Cuarenta y tres.

—Ups. —dije y vi entrar a Nash rojo de furia.

Los chicos rieron y él se acercó a mí, me cogió del brazo y me llevó a tirones hasta la cocina.

—¿A ti qué coño te pasa? —preguntó enfadado.

—¿Qué me pasa a mí? Qué le pasa a la hueca de tu novia. —respondí lo más borde que pude. De verdad, nunca pensé que pudiese ser tan tonto.

—No tenías por qué haber sido borde con ella.

—Fui amable con ella por la mañana cuando tú no estabas delante, pero me miró con asco y ni me habló. E intentó dejarme mal delante de los chicos. —argumenté. Estoy segura de que parecía una niña pequeña chivándose de un compañero de clase, pero era la verdad. Hayes lo sabía, pero no quería meterle en esto.

—Eres una inmadura.

—¿Inmadura, yo? Señor me follo a la que quiera.

Se calló, y luego sonrió divertido. ¿Y por qué sonríe ahora? ¿Tiene un puto tic o qué? En serio tiene que mirárselo.

—¿Estás celosa?

—¿De quién? ¿De una teñida, operada que tiene que tirarse a famosetes para tener algo que contar en el salón de uñas? No, Nash, no. —respondí sincera.

—¿Entonces por qué la trataste así? —preguntó tirándose del pelo. Ahora que me fijo, lo tiene bastante largo.

No sé, en general hubiese pasado de cualquiera que me hablase así, pero ella hizo que saltase.

—Ya te he dicho que fui amable con ella al principio y me trató como si fuese una mierda. —expliqué ahora más calmada.

—Pues eso no es lo que me ha dicho ella.

No me jodas, Nash, no me jodas, que la conociste ayer cuando ibas como una cuba.

Le miré sin poder creer que me hubiese dicho eso, o que si quiera lo pensase.

—Perfecto, Hamilton. Cojonudo.

Salí echando chispas de la cocina y me fui al salón, donde me recibieron con miradas de curiosidad.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó Hayes preocupado.

—Nada. —dije tirándome al sofá estresada. Le di un puñetazo al sofá y Nate pegó un salto del susto.— Me voy a correr. —anuncié y salí por la puerta sin esperar respuesta.

Llevaba casi una hora corriendo. Necesitaba descargar toda la ira que tenía dentro de mí. No soy una persona violenta, pero si no me destensaba iba a acabar golpeando a alguien. Además, empezaría a entrenar otra vez y tenía que ponerme en forma.

No es que Nash me guste, para nada.

Pero me fastidiaba tanto que creyese antes a alguien que acababa de conocer antes que a mí, que se suponía que éramos amigos.

Exacto, se suponía.

Porque Nash y yo no somos amigos.

¿O sí?

Ayer habíamos acordado que sí que lo seríamos, pero eso había sido hace menos de veinticuatro horas y los amigos no se comportan así.

Hice un último kilómetro y paré a respirar.

Había aguantado más de lo que esperaba, al final no estaba tan mal de forma física.

¿Debería preocuparme por estos sentimientos? Es decir, no estoy celosa de esa chica, pero algo dentro de mí hace que me ponga curiosa sólo de pensar en ella, y yo no soy así. Y aún no sabía si había pasado algo con Matt o no. Esperaba que no, jodería demasiado el buen ambiente que había ya que yo no sentía nada por él, y no creía que él por mí sí. Necesitaba charlar con Nina.

Llegué a mi calle y llamé a la puerta de mi casa. Esperé un minuto hasta que abrió mi padre.

—Cariño, ¿cuándo has...?

—Me voy a la ducha, luego hablamos.

Tomé una ducha bastante rápida (obviamente ya que me había duchado hace apenas dos horas). Me puse cualquier cosa, lo primero que encontré en el armario que fuera cómodo, y bajé a la cocina a por yayitas. Calmante para elefantes. Os las recomiendo cuando tengáis instintos asesinos contra alguien.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó mi padre sentándose a mi lado.

Maldición. Me conoce tan bien. Siempre ha sido así, hoy no iba a ser una excepción por mucho que lo desee.

—Quiero ponerme en forma antes de empezar a entrenar de nuevo, para dar el 100%. —mentí.

—A mí no me engañas. Nunca corres tanto tiempo a no ser que algo te preocupe o estés estresada.

