Capítulo 25

Los ojos de Frank ardían y la parte superior de su cabeza tenía una constante punzada que no lo dejaba pensar tan siquiera; deseaba tanto irse ya a su casa. Había sido todo un reto haberse mantenido sus ocho horas cumplidas frente a la pantalla de su computadora con los ojos abiertos y trabajando en su base de datos.

Había tenido solo un pequeño chance para ver a Gerard por la mañana, cuando llegó a la oficina. En las dos semanas que habían transcurrido desde la mágica noche del congreso, ya se había convertido en un santo ritual, entrar a la oficina de Gerard Way para darle un dulce beso de buenos días. Esa mañana no había sido distinta, pero en aquel momento Frank no se sentía tan mal como ahora. Deseaba mucho irse a su hogar, meterse bajo sus cobijas y descansar y si pudiese, se llevaría a Gerard consigo.

Cuando fueron las seis de la tarde en punto, guardó todo y apagó su monitor. Gracias a todos los cielos Ray y Dallon no se habían aparecido por su cubículo y con Bob sólo había compartido el almuerzo. Se guardó el celular en el bolsillo de su pantalón y recogió sus cosas, listo para irse, no sin antes pasar un momento por la oficina de enfrente.

Tocó dos veces antes de girar el pomo y entrar. Encontró a su jefe favorito con sus lentes para lectura, enfocado en una de las pantallas que tenía. Apenas vio a Frank entrar a su oficina, dejó de lado su quehacer y se levantó, yendo a su encuentro.

—Te extrañé mucho, Frankie... —musitó sentándose en su escritorio y tomando a Frank de la cintura para atraerlo hacia él—. No sabes cuánto deseo irme ya contigo, pero necesito terminar unas cuantas cosas para mañana y dejar avances para la presentación del proyecto del lunes. Quiero tener mi fin de semana libre para que estemos juntos.

—Me encanta mucho esa idea, Gee —musitó con una pequeña sonrisa que no pasó desapercibida para el mayor.

—¿Qué tienes? —preguntó.

—No es nada, solo un poco de dolor de cabeza.

—Frankie... ven aquí —dijo apegándolo a su pecho en un cálido abrazo, le dio un beso en la frente—. No te voy a retrasar mucho más para que vayas a casa y descanses.

Frank asintió, pero se tomó un momento para cerrar los ojos y aspirar ese aroma de la colonia de Gerard que tanto le gustaba. Sentía los ojos pesados al igual que su cuerpo y pensar que todavía debía tomar el tren de regreso a su departamento no le hacía ninguna gracia. Con pesar se alejó del contacto y depositó un pico en los labios suaves de Way.

—¿Seguro que está todo bien? —preguntó Gerard un poco nervioso, ese Frank que estaba frente a él no era ni la sombra de lo que él solía ser.

—Si. Está todo bien.

—De acuerdo. Escríbeme cuando estés en casa.

El pasante respondió con una débil afirmación y después de un corto beso más se marchó. En su camino hacia el elevador consideró pasar por la oficina de Bob a despedirse, pero verdaderamente no tenía ganas de hablar así que decidió que lo mejor era marcharse ya; ni bien las puertas metálicas se habían cerrado para comenzar a descender cuando su teléfono comenzó a sonar. Vio el nombre en la pantalla y lo ignoró, pero sabía que eso no iba a ser motivo suficiente para impedir que su amigo continuara llamando hasta romperle las pelotas y que le respondiera.

—¿Hola? —respondió después del tercer intento de querer pasar desapercibido.

—Si yo no te llamo, tú ni siquiera recuerdas que existo —dijo Jared al otro lado de la línea. Frank bufó y giró los ojos, arrepintiéndose al instante por el dolor que golpeó su cabeza—. Pero resulta que estás de suerte, Frankie. No te llamo para discutir, estoy esperándote afuera de tu empresa.

—¿Qué?

—Sí, hay algo muy importante que necesito mostrarte.

El timbre del ascensor sonó indicándole a Frank que ya estaba en su piso. Miró su reloj, debía darse prisa si quería tomar el tren de las seis de la tarde.

