La boda [Parte 2]
Priss estaba hecha fuego. Un chorro salvaje de lava saliendo de un volcán y matando a toda una civilización. Quizá Creta. Y cuando decía que Priss estaba ardiendo no se refería al modo sexi. Eran esos arranques sagitarianos, como ella decía, de ira súbita en los que era capaz de todo. Y en los que él y sus legendarias rabietas quedaban reducidas a nada.
No podía decir que vivían juntos, pero ella se quedaba al menos cuatro días de la semana en su apartamento, a veces volvía a casa con Rachel, pero la mayoría del tiempo la pasaban juntos. Luego del matrimonio convivirían, y ya estaban viendo alguna casa de dos plantas, algo más grande donde estarían más cómodos.
Siendo sincero, él era quién más se sentía entusiasmado con la idea de la convivencia. No habían tenido problemas graves, Adriano estaba seguro que todo iba a mejorar. Con ella se sentía cómodo en todos los aspectos. Priss también era ordenada y muy limpia. Pocas veces estaban en desacuerdo en temas de cocina, solo en ciertos detalles. Por ejemplo, Priss odiaba las aceitunas y le ponía cara de asco cada que encontraba alguna en la nevera o en el desayuno. Le reclamaba que le gustaran esas cosas, cuando él las adoraba. Y además él se quejaba de que había que ser muy fresca para odiar las aceitunas, pero echarle litros de aceite de oliva a su ensalada. Quizá esa era su pelea más frecuente y más larga.
Pero Adriano no iba a negar lo evidente. Cuando Priss se molestaba, era muy en serio. Y no paraba de hablar de eso todo el día. Ya le había contado con lujo de detalles su encuentro con la tal Kim Sandstrom, y también algunas cosas que le hizo en la secundaria. Claro que a él también le molestó escuchar todo el relato de Priss, ni siquiera tenía idea de quién era esa Kim, pero como que ya la odiaba. Priss no dejaba de hablar de eso, él ya no sabía cómo calmarla. La conocía, si le decía que se calmara ella iba a gritar diciendo que no le diga eso porque no estaba loca. Adriano creyó que ya se le había pasado, pues no dijo nada después de varios minutos de silencio. Paz al fin.
—¿Entonces vas a querer limonada o agua está bien? —preguntó él para cambiar el tema mientras se servía un poco de limonada.
—Agua —respondió ella más tranquila. Adriano le sirvió y le alcanzó el vaso. Priss apenas bebió un sorbo, cuando empezó a hablar otra vez—. ¿Sabes qué es lo que más me molesta?
—Ehhh... —Ya ni sabía cómo cortarle.
—Que la muy ridícula quiere que le dé una invitación a nuestra boda. ¿Qué le pasa? Todavía me dice que es influencer de moda y no sé qué tonterías más. ¿Y a mí qué me importa? Me puse a stalkearla en el Instagram y Anne le triplica los seguidores, que no esté jodiendo. Ya tengo una amiga influencer, y si necesitara a otra no sería ella.
—Lo sé, Priss. No le vas a ver ni la sombra a esa Kim, estaba jugando contigo nada más.
—¿Lo crees?
—Es lo que hace esa clase de gente, son expertos en manipular. —Eso Adriano lo sabía bien, las personas como Kim, o como sus primos de Alabama, eran los típicos abusivos. A veces hacían eso, fingían amabilidad solo para molestar, luego daban el golpe. Fue lo que Kim hizo con Priss. La chica a la que tanto atormentó en la secundaria se había convertido en una chef reconocida, pronto sería más famosa. Claro que no iba a sentirse menos, y encontró la forma de molestar.
—Lo sé... es que yo... creo que me lo tomé muy en serio. Lo siento, ¿te aburrí con mis quejas? Toda la vida lo mismo conmigo —se disculpó. Pero en realidad él no estaba molesto, con ella tenía mucha paciencia. Dejó su vaso de limonada a un lado y estiró la mano para acariciar su mejilla. Ella le sonrió de lado.
—Tranquila, no pasa nada. Entiendo que estés molesta, esa chica en serio se pasó. Pero olvídalo, a nadie le importa su opinión. Ya no puede hacerte daño.
