Capítulo 19

Frank no se había puesto a pensar en ninguna situación que involucrara al tirano y a él más allá de lo laboral. Quizás sí, mientras le preparaba aquellas galletas y les daba rienda suelta a sus pensamientos se había ilusionado e incluso se había permitido soñar despierto con él. Sin embargo, después de lo que había pasado, Frank había tratado de mantener a raya sus pensamientos sobre todo porque él se respetaba a sí mismo y se amaba, y no podía permitir que los sentimientos que comenzaba a desarrollar por alguien arruinaran eso y lo convirtieran en alguien que no era. él había elegido colocarse en un lugar antes que una persona que le había lastimado mucho. Aquel era el porqué de su actitud y su distanciamiento, básicamente.

No obstante, eso no significaba que había podido erradicar aquella plaga que había entrado a sus pensamientos y a su corazón, todavía pensaba en él de vez en cuando, sobre todo después de aquel beso tan inesperado que le había dado y por el cual casi había enviado todos sus preceptos a la mierda; o cuando miraba al hombre tan nervioso tratando de hablarle.

En aquellas ocasiones Frank había sido fuerte, mantuvo su distancia y la barrera continuó ahí, casi impenetrable. Pero, lo que Gerard había hecho la noche anterior había tumbado aquella barrera de un solo golpe, por qué Frank sabía, de alguna forma, que lo que le estaba diciendo era sincero, sus disculpas lo eran, él creía en sus palabras y en la confesión que le había hecho. Porque, así como Way era un tirano, hijo de puta con todos y un amargado, también estaba dentro de él esa parte distinta, vulnerable y necesitada de afecto, Frank lo había visto ya en una faceta similar y era precisamente a partir de conocer a ese Gerard que se había enamorado. Además, esas palabras eran sinceras porque los niños y los borrachos nunca podían ocultar la verdad.

Solo que la próxima vez que escuchara algo similar a aquello Frank deseaba que su jefe estuviera sobrio y le viera a los ojos con la misma intensidad.

El castaño sentía que no había dormido ni una mierda en la noche anterior. No se había movido de su lugar en la cama porque su cuerpo y el poco licor que había ingerido se lo habían imposibilitado, o eso quería creer para justificarse. Por largos minutos se había dedicado a contemplar el rostro de Gerard, era un hijo de puta malditamente precioso y Frank en verdad estaba agradecido de poder apreciarlo está vez sin un collarín, sin golpes en esa tersa piel y sobre todo sin tener que hacerlo desde una incómoda posición en una silla de hospital.

Las cosquillas que habían dejado el rastro de sus dedos en su piel parecía no querer marcharse nunca y el recuerdo de las palabras salidas de esos labios carnosos le calentaban tanto el corazón que hacía que aquellas mariposas que el mismo Gerard había aniquilado, volvieran a renacer. Frank incluso las sentía revolotear a su alrededor y juró que las escuchó susurrar un par de veces algo similar a besos o que se apegara más a él para sentir su calor y la comodidad de estar en sus brazos.

Sin embargo, Frank había logrado ser más fuerte que las mariposas del demonio, estaba consciente que a pesar que Gerard estuviera ahí y le hubiese dicho tantas cosas bonitas, aún existía una barrera que no podía cruzar, en primera porque necesitaba escuchar de nuevo todo aquello cuando su jefe estuviera en sus cinco sentidos y en segunda porque no iba a abusar de él, aprovechándose de su estado para satisfacer de cualquier forma sus propios instintos.

Fuera lo que fuera que estuviese destinado a suceder de ahora en adelante, Frank estaba dispuesto a aceptarlo. Mientras su corazón y su bienestar mental no se viesen afectados aceptaba lo que las cartas lanzadas al juego arrojaran para él.

