Capítulo 28
Gerard apretaba con fuerza el volante entre sus manos mientras las luces de los demás autos que viajaban en dirección contraria golpeaban sus ojos. Quería gritar y maldecir tanto hasta que su garganta doliera, pero no podía hacer más que pisar con más fuerza el acelerador para llegar pronto a su destino.
Durante su niñez y en la adolescencia, había discutido muchas veces con Mikey, pero por cosas tontas como cualquier par de hermanos lo haría. Gerard no podía recordar ni una sola vez en que esas peleas entre ellos trascendieran, en especial porque siempre se unían más cuando Donna le hacía daño a Gerard. Su hermanito había sido un apoyo muy importante en su vida, una luz que lo había mantenido a flote cuando todo su mundo se desmoronaba, no importaba que Gerard se negara y se ocultara del mundo, Mikey siempre estaba ahí para darle su apoyo.
Sin embargo, en esta ocasión, con la forma en que Mikey había tratado a Frank, aunque no supiera lo mucho que Frank importaba en su vida ahora, Gerard sentía que algo se había roto en su corazón. Y estaba seguro que no era por él en sí, sino por la tristeza que había visto en esos pardos que lo tenían tan enamorado.
El semáforo en rojo lo hizo detenerse y bajó la vista a sus manos donde había pequeñas cicatrices casi invisibles, como recuerdo de su accidente aquella noche, sino fuese por ese accidente él probablemente nunca se hubiese enamorado de Frank, o quizás sí pero no se habría dado de esa forma. Decidido a tratar de recuperar algo de lo que restaba de la noche, puso el pide vía y cambió de dirección; había pensado en primer lugar en irse a su hogar, encerrarse dentro de esas paredes y ahogarse en la miseria que su hermano había causado.
Sin embargo, no iba a poder estar en paz en su cama pensando en Frank, recordando su rostro lleno de desilusión y tristeza. No le importaba para nada que se estuviera haciendo una costumbre llegar casi a medianoche a casa del pasante; tampoco le importaba el cansancio que llevaba sobre sus hombros junto al estrés de su trabajo.
No importaba nada porque se trataba de Frank.
Le tomó un poco más de veinte minutos llegar a su destino. Aparcó el coche y bajó lentamente, no valía la pena avisarle que estaba ahí porque no se iría sin verlo, podía quedarse junto a la puerta a esperar el amanecer si Frank decía no abrirle.
No obstante, su sorpresa fue grande cuando después de dos simples toques la puerta frente a él fue abierta. Gerard no tuvo tiempo de procesar nada cuando el par de manos lo tomaron de la camisa y lo jalaron dentro del lugar.
***
Después de bajarse del taxi que lo llevó a su hogar, Frank solo se había dejado caer sobre su cama y había cerrado sus ojos con la intención de dormirse para olvidar el mal rato que había pasado y la tristeza de haber perdido la oportunidad de tener una cita con Gerard.
Pero el destino o quizás su conciencia no le permitieron tener ese lapso de descanso y tranquilidad. Se había dado vueltas sobre la cama sin sentirse cómodo y cuando supo que era definitivo que no iba a poder dormir, decidió tomar su teléfono para distraerse un poco. Se quiso jalar el cabello al ver la pantalla oscura y recordar que fue en primer lugar por culpa de la batería de su celular que todo su plan se había ido a la basura.
Sin ánimos de nada, se levantó de la cama y se dirigió al baño para mojarse la cara. Ni siquiera toda la situación de mierda que había pasado en la empresa lo había hecho sentir tan mal como el encuentro con ese flacucho.
Iero se dirigió a la cocina y después de iluminar la instancia encendiendo las luces, se dispuso a preparar café. Suspiró deseando poder estar con su jefe en ese momento e invitarlo a tomar una taza de café a como les gustaba a ambos. Mientras veía como el agua mezclada con el café en polvo caía en el recipiente de vidrio de la cafetera, recordó lo que estaba en su bolsillo.
Palpó con cuidado sobre la tela y luego metió su mano en la bolsa para sacar un par de pulseras que había hecho él mismo la noche anterior. Estaban formadas por pequeñas piedras negras unidas al centro por única pieza de color. Verde para Gerard y azul para él.
Sentía que ese pequeño gesto iba a ser lo suficiente para convertirse en un recuerdo del amor que estaba creciendo entre ambos. Había llegado a la conclusión que no necesitaba algo despampanante para deslumbrar a Gerard, iba a bastar con ser él mismo y darlo algo que había hecho con sus propias manos. Además, su corazón estaba seguro que Gerard apreciaría esto mucho más que cualquier otra cosa que pudiera comprar, ya que esta no tendría el mismo valor sentimental.
