|||PART I. NAKSNĪGS|||

Cuando Yoongi tenía quince años supo que su vida estaba a punto de cambiar. Su madre, una hermosa cortesana, llegaba a la decadencia con solo veintiocho y un historial de varios encuentros con la sifílis.

Para un chico nacido en el corazón de las casas de juego de Londres, el arte de la seducción se había convertido en la norma incluso antes de que empezara a leer.

Madame Pierot, una francesa de anchas caderas y cara de media luna se encargó personalmente de hacerle notar que con la exótica belleza heredada de su madre, Yoongi podía ser imparable en cuanto a lo que su permanencia en el Chatou Pierot concernía.

No había muchas opciones en ese entonces y en el fondo, Yoongi se sentía asqueado al recordar la horda de mendigos bajo el Támesis, con sus dientes podridos y el hedor de la pobreza pegada a sus poros.

Ser la única pieza con rasgos asiáticos en una casa donde no solo las mujeres formaban una coalición, lo llevó a granjearse una reputación contundente. Pronto se convirtió en quien elegía y no el torpe elegido de sus días de iniciación.

—Eres exquisito, cheriè. Dios nos ayude y tu cerebro sea superior al de tu difunta madre. 

Madame Pierot solía arrullarle con esas palabras, después de una noche donde las sábanas del ático donde Yoongi acogía a sus amantes se incendiaban en la efímera pasión de los que le ponen precio al pecado.

Para los veinticinco, ya era toda una leyenda y si se atrevía a ser justo, el hastío lo había llevado al vórtice de la desesperación. Cada vez le costaba más sentir, ver cómo su cuerpo envejecía con la habilidad del buen vino tampoco le ayudaba a su hambre de emoción. 

"Eres tan hermoso. Eres perfecto… Un bello ángel de ojos rasgados en tonos grises, pero tan vacío. Dios… no deberías ser real."

Una y otra vez escuchaba las opiniones de sus amantes como quien arroja piedras a la fuente del paseo en la plaza Trafalgar. Estaba harto de seguir cuesta abajo en el rubro de la prostitución.

Dinero, había amasado el suficiente para pagar las deudas de su madre al Chatou, así como por consejo de su benefactora contaba con el tono equilibrado entre la sofisticada erudición y los negocios. 

"Charles siempre fue bueno contigo. Su ligera inclinación a tener los favores de un joven apuesto será tu pase dorado."

Las palabras melodiosas de Madame Pierot habían acertado nuevamente. De esa manera y con cierto sabor agridulce, Min Yoon Gi, hijo de Min Hae Jyo, la única cortesana con ascendencia asiática en el Chatou, partió hacia las frías tierras de Escocia para dedicarse a su nueva vida como terrateniente.

El pesado carruaje en el que viajaba destacaba como una joya de ébano en medio del sendero flanqueado por la nieve y los ancestrales pinos. La nubosidad impedía distinguir el sol y si no hubiera comprobado la hora en su reloj de plata y pedrería, bien podía apuntar que pasaban las ocho de la tarde cuando solo eran las cinco.

El penoso traqueteo de la ruedas sobre el suelo nevado se unía al bufido de los caballos zainos en su intento de preservar el ritmo camino a la localidad de Greenfield. Un verdadero guiño a la paradoja cuando dudaba que algo creciera en aquellos lares en medio del crudo invierno escocés.

Su corredor había pujado por las propiedades que ahora estaban a su nombre. El difunto magistrado del pueblo de Greenfield, Sir Albus George, había legado sus posesiones a Charles Davenport, el conocido de Yoongi en el parlamento, y bajo el dosel de su cama en el Chatou, uno de sus más devotos amantes.

Por lo tanto, solo había tenido que mover unos cuantos hilos para que su rúbrica quedara oficialmente en papel y las tierras que prometían ser una mina de oro sin explotar florecieran bajo su dirección.

Algo para lo que también se valdría de los conocimientos de otro de sus compañeros de cama. En esta ocasión de Lady Richmond, la condesa recatada que ardía entre sus brazos cuando el matrimonio le sabía insípido.

Con la venia de sus conocidos y benefactores, Yoongi se proponía echar raíces en un lugar donde el bullicio de los salones de la Casa de Juego fuera anulado por la desnudez de la naturaleza.

Esa misma cualidad que ahora admiraba detrás de la ventana protegida con cortinas del carruaje destinado por Charles para llevarle hasta Greenfield y de ahí a los terrenos de George Hall; pronto Min, si todo salía según sus planes.

El sonido de los cascos sobre el pasto helado, la cacofonía de los habitantes del bosque o el choque de sus propios pensamientos, fungieron como una especie de elixir para hacerlo dormitar contra el acolchonado asiento del carruaje.

Yoongi creía estar en medio del estado de duermevela característico de un largo viaje cuando un grito muy semejante al de una fiera irrumpió el hilo de quietud en aquellos parajes. Lo próximo que pudo registrar fue el golpe, o más bien el zarpazo, de alguna bestia contra la puerta del carruaje. 

Yoongi se escuchó a sí mismo a través del torbellino de formas y manchas escarlata que llegaron a su campo visual. El carruaje se había abierto en dos como una fruta podrida y el fuego de las lámparas de aceite prendía aún sobre el manto de esquirlas de hielo bajo las palmas del joven.

Un charco de morbosos restos de humanidad respondían a lo que había sido Figgins, un hombre al servicio de Charles y con la facultad de servir de mediador entre el cortesano y su futura servidumbre.

El pulso aún le bailaba contra las sienes mientras percibía la calidez de la sangre brotando desde algún punto de su cabeza. Algo había impactado el carruaje y abierto en canal a sus sirvientes.

Era el razonamiento que el chico de larga cabellera azabache y capa de piel de armiño intentaba repetirse mientras el cielo cubierto de copos y halos naranjas se cerraba sobre su abatida figura.

"Quizás estoy soñando de veras. Quizás muera en medio de la nada antes de llegar a lo que creía correcto. Quizás lo merezco por ser hijo del pecado."

Se recriminó mientras se aferraba a los últimos hilos de cordura que podía encontrar en su subconsciente. La pesadez detrás de sus párpados y un dolor punzante en su espalda baja lo hicieron sisear.

La frialdad del ambiente comenzó a enquistarse en su piel como gélidos colmillos. Escuchó a través de un cono obscuro como su corazón daba algunos bandazos descordinados y el grito que precediera a la caída del carruaje se hacía casi doloroso.

El relinchar de caballos y más sonidos acuosos terminaron de apresarle en el baile de las sombras, mientras intentaba articular algo que no parecía materializarse. Estaba seguro que la vida se escapaba de sus manos cuando una forma deforme se movió frente a su borrosa visión. 

La calidez de un aliento se mezcló con la desesperación de sus pulmones por reclamar otra oportunidad.

"Es irónico que haya deseado morir cuando lo único que puedo hacer ahora es aferrarme. Por favor, sálvame. No estoy listo para dejarme acariciar por la muerte, mucho menos recibir su beso sin batallar."

No supo si había logrado hilvanar tales palabras o era otra alucinación, pero segundos después de que esos pensamientos se mezclaran en su mente, la percepción de ser catapultado por una fuerza descomunal le obligó a revolverse.

Yoongi giró en un torbellino de rojo y nieve manchada. Intentó asirse con fuerza a los pesados ornamentos de una capa cubierta por la piel de un zorro en la zona de los hombros, pero por sobre todas las cosas, creyó entender el significado de ver al diablo antes de desconectarse de la existencia, cuando el reflejo carmesí de unos ojos impactó sobre su propia mirada.

El flácido cuerpo de aquel joven se deslizó entre los brazos del conde como la exótica flor de fuego que emerge desde las profundidades de la tierra para desafiar el sentido común. Aquella gélida tarde de noviembre, el último noble bajo el apellido de los Park había decidido dar rienda a sus instintos más viscerales, rompiendo el conjunto de reglas que debían mantener a la humanidad a salvo de sus pretensiones.

Cada vez que el ciclo lunar pregonaba oscuridad en la novena casa de Libra, la desesperación por procurarse alimento vencía el viejo patrón inculcado por sus antepasados, aquel dogma seguido por el conde al pie de la letra.

No estaba orgulloso de darse tales libertades cada tanto que la voracidad de su apetito se disparaba. Más bien, prefería vivir escondido de la sociedad tras lo muros del castillo de Caligo y disfrutar de las leyendas que los habitantes de Greenfield pregonaban a su espalda.

Sin embargo, tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe, y el ayuno de sangre humana le había afectado lo suficiente como para hacerlo perseguir a las otras criaturas que habitaban su territorio.

Las uñas cubiertas de costras de sangre contrastaban con el cuero pesado de sus guantes y ropas. Park Jimin inclinó su pequeña nariz de aristócrata sobre el cuello del joven que aún latía entre sus brazos.

El aroma de la vida lo hizo sisear por lo bajo mientras fantaseaba con degustar el líquido escarlata que aquel corazón aún enviaba a las arterias del muchacho. 

La presión en sus encías se hizo violenta. Los retortijones en su estómago le advirtieron que degollar a los caballos y a los dos hombres enjutos que iban en el pescante del carruaje había sido una miseria en cuanto a lo que prometía la tierna carne entre sus manos.

Jimin lo pensó menos de lo que le hubiera gustado admitir. A fin de cuentas, había perdido el control, y dejar un testigo para ampliar su historial de referencias entre los lugareños no era conveniente.

Decidido a degustar el manjar de la sangre en el pálido cuello de su víctima, inclinó la cabeza hasta trazar la grácil curva de la mandíbula del joven.

Un aroma almizclado lo distrajo lo suficiente como para recorrer la arquitectura de aquel rostro al que privaría de los últimos instantes de la vida. Par de rendijas grisáceas le observaron detrás del abanico azabache de unas pestañas de ébano.

Los labios delgados y púrpuras del muchacho se arrugaron en una mueca extraña, como si deseara decirle algo antes de partir o probablemente suplicar por unos segundos más en la tierra. Jimin intentó ser justo cuando su brazo afirmó la delgada cintura de aquel lord inglés.

—Eres muy hermoso, te haré el honor de llevarte a la oscuridad con delicadeza.

Las rendijas azul grisáceo se ampliaron como si comprendieran más allá del hechizo de la desesperación. Jimin conocía el rostro que le estaba ofreciendo en ese instante… el del sutil depredador, el del demonio codicioso con brazas ardientes en la mirada y hambre atroz por la esencia que los humanos solían ignorar hasta el momento del juicio final.

Yoongi se debatió un poco más antes de notar la dentellada en el sitio donde sus venas exhibían caminos azulados en el cuello. Una lágrima silenciosa se deslizó por el contorno de sus ojos rasgados mientras percibía la succión sobre su carne.

—Oh…

Escuchó su propia voz alejarse mientras sus manos sostenían la pesada capa de su captor a la altura de los hombros. Jimin abandonó el dulce torrente en la garganta ajena para levantarle el mentón y comprobar que la vida se rehusaba a marcharse de los dilatados iris del chico.

Los labios de Yoongi estaban separados como una pecaminosa amapola, mientras sus pestañas temblaban al reconocer las facciones ajenas. Un hambre de otra naturaleza comenzó a pulsar en el conde Park cuando su víctima se atrevió a delinearle la boca manchada de sangre con un pálido dedo.

Yoongi observó con fascinación morbosa cómo el otro lo rodeaba con una lengua tan roja como las frambuesas. Un tirón familiar sacudió su entrepierna y entonces concluyó que si aún podía percibir aquello, pues su momento no había llegado.

Park, por su parte, frunció el ceño antes de atrapar el dedo entre sus dientes y hacer un nuevo corte. Yoongi gimió y antes que el hechizo abandonara sus venas se abalanzó contra el contrario y lo besó.

Jimin se puso rígido inmediatamente. Conocía el efecto que causaba en los humanos cuando estaba en sus cabales. Su etérea belleza era parte del plan para no carecer de alimento y saciar su mayor obsesión, pero este chico que le devoraba los labios e intentaba delinear su cuerpo bajo el grueso tejido de la capa era otra cosa.

Tentado a romperle el cuello por su insolencia,  Park utilizó su habilidad más destacable para conducirse en la noche. Para el ojo del pobre mortal, la mancha escarlata en torno a los restos calcinados del carruaje se agitó espesura adentro hasta que Yoongi quedó empotrado en el tronco enfermizo de un roble.

La sangre manaba de su cuello y su cabeza, pero parecía irónicamente agradecido de servir al conde Park mientras sus pupilas se alargaban en el fondo azul eléctrico de los consagrados a un vampiro.

—Vaya… parece que te gustan las cosas fuertes. Nos volveremos a ver, hermoso forastero.

El beso ensangrentado de Park Jimin lo llevaría al reino de las alucinaciones y los murmullos. Para los habitantes de Greenfield, Min Yoon Gi, el único sobreviviente al paso de los bosques en Caligo, se convertiría en una extraña pieza en el engranaje de lo siniestro.


CALIGO. REING OF DARKNESS

by AworldIH

Notas:

NAKSNĪGS : nocturno, noche

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