—Eso espero. —Priss se acercó más a él y lo abrazó. Apoyó su cabeza en su pecho y se quedó así por varios segundos. En ese momento Adriano dudó. ¿Le decía o no? ¿Cómo iba a tomar ella la historia de su abuela? ¿Y si se molestaba? Ya estaba fastidiada, no quería que renegara más. Pero no podía callarse eso, lo tenía claro.
Antes, cuando apenas empezaron a salir, le ocultó cosas por protegerla. Por temor, por no causarle disgustos. Y fue así que Sandra acabó haciéndoles daño. Ya no podía seguir por la misma línea. El tiempo había pasado y Adriano aprendió a confiar en ella en todos los sentidos. Ya no tenía miedo de hablarle cuando algo no le gustaba, de contarle ciertas cosas, de pedir su consejo. El asunto de su familia del sur seguía siendo un tabú, pero estaba seguro que pronto lo iba a superar con ella. Quizá por eso era mejor hablar del tema en ese momento.
—Priss...
—¿Si? —ella levantó la cabeza y buscó su mirada. Quizá vio la angustia en sus ojos, porque se enderezó y lo miró fijo.
—Mi abuela quiere venir a la boda.
Le soltó todo el rollo de una vez, lo necesitaba. Le habló de la llamada de su madre, del cáncer, del pedido. Y de su mala relación con esa mujer. Adriano venía de una familia de homofóbicos nauseabundos que criaba puros inútiles que no podían mover ni un dedo en la cocina. Así que cuando el pequeño Adriano empezó a mostrar interés en la cocina, las burlas no se hicieron esperar. Con los años empeoró, y la abuela la tomó mal con él. Lo acusaba de ser gay porque lo vio usar delantal en la cocina, cosa que no tenía nada de malo. Mamá y Sam intentaban defenderlo, pero con la abuela todo era complicado. Cuando se fue de Alabama dio gracias por no tener que volver a verla, y no la había llamado ni una sola vez desde entonces. Ella tampoco mandó saludos, así que estaban empates. O bueno, no lo hizo hasta ese momento.
—No tienes que invitarla si no quieres. Sabes que tu madre no va a presionarte, Sam tampoco. Y no le debes nada, no después de todo lo que te hizo.
—Eso lo sé, lo tengo muy claro. Ni siquiera debería planteármelo. Pero... hay algo. Tengo miedo.
—¿De qué?
—De arrepentirme. Que ella muera sin pedirme disculpas, porque eso quiere hacer. Quizá es tarde, pero se dio cuenta que estuvo mal. No tiene derecho a pedirme eso después de todo, pero solo pensarlo no me hace sentir bien. Quizá yo también necesito escucharla. Nunca sabré lo que pasaba por su cabeza si no la veo. —Aquel asunto llevaba carcomiéndole el cerebro todo el día. Al final sería su decisión, pero en verdad no tenía claro qué hacer.
—Adriano, ella tampoco puede hacerte daño ahora, ya no. Yo seré amable con ella, los demás no tienen que enterarse de los detalles. Y si está enferma no creo que se quede toda la fiesta. Quizá no sea tan malo como piensas.
—Quizá... —También lo había pensado. No tenía que pasar tiempo con ella, solo escuchar sus palabras y ya. Mamá se encargaría del resto—. La invitaré solo a ella, no me interesan los demás —concluyó. Priss asintió y le dio un beso rápido, sabía que contaba con todo su apoyo.
—Todo va a estar bien —le dijo. En realidad ninguno de los dos estaba seguro de eso, pero era mejor pensar así. Además, cuando ella lo decía, lo creía de verdad. Solo bastaba que ella estuviera a su lado para sentirse seguro.
—Creo que ya me siento mejor... —Iba a comentar algo más, pero el celular de Priss empezó a sonar en su bolsillo. Ella lo cogió, le dio una rápida ojeada. Era una llamada por WhatsApp de Anne-Marie.
—¿Si? —dijo ella al contestar, lo puso en altavoz.
—Priss, ¿de dónde conoces a Kim Sandstrom?
—Ay no... —intercambiaron una mirada. Ya se olía que eso se iba a poner feo—. ¿Por?