De pronto un par de golpes suaves sobre su puerta lo sacaron de sus pensamientos y no tuvo que pensar en nada para saber quién estaba ahí. Dejó las pulseras sobre la encimera y corrió los pocos pasos que lo alejaban de la entrada y abrió, estiró sus brazos y no permitió que el mayor reaccionara, lo jaló dentro de su pequeño hogar y pateó la puerta para que se cerrara. No lo había planeado, pero con tan solo verlo, sus labios pidieron a gritos probar de sus iguales.
El beso fue lento, acompañado de sus rítmicas respiraciones chocando la una con la otra. Sus ojos cerrados y sus manos aferrándose a las ropas ajenas teniendo temor que fuese un sueño y se acabara en cualquier instante. Frank se separó despacio, pero se mantuvo sujeto de los hombros de Gerard, le besó la mejilla derecha y musitó en voz baja.
—Perdóname por haberme ido así, pero...
—No, por favor —interrumpió Gerard, abrazando más cerca de él el cuerpo del pasante—. Yo soy él que lo siente, d-deje que m-mi hermano te tratara así...
—Gee...
—En serio, Frankie, l-lo siento.
—Gerard, tú no debes disculparte por nada.
—P-pero es que Mikey...
—Exacto, fue Mikey quien se comportó como imbécil, no tú —dijo rápidamente al notar como poco a poco Gerard comenzaba a temblar entre sus brazos. No iba a permitir que por un incidente donde él no había tenido nada que ver, se pusiera mal como aquella noche. Soltó con suavidad el agarre de sus hombros y le buscó el rostro—. No tienes que disculparte.
—Frankie...
—Estoy muy feliz que estés aquí —dijo y dejó un último beso en la comisura de sus labios antes de tomarlo de la mano y llevarlo a la cocina. El café ya estaba listo y el delicioso aroma flotaba en el ambiente—. Preparé café, ¿quieres? —preguntó.
Su tirano jefe tomó asiento en un banco y se apoyó en la isla mientras Frank daba la vuelta para tomar un par de tazas y servirlas con café. Mientras colocaba las porciones respectivas de canela, volvió su vista a las pulseras y una media sonrisa se pintó en sus labios. No toda la noche estaba arruinada.
—¿Tienes alguna idea de cuál era mi propósito al haber aceptado la cita al cine? —preguntó y colocó la taza frente al mayor.
Way agradeció y se le quedó viendo al rostro por un largo rato para finalmente negar. La verdad, su único propósito había sido estar con él y pasar un buen momento juntos.
Frank se quedó de pie al lado de Gerard y luego de tomar un sorbo de su café lo abrazó con cariño y lo apegó a él en un abrazo protector. Inhaló fuerte, llevándose consigo ese aroma tan delicioso de la colonia de Gerard y por muy extraño que lo sentía, su corazón estaba en paz. No se sentía nervioso como lo había imaginado en primer lugar.
—Había pensado mucho en la forma en que decirte esto —comenzó a decir—. Planeé muchas cosas y todo pareció haberse arruinado, y, sin embargo, después de todo, estás aquí, cansado, preocupado, pero estás aquí, a mi lado... y no hay manera de que yo pueda seguir guardando estas palabras dentro de mí.
Gerard alzó la vista y se encontró con esos enormes ojos que lo tenían totalmente perdido. Le acarició la mejilla al pasante con el dorso de su mano, tratando de mantenerse sereno ante la inquietud que comenzaba a carcomer su estómago por las palabras escuchadas.
—Frank...
—¿Quieres ser mi novio, Gee? —dijo sin titubear el pasante y juró como un suave aro de luz pasó por los ojos del mayor, iluminando su cansada mirada de una luz única.
Way sintió como si su cuerpo se moviera por inercia; nunca había estado en la situación de ser al que le pedían algo, y la última vez que había sido él quien pedía un compromiso todo se había ido a la mierda, arruinando su vida. Le parecía un dulce sueño que su Frankie estuviera frente a él, dándole tanta tranquilidad sin pedirle nada a cambio y diciéndole aquellas tan sencillas palabras pero que habían logrado calar su corazón.
De un salto se puso en pie y envolvió al pasante entre sus brazos, lo besó en respuesta pues sentía como las palabras torpes se aglomeraban en su garganta.
—¿Eso es un sí? —susurró sobre los labios suaves de Gerard.
—Es un torpe y absoluto sí —respondió.
Frank se echó hacia atrás y alzó sus brazos al aire, en un ridículo gesto de felicidad antes de volver a besar a su ahora novio. Al sentir como Gerard le mordía el labio inferior y tiraba un poco de su aro, decidió separarse. Ya tendrían más tiempo para follar como conejos, pero por ese día habían pasado por suficiente; le invitó a continuar con su café, pero se sentó sobre sus piernas. manteniéndose cerca y viendo ese perfil tan bonito que le robaba el aliento. De pronto recordó sus pulseras y se regañó mentalmente por haberlas olvidado, aunque, teniendo esa sonrisa de dientes pequeños y esos labios rosados y carnosos, frente a él, era imposible no olvidarse del mundo entero.
