Especial de Halloween [Parte 2]

—¿Por qué siempre hay una niña? —terminó preguntando Rachel, y los demás lanzaron carcajadas. 

Se juntaron poco después de que el restaurante cerrara, y solo quedaban algunos trabajadores dejando el salón y la cocina en orden. Para la ocasión habían sacado un vino de la cava, cortesía de Cameron, y bebían un poco en sus copas. Rachel y Kate habían guardado algo de comer para todos, no era mucho, pero al menos servía para pasar el rato. Después de los saludos y las risas, empezaron a contar algunas anécdotas de terror del hotel. Y entonces salió el asunto de la niña.

—No, es en serio. Siempre escucho historias de oficinistas diciendo que hay una niña que les prende las computadoras en las noches, o cosas así. La niña de acá lleva cosas a los huéspedes y toca puertas. ¿De dónde sale? No me explico.

—Es cierto eso —comentó Barbie de pronto—. Hasta en la oficina de mi anterior trabajo había una niña. Nunca me la crucé, pero siempre hablaban de eso. En cuanto a la niña de acá... bueno, sí que hace de las suyas —bromeó. Pero por la cara que puso Emily se notaba que no le hizo mucha gracia. Llegó con cara de susto, ella y Charles en realidad. Ninguno de los dos quiso contar nada, pero Rachel sospechaba drama.

—Pues nunca la he visto —comentó ella—. Quizá esa pequeña desgraciada es una elitista y solo quiere joder oficinistas, no a las pobres y tristes cocineras proletarias como yo.

—Solicité un aumento para ti el mes pasado, porque según dijiste no te alcanza para una vida digna, ¿de qué vas? —reclamó de pronto Adriano—. No me vengas con eso ahora, me haces quedar como el maldito explotador que no soy. —Y hasta parecía hablar en serio, cosa que solo la hizo reír más—. ¿Qué? ¿Te parece un chiste?

—Ya relájate. Kate, dale un Snickers que le hace falta. —Nadie se contuvo la risa esa vez, y Adriano seguía haciéndose el enojado. O quizá sí lo estaba. Podía entenderlo, le faltaba Priss—. En fin, como decía, esa niña no se aparece en cocina. No hay fantasmas en la cocina. Solo el fantasma del comunismo que lo recorre —bromeó una vez más, sabía que a Adriano le ponían de los nervios sus chistes socialistas.

—No vayas a empezar... —le amenazó Adriano, y los demás que no podían controlar su risa no ayudaban mucho.

—Bien, no más chistes por hoy —cortó ella fingiendo seriedad, los demás poco a poco lograron parar de reír.

—Yo nunca he visto nada raro aquí —comentó Arnie, y los demás miembros del staff de cocina asintieron.

—Ni siquiera en nuestro almacén —agregó Cameron—. Y eso que siempre dicen que los almacenes están malditos.

—Bueno, el de la escuela de cocina sí lo estaba. O al menos eso decían —comentó Adriano, y Cameron se apresuró en asentir—. Yo nunca sentí nada, la verdad. Nunca he visto nada paranormal, si les soy sincero. Si existen no les caigo bien.

—Ah, pero lo de Le cordon bleu si es real, confirmado por mí —le dijo Cameron. A su lado, Anne tomó su mano despacio y hasta asintió.

—Yo también confirmo, chicos. Cien por ciento real —agregó Anne—. El otro día fui a la clase nocturna de Cam, éramos de los últimos en salir. Nos apagaron las luces del salón, les juro. Movieron las carpetas y todo, hasta se apagaron las luces del pasillo. Real, lo juro. Los fantasmas se ponen territoriales después de las diez, qué se yo —bromeó. Y quizá era el vino, porque en lugar de asustarse se lo tomaron al juego y empezaron a reír.

—¿Y qué hicieron? ¿Acaso no les dio miedo? —preguntó Emily más interesada.

—Pues en ese momento sí —le dijo Cameron—. Es que fue muy raro todo, ¿sabes? Pero apenas duró unos segundos, fue rápido. Cogimos nuestras cosas y nos largamos, no la pensamos mucho. —Los demás asintieron. Eso de contar anécdotas fantasmales de la vida estaba bien, pero Rachel se estaba aburriendo un poco. Quería un susto de verdad, vamos, que era el maldito Halloween. Y si el fantasma no iba a ella, ella iría al fantasma.

—¿Pero saben donde sí hay fantasmas? —continuó Cameron—. En el almacén principal, ¿verdad, Charles? —De inmediato miraron al chico. 

—Ehhh... si. Es que es raro, ¿saben? —contestó Charles, y no se veía nada cómodo hablando de eso—. Tiene mala vibra, no sé si me explico. La gente entra rápido, no soporta estar mucho tiempo ahí, la energía que se siente es fatal. El jefe de almacén vivía con migrañas y esas cosas, todos decían que era por la mala energía.

—¿Y tú nunca viste nada? —insistió ella.

—La verdad no, solo sentía esa cosa rara, ya saben. Sé que hay gente que ha visto cosas, no sé. Sombras, o alguien que caminaba de espaldas. A veces también escuchan gritos, ese lugar es súper turbio, en serio —contó Charles. Y había logrado captar la atención de todos.

