Capítulo 5
No entendía cómo o por qué casi siempre estaba a punto de llegar tarde a la empresa. Frank creía que era algo que el puñetero destino ya tenía preparado en su contra, pues no importaba cuanto antes despertara siempre sucedía algo que le robara, aunque fuese unos cuantos segundos, lo que hacía que todo su esquema organizado para llegar a la empresa se arruinara.
En ese momento lo único que el muchacho podía hacer era cerrar sus ojos y respirar, pensando con calma en que todo sucedía por algo. Como en ese momento que estaba viendo como el tren que tenía planeado tomar, quince minutos antes del que solía tomar diariamente, huía frente a su mirada. Lo había observado cerrar las puertas frente a su nariz y solo suspiró, recordando las palabras de su sabia abuela y repitiéndolas en su mente. Todo, absolutamente todo pasa por algo.
Y enhorabuena agradecía haber cambiado un poco sus actitudes, por que sin duda el Frank del pasado, el que solía molestarse por todo a cada instante, habría empezado a tener un día de mierda con tan solo no haber podido degustar su primera taza de café y después haber perdido el tren que quería.
Se sentó en una banca y sacó un enorme folleto que estaba leyendo, ya estaba en la recta final del semestre, realizando únicamente sus últimos exámenes. Si bien eso significaba que su tiempo estaba un tanto más libre, por otro lado, no significaba buenas noticias para él.
El motivo por el cual estaba queriendo llegar antes a la oficina no era para avanzar en el estudio de su folleto, no, todo lo contrario, era porque ahí lo estaban cargando como un jodido burro de explotación. Tenía su cubículo y su pequeño escritorio atestado de papeles, expedientes y libros contables con información que debía cotejar y posteriormente digitalizar en tablas que, afortunadamente, el señor Way había compartido, amablemente, con él.
Aparte de digitalizar, Frank tenía que estar disponible para asistir a las reuniones a las que el señor Way le permitía entrar, con el objetivo que fuese empapándose un poco más de conocimiento. Además, debía estar a su lado cada que trabajaban en el balance general que aún no estaba finalizado y en pocos días debían pasar al área de Raymond. Todo eso sin mencionar que también debía apoyar a Dallon y a Ray, aunque ellos eran más considerados y solo requerían que Frank realizara, por el momento, ciertos trabajos investigativos que no le tomaban tanto tiempo. Aquellos momentos Frank los llamaba sus comodines, donde se podía tomar pequeños descansos.
Pero suponía que todo eso era su culpa; uno, por no haber realizado sus horas de prácticas en el tiempo correspondiente y dos, por haberse confiado de ese señor Way, quién cada día le parecía un hombre más misterioso, pero increíblemente guapo e inteligente. A Frank le gustaba escucharlo hablar durante las reuniones o cuando le explicaba algo de manera fugaz, era conciso y siempre parecía tener la respuesta para todo. Incluso había obligado a la mente perezosa de Frank a que pensara en respuestas a sus mismas dudas. Sin embargo, seguía habiendo algo en ese hombre guapo que le llamaba mucho la atención y le ponía inquieto,
además de su belleza, quizás era aquella aura de oscuridad y recelo que lo rodeaba. Patético se dijo Frank en su mente. El cansancio debía ser el responsable de que pensara todas esas cosas sin sentido.
En menos de lo que Frank imaginó su tren arribó frente a él. Ese era uno de los puntos a favor de estudiar mientras esperaba, el tiempo transcurría siempre en un santiamén. Después de subir, Frank ubicó su lugar a un lado de la ventana y fue hasta ahí, acomodándose con su mochila y su saco sobre su regazo, guardó el folleto y se dispuso a dormir un momento mientras llegaba a la empresa. Necesitaba tanto un descanso.
De manera inconsciente jugó con el arete de su labio, recién hacía un par de días atrás había llegado a la empresa con ellos. Lo había hecho sin querer pues los estaba usando sólo por las noches, pero cuando su cansancio se hizo más presente y el tiempo comenzó a ser más corto para sus otras tareas domésticas, quitar sus piercings al amanecer también se vio afectado.
Al parecer nadie se había dado cuenta y cuando él lo descubrió fue demasiado tarde para quitárselos. Estaba en la oficina del señor Way y cada que este le dirigía la mirada para decirle algo, su vista viajaba a los labios de Frank y se quedaba ahí por un momento, poniéndole nervioso. Cuando Frank recordó que era porque el aro de plata estaba ahí, trató de disculparse, pero Way, contrario a todo lo que Frank pensó que despotricaría en su contra, sólo le restó importancia y mencionó que en algún momento de su adolescencia él había querido uno, pero que su miedo a las agujas le había superado. Frank se sorprendió al escucharlo pues en las semanas que llevaba en la oficina nunca lo había escuchado hablar de algo que no fuese obligaciones, cálculos, balances y expedientes.