—Vale, estoy saliendo.

—Sí, ya te vi.

Frank alzó la vista al escuchar el pitido intenso de un automóvil. Estaba estacionado en frente a la entrada principal de la empresa, en color ocre y en la ventana estaba el ojiazul, sonriendo engreído mientras sacudía unas llaves en el aire.

—Hijo de puta —dijo Frank con genuina alegría cuando se aproximó a él—. ¿Cómo lo conseguiste?

—Que gusto verte a ti también, Frankie —se burló—. Es una larga historia, así que sube. Iremos a dar una vuelta a buscar un lugar para celebrar.

—Pero... es jueves —trató de justificarse, no queriendo decirle a su amigo que no quería ir porque no se sentía bien.

—¿Y?

—Es jueves y mañana debo trabajar.

—¿A quién rayos le importa? Estar con mi amigo es tiempo de calidad, no importa si mañana tengo que trabajar con gafas oscuras —dijo sin darle chance a Frank de responder—. Anda, mueve tu culo y sube.

Frank tragó pesado pensando qué hacer. Realmente se sentía mal, pero llevaba unas cuantas semanas sin ver al pelilargo, además había ido a buscarlo hasta ahí. No podía ser tan hijo de puta para despreciarlo y empañar su alegría. Se encogió de hombros mientras daba la vuelta y se subía al asiento del copiloto, suponía que podía aguantar un poco más el cansancio y su dolor de cabeza, quizás incluso desaparecía.

—No te preocupes, Frankie. Un par de cervezas y te llevaré a tu departamento —sentenció Jared antes de emprender la marcha.

Pero viniendo de Jared, Frank debió haber sabido que aquella afirmación no era más que una vil mentira para engatusarlo.

La promesa de un par de cervezas se esfumó media hora después de llegar a un pequeño bar en el centro de New York. La charla giró en distintos temas, incluso Frank llegó a confesar, ante la atenta mirada de Jared, que había follado con su jefe y que estaba enamorado de él; Jared se interesó en todos los detalles y aprobó cualquier tipo de relación que fuesen a tener siempre y cuando Frank no saliera lastimado. Frank quería creer que las palabras de Jared se debían al consumo de alcohol y no a que su amigo ya había llegado a la etapa adulta en la que se interesaba por su vida amorosa y le daba consejos, que en el fondo él mismo sabía que eran inútiles; no porque no lo apreciara, sino porque ese no era el Jared que había conocido.

La charla y las cervezas le ayudaron a olvidarse de las molestias que estuvo sintiendo durante todo el día, pero todo volvió de golpe a él cuando entró al auto que lo llevaría hasta su pequeño hogar. Habían decidido llamar a un par de ubers porque era una locura total exponerse a manejar en ese estado.

Frank estaba consciente que no había tomado tanto para sentirse así de mal. Los escalofríos recorrían su cuerpo completo cada tantos segundos y sus dientes habían comenzado a castañear por el frío intenso que sentía calar sus huesos. El dolor de cabeza se duplicó cuando le tocó subir las escaleras del infierno para llegar a su piso y apenas lo hizo, se dirigió a su lugar seguro. Entró y a como pudo se cambió de ropa y se tomó una pastilla para tratar de aliviar su malestar.

Se dejó caer sobre su cama, las luces estaban apagadas y un leve destello de la luz de la luna se coló por su ventana. Aquello le hizo recordar a Gerard y la promesa que le hizo de avisarle cuando estuviera en casa. Buscó a tientas su celular y quiso escribirle un mensaje. La luz le golpeó los ojos y sus párpados cedieron lentamente, hasta que todo se volvió oscuridad.

***

A Gerard le extrañó no haber recibido ningún mensaje de Frank durante toda la noche, pero supuso que había sido porque había llegado directamente a descansar, así que decidió no molestarlo, ya lo vería por la mañana.