Con lo único que el pasante no había podido resistirse había sido acariciar aquella mano que le había tocado momento atrás, tan suave y cálida como la recordaba. Cada vez que Frank deslizaba sus dedos sobre la palma recordaba las palabras de Gerard y una enorme y estúpida sonrisa se pintaba en sus labios, acompañada del errático latir de su corazón.

"—Es la única manera en la que te lo puedo decir... eres perfecto, tan jodidamente perfecto.". Frank quería que aquella única manera cambiara, quería que pudiese llegar un punto en que aquello fuera dicho para él sin tener un motivo preciso o una ayuda, como en este caso lo había sido el alcohol. Por qué había sido algo tan hermoso de escuchar, ser llamado así por la persona de quien estaba enamorado. Había sido simplemente mágico y nunca se iba a borrar de su memoria aquel momento tan especial.

Estúpido romántico empedernido, eso era lo que era y era por eso que nunca se permitía hablar del amor o pensar en él, pero estaba probándolo, no había comenzado de la mejor manera, pero eso no significaba que al darle una oportunidad este no iba a funcionar y terminar siendo una de las mejores experiencias de su vida.

Él que no arriesga no gana, y Frank Iero era un jodido ganador. Así que después de echar un último vistazo a ese precioso hombre que reposaba a su lado en su cama, con los rayos de sol impactando suavemente, Frank prometió darle todo el amor y cariño que tenía para él, aún si en algún momento le tocaba enfrentarse nuevamente con el tirano Gerard.

Sellando su promesa silenciosa depositó un beso en la palma de la mano ajena y la colocó en el lugar donde había tenido su cabeza. Después se levantó con mucho cuidado de no despertarlo, necesitaba prepararse una taza de café y sabía que Gerard también lo necesitaría, con la borrachera de la noche anterior un café bien cargado no sería suficiente.

***

Gerard se giró hacia el costado derecho porque el reflejo del sol golpeaba en sus ojos y le impedía seguir en su sueño, pero apenas lo hizo se arrepintió en seguida. Todo su mundo giró detrás de sus párpados, sintió náuseas y un fuerte dolor de cabeza se apoderó de gran parte de su cabeza. Gruñó molesto y enterró su cabeza en la almohada que tenía a la par.

Un aroma suave varonil mezclado con un leve toque de frutillas se apoderó de su nariz y provocó que su corazón se acelerara en niveles desproporcionados. Ese olor no era suyo, ni esa cama era suya, ¿de quién...

Se relajó poco a poco cuando los recuerdos comenzaron a llegar a su mente y la imagen de unos ojos pardos viéndole con atención mientras él le acariciaba la mejilla fue lo último que vio antes de quedarse dormido. Con la cabeza ahí enterrada tratando de capturar todo aquel olor, se concentró en recordar casi todo lo sucedido. Dallon, el bar, las cervezas mezcladas con tragos y después Frank.

Una nueva ola de sensaciones y un temor interno llegó a Way cuando recordó su patético discurso de la noche anterior, aprovechando la frágil valentía y espontaneidad que el alcohol solía brindar, la espontaneidad y sinceridad que necesitaba para expresarle a Frank todo lo que deseaba. Él nunca había planeado nada de aquello, incluso había salido para olvidarse de su mierda, aunque fuese por una noche; nunca esperó encontrar a la razón de sus celos y reciente ansiedad estuviese ahí, que cuidara de él después que le había pedido que lo dejara en su hogar.

Frank seguramente debía estar pensando que era un ridículo de mierda, pues el papel que había hecho no lo podía ver por menos que humillante. Había sido un error tan grande, no sabía con qué cara iba a verlo; y era un error muchísimo mayor para él pues solo la noche anterior se había atrevido a aceptar que estaba enamorándose del pasante, estaba tratando de luchar con sus temores, inseguridades y marcas del pasado para tratar de ver una nueva pequeña ventana en el amor y había hecho semejante cagada.

