Capítulo 30

Y ese fin de semana quisieron tomárselo de total relax en el departamento de Gerard.

Desde que empezaron a salir, pocas veces se quedaban a pasar el fin de semana donde el mayor y esas pocas oportunidades eran de oro, porque a pesar de tener meses de relación, Gerard seguía siendo bastante hermético con sus cosas personales y a Frank muchas veces le resultaba sospechoso. Tampoco esperaba que fuera un libro abierto, pero al menos quería que tuviera más confianza con él y dejara de esconderse tanto.

Entonces quedarse a dormir en su casa era una experiencia algo singular, teniendo en cuenta especialmente aquella habitación que nunca estaba abierta.

Recordó el primer día que estuvo ahí, y la curiosidad que despertó aquella puerta con la chapa manchada de pintura. ¿Por qué estaría cerrada? Sí, no le prestó mayor importancia esa vez, pero luego de eso, regresar en varias ocasiones al departamento y ver a Gerard saliendo del cuarto, algunas veces a hurtadillas, y poniendo llave apenas cerraba la puerta, ya se le hacía muy extraño. Aun así, había dudado en preguntar o decir algo porque no quería incomodar ni tampoco quería ser entrometido.

Esa mañana se encontraban acostados en la cama después del desayuno. Gerard leía algo en su celular y Frank solo tenía los ojos cerrados escuchando la música de fondo. A pesar de estar acostumbrado a levantarse muy temprano desde que comenzó a trabajar en la empresa, eso no significaba que no se hallaba destruido y que cada vez que podía dormir hasta tarde, lo iba a hacer. Solo se levantó para darle gusto al mayor y comer juntos, pero no más. Por eso intentaba dormirse nuevamente... pero Gerard era bastante fastidioso y cuando lo vio boca abajo, dormido y casi roncando, dejó el celular a un lado y fue hasta él para llenarlo de besos.

Inmediatamente el pasante se quejó e intentó alejarlo, pero Gerard se aferró fuerte a su cuerpo sin dejar de besar los tatuajes de su cuerpo. Frank se resistía, no quería ceder tan fácil, pero la verdad es que Gerard lo estaba calentando demasiado y cuando se le escapó un gemido de los labios, el jefe sonrió complacido.

—¿Frankie?

—Déjame —pidió enojado, no quería ceder—. Quiero dormir.

—¿Seguro? Tus gemidos me dicen lo contrario —le besó el cuello despacio, y luego subió a su boca. Frank cansado, invirtió los papeles y giró sobre la cama, dejando a Gerard debajo de su cuerpo.

—Lo hacemos si me dejas follarte. —Gerard parpadeó unas cuantas veces, tratando de asimilar la petición de Iero—. Siempre vas arriba, me gustaría al menos una vez ser el activo.

—Uh... pues... —tragó en seco del nerviosismo, el pasante sonrió malicioso.

—Es broma, tonto... pero amé tu cara al escucharme decir que quiero follarte —soltó una risa burlona y se tiró al lado del jefe. Este suspiró.

—Me tomaste por sorpresa... pero si tú‐

—Oh, no, no... Me gusta estar abajo, lo disfruto más —confesó abrazando una almohada, Gerard asintió—. Oye, ¿por qué en vez de quedarnos encerrados todo el día en casa, vamos a algún sitio?

—Frank, odio salir y estar en contacto con gente. Desgraciadamente tengo que hacerlo de lunes a viernes y los fines de semana solo quiero refugiarme aquí en mi casa, sin hacer nada. ¿Me entiendes?

—Sí, entiendo todo aquello de la ansiedad y no quiero sonar muy poco empático, pero ¿no te aburres aquí encerrado? —el jefe suspiró y negó con la cabeza ante la pregunta de Iero.

—Amo estar aquí, esa es mi verdad.

—¿Sin hacer nada?

—Hago mucho todos los días, merezco quedarme en cama todo el sábado y domingo entero.

—¿Y no te cansas de lo mismo?

—No, ya te lo dije.