—Pues que la muy ridícula acaba de colgar varias historias en Instagram contando que le derramaste el café y que fuiste grosera, que fueron mejores amigas de la secundaria y no la invitarás a tu boda.
—Pero si será miserable... —soltó ella con rabia. Hasta Adriano frunció el ceño. La tal Kim había llegado a sus vidas con ganas de ser como un grano en el trasero.
—¿Y qué pasó en verdad?
—Sí le derramé la bebida, pero fue un accidente. También se la pagué, nada más. Ella quería que la invite a mi boda a cambio de recomendarme a sus seguidores.
—Si será ridícula —decía molesta Anne—. Tan vieja y buscando auspicio como carroñera, no pierde el tiempo. Ah, pero no sabes, en la última semana de la moda de País fue la burla. Por eso anda desesperada por tener alguna novedad y ya te cogió de punto.
—Anne, en serio no quiero problemas con esa chica. ¿Qué podemos hacer? Aconséjame, eres la experta en desquiciadas. —La chica no pudo contener la risa. De fondo le pareció escuchar a la pequeña Eli viendo "La casa de Mickey Mouse" mientras reclamaba la atención de mamá.
—Ya voy, amor. Espera —le dijo Anne a su hija—. Escucha, mañana paso por tu restaurante. Filmas un vídeo conmigo al estilo Mariah Carey, asunto resuelto.
—¿Te refieres a hacerme la diva?
—Si, y a soltar un "I don't know her". —A Priss se le escapó una carcajada, él contuvo la risa. Con Anne esa venganza a la alucinada de Kim sonaba muy divertida.
—Perfecto, entonces nos vemos mañana.
—Genial. Te dejo, Eli ya se aburrió, y yo también. Si vuelvo a escuchar la estúpida canción de las Mouske-herramientas me voy a tirar por la ventana —rieron. A Adriano hasta le gustaba la de Mickey, se la tuvo que aguantar varias veces cuando salía con Cam y su hija. La del maldito Baby Shark era peor.
—Adiós, saludos a Cam —dijo Priss antes de colgar. Dejó el celular a un lado y suspiró—. ¿Qué pasa, Adriano? ¿Por qué esta gente nos quiere arruinar la boda? —Podría hablar de horas de eso. No quería ponerse a maldecir y renegar, menos ponerse intenso cuando ya era hora de relajarse. Así que se le tuvo que ocurrir otra cosa. "Piensa como Rachel", se dijo antes de hablar.
—Nos envidian porque somos bonitos —soltó. Priss lo miró incrédula unos segundos. Luego empezó a reír a carcajadas. Él también. No sabía en qué iba a terminar todo ese drama, solo sabía que lo vivirían juntos. Y con ella hasta los dramas eran divertidos.
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Nada iba a arruinar su boda. Nada ni nadie. Se juró eso apenas empezaron a surgir los problemas. El tema de la abuela de Adriano, y la ridícula esa de Kim Sandstrom haciéndose la estúpida por Instagram.
Priss no se consideraba influencer, pero tenía que admitir que se manejaba bien por redes sociales gracias a la ayuda de Anne. Había mucha gente que seguía día a día sus historias sobre el restaurante, recetas de cocina, consejos. Y últimamente estuvieron pendientes de los detalles de su boda. No hablaba mucho de eso, Anne le enseñó como mostrar lo necesario sin que sea revelador, pero a la vez atractivo. En general le estaba yendo bien, y aunque Kim se la pasaba lanzándole indirectas, ella no le prestaba atención. Era casi como estar en la escuela. Kim movía sus redes para fastidiarla, pero ella le era indiferente. Esa vez estaba saliendo airosa. Sus seguidores crecían, y nada podía detenerla. Sabía que estaba en su mejor momento y esa chica no iba a arruinarla.
Llegaron esa mañana a la casa donde se daría la boda. Casa era poco decir, habían conseguido un sitio enorme. Aparte de la casa principal, había varias cabañas donde estaban distribuidos los invitados, quienes fueron llegando e instalándose a lo largo del día. Priss se alistó para ir a la cena, ellos se casaban por la mañana, poco antes del mediodía. Más invitados llegarían temprano, pero esa noche tendrían un momento todos juntos para celebrar los previos a la boda. Nada formal, ya que la mayoría de quienes llegaron eran los más íntimos a la pareja.