Tan pronto como llegó el comentario se evaporó, incluso Frank llegó a pensar que lo imaginó. Lo bueno era que ya no tenía que quitar más sus piercings, lo malo fue que desde ese momento quiso saber más sobre Gerard. Pero desde entonces no había obtenido nada, no importaba lo mucho que hablara, su jefe parecía ignorarlo cuando volvía a colocar sus gafas de lectura en el puente de su nariz y continuaba trabajando o cuando mostraba el ceño fruncido y Frank sabía que ya debía parar de hablar y volver a su cubículo.
Se encogió de hombros, algún día Señor Way...
Al llegar a la oficina y después de lavar sus manos, Frank fue directamente a su cubículo. Había llegado diez minutos antes, no tan temprano como hubiese querido y había planeado, pero al menos los cubículos a su alrededor continuaban vacíos. Colocó su saco en el respaldo de su asiento y encendió su computador, abrió el expediente que había dejado a medias, dispuesto a continuar para avanzar lo más rápido posible. La pila de papeles parecía reproducirse con tan solo verla.
—Iero —una voz conocida le llamó haciéndole saltar en su propio lugar.
Estaba sumido en la información que no se había dado cuenta que la puerta de la oficina de su jefe estaba abierta y que él estaba en el umbral, viéndole con una ceja arqueada.
—Buenos días, señor Way —saludó cuando encontró su voz.
—¿Cómo vas con los expedientes y la digitalización?
—Catorce expedientes completos, digitalizados y disponibles en la nube. Solo el señor Toro, el señor Weekes, usted y yo tenemos acceso como me indicó.
—Bien —dijo su jefe después de alzar ambas cejas y asentir. Frank hizo lo mismo y continuó escribiendo—. Frank, te ves como la mierda —comentó de pronto y de inmediato la sangre de Frank se calentó en su cuerpo, quiso levantarse y gritarle en la cara.
Claro que se veía como la mierda, lo sabía, las bolsas oscuras bajo sus ojos no se podían ocultar con nada y todo era culpa de él, porque robaba todo el tiempo durante el día y Frank no podía distribuirlo de ninguna manera para poder avanzar con el estudio para sus exámenes, afortunadamente le daban permiso para faltar los días que le correspondía presentar. Así que por las noches a Frank le tocaba quedarse despierto y estudiar, necesitaba sacar buenas calificaciones para pasar y ser libre de las clases de una vez por todas.
En su asiento, Frank solo se encogió de hombros, no sabía qué decir, pero al parecer su jefe está vez quería una respuesta verbal porque no se movía de su lugar, y Frank ya había aprendido un poquito del bastardo, cuando tenía esa mirada era porque iba a exprimir hasta la última gota de Frank.
—Estoy estudiando para mis exámenes finales, entonces duermo solo un par de horas y hoy no tomé mi café porque se me hizo tarde —dijo lamentándose más por lo último. Sabía que, con una gota de café, su día tomaría vitalidad.
—Vamos —dijo Gerard de pronto y Frank le miró confundido por un instante—. Yo tampoco he tomado mi café de la mañana, aún es temprano así que el Starbucks debe estar vacío. O eso es lo que espero —susurró lo último más para sí mismo.
A Frank le tomó algunos segundos darse cuenta de lo que estaba sucediendo, su jefe había cerrado la puerta de su oficina y ya estaba caminando hacia el elevador. Suspendió la máquina y dejó el expediente sobre el teclado mientras se apresuraba a ir tras él. Ese hombre era un extraño enigma que iba a acabar con la vida de Frank, podía presentirlo.
De camino a la cafetería, Gerard le preguntó a Frank sobre los exámenes, qué cuántos le hacían falta y le hizo comentarios breves acerca de algunos temas. Frank notó como el semblante de su jefe cambió al estar caminando por aquella avenida de New York, que a esa hora estaba congestionada de gente que caminaba por doquier. Había guardado las manos al interior de los bolsillos de su pantalón de vestir, tenía el rostro un poco enrojecido y Frank podía jurar que veía pequeñas gotas de sudor acumularse en su frente, sin embargo, decidió no prestarle demasiada atención, quizás se debía a que Gerard sufría de algún problema de temperatura.
—Mierda —dijo Gerard al poner un pie dentro del establecimiento. Contrario a lo que había pensado, la cafetería estaba atestada de gente formando una larga fila delante de ellos y otras más ocupando las mesas a su alrededor. Gerard se maldijo por no haber mandado solo a Frank a por los cafés.
—Amo este aroma, es de mis olores favoritos —comentó Frank después de algunos minutos en silencio—. Intente hacer esto, siento que me transporta a otro lugar...
—¿Qué cosa? —preguntó Gerard ya aturdido por estar en el lugar. Sentía que solo se movía medianamente y ya todos los pares de ojos estaban sobre él.
—Cierre sus ojos y aspire el aroma.
—¿Para?
—Para transportarnos a otro lugar mientras esperamos.