—Pero... joder —se cruzó de brazos e hizo un mohín—. Al menos podríamos intentar hacer algo distinto, ¿no crees?

—Frank...

—Joder, Gee... Amo encerrarme contigo mis días de descanso y amo que veamos series y pelis, cocinar contigo, conversar de temas ridículos y demás cosas, pero me aburre la rutina y no te pido nada del otro mundo más que salir a caminar juntos o ir a almorzar fuera, ¡qué sé yo! Hacer algo juntos más que coger. Eso hacen los novios y en todo este tiempo que llevamos juntos no hemos hecho nada divertido.

—¿Follar no te parece divertido? —preguntó burlón, Frank frunció el ceño.

—Vete a la mierda —le golpeó con una almohada, Gerard soltó una risa. Se bajó de la cama con dirección al salón mientras el jefe iba tras él.

—Oye, ya... Ven aquí —lo tomó por la cintura y pegó su pecho a la espalda del pasante—. Perdón, ¿sí?

—Te perdono si me llevas a almorzar fuera —Way giró los ojos—. Si no, no.

—Uh... bien. Vamos a almorzar fuera. —Frank rio y se giró para besarle los labios varias veces.

—Va a ser divertido, ya verás.

—Sí, ya verás lo que me voy a reír comiéndome una pasta Alfredo... —después de dejar otro beso sobre sus labios, se alejó de Frank con dirección a la cocina y entonces, el timbre sonó—. ¿Puedes abrir? —dijo, Frank se acercó a la mirilla de la puerta para ver quién era, pero aquella mujer rubia no le pareció familiar, aun así, abrió.

—¿Hola?

—Disculpa, busco a Gerard —dijo intentando abrirse paso al interior del departamento, pero Frank la detuvo.

—Hey, ¿quién es usted? ¿Dónde cree que va?

—¿Quién diablos eres tú y por qué me impides entrar? Yo soy‐

—Donna, ¿qué haces en mi casa? —la voz de Gerard le alertó. Su tono fuerte y malditamente ácido le decía que no fue una buena idea haber abierto sin antes consultar.

—Vine a visitarte, quería saber cómo estás... ¿Ahora tu madre no puede venir a tu casa? —Frank abrió los ojos con sorpresa y su cuerpo se congeló. No pensó que la primera interacción que tuviese con sus suegros fuera de esa manera, sobre todo deduciendo que Gerard no estaba muy feliz de ver a la mujer rubia.

—No, no puedes venir aquí. Por favor, vete.

—Gerard, ¿por qué siempre tenemos que hacer esto? Soy tu madre, siempre me he preocupado por ti, cariño —Gerard sonrió con sorna—. Lo sabes muy bien.

—Solo dime qué quieres y acabamos rápido con esto —se cruzó de brazos disgustado, Frank frunció el ceño.

—Bien... necesito dinero —Gerard rio—. Tengo que hacer varios viajes durante este mes y la verdad es que me encuentro bastante desfinanciada. Necesito que me ayudes y me des la cantidad que necesito.

—No —contestó, la mujer giró los ojos—. Mi dinero no te lo vas a gastar comprándole lujos a tu noviecito el mantenido. —Frank notó las manos nerviosas de su pareja, empezó a temer.

—¿Qué más te da si lo gasto en mi novio o no? Solo dame el maldito dinero, es lo que tienes que hacer.

—Donna, lárgate de mi casa por favor —caminó a abrir la puerta, la mujer se negó de inmediato y al girarse miró a Frank estático parado cerca de la puerta.

—Nunca me respondiste quién eres —le dijo, él no sabía qué responder.

—Eso no es de tu incumbencia, te dije que te largues ya —Gerard la quiso tomar de la muñeca, pero ella lo esquivó y notó su nerviosismo.

—¿Es tu novio? ¿De verdad? No puedo creer que por fin hayas olvidado a-

—¡Vete ya de aquí! ¡Por Dios, solo déjame en paz!

—¡Eres un jodido grosero! ¡Maleducado! ¡Mal hijo! Siempre comportándote como un pedante, troglodita. ¡Yo no te crié así!

—¡Tú ni siquiera me criaste! ¡Nunca estuviste ahí!

—¡Oh, por Dios! ¿Volverás a la misma mierda de siempre?

—¡Sí! Porque sigues creyendo que eres una jodida paloma blanca y eres la peor mierda que me pudo pasar en la vida, y en la de papá y en la de Mikey. ¡Lárgate ahora de mi maldita casa!

—¡Sí, me voy a ir! ¡Porque prefiero pedir caridad antes que seguir un minuto más en esta casa viéndote la cara! ¡Malagradecido! ¡Por eso todo el mundo te abandona! Porque ni siquiera tú te aguantas y siempre sacas la ansiedad como excusa para tratar mal a quien se te crucé en el camino.

—¡Eres una maldita bruja!

—¡Y tú un jodido bastardo! —contestó mientras Gerard caminaba furioso al cuarto que nunca estaba abierto, Frank se quedó malditamente anonadado y con los ojos cristalizados—. Si realmente eres su novio, corre. Te lo digo muy en serio... no es la mejor opción tener como pareja a ese patán. Aléjate de él lo más rápido que puedas.

Y la mujer salió de la casa, dejando un caos detrás de ella. Frank no sabía qué hacer y se quedó un par de minutos intentando asimilar todo lo que había pasado frente a sus ojos, pero el escándalo en aquella habitación donde Gerard se metió le trajo a la realidad. Estaba tirando cosas al suelo y gritando, el pasante corrió a intentar abrir la puerta, pero Gerard la había cerrado con seguro y realmente estaba asustado.

—Gee... abre la puerta.

—¡Vete a la mierda! ¡No debiste abrirle a esa desgraciada! ¡Déjame en paz!

—Y-yo... yo no sabía quién era, Gerard. Solo abre, ¿quieres?

—¡Lárgate! ¡Déjame! ¡Déjame!

Entonces fue cuando Frank se rompió.

Se alejó de la puerta llorando, porque sí, se sentía malditamente culpable... pero no fue su intención, él no tenía ni la más remota idea de quién era aquella mujer despiadada. El corazón le dolía al escuchar a Gerard maldecir en aquella habitación y no sabía cómo pararlo. No quería que llegara a herirse a sí mismo y temía por no poder detenerlo si se le ocurría hacer alguna locura más. Estaba desatado, el ataque de ira lo tenía consumido y todo por aquella desgraciada que decía ser su madre.

No mentiría, si le daba mucha curiosidad saber cuáles eran todos los problemas detrás de la relación de Gerard con su madre, por qué ella decía todas esas cosas y por qué él la odiaba tanto. Todo eso era tan malditamente ajeno a él, y ver a Gerard tan mal lo ponía peor de lo que estaba.

Solo dejó sus lágrimas correr durante un largo tiempo y cuando ya no escuchó ningún golpe ni grito en la habitación se tensó. No sabía si era una buena o mala señal, pero solo esperó atento a ver si Gerard salía o se mantenía callado. Se acercó a la puerta y escuchó pasos, lo cual calmó su corazón un poco, pero no tanto como para tranquilizarlo por completo.

La noche cayó y él se levantó de una pequeña siesta que se tomó por el dolor de cabeza que le provocó la situación.

No tenía hambre, pero quería una taza de café. Fue a la cocina a preparárselo y cuando regresó de camino a la habitación principal para darse una ducha, la puerta de la habitación donde Gerard estaba se abrió. Sus miradas se encontraron y Frank pudo ver en sus ojos el dolor que sentía. Una lágrima pequeña rodó por la mejilla del jefe y eso fue lo que hizo que el pasante fuera hasta él para darle un abrazo... el abrazo que sabía que necesitaba.

—Perdón... perdón —pidió entre lágrimas, Iero le dio un beso en la mejilla.

—Está bien... no llores más.

—Me siento como un idiota... no debí gritarte. No fue tu culpa.

—Gee... está bien. Lo entiendo.