No obstante, cuando llegó a la oficina, con una caja de sus cafés favoritos en las manos se extrañó al ver el cubículo de su pasante totalmente vacío. Pensó en dejar el café en su escritorio junto a un post it pero volvió su vista al reloj de pared en el pasillo, eran veinte minutos tarde para la hora en la que Frank solía llegar cada mañana.

—Hola, Gerard —le saludó la voz de Ray a sus espaldas—. ¿Has visto a Frank? Necesito resolver unas cosas con él, pero no lo he visto.

—Yo tampoco —musitó—. Es raro, siempre suele venir antes que yo.

—Claro, si tiene miedo que lo eches o le des nuevamente la carga de burro de trabajo —trató de bromear el rizado, pero Gerard no estaba para sus jodidos juegos. Lo vio de mal modo y pasó de largo hacia su oficina sin decir más.

Una vez dentro de la seguridad de esas cuatro paredes, Gerard se quitó el saco y se sentó en su cómoda silla giratoria. Jugó con el teléfono en sus dedos por un largo rato, pensando en llamar o no a Frank. No quería ser un puto paranoico, pero tampoco quería que Frank volviera a pensar que no estaba interesado en él por su falta de huevos para enviarle un simple mensaje. Decidió que de momento un simple "buenos días" era una buena opción. Le escribió el mensaje con un pequeño corazón al final y le dio la opción de enviar.

Mientras esperaba una respuesta se dispuso a trabajar en los pendientes que, gracias a haberse quedado hasta tarde la noche anterior, ya eran pocos. Sin embargo, los segundos, los minutos y finalmente un par de horas avanzaron y Frank nunca cruzó el umbral de esa puerta para darle los buenos días.

Estaba a punto de levantarse de su lugar para salir al pasillo a ver si Frank ya había llegado y simplemente no lo había visto porque Ray lo había capturado entre sus garras, cuando su teléfono sonó. Su corazón angustiado dio un vuelco de alegría al ver que era el pasante quien lo llamaba.

—Frankie —dijo—. Me tenías muy preocupado. ¿Cómo estás?

—Gee, lo siento. No pude llegar —respondió con la voz congestionada—. Amanecí muy enfermo.

—Oh, bebé, no te preocupes por eso. Descansa todo lo que puedas y no pienses en la oficina.

—Gracias, Gee.

—¿Necesitas algo? —preguntó sintiéndose más preocupado que antes, podía escuchar que Frank no la estaba pasando nada bien y su pecho se oprimía ante la sola idea de imaginarlo enfermo.

—Desearía mucho estar con mi mamá y mis tías —comentó antes de toser—. Ellas siempre cuidaban de mí cuando me enfermaba. Ahora estoy solo.

—Cariño...

El discurso de Gerard se vio interrumpido por un desesperado golpe en la puerta. Gerard tuvo que disculparse y prometer que iba a llamar en un momento ya que quien había entrado después de pedir permiso, era la secretaria de uno de los directores ejecutivos y Way no podía decir que no.

Afortunadamente la reunión no duró mucho, pero en ningún momento el pensamiento de Frank sintiéndose mal en la soledad de su departamento, abandonó los pensamientos de Gerard. Sabía que iba a ser inútil querer enfocarse nuevamente en documentos, estrategias y proyecciones, no cuando su corazón estaba cruzando la ciudad.

Sin pensárselo mucho, envió un correo a sus compañeros avisando que tenía una emergencia y que debía ausentarse hasta el día lunes. Apagó el equipo y tomó su sacó junto a su maletín y salió. Una vez en su auto decidió primero dirigirse a un supermercado para comprar cosas necesarias para Frank, no era el mejor cocinero del mundo, pero por él, podía hacer un esfuerzo.

Antes del mediodía, Gerard llevaba consigo varias bolsas con frutas, verduras, gelatinas, bebidas, dulces y botanas, y una pequeña maleta de viaje donde había empacado algo de ropa. Se demoró un poco en subir las escaleras con todo aquello en sus manos, pero finalmente llegó hasta la puerta que añoraba.