Priss salió un momento para ir al baño, y cuando regresó encontró a todos los del hotel conversando muy animados. A ellos se habían unido Charles y Camila, cierto que ya no trabajaban en el Plaza, pero eso a nadie parecía importarle. El gerente Thomas llegaría esa mañana junto a su esposa, lo mismo para algunos chicos del restaurante. En realidad la revelación de la noche era la acompañante de Barbie. Nada más y nada menos que Olivia de Hosekeeping. Cuando le mandaron la invitación para dos nunca pensaron que llevaría a alguien, él siempre asistía solo a todos los eventos sociales. Camila casi colapsó cuando los vio juntos, jamás se le hubiera pasado por la cabeza que su ex jefa fuera tan cercana a Barbie.
Solo Rachel no parecía muy sorprendida. Ella sabía algo, eso era obvio. Desde hacía un tiempo esos dos eran muy próximos, específicamente desde que se embarcaron en una especie de cruzada contra la precariedad laboral en restaurantes de comida rápida. Nadie tenía idea de cómo hizo Rachel para arrastrar a Barbie a eso, pero no importaba. Eran casi como padre e hija.
—¡Priss, ven aquí! —la llamó Cami desde su sitio. Ella también fue sola, cosa rara. Según Camila ya no estaba saliendo con Alec, pero sabía que de vez en cuando se veían. Ella y Rachel pensaron que lo llevaría a la boda, quizá se pelearon días antes. La toxicidad de esa extraña relación estaba llegando a límites de Chernobyl.
—Acá estoy, ¿pasó algo? —preguntó. Sentía todas las miradas sobre ella en ese momento.
—Nada, que estaban especulando de tu vestido de novia. Lo has tenido más oculto que lady Di —bromeó Kate. Los demás le siguieron en las risas.
—Oh... ya saben, tuve unos problemas con cierta persona empecinada en molestarme —les contó. Ahí todos estaban enterados de su asunto con Kim, y ella ni nombrarla quería—, así que preferí mantenerlo en secreto para que no se ponga a hablar pestes del diseño, con eso que ahora se cree crítica de moda.
—La muy ridícula —soltó Anne con molestia. Cameron estaba a su lado y sostenía a Eli. La pequeña ya se estaba quedando dormida, dentro de poco tendrían que ir a descansar—. No se da cuenta que cada vez aburre más, se está volviendo la burla. Ni siquiera le está sirviendo para promocionar su nueva paleta de sombras, yo no sé por qué insiste en molestarte.
—Envidia, ¿qué más? —dijo Rachel—. Sabe que lo de Priss no es una moda de Instagram que se puede acabar en cualquier momento, que ella es talentosa de verdad. Nada le va a quitar eso. — Sin querer, Priss ensanchó su sonrisa. En algo Rachel tenía razón.
—No se preocupen, mañana verán el dichoso vestido —les dijo ella—. No esperen la gran cosa, ¿eh? Saben que no me gustan lo suntuoso, no tendré una cola de diez metros —se rieron, el ambiente estaba animado—. Por cierto, ¿alguien ha visto a Adriano?
—Fue hacia la entrada hace un rato —contestó Charles—. Creo que recibió una llamada.
—Oh, bueno. Iré a buscar al novio. Diviértanse, chicos, ya regreso.
Priss fue en busca del chef por los alrededores, y lo encontró justo donde Charles indicó. Pero no se veía bien, estaba nervioso. Caminaba de un lado a otro sin parar, intentaba serenarse. Ella aceleró el paso y lo alcanzó, en sus ojos notó cierto temor. Ya empezaba a asustarse.
—¿Qué pasa?
—La abuela y mamá ya están llegando.
—Oh... —Pobre. Sabía lo mucho que le mortificaba eso, la ansiedad que le provocaba. Quizá debió oponerse, eso no le estaba haciendo bien. Por algo Adriano enterró en el pasado a toda su familia, se lo merecían—. Tranquilo, me quedo contigo. No tienes que estar a solas con ella, no dejaré que te moleste —apretó su mano. Él respiró hondo, ella le dio un beso suave en la mejilla. Se veía más calmado, seguro que ella no iba a dejarlo en ese momento difícil.