Tenía razón, había corrido casi dos horas.

Miré a mi padre, que me robó una yayita. Y sin darme cuenta, le empecé a contar lo ocurrido, evitando el tema del alcohol. Nosotros fingimos como que no bebemos y él hace como que se lo cree. Hicimos ese trató cuando cumplimos quince, aunque iba más por Dani que por mí.

—Es que, ¿cómo puede creer a una chica que conoció anoche antes que a mí que se supone que somos ''amigos''? —pregunté exhausta por hablar tanto y apoyé mi cara en la fría encimera. De alguna manera alivia el insoportable calor de Los Ángeles.

—Los chicos somos muy tontos, cariño. Seguro que no quería ofenderte, parece un buen chico.

Le miré como si estuviese loco.

—Papá, ¿qué te has tomado? —le dije seria y él solo rió. A mi padre nunca le caían bien los chicos en general, da igual que fuesen amigos, compañeros o pretendientes. Sólo Chris, y sospecho que es porque piensa que es gay o algo por el estilo.

—¿Por qué no tocas algo? —abrí la boca para objetar, pero el me cortó antes de tener oportunidad de quejarme.— ¿Por mi? —dijo intentando hacer un puchero y no pude decirle que no. Le di un rápido beso en la mejilla y fui corriendo cuál niña pequeña hasta el piano.

Mi padre adoraba que tocase para él. Podía tocar durante horas, que él nunca se cansaría, y yo tampoco. Incluso cuando aún no tocaba bien, le encantaba escucharme. Decía que cada día lo hacía un poquito mejor.

—¿Alguna petición? —pregunté sentándome como un indio en el banco, aunque pronto tendría que ponerme bien para tocar.

—Sí. Promesas. —le miré mal, era una canción que había escrito de pequeña, cuando empezaba a componer. Había sido mi regalo por el día del padre.

Sin pensármelo mucho, comencé a tocar la versión mejorada, esa canción era gloria para mi padre. Le encantaba. Cuando acabé empecé a tocar Chopin. Estaba tan concentrada que pegué un grito al ver a Nina, Chris, Dani, Cam y Shawn sentados en los sillones contemplándome.

—¿Desde cuándo estáis aquí? —pregunté con una mano en el pecho.

—Un par de canciones. —se limitó a responder la rubia.

Cerré la tapa del piano.

—¿Por qué dejas de tocar? —me dice Cam con el ceño fruncido.

—Porque estáis aquí. Tendré que hablar con vosotros.

—Genial. —dice Shawn divertido.— Háblanos de lo que pasó con Nash.

Puse los ojos en blanco, me giré y comencé a tocar otra canción, esta vez de Bach. Seguí con Mozart y acabé con Bethoven. Cuando me di la vuelta solo quedaba Cam, que me miraba sonriente.

—¿Sólo tocas clásica? —preguntó acercándose.

—Dime una canción. Que sea acústica, claro.

Se lo pensó y al fin dijo:

—Yesterday.

Sonreí, no veía a Cam como fan de The Beatles. Comencé a tocar, pero sin concentrarme. Le aguantaba la mirada al moreno. Acabé la última nota y sonreí.

—¿Cómo tocas sin mirar? —preguntó asombrado.

—Costumbre.

—Imposible. Es porque era fácil.

—Tápame los ojos. —le reté. Me tapó los ojos con sus manos. Palpé un par de teclas y coloqué mis dedos en posición.

Toqué la Para Elisa, cada vez más rápido y más fuerte. Acabé y me quité la mano de Cam.

—Impresionante. ¿Has pensado en Juilliard?

—No soy tan buena. —dije. Y no lo era. Había hecho 8 años de piano, y cuando podía empezar el ultimo ciclo decidí que no quería seguir. La música sólo era un hobbie para mí, o al menos el piano.

Cam me miró. Iba a contradecirme pero se dio cuenta de que lo decía en serio y no por modestia.

—Toca algo que puedas cantar. —me pidió con cara de cachorrito pero le miré mal.— Vale, cantaremos juntos, pero canto muy mal.

Me reí. No tenía pensado cantar, pero comencé a tocar Someone Like You de Adele. Esa canción era preciosa. La canté muy bajito, casi susurrando, y Cam cantaba algunas partes, exagerando mucho, lo que me hacía reir.

Sin duda, Cam se estaba convirtiendo en un muy buen amigo mío.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top