Capítulo 12

Los brillantes rayos de sol se colaban a través de los cristales de los amplios ventanales en la habitación de Gerard. Mantuvo por un buen rato sus abiertos, viendo un punto específico sobre el cristal, como si ese brillo abrumador fuese a desaparecer de aquella forma. Se maldijo a sí mismo mientras se giraba con pereza sobre su cama y se arrastraba para levantarse y cerrar con furia las cortinas que había olvidado correr la noche anterior.

—¡Puta madre! —gimió ofuscado y quiso golpear algo. Había olvidado que sus manos seguían lastimadas y el movimiento brusco le provocó un agudo dolor, tanto que sentía que su corazón se iba a detener.

Definitivamente no iba a ser para nada un buen día.

Podía escuchar a lo lejos el murmullo de voces de las personas que caminaban hacia las calles rumbo a sus empleos, el sonido de las bocinas de los coches e incluso podía jurar que escuchaba una suave melodía provenir de algún lugar; todo aquello solo lograba irritarlo mucho más de lo que ya estaba. Se lanzó de nuevo a su cama sobre las sábanas arremolinadas en su cama y trató de cerrar sus ojos, pero lágrimas odiosas y atrevidas comenzaron a salir de ellos porque no había podido dormir nada la noche anterior y sus delicados ojos lo resentían, le ardían como el infierno y ese lagrimeo era más que insoportable en ese momento. Se lamentó por no haber podido echarse sus gotas en los últimos días, pero toda la culpa era de sus tontas manos.

Parecía que el destino estaba en su contra. No, no parecía. El destino estaba en su contra.

Cuando estuvo a punto de quedarse dormido su teléfono vibró en algún lugar de su cama y el susto le provocó despertar de golpe, sintiendo una punzada en la parte posterior de su cabeza. ¡Genial! Un jodido dolor de cabeza era lo que le faltaba.

Decidió ignorar su teléfono porque no tenía ganas de siquiera verlo ya que eso significaba recordar la fuente de su malestar y no estaba dispuesto a volver a ese horrible pozo oscuro que casi lo había consumido. Sin más que hacer por su desgracia se levantó y se dirigió a la cocina, encendió la cafetera y mientras se mordía los labios, abrió el pote de café y vertió cuatro cucharadas. Tal vez tomar café bien cargado le servía de algo.

Mientras esperaba que su café estuviera, tomó con cuidado su taza favorita y la colocó sobre la superficie del pantry. Vertió un poco de canela en polvo, azúcar y un sobre de vainilla, con una pequeña cucaracha mezcló los polvos cuidando que sus manos no volvieran a seguir lastimadas. Cuando su café estuvo listo lo vertió en la taza hasta llenarla y de inmediato su aroma inundó todo el sistema de Gerard, regalándole un poco de tranquilidad. Le gustaba prepararlo de esa forma pues sentía que los cafés que vendían ya preparados con su sabor favorito eran demasiado artificiales.

Removió la cuchara viendo con atención el pequeño remolino que iba dejando a su paso, dejó ir un suspiro cuando su traicionera memoria le recordó que sólo había podido conocer a una persona que sabía preparar el café de la forma exacta en que le gustaba y que además a él también le gustaba de esa manera; con la dosis justa y la combinación perfecta de canela y vainilla.

Cerró sus ojos y se llevó la taza a los labios, degustando el primer sorbo. Maldita sea el momento en que aceptó la propuesta de Ray para tener un pasante, pero más desdichado era el momento en que le había permitido a su tonta mente dejarse llevar y pensar cosas ridículas e imposibles. No sabía que tenía con exactitud en su cabeza en el momento en que decidió escribirle a Frank y tampoco sabía la razón que le hacía sentir un extraño vacío en el pecho cuando lo recordaba; quizás solo se debía al golpe que había recibido en la cabeza con el accidente o tenía algún tipo de trauma que los médicos no habían podido dictaminar aún. Esa última opción a pesar de carecer de lógica le logró relajar un poco, al menos para mientras bebía su café.