Poco después se acercó el auto, la abuela había llegado. El chófer ayudó a sacar el andador de la anciana, luego también la ayudó a ella. Adriano no se movió, estaba paralizado. Priss lo tomó de la mano y se quedó así con él. La señora Sophia y la abuela Margot empezaron a andar hacia ellos a paso lento. La anciana examinó los alrededores, todo parecía ser de su agrado. Y luego posó la vista en ellos. Primero en ella, pero apenas unos segundos. Luego en él, lo miró fijo. Ambos se estaban mirando. Y así se quedaron, hasta que al fin estuvieron frente a frente.
—Hola, hijo —habló la suegra. Se acercó a darle un beso a la mejilla, e hizo lo mismo con Priss—. Te ves preciosa, cielo. Y eso que aún no estás de novia.
—Gracias —respondió ella con una sonrisa—. Buenas noches, y pasen. Deben estar muy cansadas.
—Buenas noches, Adriano —saludó la anciana. No parecía tan intimidante como la describió él alguna vez.
—Buenas noches, abuela —respondió él sin mucha emoción. Ambos sabían que él no quería ese encuentro, que en realidad era una especie de favor que le concedía antes de morir. El gesto culpable de Margot Hartmann la delató.
—Qué guapo estás —soltó de pronto—. Por la televisión y las revistas te ves bien, pero en versad luces mejor en persona.
—Gracias... supongo —murmuró él.
—Ha pasado tiempo. Siempre les decía a las chicas de la iglesia que vean la televisión cuando salías, les decía que ese era mi nieto —dijo con cierto orgullo. Pero eso no le agradó a Adriano.
—Supongo que cuando se te fueron las dudas sobre mi sexualidad empezaste a sentirte muy orgullosa.
—Adriano... —dijo despacio Sophia, reprendiéndolo.
—Hay algo de lo que tenemos que hablar a solas —le dijo la abuela en tono arrepentido.
—No tenemos nada que hablar a solas. Priss sabe todo, es mi prometida y mañana será mi esposa. Que seas mi abuela no significa que tengas derecho a pedir privacidad conmigo, y yo no tengo que aceptar más requerimientos. Esto ya es difícil para mí, te agradecería que no lo empeores.
—No quiero arruinar tu boda —contestó con arrepentimiento—. Solo quería verte una vez más, y sé que merezco que me trates así. Fui cruel y malvada contigo. En ese entonces no lo veía, creí que estaba haciendo lo correcto... No sé... que te corregía por tu bien. No te pido que me comprendas, pero era otra época. No fui criada para entender ciertas cosas, me enseñaron a condenar todo eso. Y en ese tiempo no podía entender que mi nieto no era algo malo, era solo un chico talentoso que algún día sería un gran chef. También creo que ya es muy tarde para pedir perdón, porque sé que no lo merezco.
—Es difícil. —Fue todo lo que contestó Adriano. No diría que se veía conmovido, pero ya no lucía tan nervioso y hosco como hacía un rato. Quizá no esperó escuchar a su abuela reconociendo todos sus errores.
—Lo sé, lo entiendo. Sé que no quieres saber nada de la familia, pero tienes unos sobrinos muy simpáticos, ¿sabes? Te encantaría conocerlos. Son jóvenes, niños. Y no, no son como nosotros.— Ah, eso sí era bueno. No eran una basura como el resto, eso sonaba bien—. Ellos me han hecho ver las cosas diferente. De hecho, fue tu sobrina Paula quien insistió en esto.
—¿Ella de quién es hija?
—De Mike. —Adriano solo asintió. Recordaba que alguna vez le mencionó al bully ese. Le alegraba saber que al menos no toda la familia se había quedado en la inquisición.
—Espero la pases bien mañana, pueden entrar a descansar —dijo él, cortando la conversación. No sentía deseos de estrechar lazos con la abuela, podía entenderlo—. No te la he presentado, por cierto. Ella es Priscila Hudson, mi prometida.
—Un gusto —murmuró Priss. En verdad ni gusto sentía, pero era lo que tocaba decir.
—El gusto es mío —le dijo sonriente la abuela—. Es una linda chica, espero que los dos sean muy felices.
