Capítulo 3

Raymond Toro estaba sonriendo exageradamente a la pantalla de su móvil cuando una llamada, ya esperada de su parte, lo interrumpió. Aquello rompió su burbuja de ensueño de golpe y le obligó a plantar los pies sobre la tierra. Había estado cruzando los dedos para que la llamada de Frank se pospusiera más tiempo, pero las excusas también se le estaban acabando.

Aunque, sus excusas no eran del todo falsas. No había podido conseguir hablar a fondo con Gerard sobre el asunto de las pasantías, y le mortificaba mucho el pensar que Frank tenía puestas sus esperanzas en él, ya que existía la inmensa posibilidad de que no pudiese lograrlo.

Sin embargo, no todo era malo. Al menos Dallon había parecido entusiasmado con el asunto del pasante, estaban necesitando un poco de ayuda extra y no les vendría mal que alguien con todas las energías viniera a la empresa. Ray no estaba muy seguro de que Frank tuviera todas esas energías, pero sí sabía que era pilas puestas y capaz de lograr y cumplir con todos los objetivos que le impusieran.

La parte negativa era que solo era la opinión de Dallon, uno de los socios corporativos de la empresa, aún faltaba la palabra de Gerard y la de Brian, aunque estaba seguro que si Gerard aceptaba ya el resto era asunto resuelto.

Suspiró cuando la llamada se cortó, todavía no podía compartirle ningún tipo de información a Frank, pero tampoco quería ignorarlo y que pareciera que estaba huyendo de él. Era una situación complicada. Sólo los mensajes de Mikey enviándole sus mejores deseos por las mañanas lo ayudaban a olvidarse de todo.

Cuando su teléfono volvió a encenderse con una nueva llamada entrante, la salvación a su problema apareció en la pantalla de su computador. Una notificación de Hangouts le hacía saber que Gerard lo citaba para una reunión en su oficina en veinte minutos. Esa era la oportunidad perfecta.

Decidió no decirle nada a Frank por el momento y se despidió de Mikey con un mensaje lleno de emoticones de besos y corazones. Organizó rápidamente los papeles que Way le solicitaba y esperó el tiempo necesario para salir de su oficina, pensando en positivo y convencido de que todo saldría bien.

La cara de pocos amigos y las ojeras de Gerard se lo confirmaron. Estaba cargado de trabajo.

—¿Trabajando duro o durando en el trabajo? —bromeó mientras tomaba asiento en uno de los cómodos sofás individuales frente al escritorio de su viejo amigo. Gerard suspiró y le lanzó una de sus miradas asesinas.

—No estoy de humor para bromas, Toro.

—¿Qué es lo que te tiene tan agobiado? —preguntó pacientemente.

Sabía que lo mejor era empezar por suavizar el ánimo de Gerard, un Gerard estresado era diez veces peor que un Gerard amargado. Además, Ray no era tonto, conocía perfectamente el motivo de su estrés, el área de la que Gerard se encargaba estaba copada, pero quería que él lo dijera para que se liberara un poco de esa carga.

—Estoy cansado de toda esta mierda —murmuró y se cruzó de brazos, viendo con desprecio la pila de documentos sobre su escritorio y a los dos monitores que estaban en frente suyo—. Si pudiera huiría a unas vacaciones al desierto, donde nadie me busque.

—¿Más vacaciones? —preguntó retóricamente—. Me dirás que prefieres enfrentar toda esta mierda tu solo dentro de las cuatro paredes de tu apartamento mientras haces Home Office, que estar aquí, conmigo y Dall que te podemos ayudar un poco —argumentó el moreno.

—Sí, pero dentro de mis cuatro paredes puedo lanzar lo que yo quiera para liberarme del estrés y continuar, incluso puedo gritar y continuar.

—Aquí también puedes hacerlo, estás tú solo.

—No seas ridículo.

—No lo soy, te ofrezco soluciones, solamente.

—Esa solución no es de mucha ayuda permíteme decirte.