No quiso tocar el timbre y molestar a Frank, por lo que buscó debajo del tapete la llave de emergencia que el pasante le había comentado estaba ahí por cualquier cosa. Entró en silencio y colocó las cosas con cuidado en la cocina y solo cuando vio a Frank sobre la cama, se sintió tranquilo, por primera vez en el día.

***

El sonido de gruesas gotas de lluvia cayendo y el suave aroma a comida recién hecha, despertaron a Frank. Abrió sus ojos de manera lenta y agradeció que no hubiera luz que lastimara sus ojos y aumentara el leve dolor que martillaba dentro de su cabeza. Una gruesa capa de sábanas lo protegía del frío provocado por la fiebre y de la frescura del clima.

—Buenos días, dormilón —saludó una suave voz a un lado de él.

Sintió que el colchón se hundió y se giró para encontrarse con la versión más casera de Gerard que hubiese podido imaginar nunca. Con una camisa a cuadros, arremangada hasta los codos y con un par de botones abiertos en el pecho; el cabello atado en una coleta de caballo y una bandeja con una pequeña taza de sopa en sus manos.

—Gee —musitó—. ¿Qué haces aquí?

—Y-yo... no me pude quedar tranquilo después de tu llamada —dijo en voz baja, llevando una de sus manos a retirar el cabello de la frente de Frank.

—¿Te llamé? Lo siento... no lo recuerdo...

—No te preocupes —replicó acariciando con el dedo pulgar el labio inferior de Frank—. Dijiste que extrañabas a tu mamá y a tus tías, que nunca habías enfermado sin ellas.

—¿En serio? —preguntó y Gerard asintió—. Dios, qué vergüenza...

—No quería que te sintieras mal, así que decidí venir y cuidarte.

—Oh, Gee...

—No es la mejor sopa de verduras que has comido pero espero que al menos te haga sentir un poco mejor.

—Créeme, solo con saber que lo has hecho para mí, ya es mejor que lo que he comido en mi vida —confesó con los ojos brillantes viendo el rostro de Gerard fijamente.

El pasante se incorporó un poco, sentía que todas sus articulaciones dolían, pero ya no tenía fiebre. Recostó su espalda a la pared, listo para recibir la taza entre sus manos, pero Gerard negó y fue él mismo quien llevó con suavidad las cucharadas llenas del líquido tibio hasta sus labios.

Tenía un toque distinto, pero Frank debía reconocer, que quitando el amor que sentía por Gee, la sopa estaba verdaderamente buena y le estaba haciendo sentir mucho mejor.

—Gracias —susurró después de largos minutos en los que solo la cuchara chocando con el vidrio se escuchaba.

—De nada, amor...

Una suave ráfaga de viento se coló por la ventana entreabierta y de manera inevitable, a la mente de Frank llegó el recuerdo exacto de aquella tarde de mayo cuando estaba en casa de su madre. Él siempre había pensado en compartir sus momentos favoritos con alguien más. Que cuando hubiese una tormenta, pudiese refugiarse en unos cálidos brazos y que la paz que le embriagaba sentir esa energía de la naturaleza pudiera irradiarla a ese ser especial sin necesidad de tener que explicar nada.

En ese momento venía tan lejano formar parte del cliché al que el mundo estaba sometido. Frank Iero estaba lejos de caer en las redes del amor, ese asunto tan complejo que estaba guardado en un baúl secreto dentro de él. Ahora todos esos anhelos tan profundos de su corazón estaban materializados frente a él.

Un par de ojos esmeralda le miraban de una forma única, una forma a la cual Frank se quería acostumbrar toda su vida. Tener esa mirada comprensiva y llena de cariño solo para él. Se sentía feliz y agradecido, de que al fin su compañero de travesuras había llegado a su vida.

Gerard Way era el hombre con quien siempre había soñado vivir un cuento de hadas.

Sin decir nada, Frank se acurrucó en su pecho. Las gotas de lluvia que caían eran las únicas testigos de todo lo que pasaba por su mente y no se iba a atrever a confesar. Solo pedía que aquello que estaba viviendo durara para siempre.

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