Dos.

Ya habían pasado las dos semanas, y de verdad que no hacía más que llorar. Quedaban tres dias para que abandonáramos nuestra preciada casa. Rumbo: California. Me había hecho a la idea de que tardaría mucho en ver a mis amigos, de que no vería casi todos los findes a mi prima, que es como mi hermana mayor y a su hija, que es mi ahijada.

Ya me había despedido de mis amigos, en concreto de Nina, que es mi mejor amiga desde la cuna. Siempre digo que es como nuestra trilliza. Me había despedido de Álex, con quién había confiado poder empezar algo cuando comenzasen las vacaciones. Ambos nos gustábamos desde hacía unos meses pero no quise hacer nada hasta estar 100% libre, y ahora ya no podría pasar nada. Me había despedido de mis abuelos, que me prometieron hacernos una visita pronto.

Pero sobre todo me carcomía una cosa. Yo era youtuber. Qué digo era. Soy youtuber en España, y bastante famosa, unos 6 millones de suscriptores y casi 3 millones de seguidores en Twitter. Tengo colaboraciones importantes con gente como El Rubius, AlexBy -buen amigo mío- e incluso una extranjera con Chris Collins -el cual es uno de mis mejores amigos, por no decir el mejor-. El caso es que no le veo sentido a seguir haciendo vídeos en español viviendo en California. A lo mejor los hago en inglés. O los hago en español con subtítulos en ingles, o en ingles con subtítulos en español. Ay, qué lío. El caso es que me encanta ser youtuber y no quería que eso cambie.

Estaba guardando todo lo que decoraba mi habitación, todos los recuerdos. Sostenía entre las manos un marco con una foto de los mellizos con Nina, cuando teníamos unos cinco años. De verdad, somos tn opuestos.

Mi hermano es pelirrojo, como mi madre, y tiene los ojos miel, como mi padre. Es alto y musculoso y todo el tiene pecas, incluso la espalda.

Yo, por otro lado, tengo los tirabuzones -aunque me los suelo alisar- de mi madre y el color de pelo de mi padre, castaño oscuro. Pero tengo los ojos verdes, ese color tan característico de los pelirrojos y toda la nariz llena de pecas que se dispersan en el resto de la cara. Soy alta y digamos que tengo curvas. A veces me acomplejan, para qué mentir.

Seguí guardando recuerdos en cajas y ropa en maletas.

Era el último día en Madrid y decidí hacer una quedada para despedirme. Cientos de fans, puede que miles, vinieron a verme. Abracé, me hice fotos y hablé con todo los que pude. Eran todos tan agradables y majos.

Cuando me despedí vi a un par de chicas llorando y les lancé un beso.

Al volver a casa sentía un vacío en el estómago que decidí llenar con comida. Hice pizza para Dani y para mi, ya que nuestros padres habían ido a arreglar los últimos papeleos y llevaron a Carlos con ellos.

La casa daba pena. Estaban todos los mueble de siempre, pero casi ningún objeto personal, lo cual indicaba que California no iba a ser temporal.

—Al menos no venden la casa. —comenté, más para mí que para Dani. A continuación le di un mordisco a la pizza. Atún y bacon con piña. Mi favorita.

El soltó un bufido y contestó:

—Sí, claro, es un consuelo. —comentó borde.— Joder, ¿por qué intentas ver el lado bueno a algo que no lo tiene?

—Dani, ellos... —comencé con voz suave, pero fui interrumpida.

—Y aún encima les defiendes, hay que jod...

—¡Daniel! —llamé su atención. Nunca le llamo Daniel a no ser que nos enfademos.— Tenemos que apechugar. A mí tampoco me gusta ir a vivir a la otra punta del planeta, pero no me va a servir de nada quejarme, sólo me va a hundir más en la mierda. —hablé claro. El se encogió de hombros y subió a su habitación con dos trozos de pizza en la mano. A veces era tan cabezota...

Estamos en el avión, aún no hemos despegado y ya estoy llorando. No sé cómo no me he deshidratado.

A los pocos minutos veo la ciudad entera, una de las vistas más bonitas que he visto nunca. Ojalá no la hubiese visto, significaría que en algún punto de esa mancha de colores, estaríamos nosotros. Todo era tierra hasta que después de una media hora vimos mar. Eso debía de ser Galicia o Portugal. Todo se veía muy verde. Luego fueron horas de mar y nubes y más mar y más nubes.

Al salir del avión, recogimos las maletas y fuimos a una cafetería por insistencia mía. Necesitaba algo que no supiese a plástico. Después de tomar un desayuno como Dios manda -allí eran las once de la mañana- cogimos un taxi y Carlos insistió en decirle él al taxista adónde queríamos ir. Sonreí orgullosa de mi hermanito y le acaricié el pelo y por primera vez en mucho tiempo no se quejó.

A la media hora de viaje entramos en un barrio de casas bastante lujosas.

—Papá, ¿se ha equiv...? —empecé a preguntar, pero me cortó.

