interior. Sabiendo que no iba a poder hacer más ese día y que no quería ver a nadie en ese lugar, partió decidido rumbó a la casa de su padre quien había organizado una pequeña cena en honor a su cumpleaños. Gerard no era fanático de aquellas reuniones familiares, pero con la esperanza de liberarse de aquella carga y de ver a Mikey y a su padre, condujo en dirección a la casa de su niñez.
No obstante, mientras sus manos se aferraban al volante del vehículo a su mente no paraban de llegar imágenes de aquel maldito sueño. Sus ojos, su voz, sus manos, su presencia. Maldito Adam.
Sabía que por demás era ridículo e infantil estar actuando de esa forma por un simple sueño, pero era inevitable. Todo lo que tenía que ver con el hijo de puta de Adam todavía lograba descontrolarlo y, por ende, aquel sueño, no había sido la excepción.
Tal vez no debía llamarlo sueño, eso era una pesadilla que sabía a recuerdo. Una tarde donde ambos habían salido a pasear y el hombre alto y de cabello largo había sido tan dulce y cariñoso con él, tomando su mano y caminando a su lado mientras le murmuraba largas y falsas promesas de amor.
Había llegado a casa de Donald en piloto automático, con aquellos recuerdos llegando a su mente a pesar de sus vanos intentos por olvidarlo. No era para nada justo lo que le estaba sucediendo, pero a fin de cuentas la vida no era justa con nadie. Y para su desdicha terminó de confirmarlo al ver a su hermano sentado en el porche de la casa, tenía cara de pocos amigos mientras fumaba un cigarrillo.
—¿Tú tampoco has tenido un buen día? —preguntó el mayor de los hermanos, Mikey no desvió la vista del humo que salía del tubo blanco entre sus dedos tan solo suspiró.
—Al menos no he sido un completo idiota con mi mejor amigo... —murmuró.
—Oh no, lo que menos necesito en este momento es un sermón de tu parte. Lo que pasó con Ray fue un incidente laboral, nada más.
—Yo no lo definiría de esa forma.
—¿Tu que sabes? No estabas ahí... Ah, pero seguramente el señor Toro te contó cada detalle...
—Así es.
—Y creíste en todo lo que te dijo...
—Por supuesto, Ray es el tipo más sincero y transparente del mundo, y a ti te conozco lo suficiente como para saber que eres capaz de ser un rompe pelotas completo cuando te lo propones —dijo y dirigió al fin la vista hacia el mayor—. A mí no puedes engañarme, ¿qué te sucedió? Estabas muy bien Gee...
—Y-yo... no lo sé Mikes, todo es muy complicado —aceptó al fin. Rascó su nuca y bajó la vista apenado, pero antes de que pudiese decir algo más la puerta de la casa fue abierta y un hombre mayor con el cabello plateado les pidió a sus hijos que entraran, la cena ya estaba lista.
Gerard saludó a su padre con un corto abrazó, pero le llamó la atención la incomodidad reflejada en el rostro de su hermano, que su conversación hubiese sido interrumpida no era suficiente motivo para su actitud. Además, quien debía estar molesto era él porque le habían quitado la palabra antes de que pudiera expresar sus sentimientos.
—¿Sucede algo? —preguntó mientras Mikey con extrema lentitud se ponía en pie y le seguía hasta dentro de la casa—. Pensé que pasaríamos un buen rato y podría olvidarme de toda la mierda que es mi vida por un momento.
—Lo siento Gee, pero no creo que eso vaya a suceder.
—¿Qué? Mikey, sabes que no me gustan los rodeos, ¿qué rayos está pasando?
—Cruella está aquí —fue lo único que dijo antes de cruzar el umbral de la puerta que les llevaba hasta el cálido comedor.
Gerard se quedó estático en su lugar. No podía ser posible, era lo que menos necesitaba. Tener un encuentro con Donna Lee. Sin embargo, las voces que provenían de la habitación a unos pocos pasos de él se lo confirmaban. Cruella, a como Mikey había apodado a su madre con cariño, estaba ahí. Tantos meses sin verla y aparecía de pronto, justo como había acostumbrado a hacer desde que Gerard tenía uso de razón.
Le tomó varias respiraciones profundas poder serenarse un poco para entrar y enfrentarse a su madre. No entendía porque su padre le seguía permitiendo la entrada a su casa si ya estaban separados o quizás era por el simple hecho que Donna sabía manipularlos a su antojo siempre que quería.
—¡Gerard, querido! ¡Cuánto tiempo sin verte! —le saludó la mujer rubia apenas la vio. Una enorme sonrisa que a Gerard le parecía tan molesta y un sonoro beso en la mejilla—. Toma asiento, estoy ayudando a tu padre a servir la cena...
—¿Qué hace ella aquí? —preguntó en voz alta sin ningún tipo de tapujo al momento de demostrar su incomodidad. Mikey tomó asiento sin quitar la mirada a su celular.
—Vine unos cuantos minutos antes que ella hiciera su aparición. Ya sabes cómo es, siempre consigue engatusar a papá —respondió de la misma forma que Gerard, inclusive demostrando más su enojo, pero a Donna pareció no importarle mucho.