Gerard se separó de Frank y lo tomó de la mano para hacer que entrara. El pasante se quedó sorprendido por el desastre que había en el suelo, pero eso lo dejó de lado cuando vio los cuadros en las paredes, los lienzos aun en el piso del estudio y muchas herramientas de pintura en anaqueles y en escritorios. La habitación solo estaba iluminada por la luz de la calle y el jefe parecía querer mantenerla así. Frank le miró alejarse y tomar la paleta de colores, para seguir trabajando en el cuadro que estaba en el caballete.

—No sabía que te gustaba pintar —dijo acercándose y sentándose sobre el escritorio a un lado de Gerard—. Pensé que ocultabas algún cadáver aquí.

—Es mi pequeño gran secreto.

—¿Solo lo sé yo?

—Sí... me refiero a que solo tú sabes que volví a pintar.

—¿Lo habías dejado?

—Hace años... cuando mi madre no dejó que siguiera mi sueño de estudiar Artes en la universidad, sino algo que me diera de comer como Economía... entonces lo dejé y bueno, solo seguí las órdenes de esa bruja.

—Es la peor del mundo, la odio tanto. Siempre se encargó de destruirme la vida, Frank. A mí, a mi hermano y a mi papá.

—Joder...

—Papá y ella tenían muchos problemas, después que nació Mikey ella se fue de la casa y no volvió hasta años después pidiendo perdón y prometiendo que cambiaría. Papá la aceptó de regreso y por un tiempo pensé que seríamos una familia feliz, pero yo no era lo que esa bruja quería. La ansiedad me hacía ser un niño miedoso y Donna no aceptaba que su hijo mayor fuera un muchachito cobarde y débil. Toda esa ansiedad terminé camuflándola en la comida y en mi mal humor y en todas esas cosas que detesto de mí, pero que no puedo cambiar. No quería que ella se fuera nuevamente e hice siempre lo que quería la maldita manipuladora y narcisista para que me quisiera y se quedara, pero no. Se fue, nos abandonó y solo regresaba a jodernos, como ahora. La odio... no sabes lo mucho que la odio.

—Ella no volverá a lastimarte, yo voy a estar aquí contigo para protegerte. Te amo, Gee. No quiero volver a ver como alguien te lastima en mi cara y se va, así como si nada.

—Frank...

—Quizás lo que siento es muy apresurado, pero... me enamoré de ti. Soy feliz contigo y nunca me había sentido tan bien con nadie. No eres como los demás, eres maravilloso y amo cada parte de ti. Te amo como nunca he amado a nadie y solo quiero que sepas que estoy aquí para ti —dijo y el jefe dejó a un lado su paleta de pinturas para correr a juntar sus labios con los de Frank en un beso bastante salvaje, pero lleno de amor.

—Tú también me haces muy feliz, Frankie... Llegaste a mi vida para cambiarla por completo y... joder, no sabes lo agradecido que me siento contigo por haberme dado otra oportunidad. Muchas veces me dijeron que nadie se quedaría conmigo, pero tú... tú me has dado tanto joder, no sabes lo agradecido que me siento contigo por haberme dado otra oportunidad. Te has quedado a pesar de saber que estoy muy jodido. Te amo, te amo tanto. No voy a lastimarte jamás, te lo juro Frankie. Te lo juro.

El pasante le sonrió y despacio se acercó a dejar un beso en sus labios. Beso que se volvió más pasional y dio paso a más.

Gerard estaba en medio de las piernas del pasante, acariciando sus brazos desnudos a la par que lo besaba. Bajó sus boca por todo su torso hasta encontrarse con el elástico de los shorts que Frank llevaba. Este no se hizo de rogar y se impulsó con sus manos para que el jefe quite la poca ropa que vestía, porque estaba necesitado de su calor, de sus caricias. Entonces Gerard siguió su camino de besos por su vientre hasta su miembro, se puso de rodillas e hizo a Frank suspirar cuando su boca acarició la punta enrojecida. Lo escuchó maldecir y soltar deliciosos gemidos simultáneamente... amaba provocarlo y brindarle ese placer bendito, digno de él.