—Tengo algo más para ti —dijo y sacó el par de pulseras, se las enseñó a Gee y luego le tomó la mano derecha—. Las hice yo mismo, esta es para ti. Simbolizan una promesa...
—Yo te prometo que nunca me la quitaré. —interrumpió Gerard y Frank le volvió a ver de medio lado, feliz—. Será mi amuleto de buena suerte.
—Yo tampoco me la quitaré nunca. Yo te voy a llevar conmigo siempre.
Para sellar sus promesas, brindaron con sus tazas de café frío y sus nuevas pulseras adornando sus muñecas izquierdas.
***
Frank volteaba a ver a Gerard a cada tanto mientras conducía. Las sonrisas en ambos rostros eran cálidas y demostraban lo bien que se sentían. Había sido una noche tranquila, descansando en los brazos ajenos mientras las respiraciones acompasadas marcaban el mismo ritmo, el sonido de la alarma no fue tan fatídico porque al abrir los ojos lo primero que vieron fue el rostro de su pareja. Gerard se había ofrecido a preparar el desayuno después de una corta ducha compartida en el pequeño baño de Frank.
Todo había sido un cuento mágico hasta que les tocó romper la burbuja y emprender el camino hacia el trabajo. Gracias a que iban en el auto de Gerard se habían podido demorar un poco más en abandonar el apartamento de Frank.
Una vez en el edificio, fingieron su cordial relación de jefe y pasante hasta llegar a su piso. De mala gana, Gerard tuvo que dar media vuelta al estar frente a su oficina y se abstuvo con todas sus fuerzas de besar a su novio una vez más. Frank se había reído al ver por cortos segundos aquellos ojos suplicantes que pronto cambiaron por los de un lince, listo para el acecho.
Un poco más de dos horas después del inicio de la jornada, Frank, con un grueso folder de manila, se levantó y cruzó el pasillo hasta adentrarse en la oficina de su jefe. No obstante, su susto fue enorme al toparse con Ray ahí de pie.
—Frankie, fue una pena que no hayas visto la película anoche con nosotros. Estuvo muy buena.
—Quizás, cuando te acuerdes de tus amistades, podamos salir por ahí y ver una película asi de buena —respondió mordaz; estaba un poco molesto con Ray por lo de la noche anterior, porque si él nunca lo hubiera dejado solo en aquella estúpida fiesta a la que lo invitó, no hubiese chocado con Mikey y ese mal momento en el cine nunca hubiese pasado. Pero el hubiera no existe, le recordó una voz en su mente; todo lo que el destino tenía planeado simplemente se daba y gracias a eso ahora tenía al chico más bonito de cada fiesta solo para él.
—Este viernes iremos a almorzar. ¿Te parece?
—De acuerdo —respondió después de meditarlo, en un día feliz no valía la pena ser un hijo de puta con nadie.
Antes que Ray pudiera tomar la palabra, el carraspeo de Gerard le interrumpió. El moreno giró los ojos y se despidió rápidamente, no obstante, con la mano sobre la manija le dijo a Frank.
—Por cierto, Frankie, olvidé agradecerte ayer por las galletas. Dile a tu abuela que son las mejores del mundo.
Frank contuvo la respiración y cerró sus ojos cuando la puerta se cerró. Había olvidado por completo las galletas de la abuela.
—Puedo preguntar si, ¿no hay galletas para mí también? —escuchó a sus espadas y se volteó para encarar a Gerard. Dejó el expediente sobre la mesa y se acercó hasta él.
—Nope, mi abuela no envió galletas para ti —dijo bromeando.
—¿Por qué? Soy tu novio.
—Eres mi novio, pero aún no eres digno de las galletas.
—¿Y Ray si lo es?
—Síp.
—Genial —dijo brusco y se apartó del contacto de Frank, lo cual molestó al pasante.
Daban dos pasos hacia adelante y retrocedían tres. Aquella actitud le molestó un poco y no midió el grado de sus palabras.
—Al menos Ray no destruyó nunca las galletas que le di...
Un largo y tétrico silencio se extendió en la oficina. Ojos verdes contra avellanas se miraban sin tregua hasta que Gerard habló.
—Te pediré de la manera más amable, que me dejes solo.
—Gee...
—Por favor —fijo y volvió a centrarse en la pantalla de la laptop.
A Frank no le quedó más remedio que obedecer y se molestó consigo mismo por lo que acababa de hacer. No debía de bromear con ciertos tipos de cosas, pero nunca hacía caso. Aquel era un asunto que ya debían haber superado y él la había cagado por querer hacer una broma ridícula con ello.
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