—Gracias —respondieron Priss y Adriano a la vez.
Empezaron el camino de regreso a la casa, las escoltarían hasta la habitación donde las Hartmann iban a quedarse. La abuela iba lenta, Adriano la ayudó a andar, despejó el camino para ella. Por un instante Priss estuvo segura que se le iba a adelantar la regla, porque solo verlos juntos le dio ganas de llorar.
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No recordaba haberse sentido tan emocionado antes, podía decir sin miedo que ese había sido uno de los momentos más felices de su vida. No imaginó que el corazón le latiría de esa forma cuando vio a Priss llegar por ese jardín, del brazo de su padre, caminando entre los invitados. Todos la observaban sonrientes, y él sentía que literal se le caían las babas. Estaba preciosa, no podía dejar de mirarla. Y enrojecida, tantas miradas sobre ella la avergonzaban. Pero no tenía nada de qué avergonzarse, lucía divina. Perfecta. Ella era perfecta para él en todos los sentidos.
Compartir ese momento con todas las personas que quería fue maravilloso también. La abuela estuvo presente, pero no le afectó tanto como pensó. Aquella noche no pudo dormir, no solo por los nervios de la boda, sino porque no dejaba de pensar en el perdón. En que sintió que el arrepentimiento de la abuela era genuino, que en serio ella había reconocido todos sus errores. Y que tenía sobrinos y sobrinas que no eran como el resto de los Hartmann. Se preguntó si acaso estaría bien retomar el contacto con ellos solo para conocer a otras personas de la familia que sí valían la pena.
Mientras le decía sus votos a Priss, le fue inevitable pensar que en ese momento se marcaba una nueva etapa para su vida. Y no, no se refería solo a la vida de casados. La intimidad y la confianza ya la tenían, ambos conocían bien los defectos del otro en la convivencia y no les había afectado. Se refería a otra cosa. A la oportunidad de empezar de nuevo, de hacer las cosas bien de verdad. Dio gracias a la vida por ponerla en su camino, por amarla, porque ella lo amara también. Era lo mejor que le había pasado y jamás dejaría de quererla.
La pasaron mal cuando empezaron a ser novios, pésimo en realidad. Los dramas que les hizo vivir Sandra no estaban del todo superados, lo sabían. Pero había otras cosas que los dos dejarían atrás. El rechazo, el maltrato, las lágrimas a escondidas, la soledad. Los dos la pasaron terrible hacía años, pero ya no eran aquellos niños perdidos. Se tenían el uno al otro.
Los invitados aplaudían a los recién casados. Le pareció ver lágrimas en los ojos de Rachel, de mamá, de Sam. Hasta de Anne. Y bueno, Barbie ahí muy sonriente, jamás imaginó verlo tan feliz. Eran sus engreídos, eso Adriano lo sabía. Él adoraba al hombre, y por eso le encantaba saber que estaba intentándolo con alguien. El amor no tenía edad después de todo.
Priss y él no dejaban de sonreír y besarse cada que podían. Bailaron, dieron unas palabras, y Priss arrojó el ramo. Este fue directo a las manos de Camila, la chica un poco más lo tira como si le hubiera caído una peste encima. No sabía mucho de su vida amorosa, solo tenía claro que Cami de casarse no quería saber nada.
Priss y Adriano no se habían separado desde que empezó la ceremonia, pero ella tenía que ir a cambiarse el vestido por algo más cómodo. Se dieron un beso antes de separarse, en el centro de la pista los chicos estaban bailando algo de moda que no sabía identificar. Era muy anciano para esas cosas. Aun así, su hermana lo obligó a bailar un rato, y aceptó de buena gana. De lejos, la abuela veía todo con una media sonrisa. Se veía contenta a pesar de todo.
Cansado de esa sesión de baile mientras regresaba Priss, el novio se acercó a la mesa de los bocadillos en busca de algo decente. Ahí las vio, y sonrió. Estiró la mano, y justo cuando iba a coger una aceituna, llegó la amenaza.
—No te atrevas, Adriano. No te atrevas —dijo Priss muy seria. Había regresado de cambiarse, y aunque ya no llevaba ese esplendoroso vestido, igual lucía bella. A él le gustaba más así. Sencilla, relajada, cómoda. Preciosa y perfecta. Pero la preciosa y perfecta tenía el ceño fruncido en ese momento—. Dime que no has comido nada.