—¡Qué alegría que estemos todos juntos! Hace tanto tiempo que ansiaba estar con mis niños. —Gerard podía sentir como las palabras comenzaban a aglomerarse en su garganta, luchando por salir como filosas flechas y clavarse sin piedad contra su víctima.
—Tu siempre ansiabas estar con nosotros, pero ya sabemos, era demasiado difícil para ti poder visitarnos, salir a pasear o llamarnos por teléfono. Es mucho más fácil aparecer una vez cada tantos meses y ofrecer la excusa más ridícula —dijo Mikey.
—Mikey... por favor, tu madre solo quiere que pasemos un buen momento, como la familia que alguna vez fuimos.
—No sé cuándo dejarás de ser su títere papá, ella siempre te toma y te manipula a su gusto, y tú obedeces como un borreguito —respondió, Donald bajó la mirada avergonzado porque su hijo tenía muchísima razón.
La respiración de Gerard comenzó a acelerarse con cada segundo que transcurría y con cada palabra que su hermano y su mamá mencionaban. Todo aquello solo le traía recuerdos y más recuerdos a la mente, cada uno peor que el anterior. Los gritos, la decepción, los llantos, las peleas, las humillaciones, la indiferencia, todo aquello comenzó a filtrarse a través de él hasta que un agudo dolor se instauró en su pecho. Él sabía lo que ese dolor significaba, quería irse y huir en ese momento, necesitaba respirar y volver a tomar valor, pero le estaba costando demasiado.
—Realmente no sé qué haces aquí, Donna... ¿no se suponía que te estabas dando la buena vida en el Caribe con tu nuevo noviecito veinte años más joven que tú? ¿O ya te quitó todo el dinero que quería y te dejó tirada como siempre suelen hacer? —atacó Gerard en medio de su crisis, la mujer le miró enojada, Mikey rio burlón.
—Gerard, por favor —intervino su padre, bastante molesto y afectado por la situación—. Solo pido que tengamos un momento de paz en familia, ¿es mucho pedir?
—Sí, es muchísimo, papá —siguió Mikey—. Porque si no le hubiese abierto la puerta, estaríamos los tres, tranquilos y disfrutando una velada agradable... como siempre hemos sido. Únicamente nosotros tres, nuestra familia.
—Wow, ¿ahora es momento de sacarme en cara todo el pasado? —al fin habló Donna—. Deberían tenerme un poco de respeto, soy su madre a pesar de todo y esta sigue siendo mi casa, así no les guste.
—¿Pides respeto, Donna? ¿Tú? —Gerard rio con sorna—. Jamás respetaste a papá, hiciste lo que te dio la gana con nosotros, ¡Siempre te importamos un carajo! ¡No pidas respeto cuando tú siempre te reíste en nuestra cara y pisoteaste nuestra familia!
El dolor cada vez era más intenso y los latidos de su corazón comenzaron a acelerarse también. Gerard podía sentir cada pulso en sus oídos y su respiración cada vez era más difícil. Toda la situación que había enfrentado desde que había despertado, la discusión con Ray, los recuerdos y las palabras de su madre lo estaban arrastrando a un ataque de pánico.
—¡No me hables así, Gerard! Debería darte vergüenza seguir manteniendo actitudes de niño berrinchudo a tus treinta y tantos. ¡Supera el pasado y vive sin rencores! Con esas manías y esa actitud tan pesada y déspota que tienes, no creo que alguien esté dispuesto a estar contigo, querido. Oh, seguramente Adam fue quien lo terminó, ¿cierto? No me sorprende nada que se haya cansado de aguantar todo el mal humor y la oscuridad que proyectas. Por eso te vas a quedar solo para siempre.
—¡Ya déjalo, Donna y cierra la boca! —interrumpió Mikey, pero era demasiado tarde—. No puedes seguir manipulando a todo mundo a tu alrededor, ya no somos niños pequeños y Gee no tiene por qué aguantar tus humillaciones...
Aquello fue lo último que Gerard pudo escuchar, aún con el corazón acelerado y el dolor partiendo en dos su pecho, se puso de pie y corrió hacia la salida, tenía que alejarse de ahí, de todos ellos. Solo necesitaba estar solo, necesitaba cerrar sus ojos y respirar. La crueldad del desprecio de Adam y la voz cínica de Donna lo perseguían y como pequeñas agujas aumentaban el dolor dentro de él, a lo lejos podía distinguir la voz de su hermano pidiéndole que se detuviera, pero no podía.
Con las manos temblorosas introdujo la llave y encendió el auto, pisó el acelerador y se dirigió al centro de la ciudad, no estaba tan lejos de su departamento, pero las luces de los autos y el ruido le dificultaba la tarea de mantener la poca estabilidad que le quedaba.
La presión era demasiada. El ataque de ansiedad lo dominó por completo y no se percató de la fuente que estaba delante de él hasta que fue demasiado tarde, no pudo maniobrar el auto y se impactó contra ella. Todo se volvió negro y dejó de sentir aquel profundo dolor.
En medio de toda aquella oscuridad, Gerard recuperó la conciencia durante unos pocos segundos. Pero no supo si el par de ojos avellanas que le miraban con preocupación eran realidad o simplemente lo estaba imaginando.
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