Se tomó varios minutos para tratar de regular su respiración que se había alterado mientras su corazón martillaba en preocupación, un leve temblor se extendía por sus manos y el dolor de cabeza producto de la resaca no hacía más que empeorar. En momentos como aquel donde reflexionaba sobre lo que había hecho, era cuando más rabia le daba no poder ser como esas personas que ebrias podían deshacer y hacer en el mundo y luego simplemente no recordaban nada.

Le costó casi quince minutos normalizar su corazón y tratar de calmar su ansiedad, al menos lo suficiente para ofrecer una breve disculpa y marcharse a su departamento para ahí poder correr las cortinas, encender su puto aire acondicionado al máximo y dejarse destruir entre la maraña de sentimientos en su pecho.

Olió una vez aquella almohada, tratando de grabarse el aroma, pero mientras hacía aquello y trataba de librarse de su catarsis un silbido suave y con melodía lo sobresaltó. Abrió los ojos y se giró de golpe encontrándose con la realidad del lugar donde estaba.

Había estado tan enfrascado en su miseria que no había notado cómo era el departamento de Frank, ni siquiera la noche anterior. Después de todo, probablemente si había cosas de gente ebria que no podía recordar, pero no era lo que le gustaría. Se sentó en el borde de la cama y observó a su alrededor, el lugar era de un solo ambiente. Tenía la pequeña salita a un lado, frente a él había una puerta que suponía era el baño, a la par estaba el closet, le seguía el espacio del escritorio donde estaban regados libros y cuadernos abiertos, su vista siguió su recorrido para encontrarse con la cocina y una pequeña isla, ahí estaba Frank. El más joven se movía con libertad por el lugar, dándole la espalda mientras movía cosas dentro de sartenes por lo que Gerard podía ver.

Los nervios volvieron a él al saberse que estaba tan cerca del de ojos pardos. Se levantó de un salto y se encerró en el baño, abrió la llave del lavamanos y mojó su rostro y cabello. Se vio en el espejo frente a él notando el desastre que era, la camisa de lino lila que había decidido usar la noche anterior estaba arrugada y tenía dos botones sueltos, el cabello lo tenía revuelto y unas enormes ojeras estaban debajo de sus ojos.

—¿Gerard? —La mención inesperada de su nombre le provocó un susto enorme. Se agarró el pecho mientras volteaba a ver la puerta con horror.

—Voy en un momento —dijo y escuchó una afirmación por parte del pasante.

Ya no podía esconderse más, necesitaba salir y buscar cómo irse a su hogar. Sentía el pulso latirle en cada poro de la piel y el sudor comenzaba a filtrarse a su vez a través de ellos. Se mojó el rostro de nuevo y se enjugó la boca que sabía amarga. Trató de darse valor a sí mismo mientras tomaba el pomo, incluso quiso cerrar los ojos al salir y caminar hasta la isla donde un Frank muy animado colocaba platos.

Aquella vista picó directamente en su corazón, queriendo que aquello fuera de él. Que lo primero que viese al levantarse fuese Frank, con esa sonrisa dulce que tenía pero que aún no tenía el placer que fuese dedicada para él, que esos ojos intensos le vieran y que sus suaves labios le ofrecieran un delicado beso.

—Buenos días —saludó mecánicamente mientras veía las tostadas y el omelette frente a él, había olvidado lo bien que cocinaba el pasante.

—Buenos días, Gerard —respondió Frank, lleno de confianza. Su última carta estaba en juego y ya no había nada más que hacer que obtener la victoria o fracasar para siempre.

El nombrado alzó la vista y sintió que un nudo se hacía en la boca de su estómago; Frank le estaba sonriendo y eso sumado a como se escuchaba su nombre saliendo de su boca debía ser probablemente una alucinación. Después de tantos días siendo tratado con indiferencia, una que tenía bien merecida, y casi suplicando por sus disculpas le hacían creer que había muerto por intoxicación y aquello no era más que algo así como su último deseo.

—Preparé desayuno y café bien cargado, creo que lo necesitas.

—Y-yo... ugh... gracias —respondió mientras tomaba asiento en la butaca alta. Frank hizo lo mismo a su lado.

Lo primero que Gerard hizo fue beber de su taza de café y casi gimió con su sabor exquisito, luego tomó los cubiertos y probó la comida repitiendo la acción. Frank lo veía de reojo, pero se abstuvo de comentar nada, solo deseó haber podido verlo comer así las galletas.

—¿Cómo te sientes?

—Como la mierda —dijo y ambos rieron—. Tenía siglos de no beber así.

—Sí, tomaste mucho.

—Necesitaba desestresarme.

—A veces es necesario.

—Gracias, Frank.

—No es nada —respondió Iero mientras le veía el rostro.

Sin quererlo su mirada descendió por la línea de su mandíbula y tragó pesado al notar la porción de pálida piel que sobresalía por la abertura de los botones que Gerard no había arreglado.

—Supongo que te debo dos —siguió, sacando de sus pensamientos al pasante.

—¿Cómo?

—La noche que me cuidaste después del accidente y anoche...

—No te preocupes —comentó Frank sintiendo que las mejillas se calentaban.

No creía que el tirano Gerard recordara aquello aún y después de cómo se comportó con él cuando regresó a la oficina, esa mañana estaba siendo bastante curiosa... por lo que unos minutos más en silencio le bastaron a Frank para tomar el impulso de preguntar algo que moría por confirmar, ya Gerard estaba lo suficiente sobrio y consciente para poder responderle.

—¿Gerard?

—¿Si?

—Quería preguntarte algo.

—Dime.

Las palabras de Frank murieron en su garganta pues varios golpes se escucharon en la puerta. Trató de ignorarlos y recuperar el hilo de su pregunta, pero no pudo porque unos gritos se hicieron presentes, obligándolo a rodar los ojos.

—¿Recuerdas lo qué pasó anoche? En el bar... o cómo llegaste hasta aquí.

—S-si soy honesto... no recuerdo muchas de las cosas, pero podría hacer un esfuerzo cuando el dolor de cabeza se me quite —contestó, el ruido en la puerta era agobiante y molesto.

Por la confianza con la que el sujeto hablaba, Gerard supo que era el momento de irse. Se levantó de la butaca al mismo tiempo que Frank y agradeció ver las llaves de su auto a un lado en la isla, las tomó y siguió los pasos de Frank.

—Frank, yo ya me voy —dijo antes que el nombrado abriese la puerta.

—¿Por qué?

—Tengo algunos pendientes y tú, visitas.

—Sí —dijo con pesar.

—Por cierto, ¿qué querías saber?

—¿Era cierto lo que dijiste anoche? —lanzó sin vacilar, sintiendo un nudo en el estómago.

Aquella pregunta inmovilizó a Gerard, le robó el aliento y empujó su corazón a un ritmo desbocado. Afortunadamente la puerta volvió a sonar y Frank tuvo que apurarse a abrir.

Gerard no se dio cuenta del momento en que sus labios se movieron y aquella palabra salió de su boca. Vio a Frank fugaz y antes de salir dijo con firmeza.

—Sí...

Frank no recibió más despedida que esa, pero no podía pedir más, de momento le bastaba. Cuando vio a Jared a los ojos quiso golpearlo justo en la nariz por haber destruido la oportunidad que tenía de probablemente robarle un beso a su jefe o algo. Gerard miró a Leto a los ojos, pero de la vergüenza siguió de largo sin siquiera saludar al amigo del pasante. Caminó lejos directo a las escaleras para desaparecer ya de ese lugar.

—¡No me jodas, Frank! ¿Follaste con ese tipo? ¡Está buenísimo! —gritó y Gerard escuchó a través de la puerta aquello.

Por lo menos aquel comentario le hizo reír y liberarse un poco de toda la presión había sentido apenas abrió sus ojos.

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