—Pues...
—Ah, pero pobre que hayas comido una sola aceituna. No te vuelvo a besar en todo el día hasta que te tomes un enjuague bucal.
—Vaya, vaya. ¿qué son esas amenazas?
—Para empezar, ¿qué hacen esas cosas en la mesa? No estaban entre los bocadillos que aprobamos.
—No estaban, pero las agregué.
—Sin consultarme —se cruzó de brazos. Él se enderezó. Se veían muy serios los dos.
—Sabes que me gustan.
—Y tú sabes que las odio. Haz que las quiten de una vez.
—No, es que no puedo con tu hipocresía. Te acabas el aceite de oliva como si fuera agua, ¿y me sales con esto? Hazme el favor —le recriminó.
—Adriano, estoy segura que no quieres que peleemos el día de la boda.
—Tú has empezado. Te juntas mucho con Rachel, estás siendo "dramática por mil".
—¿Que yo me junto mucho con Rachel? ¡"Dramática por mil" es una frase de ella!
—Es que no entiendo la injusticia contra las aceitunas, nada te hacen.
—Voy a vomitar —dijo haciendo un gesto de asco.
—Vamos, dejemos a ese bocadillo de los dioses en paz.
—Qué horrible te pones, en serio. Ya habíamos hablado de esto...
—Ven acá —se acercó rápido a ella y la tomó de la cintura. Priss no estaba molesta en verdad, lo sabía, la conocía bien. Pero cuando intentó besarla, ella esquivó su rostro sin muchas ganas.
—No te atrevas a besarme con tu boca aceitunada —lo amenazó, cosa que le hizo más gracia.
—Ven, que te voy a hacer probar el sabor del olivo.
—¡Adriano, no te atrevas! —gritó ella justo antes que la besara. Ni siquiera se había comido una aceituna, así que no había necesidad del drama. Priss fingió que lo apartaba los primeros dos segundos, pero luego correspondió con la misma intensidad aquel beso. Sintió que hundía sus dedos en sus cabellos, sus pechos se pegaron más, sus caderas también. Tuvo la imperiosa necesidad de ir de una vez a la luna de miel—. Igual voy a hacer que quiten esas cosas de la mesa —le dijo Priss apenas se separaron, a lo que él respondió con una sonrisa.
—Claro que no.
—Claro que sí.
—Claro que no.
—Que sí.
—Que no.
—Que... ¿En serio vamos a seguir peleando por aceitunas? —le dijo ella, ambos empezaron a reír.
—Tú empezaste.
—No, empezaste tú por ponerlas aquí sin preguntar.
—Nada de esto hubiera pasado si...
—¿Es que no te puedo dar la contra nunca? Aries tenías que ser —le soltó Priss. A ella le encantaban esas cosas de los signos, él prestaba atención cero. A veces eran así de diferentes, de un extremo al otro.
—Siempre termino agredido de forma infame —dijo él con todo dramatismo.
—Deja de copiar frases, esa es de Edu.
—Y tú deja de ser tan hermosa —la dejó con la palabra en la boca, y antes que agregara algo más, le dio otro beso. Se sonrieron, el drama había acabado.
—Vamos, ya me tienes que sacar la liga y lanzarla.
—Ohhh cierto. Tengo que pasearme con mis dientes por una de tus lindas piernas —sonrieron, pero de otra forma. Quizá desaparecerían por ahí en menos de una hora.
—No perdamos el tiempo, entonces. Ya quiero que veas lo que hay debajo de este vestido —le guiñó el ojo. Priss lo tomó de la mano, y ambos volvieron a la fiesta. Adriano no tenía idea de qué le esperaba en esa nueva etapa de su vida, solo tenía claro que, sea lo que sea, valía la pena vivirlo con ella.
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(*) En multimedia: Best thing I never had - Beyoncé
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¡Hola otra vez! Espero les haya gustado el especial. No entré en detalles de la boda porque básicamente todas son iguales xd así que lo enfoqué de otra perspectiva.
Gracias una vez más, y hasta la próxima gatada
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