—No, cariño, es aquella. —dijo señalando una casa increíblemente grande y bonita. La fachada era toda de piedra y con muchas ventanas. Sin duda era preciosa.

Papá pagó al taxista y salimos. No esperé ni a que bajase las maletas, corrí disparada a por la mejor habitación. Subí corriendo las escaleras al primer piso, vi una puerta doble al fondo a la izquierda. Esa será la de mis padres, así que corrí a la derecha y abrí la primera puerta. Esa era de invitados, demasiado pequeña.

La siguiente puerta que abrí era la mía, sin duda. La habitación era enorme, una de las paredes era casi toda una cristalera y tenía dos puertas. Abrí la primera, un vestidor con parte de mi ropa que habíamos enviado ya colocada -1ª señal- y al abrir la segunda puerta... UN BAÑO PARA MI SOLA ¡SÍ!

No os imagináis lo que era compartir baño con Dani. Es la persona más descuidada y desorganizada de la Tierra.

—Ya tengo habitación. —grité bajando las escaleras.— A la derecha, al fondo. Mía y solo mía. Voy a subir mis cosas. —-dije viendo todas las pilas de cajas que había en el salón, también muy grande y espacioso. Aunque aún faltaban muchos muebles.

El primer día fue agotador, colocando todo en mi nueva habitación. La casa era tremenda; tenía piscina, barbacoa, sala de juegos con todos los videojuegos y videoconsolas de mis hermanos, otra sala para mi piano -había dos, uno de cola blanco en el salón y el de el sótano de pared-. También había varias guitarras, ha que Dani toca.

A la hora de cenar mi madre estrenó la cocina para hacer un delicioso pollo asado con patatas. A pesar de que la casa sea una locura Dani sigue enfadado.

Y le entiendo. Que la casa sea maravillosa no significa que nos olvidemos de España.

—Hemos decidido que mañana haremos una barbacoa para los vecinos, para conocernos. —dijo mi padre cuando estábamos acabando. Dani puso los ojos en blanco dando a entender que no quería tener nada que ver. A mí me era indiferente, aunque no nos vendría mal conocer a alguien.

—Por mi bien. —comenté mirando a mi plato. Noté los ojos de mi mellizo clavados en mi nuca y casi pude oírle pensar ''traidora, traidora, traidora''.

—Genial, pues tú y tu hermano iréis a invitar a los vecinos. —ordenó mi madre.

Miré a Carlitos con una sonrisa.

—Así practicamos. —le guiñé un ojo y este sonrió.— Podemos ir en un rato, aún es pronto.

—Vale. —aceptó el pequeño.

—Pues me voy a cambiar. —dije subiendo a mi habitación. Me lavé los dientes y me puse algo que no estuviese manchado de pintura y polvo.

Cuando bajé mi hermano estaba de pie en la puerta esperándome con una gran sonrisa.

—Vamos enano. —dije revolviéndole el pelo. Esta vez sí protestó. Llevaba las dos semanas estudiando inglés, hasta tenía apuntes de primero y segundo de ESO. Estaba mas nervioso que nunca y apenas tenía uñas.— En la primera casa hablaré yo, luego nos las repartimos. —informé y sonrió satisfecho.

Llegamos a la casa de al lado, muy bonita, como todas las demás y llamamos. Nos abrió una señora de la edad de mi madre, más o menos.

—Hola, buenas tardes, sentimos molestarla. Somo nuevos en el vecindario, de hecho vivimos en la casa de al lado y mis padres organizan mañana una barbacoa para conocerse entre todos. Sería un placer que asistiese con su familia.

—Vaya. —respondió después de unos segundos de confusión.— Sí, claro estaremos allí. —dijo, esta vez mirando a Carlitos y sonriendo dulcemente.— ¿Desde donde os mudáis, querida?

—Desde España. Trabajo de nuestros padres. —contesté algo triste, pero sin perder la sonrisa.

—Vaya cambio. Bueno, nos veremos mañana, un placer...

—Sara. Él es Carlos. Apartir de las dos en el número 45.

Se despidió de ambos con una sonrisa. Al instante me agaché junto a mi hermano.

—¿Lo has entendido todo? —pregunté, esta vez en español. Él asintió frenéticamente.

—Déjame a mí solo por favooor. —suplicó. No sabía si estaba preparado, pero él pensaba que sí, que era lo importante.

—Está bien, tú esta franja y yo la de enfrente. —dije, y este corrió a la casa que estaba al otro lado de la nuestra. Yo a la de enfrente. Llamamos los dos a la vez, a mí me abrieron antes. Una pareja de ancianos adorables me sonrieron desde la puerta. Les expliqué lo mismo que a la anterior vecina. Eché un vistazo a la otra casa, mi hermano hablaba sonriente con un chico que tendría mi edad, aunque no estaba muy segura ya que no llevaba puestas las lentillas.

Me despedí de la parejita de ancianos que habían confirmado su asistencia y me dirigí a la siguiente casa.


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