La noche anterior, luego de que Ray se marchó a su hogar y le dejó nuevamente en completa soledad había comenzado un infierno para Gerard. Había logrado olvidar el asunto del mensaje a Frank, pero tan pronto como tocó su cama y revisó su celular la temida respuesta apareció ante sus ojos, debía admitir que no era nada del otro mundo, pero esas simples palabras habían logrado desencadenar una larga serie de pensamientos que derivaron en robarle el sueño a Gerard.

"Hola, señor Way. Me alegro que esté mucho mejor.

Aquí en la oficina todo está en orden, pero he echado un poco de menos tener tantas obligaciones que cumplir.

Espero que termine de mejorarse pronto.

Por cierto, no tiene nada que agradecer."

Gerard quería golpear su cabeza cada vez que las palabras volvían a su mente porque recordaba el absurdo temblor en sus manos y el cambio en el ritmo de sus palpitaciones mientras abría el chat que él mismo había iniciado. No podía ser que nada de aquello estuviera sucediendo, él no podía permitirse el lujo de echar sobre sus hombros un nuevo problema, tampoco quería ni podía volver a enamorarse, siquiera había podido sacar a Adam de sus pensamientos sin que la sola mención de su nombre le hiciera querer vomitar y le alterara en distintas formas.

Sin embargo, de alguna forma cuando cerraba sus ojos a su mente volvía con claridad el recuerdo de un par de ojos grandes y redondos, de un profundo color avellana, brillantes y transparentes, que le miraban con preocupación, y era justo esa tonta mirada la que lograba desestabilizarse la fuerte base de argumentos que Gerard luchó por crear durante toda la noche, tratando de asegurarse que aquello que le estaba enloqueciendo no era más que un delirio.

De algo debían servirle los días de descanso que aún le quedaban para tratar de olvidarse de ese asunto, y lo mejor que podía hacer para mantenerse en su posición y que Frank no creyera que entre ellos había nacido una amistad o algo así era continuar siendo el jefe hijo de puta y déspota que estaba siendo. Después de todo era así con todo el mundo, no haría ninguna diferencia su postura frente a Frank, ya que técnicamente nadie sabía que había sido Frank quien le había cuidado después de su accidente y que incluso se había quedado a su lado, durmiendo muy incómodo mientras velaba sus sueños para estar al pendiente que nada le sucediera. Le agradecía aquel gesto, por supuesto, y también todo lo que había hecho por él el día posterior, pero eso simplemente no significaba nada.

Se dijo que era un hipócrita de lo peor, pues antes había reconsiderado su trato hacia Frank, aquel que Ray le había hecho ver y también se lamentó por haber pensado que no merecía tener un pasante como él a su lado; no obstante, la vida estaba llena de duras y difíciles decisiones y en este caso era él y su bienestar o Frank, y su parte egoísta fue quien tomó la decisión.

Y por primera vez, por alrededor de casi doce horas, Gerard Way sonrió de manera genuina, convencido que aquel plan era lo correcto. Después de mucho pensar y analizar estaba seguro que, manteniéndose así, él, su corazón acorazado y su mente iban a mantenerse a salvo. Lo que menos necesitaba en su vida era volver a entrar en un drama, con lo que había vivido con Adam estaba seguro que tenía suficiente dolor incluso para su próxima vida, y también estaba seguro que todo su amor se había esfumado.

Más tranquilo decidió hacer algo distinto ese día, algo que le ayudara a olvidar todo realmente y que sobre todo era una necesidad que extrañaba demasiado, como si una parte oculta de él no hubiese sido alimentada en años y ahora le estuviera cobrando factura, aunque no lo negaría hacía un par de semanas que había abandonado a su eterno amor secreto e imposible.

Con pasos lentos y cuidando que su segunda taza de café fuese segura entre sus manos, Gerard se dirigió hacia su oficina. En una cajita insignificante guardada al fondo del librero estaba una llave, la tomó después de acomodar el agarradero de la taza en su mano izquierda y sin más salió para dirigirse a la habitación contigua. Insertó la llave y giró la manija con lentitud, la reacción había sido tan fascinante como siempre. Apenas sus dedos habían hecho contacto con el mental manchado con gotitas de pintura de distintos colores todo su cuerpo se había sentido lleno de paz, esa sensación no se comparaba con nada, ni teniendo el sexo más intenso y brutal se podía comparar. Era esa otras de las cosas que Gerard estaba seguro, no iba a haber nunca nada que pudiera sobrepasar aquella sensación.