—¿Qué pasó en verdad ahí? —preguntó Rachel—. Apuesto a que Barbie lo sabe todo. —De inmediato lo miraron con insistencia. El hombre terminaba en silencio el contenido de su copa de vino. Ni siquiera se inmutó—. ¿Y bien...?

—Vamos, Barbie. Cuéntanos todo —insistió Kate.

—Bah, no creo que quieran saberlo. Es mejor así —contestó, esquivo, cosa que solo avivó más la curiosidad.

—Por favor, cuéntanos —pidió Rachel, su voz sonó bastante melosa. Era claro que buscaba conmoverlo—. Porque tanta mala energía no puede ser normal.

—Claro que no, pasaron cosas malas de verdad —contestó Daniel Barbara sin perder la paciencia. Todos sentían curiosidad, hasta Adriano, que no creía en esas cosas. Pintaba ser una historia interesante, así que todos se acercaron un poco más—. Tampoco puedo decir mucho. Confidencialidad, ya saben —asintieron. Rachel ya hasta se frotaba las manos ansiosas por escuchar el drama.

—¿Qué pasó? —insistió ella.

—Muertes —dijo para sorpresa de todos—. Fue hace mucho, solo escuché algo al respecto. Eran años de la guerra fría, ya saben. Y encontraron a unos rusos por aquí, unos espías comunistas. En ese tiempo era diferente, podríamos entrar en guerra. La versión oficial fue que los detuvieron, pero dicen que en realidad los torturaron allá abajo, en el almacén. Y los mataron ahí. Así que ya saben la razón de la mala energía.

—Me tienes que esta jodiendo... —murmuró Rachel. Los demás se quedaron sorprendidos. Todos en el Plaza sabían que ese almacén tenía algo malo, y nadie podía decir la razón. No hasta ese momento.

—¿Es en serio? —preguntó Emily, sorprendida.

—Si, claro. O puedo estar mintiendo sobre fantasmas comunistas para que Rachel deje de amenazar a Adriano con el sindicato —bromeó Barbie, y los demás lo acompañaron con risas.

—Muy gracioso, señor jefe de seguridad —le dijo ella aparentando molestia—. Pero juro que voy a llegar al fondo de esto.

—Le recomendaría que no lo haga, señorita Warren. No se le ocurra hacer ninguna tontería, en especial esta noche —agregó—. Este lugar es antiguo, se inauguró en 1883. Y si, murió gente aquí. Es un lugar bello, histórico, agradable. Pero también hay muertos que es mejor molestar.

—Vaya... eso sonó bastante tétrico —comentó Arnie por lo bajo. Y todos terminaron soltando una risita, hasta Barbie.

—Bueno, muchachos. Ha sido un placer pasar el rato con ustedes, pero aun tengo cosas que hacer. Vuelvo al ruedo —informó Barbie.

—Si, yo también debería irme —agregó Emily mientras se ponía de pie—. ¿Vienes, Charles? —le preguntó al chico y este asintió.

—Te alcanzo en un minuto —contestó el—. Tengo que ir al baño.

—A nadie le importa lo que quieras hacer, idiota —bromeó Rachel. Y todos se pusieron de pie.

Algunos tenían que volver al trabajo, otros ya estaban cansados y querían irse a casa. O al menos así pensaban Adriano y Kate, estaban desde temprano en el restaurante y ya no podían más. Él no sentía ánimos para celebrar, y ella estaba muy cansada. Se ofreció a llevarla a casa, y le hizo la misma propuesta a Rachel, pero ella lo rechazó. Dijo que se iba a quedar un rato más y saldría por ahí con Arnie, apenas iban a ser las dos y aún podían encontrar una fiesta donde pasar el rato. Eso fue lo que dijo, no lo que pensaba en verdad. Y lo dijo justo cuando Charles salió del baño.

—Oye, ¿y si bajamos? —le dijo a Charles, luego miró de lado a Arnie y Anne.

—¿Te refieres a bajar al almacén del terror? —preguntó Anne-Marie incrédula—. No hablas en serio.

—¿Por qué no? Solo vamos a ver, ni siquiera tenemos que entrar —propuso. Rachel estaba decidida a conseguir su experiencia paranormal como sea. Ni siquiera la advertencia de Barbie logró disuadirla.

—Ah no, no. Yo paso —le dijo Anne—. No me juego con esas cosas, además Cameron está cansado y ya nos vamos.

—¿Y ustedes? ¿Qué les parece? —preguntó animada a Charles y Arnie. Su novio torció los labios, claramente no le gustó la propuesta.

—No suena bien, Rachie —le dijo Arnie. Era el único que la llamaba así en realidad—. Digo, han torturado a gente y eso, esos fantasmas deben ser de lo peor.

—Si, ya te dije —agregó Charles—. Se siente terrible, hasta respirar se hace pesado. No sé para qué quieres ir.

—A ver, nada más. Solo es curiosidad. Vamos, no pasa nada. Solo dos minutos, luego nos vamos. Es Halloween, chicos. No sean aburridos —los animó. Ellos empezaron a dudar—. Charles, tienes una tarjeta que abre todas las puertas habidas y por haber, ¿verdad?

—Es para habitaciones, no creo que funcione allá abajo —le informó—. