|||I. EINS|||

Cinco días después de ser encontrado en medio de la nieve, Min Yoon Gi regresaba al mundo de los vivos con el recuerdo de haber sido asaltado en la franja de bosque que rodeaba el castillo de su vecino más cercano.

La localidad de Greenfield, y en especial la servidumbre de George Hall, se habían encargado de reconstruir la tormentosa travesía donde una fiera había reducido a manchas de sangre a los tripulantes del coche.

La carta que le había mandado Charles aun permanecía sin abrir sobre el secreter de roble que adornaba la habitación del cortesano. 

El estado de Yoongi no había sido tan alarmante en comparación con la cantidad de sangre que encontraron en sus ropas y pegada a la nieve.

A excepción de algunos arañazos y unas incisiones en su clavícula, el cuerpo del joven parecía indemne, otro dato para alimentar los rumores de que el nuevo propietario de George Hall tenía alguna clase de pacto con el demonio, al haber sobrevivido a uno de sus servidores.

—Buenos días, milord. Hwasa noona me ha enviado a servirle el desayuno en sus aposentos, la tina también está lista.

Un joven de tez alabastrina y ojos de bambi se encargó de retirar las pesadas cortinas de terciopelo azul que protegían los ventanales de la mansión.

Aún cuando pasaban las diez de la mañana, el sol apenas calentaba los campos nevados de Greenfield. Yoongi se incorporó lánguidamente sobre las sábanas de hilos egipcios.

Su piel marfileña se confundía con la seda importada a excepción de aquellos sitios donde su cabello azabache enmarcaba unas facciones dignas de alabar.

Su cuerpo era fibroso, ni tanto músculo ni tanta grasa. Solo formas armónicas en una espalda ancha salpicada de una colección de imperceptibles pecas y marcas grisáceas que atestiguaban que su vida no era tan limpia como deseaba proyectar.

Una cintura estrecha a juego con caderas que se unían a largas piernas de admirable palidez. El estómago plano dejaba ver algunos músculos pero nada grotesco para restar a su belleza andrógina la carga perfecta entre lo que era masculino y lo que podía ser considerado celestial. 

Jeon Jungkook, el sirviente que en estos momentos contemplaba el espectáculo que significaba su nuevo señor antes de encontrar una bata de seda color azul prusia para dirigirse al cuarto de baño, era de los más hechizados.

Sus dieciocho años lo colocaban en una posición delicada, entre desear y fantasear, para caer de bruces contra el hecho de que Yoongi tendría otras preferencias.

Había tenido la imagen de que el nuevo señor de George Hall sería más compatible con el aspecto de un viejo panzón y abusivo, pero cuando su hyung trajo el cuerpo maltratado de aquel adonis dio gracias a los dioses porque su lord Min Yoongi pareciera sacado de algún libro prohibido del salón renacentista que el viejo magistrado se esforzaba porque jamás conociera.

—Gracias Kookie, no sé que sería de mí sin tus cuidados.

El apodo logró provocar una pequeña revolución en el jovencito. Una que Min conocía y estaba dispuesto a utilizar para ganarse a un aliado capaz de informarle sobre la realidad entre aquellas paredes que aún no asumía como propias.

Le habían contado que corría con mucha suerte por sobrevivir a los misterios de los bosques que rodeaban Caligo, algo que no se atrevía a discutir. Sin embargo, había algo que no acababa de encuadrar correctamente en el lienzo de los nebulosos recuerdos previos a la noche del accidente.

Los dos días posteriores a su llegada a George Hall, la fiebre le había sorprendido producto a casi morir de hipotermia y en el estado de duermevela había jurado escuchar voces, incluso percibir el cuerpo de otra persona pegado al suyo.

Una verdadera locura si contaba lo confuso que solía despertar a media noche. Con una sed y un hambre atroz y a veces, en el peor de sus momentos, con la impresión de que unos ojos en escarlata le espiaban tras las gruesas cortinas de su habitación.

Algo se le escapaba, y pretendía dar con el origen de esa premonición en cuanto se instalara en la Villa y cambiara algunas cosas a su favor.

—Me honra servirle, milord. No dude en llamarme si necesita algo más.

Jungkook dejó la vasija con el agua caliente cerca de la bañera de bronce donde Yoongi acostumbraba a pasar las primeras horas de la mañana.

La esencia cítrica de sus sales de baño o el jabón de sándalo y jengibre que solía usar, le parecieron adictivos al joven doncel encargado de servir en sus aposentos.

Min sopesó si preguntarle algo más a Jungkook, pero el chico ya había cerrado la puerta para el momento en que la bata de seda abandonó el cuerpo del cortesano.

Dos marcas similares a los caninos de un animal se dejaron ver más allá del elegante cuello, Yoongi acarició la zona con dedos temblorosos. Tenía que reconstruir el camino  a través de sus recuerdos antes que enloqueciera de veras.

Con esa resolución dejó que el agua tibia de la tina cubriera su anatomía hasta que solo pudo recoger los cabellos en un moño alto sobre su cabeza.

Fuera de los pórticos de George Hall, la nieve brillaba bajo los rayos de un tímido sol mientras el andar de la población de Greenfield se resumía al traqueteo de carretas cargadas con leña, el tintineo de los hierros al ser forjados en la Tienda de los MacCohen, la llamada a la compra del salmón en temporada sobre el semi congelado río de la localidad o el olor de la pasta recién cocida en la pequeña panadería de los Kim. 

Justo allí, donde un joven de tez acanelada y cabellos como el oro se limpiaba los churretes que el hollín había dejado sobre el delantal.

Kim Taehyung era el tercero de los su familia y el actual maestro panadero en sustitución de su hermano Seok Jin, otro de los pocos casos que había sobrevivido a los bosques que rodeaban Caligo, aunque por razones totalmente distantes a las que habían dejado a Min Yoon Gi con vida. 

Al ser un pueblo pequeño, todo Greenfield estaba al tanto de los sucesos que habían rodeado la llegada del nuevo lord a George Hall, incluyendo su incursión en los bosques, propiedad del conde Park, para el que su hermano solía ordenar que se hornearan cuarenta hogazas de pan a diario.

Si bien el número era considerable, lo más alarmante era el contenido del pan en sí mismo, y la razón por la cual solo Seok Jin y ahora Taehyung podían encargarse de esa tarea.

Como todo lo que rodeaba al conde Park, su acervo de pan incluía una masa preparada con vísceras y tratada con el caldo extraído de la médula de los huesos de los mejores cerdos del pueblo.

No era un pan ordinario y después de todo, Taehyung solo podía especular, cuando el único que había visto al conde bajo la luz del día era su propio hermano.

—Taehyung-ah, regresa adentro. Seok Jin hyung quiere entregarte la nota para el conde.

Seulgi, una joven de tez nívea y cabellos negros como el carbón, salió de la parte trasera de la panadería sacudiéndose el delantal.

Hwasa, la madre de la chica, era el ama de llaves de George Hall y solía aficionarse a elucubrar historias sobre los propietarios de aquellas tierras vecinas al castillo de Caligo.

Lo malo en las historias de la mujer era que tendían a la exageración extrema, y si el pueblo ya la acusaba de estar loca al filtrar la noticia de que el magistrado George había sido asesinado por el Nigromante, ahora ponía sus manos al fuego para decir que el lord regente en George Hall era una especie de demonio de piel alabastrina creado por el conde Park.

—Cuanta impaciencia...

Se quejó Taehyung mientras regresaba a la calidez del hogar. Sus botas cubiertas por nieve derretida y lodo dejaron un camino que estaba seguro disgustaría a Eun Ji, la gobernata de la casa y prácticamente la única figura materna que había conocido además de su hermano mayor.

Seulgi rovoloteó alrededor de los mozos que terminaban de preparar el pan que iría a las mesas de los habitantes del pueblo.

La entrega destinada al conde Park ya estaba empacada en una colección de cestas de mimbre asegurada con cintas oscuras y el escudo de dos querubines tomados de la mano que representaba a su familia. 

Âme soeur (Alma gemela)

El mensaje de un linaje tan antiguo como las Lowlands provocó que otro escalofrío de repulsión atravesar la columna del más joven.

La panadería Kim estaba asentada sobre un edificio de dos pisos cuyos pórticos de arenisca roja combinaban con los tejados acanalados que constantemente debían ser sometidos a reparación.

En la estación de verano, cuando el sol se animaba a convertirse en algo más que un lánguido reflejo sobre el cielo encapotado, la casa parecía hecha de barras de maní y jengibre por su mezcla de colores carmelita, amarillo limón en las buhardillas y rojo en las puertas.

Ahora, mientras el invierno rugía fuera de chimeneas y hogares con olor a pino húmedo, la quietud del piso superior le recordaba a Taehyung por qué debía guardar el secreto de su hermano y servir a los Park hasta el final de sus días.

—¿Tae?¿Eres tú?

La voz de Seok Jin solía ser melodiosa y apacible en los días buenos. Todo lo contrario cuando el peso de su condición le consumía tal como las brazas de la hoguera a la leña.

Hoy era una mañana de esas, en las que el tono sosegado era interrumpido por el rictus de la ansiedad. La habitación estaba a oscuras a excepción del débil fuego que Seulgi mantenía vivo, un fuego cuyas sombras impedían a la joven ver a través de las cortinas del dosel donde reposaba Jin.

—Hyung, he terminado de sellar el pedido del conde. Espero tu nota.

El menor de los hermanos se acercó al lecho. Se había acostumbrado a ver en la oscuridad, por eso el rostro enjuto de su único familiar vivo solo le recordaba lo que la tragedia le había arrebatado para obedecer a un engendro como Park.

Una sonrisa triste se manifestó en los labios resecos de Jin. Su belleza había sido motivo de discordia en el pueblo antes que diera quel funesto paseo en torno a los bosques de Caligo.

Era la Nochebuena de dos años atrás y Taehyung solo lo había perdido de vista una ocasión para recoger casi un cadáver sobre las aguas del río Silver dos días después de la desaparición de Jin.

Aunque su cuerpo regresó indemne, el hermoso doncel pelinegro que había robado pensamientos y suspiros a la población de Greenfield, comenzó a desarrollar una extraña rutina donde se retiraba a su habitación casi sin ingerir alimentos.

Dos meses después, Taehyung descubría a su hermano drenando la sangre de un número considerable de pollos en el acervo de la panadería.

Jin parecía fuera de sí mismo mientras consumía aquella mezcla desagradable de vísceras crudas, pero eso fue lo menos preocupante.

Luego vendrían semanas de fiebre, alucinaciones en las que intentaba herirse a sí mismo y por último aquella noche frente a la tumba de su padres y donde habían enterrado a Jennie, su desaparecida hermana mayor. 

Taehyung nunca había creído en los cuentos de Hwasa hasta ese entonces. Solía asistir a misa cuando no había otro remedio, pero dudaba que el Dios de los hombres con los que convivía pudiera hacer algo por su hermano y la confirmación llegó días después.

Jin había escapado de su habitación para hacerse de uno de los cuchillos de cocina y partir al bosque. Taehyung aún temblaba al recordar la mezcla rojiza empañando el color ámbar en los iris que les identificaban como hermanos.

Seok Jin había descuartizado a un jabalí y la sangre goteaba de su boca de manera repulsiva. La historia del Príncipe de la Noche, la maldición de los ocupantes del castillo cuyas almenas solía esconder el espeso bosque de Caligo retumbó en su cabeza como campanas y supo que no había otra opción.

Pasando por encima de todo lo que creía o consideraba real, encomendó a su hermano a la voluntad del controvertido personaje que solo bajaba al pueblo cuando algo perjudicaba sus intereses.

No tuvo que aguardar mucho, era como si la Noche acudiera al encuentro de su hermano y aunque no fue testigo de aquel encuentro en la habitación apuntalada de Seok Jin, el pacto de jurar lealtad al conde, no solo le devolvió el color a las mejillas del mayor, sino que delimitó otra clase de intercambio entre su clase y la cuna noble de Park.

Sin embargo, fuera de lo que el conde le administrara a Jin para mantenerlo estable en la extraña condición que padecía, había ocasiones como las de hoy, en las que Taehyung no le tenía mucha fe a los tratamientos del noble.

—No me mires como si estuviera muerto. Gracias a Jimin eso no sucederá en mucho tiempo. Sube abrazar a tu hermano mayor.

Era una orden y Taehyung se mordió los labios para no espetarle que estaba en contra de todo lo que llegara de las manos enguantadas de Park. Lo único que había visto de aquel ser rodeado de misterio y que su hermano se atrevía a tutear.

—Seokjinnie hyung... estoy cada vez más preocupado. Las cestas están listas para enviar pero el elixir casi se agota y tú...

—Calla. Mi señor ha enviado una lechuza esta madrugada. Dice que recibirá nuestro tributo personalmente ¿Eso no te alegra? Finalmente los astros le han mostrado el camino. Jimin es tan sabio.

El brillo de la locura volvía a eclipsar los orbes color ámbar de Jin. Taehyung no se atrevió a cuestionar mientras aceptaba los brazos de su hermano. Era otra costumbre legada por la enfermedad que lo aquejaba.

Jin rodeó el cuerpo fibroso de su hermano menor hasta colocar su oído contra el cálido pecho que se agitaba bajo la fuerza del corazón del último de lo Kim.

Una sonrisa torcida iluminó sus apagadas facciones. El canto de la vida seguía dentro de su hermano. La esencia que él mismo había perdido al enamorarse del hombre equivocado. Otro Kim de ojos azules y cabello escarlata.

Un igual en la escala de los nobles que Jimin conocía bien y que ahora aborrecía. Namjoon le había dado el beso que le estaba prohibido otorgar a los penitentes. Él había sido lo suficientemente tonto para seguirlo a través del bosque y comprobar la verdad. 

—Todo estará bien, Taehyungnnie. Todo pasará eventualmente.

La voz acampanada de uno de los hijos de la noche fracturó el crepitar de las llamas en la chimenea de aquella habitación.

Por encima de la estampa atestada de niebla y nieve que era Greenfield, un hombre a lomos de un lóbrego córcel volvía sus imponentes ojos color ámbar hacia la verja infestada por hiedra de George Hall.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top