—Te extrañé... —susurró al estar dentro de la habitación. Encendió la luz y vio todo a su alrededor con nostalgia.

Su cuarto de arte era su lugar seguro en el mundo y el que resguardaba con más recelo de la vista de cualquiera, ni siquiera su adorado hermano sabía de su existencia. Desde muy pequeño, él había sentido esa pasión por dibujar y en algún momento de su inocente adolescencia creyó poder llegar a convertirse en un gran artista, pero Donna estuvo ahí para destruir su sueño e imponer para él una vida de mierda que hasta la fecha le hacía seguir sintiéndose inútil e insatisfecho consigo mismo. Era verdad que era un hombre muy inteligente y que en su trabajo era uno de los mejores, pero aquello no lo hacía ni un poco feliz.

Felicidad era la que había podido sentir cuando decidió dedicar ese espacio en su hogar para el arte. Ahí nadie iba a mandar sobre él, ni le diría que aquello era una pérdida de tiempo. Ahí dentro de esas cuatro paredes, él dejaba de ser el hijo de puta cruel y amargado para convertirse en un hombre de arte.

Gerard tenía la íntima convicción que las personas destinadas al arte simplemente nacían, y sentía que él era una prueba de eso. Nunca había podido ir a una clase de pintura o de dibujo, más que aquellas a las que su padre lo llevó cuando era muy niño. De ahí había aprendido los pilares para dibujar y saber pintar, y había tomado unos pequeños cursos por internet, ocultándose tras perfiles falsos, pero de ahí en más todo lo que sabía hacer podía decir que lo había aprendido por su cuenta y a pesar de no poder decirlo en voz alta, era lo que más le enorgullecía.

Se sentó frente a su caballete mediano con sus pinturas y un lienzo limpio dispuestos para ser utilizados por él, pero vio sus manos, dudaba poder tomar un pincel en ese momento.

Se tomó un momento para pensar que hacer y una sonrisa pequeña se pintó en su rostro al recordar su primera clase de pintura, donde era tan solo un pequeño niño de seis años emocionado por estar ahí. Aquellos recuerdos estaban tan frescos en su memoria.

Comenzó a desenvolver las vendas de sus manos con cuidado y al tenerlas completamente libres las alzó a la altura de su rostro, contemplándolas por un momento.

—Las manos son las primeras herramientas de un artista —recitó en voz alta y después sumergió sus dedos en la pintura.

Mezcló colores sintiendo cosquillas en su piel y escalofríos en sus brazos, luego llevó sus dedos al lienzo y comenzó a plasmar una idea que estaba rondando su mente desde los últimos días, Parecía ser un sueño recurrente, pero era extraño porque podía sentir en sus dedos un cosquilleo, como si ellos pudieran recordar que ese tacto había estado ahí en realidad.

Por largos minutos Gerard se dedicó a darle forma a su pintura, llevando y trayendo sus dedos. Sentía más libertad conforme el tiempo transcurría e incluso el dolor en sus manos y cuello había desaparecido. Le tomó quizás poco más de una hora, pero al finalizar se quedó contemplando con admiración el par de manos sostenidas que había logrado plasmar en el lienzo, lucían tan reales y conocidas, y la técnica en si se miraba tan limpia que a Gerard se le ocurrió la idea de mandar a poner ese cuadro en un marco para poder colgarlo en su oficina. A su juicio estaba demasiado hermoso y perfecto.

Gerard deseó que su mente le siguiera regalando pensamientos así para seguir sintiéndose bien y a su vez, creando obras cada vez mejores. Porque sin duda aquella era de sus favoritas.

Lo que Gerard desconocía era que aquel roce de manos si era real. Él estaba inconsciente en una cama de hospital y no podía recordarlo, pero sus manos nunca iban a olvidar ese gentil y cálido contacto.

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ig's de estas nenas lindas: sxfway_ y whotfisthisbish

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