—Gee... oh, Gee... —soltó mareado al ver al mayor en ese vaivén excitante—. M-me vuelves loco.

—Te amo... —contestó entre jadeos. Frank le sonrió levemente y él volvió a su labor.

El pecho le subía y bajaba rápidamente, Gerard siguió chupando y recorriendo ávidamente con su boca toda la extensión del pasante, por momentos centrándose en sus bolas y masturbandolo con su mano, pero regresando a lamer y succionar su pene gloriosamente, hasta que Iero lo detuvo e hizo que se pusiera de pie. Le quitó rápido la camiseta y bajó sus pantalones, mostrando así su miembro erecto y preparado para lo siguiente.

Despacio bajó del escritorio y se dio media vuelta. La luz de la calle le pegó directamente al rostro y cayó en cuenta del lugar donde estaban. Los besos de Gerard en su hombro y sus caricias le hicieron sentir seguro. Si a él, que tenía ansiedad, no le importaba que los vean follar... ¿por qué Frank tenía que temer? Así que solo se dejó llevar. Tomó la mano del mayor y humedeció dos de sus dedos con su propia saliva. Cuando los percibió en su entrada, soltó otra tanda de gemidos que fueron callados por la boca del mayor. Sus besos lo relajaron más y pronto Gerard lo penetró despacio, sin dejar de besarle. Su ritmo fue lento al inicio, pero cada vez iba más rápido. El jefe se volvía más loco percibiendo su interior apretado, húmedo y caliente, su piel perlada por su sudor y aquellos divinos sonidos que cautivaban sus oídos.

Frank se corrió en la mano de su jefe momentos después de tanto placer que le inundó el cuerpo. Gerard terminó dentro de él, llenando su cuerpo de su tibio líquido. Se quedaron recobrando el aliento un momento más y fue cuando Gerard también cayó en cuenta que terminaron follando frente a la ventana. Ambos rieron avergonzados, luego el jefe cargó en brazos a Frank para llevarlo a la habitación principal y lo acostó en su cama.

Le repitió mil veces que lo amaba, besó su cuerpo otras mil más, pero no era suficiente. Sentía que no le expresaba lo suficiente el amor que tenía por él, el deseo y las ganas de vivir que Frank le brindaba. Todo el mundo se podía ir al carajo, porque ya tenía lo que necesitaba para ser malditamente feliz. Porque lo que sentía en ese instante era la felicidad verdadera y no era nada parecido a lo que sintió anteriormente. Frank era el amor de su vida y estaba feliz por haberlo encontrado en el lugar menos esperado.

Entrelazó sus manos con las de Iero y aquella sensación fue tan familiar y de forma inevitable le recordó aquel momento cuando sufrió el accidente y percibió ese calor agradable mientras estaba en el hospital. Era raro... pero necesitaba contarle aquello.

—Tus manos... tus manos me hacen sentir algo... algo que he sentido antes...

—¿Algo? ¿Algo cómo? —preguntó un poco nervioso.

—Cuando me accidenté... recuerdo haber sentido un calor agradable mientras estaba convaleciente. Ese calor se quedó mucho tiempo conmigo y cuando estuve mejor, me inspiró a pintar un cuadro... uno que tengo colgado en la oficina. Es raro, pero necesitaba contártelo.

—Oh, bueno... yo también tengo que contarte algo. Cuando estabas en el hospital hice algo. —Gerard lo miró confundido.

—¿Qué me hiciste? ¿Frank?

—¡No es nada malo!

—Entonces qué hiciste, ¿me besaste mientras me estaba muriendo? —dijo molestando, Frank negó mientras reía—. ¡Me besaste mientras me moría! ¡Frank!

—¡No te besé mientras dormías! Solo... tomé tus manos y las acaricié. Dios, esto es demasiado humillante —murmuró cuando escuchó a Way reír a carcajadas—. ¡Basta!

—¿Frankie? ¿Entonces eras tú? Lo que sentí eras tú, amor...

—Supongo...

—Me inspiraste a crear uno de los cuadros que más me gustan. Eres mi musa.

—Me halaga escucharlo, amor. 

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