Gerard vio como Frank cerraba sus ojos con tranquilidad e inhalaba y exhalaba. Él claramente no iba a hacer eso y exponerse a parecer un demente delante de todas esas personas, tenía suficiente con el tic de su pierna que le ayudaba a distraerse de la sensación de ser observado.
—¿Y cuál es ese lugar para ti, Frank?
—En casa... con mi madre, mi abuela y mis tías —respondió sin vacilar y Gerard sonrió con amargura. Para su fortuna escuchar a Frank le distrajo lo suficiente hasta que llegaron a la caja.
—¿Tú qué quieres?
—Un espresso con vainilla y mucha espuma...
Gerard le vio con ambas cejas alzadas, por segunda vez en la mañana.
—Dos espressos con vainilla, mucha espuma y doble...
—Porción de canela en polvo —dijo Frank al unísono con Gerard—. ¡No! ¡No puede ser!
—¿Me estás jodiendo, Iero? Esa es la forma perfecta de tomar café...
—¡Claro que sí! —estuvo de acuerdo Frank y por primera vez desde que había empezado las pasantías le sonrió de manera genuina a su jefe, captando su atención más del tiempo que hubiese querido.
El corto contacto visual que mantuvieron fue roto cuando la cajera les entregó sus cafés. Frank sacó su billetera, pero Gerard negó y pagó toda la cuenta, él había hecho la invitación en primer lugar. Al salir, Way suspiró larga y pesadamente, y Frank no pudo pasar desapercibido el cambio en el semblante de éste; relajado y el sonrojo de su rostro casi se había ido por completo. Bebieron de sus cafés en silencio, degustando el sabor y si no hubiese sido por la compañía Frank hubiese gemido disfrutando del sabor.
Cuando llegaron a la entrada de la empresa, en el primer piso, a Frank se le escapó una pregunta que había estado rondando su mente.
—Señor Way, ¿puedo preguntarle algo?
—Ya lo estás haciendo.
—Lo tomaré como un sí. Qué le da nervios, ¿los espacios cerrados o la cantidad de personas?
—¿Perdón?
—No quiero ser un atrevido, pero lo noté cuando llegamos al Starbucks y bueno, supuse que empezó a sentirse mal por tanta gente ahí...
El rostro de Gerard cambió en un parpadeo delante de Frank, le vio con los ojos cargados de furia y simplemente se giró para tomar el elevador. A Frank le impactó su actitud, pero le siguió el paso y tomó el elevador también, esperando una respuesta que no iba a llegar.
—Eso no es de tu incumbencia, Iero. Mejor deja de preguntar estupideces y ve a terminar tu trabajo, quiero en mi escritorio antes de las seis de la tarde los treinta y dos expedientes que te entregué.
—Pero...
—No acepto excusas, ni tampoco quiero verte perdiendo el tiempo por ahí —fue lo último que sentenció antes de entrar a su oficina y lanzar la puerta casi en las narices de Frank.
El castaño se quedó de pie frente a la puerta, sosteniendo el vaso de cartón vacío y muy confundido. Había sido una pregunta sencilla y sin malicia, no entendía una mierda de su jefe y ahora sí tenía ganas de saber más acerca de él.
No obstante, la pila de expedientes no iba a bajar a menos de que comenzara a trabajar en ellos desde ese momento. No iba a darle el gusto a ese cretino de no cumplir con una de sus obligaciones.
Para esas alturas de la tarde Frank ya ni siquiera quería ver los papeles de sus folletos, solo quería llegar a su apartamento y lanzarse a su cama para dormir ocho horas al menos. Había logrado cumplir con la meta de los treinta y dos expedientes, entregándoselos a su jefe media hora antes de lo requerido y a cambio recibiendo más tareas ya para la mañana siguiente.
Le ardía la vista y el cuello al igual que sus dedos dolían. Estaba seguro que tendría que buscar sus lentes de lectura y comenzar a usarlos o de otro modo quedaría ciego.
Suspiró cansado al sentarse en el único asiento libre que quedaba, le había tocado esperar un turno en el metro pues a esa hora muchísimas personas habían decidido viajar a Jersey también. Ya eran casi las siete de la noche y moría de hambre y sueño; y para ponerle la cereza al pastel le hacía falta un poco más de una hora para llegar a su dulce hogar.
Necesitaba encontrar una solución pronto para ese enorme problema... Y al volver la vista hacia el periódico que leía una señora a su lado, la encontró.
Con el estipendio económico que iba a recibir de la empresa, podría pagar la renta de un pequeño apartamento en New York. Podía dejar a su amada Jersey solo el tiempo que durara las pasantías, era la mejor solución de todas.
Solo esperaba que está vez sus planes salieran conforme a lo que estaba pensando, pero sobre todo quería tener más tiempo para descansar y no pasar más horas en el metro de las que pasaba durmiendo o haciendo cosas que le gustaban.
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