—Puedo ofrecerte algunas más.

—Solo si tienen que ver con una manera de cuadrar el balance general y a su vez subsanar las fallas en las nuevas políticas de desarrollo económico —dijo engreído por saber que Ray no tendría con que refutar.

Raymond podía sentir como los dedos de sus pies se apretaban, podía romper todo solo con ellos. Prácticamente tenía a Gerard entre sus manos, él mismo le estaba dando la pauta y Ray solo había tenido que escucharlo. Sonrió burlón al ver a su amigo acercarse más al lado izquierdo del escritorio, inclinarse un poco y sacar un paquete de galletas de la gaveta.

—¿Quieres?

—Sabes que no soy de esas cosas Gee...

—Como sea, tú te lo pierdes —se encogió de hombros y tomó la primera galleta—. En vista de que no tienes solución podemos pasar a lo importante, ¿trajiste los documentos que te pedí?

—Los tengo aquí —dijo y le pasó la carpeta con los documentos—. Y con respecto a la solución, tengo la perfecta.

—¿Ah sí? ¿Cuál?

—Un pasante —dijo sin más.

La reacción de Gerard fue teatral, se echó hacia atrás en su silla, detuvo el recorrido de su tercera galleta hacia sus labios y comenzó a reír como histérico. Ray suspiró y se contuvo.

—Por favor Toro, ¿un pasante? ¿me estás jodiendo?

—No Gee, no te estoy jodiendo. En serio, necesitamos un pasante, no solo para ti.

—No hay manera, sabes que esta empresa no ofrece ese tipo de oportunidades.

—Bueno, siempre hay una primera vez.

Gerard negó y se acomodó en su silla, nuevamente su ceño había vuelto a estar apretado con sus cejas juntas casi formando una sola línea. Ray estaba seguro que si continuaba por ese camino iba a tener esas señas en la frente marcadas con mayor prontitud, sin embargo, se abstuvo de mencionar algo al respecto, no quería añadir un peldaño más a la larga lista de cosas con las que su amigo tenía que combatir día a día. A pesar de todo Ray lo comprendía, comprendía su actitud de mierda y siempre lo apoyaba.

Así que por eso decidió ponerse manos a la obra y tomar el computador portátil de Gerard y en silencio comenzó a revisar el balance general. Ray era el especialista en Análisis Financiero, pero antes de que los documentos llegaran a su poder pasaban por el filtro de Gerard y entendía que este se mortificara cuando el resultado no cuadraba. No era necesario que Gerard lo entregara con exactitud, porque ese era el trabajo de Ray y su área, pero nunca iba a haber un día en el que Gerard Way no cumpliera con su trabajo pulcramente. Era dedicado y caprichoso para cumplirlo, si había algo que no sabía siempre encontraba la manera de aprenderlo y mejorar día con día. No había ninguna queja del impecable trabajo de Way y su reputación dentro de la empresa, por eso tenía el puesto que tenía. Gerard era uno de los mejores.

Pero... se exigía demasiado. A veces mucho más de lo que debería ser permitido. Sacrificaba su libertad por estar preso de trabajo, Ray sabía que lo hacía por enfrascarse en algo que no le permitiera tener un contacto más que profesional y por reducir su vida social lo más que pudiera.

Ray debía reconocer que mientras Gerard estuvo al lado de Adam había cambiado mucho, le veía más sonrisas en el rostro y sus hombros se mantenían mucho más relajados, pero desde que esa relación había llegado a su fin y su amigo había sufrido tanto, la mayor parte del progreso había caído en picada.

Mikey, Donald y él se habían esforzado para que Gerard estuviera bien. Y el mismo Gerard había hecho un excelente trabajo, sobreponiéndose a su manera a pesar de tener tantas cosas guardadas dentro de él, las cuales nunca les iba a decir a menos que se sintiera copado. Todos le respetaban y le apoyaban. Ray lo quería tanto, como a un hermano, quería verlo feliz, sano y tranquilo, pero sabía que iba a ser un camino demasiado difícil, más si Gerard no quería tomarlo.

A Raymond Toro le bastaron veinticinco minutos tecleando fórmulas sin parar para encontrar el error en un simple signo, ese errorcillo no dejaba que Gerard obtuviera el resultado requerido. Le pasó la laptop y sonrió socarrón y engreído, justo como él mismo Gerard haría.

—Eres un desgraciado, sabes. Te odio mucho —dijo Gerard, asombrado una vez más de la inteligencia inigualable del de rulos. A veces lo envidiaba un poquito, porque su inteligencia no era solo la ponía a prueba en el ámbito laboral, sino también en su vida cotidiana y sentimental. Pero Gerard no iba a negarlo nunca, se sentía muy afortunado por tenerlo, sin él, sin Mikey y su papá, estaba seguro que su vida no hubiese durado esos treinta y tantos años.

—Un simple gracias no me molestaría.

—Cuánta modestia.

—Si te digo lo que en realidad quiero, me dirás que no.

—Lo sabía.

—Nada en esta vida es gratis.

—¿Qué quieres?

—Tu permiso para invitar a Mikey a salir.

—Ni en tus sueños.

—Entonces tu puedes venir conmigo a almorzar.

—En tu auto, ni loco pienso manejar —dijo Gerard sin atreverse a despreciar aquella invitación, moría de hambre y nunca era un mal momento para tomar un descanso si era para ir a un buen lugar a comer.

—Como gustes, princesa —respondió Ray por molestar y se levantó de su lugar—. Pero eso sí, algún día me dejarás salir con tu hermano, ya lo verás.

—Ajá, será el día en que yo encuentre al amor de mi vida —dijo con ironía y rodó los ojos.

—Entonces espero que eso sea más pronto que tarde...

Gerard pasó al lado de él y le vio de mal modo, igualmente cruzó de primero el marco de la puerta cuando el moreno la abrió. Caminaron juntos por el pasillo hasta llegar al ascensor y Gerard marcó el botón que les llevaba hasta el último piso.

El restaurante que escogieron estaba a unas pocas cuadras de su edificio, y habiendo llegado un poco antes del mediodía el lugar aún estaba vacío. Esa era una de las mayores ventajas de ser jefes, podían escapar al almuerzo un poco antes que los demás.

Gerard fue el primero en recibir el almuerzo y después que el mesero se retirara Ray alzó su copa de vino y degustó el sabor de la bebida que había escogido para acompañar sus almuerzos. Gerard no era fan del licor, pero una buena copa de vino con sus mariscos era siempre una excelente opción.

—Ray —musitó después de dar un sorbo a su vino—. Gracias.

—No hay de que Gee, sabes que siempre que pueda voy a ayudarte.

—Lo sé.

—Estos meses son un poco difíciles, por el inventario de medio año, los balances y la revisión de políticas, al menos en nuestras áreas —comentó Ray, aprovechando el momento. Era ahora o nunca, pensó—. Hablé con Dallon ayer y a él también le parece muy buena la idea de tener un pasante...

—¿De nuevo con lo mismo? —preguntó esta vez más relajado—. Está bien para ustedes, pero la verdad yo paso.

—¿Me vas a decir que mi ayuda no te salvó el trasero hace poco?

—Exacto, fue tu ayuda. No necesito la de alguien más.

—Pero Gee, nos haría bien tener la ayuda extra. Además, no creo que una pequeña ayuda económica para el pasante esté pegada en el techo de la empresa.

—No es por cuestiones económicas.

—¿Entonces por qué es?

—Pues... —Gerard picó su almuerzo con el tenedor y tras una corta reflexión le dedicó una intensa mirada a su amigo—. Y tú, ¿por qué estás tan interesado en ese puesto de pasante?

—N-no es eso... —titubeó por la repentina pregunta. En un momento era él el que interrogaba y al siguiente ya estaba del lado contrario de la moneda. No se había preparado para responder tal pregunta, pero a Gerard no le podía mentir.

—¿Entonces?

—Tengo un amigo...

—Lo sabía —interrumpió Gerard—. Te conozco Torito.

—¿Puedo hablar? Gracias. Como decía tengo un amigo que necesita urgentemente realizar sus pasantías para poder graduarse y no ha podido encontrar ninguna, así que me pidió el favor de ayudarlo a conseguir unas en la empresa. Él es un buen chico y sé qué hará un trabajo excelente, si no lo supiera no haría ni el intento de estar haciendo este papel. Pero ya llevo unos días tratando de conseguir algo y él está demasiado nervioso, hoy ni siquiera he podido responder sus llamadas.

—Ay Ray... tu eres un rayo de sol que trata de iluminar la vida de todos a su alrededor...

—Pero está vez necesito de tu ayuda también. ¿Qué dices?

Gerard se quedó en silencio un largo rato, pensando y valorando la situación. Conseguir abrir una vacante para pasantías no sería tan difícil considerando la carga laboral que tenían todos en ese período.

—Dile que lo espero en mi oficina, a las tres en punto. Es solo una oportunidad para valorar qué tan rentable en ponerlo a trabajar en nuestra área. Si no llega puntual, ya sabes... no habrá nada que pueda hacer —sentenció y Ray quiso saltar de su asiento para abrazarlo, pero se conformó con sacar su celular rápidamente para llamar a Frank.

***

Frank estaba sentado solo en una mesa en el comedor de la universidad. Desde que Jared ya no compartía el almuerzo con él todo se había vuelto más aburrido. Nunca pensó que sus últimos días en la universidad serían tan deprimentes.

No quería escuchar ruido, no quería ver nada, no quería comer nada, básicamente quería morirse en su propia amargura por el humor de mierda que estaba cargando ese día. Probablemente había vuelto a poner el pie izquierdo al levantarse de la cama.

No tenía noticias de Ray, no le respondía las llamadas y era eso quizás lo que lo tenía más jodido. Confiaba en su amigo y estaba consciente que no era su obligación resolverle lo de las pasantías, pero es que era su última esperanza, y Frank estaba tan desesperado que no podía ver más allá de esa pequeña posibilidad.

El sonido de una llamada entrante retumbó en sus oídos a través del auricular, interrumpiendo la melodía de Smashing Pumpkins. Desesperado desconectó el auricular y se llevó el teléfono hasta su oreja. Era Ray, al fin aparecía el muy desgraciado.

—Tú, mal amigo.

—Frankie...

—Pensé que te habías vuelto a olvidar de mí.

—Frank...

—Tenía el alma en un hilo.

—Frank... escúchame...

—Creo que los nervios ya se me destrozaron.

—Joder, déjame hablar enano —le interrumpió alzando la voz, llamando la atención de Frank—. No seas tan dramático.

—Es la verdad.

—Entonces más te vale buscar un té para reparar tus nervios. Necesito que empieces a mover tu culo y te prepares. Tienes que estar a las tres en punto en mi oficina.

—¿Qué?

—Mejor a las dos y media. Tienes el tiempo exacto para ir a tu departamento, ponerte algo decente y tomar el metro. No pierdas el tiempo.

—¡Ray!

—¡Qué!

—¿Lo conseguiste? —preguntó con duda en voz baja.

—No, solo quiero que vengas a visitarme... ¡Claro que lo conseguí! Bueno, técnicamente es una entrevista para valorar la oportunidad de darte esas pasantías, así que no la cagues.

—¡Eres un hijo de puta, Toro! ¡Lo sabía!

—Hablamos después. Ahora muévete Frank.

Sin más despedida ambos cortaron la comunicación y Frank se levantó de un salto de la mesa y comenzó a correr por el campus. Necesitaba llegar a su departamento y ya de camino pensaría que era lo que podía decir en la entrevista.

Aunque... no tenía ni la más mínima puta idea.

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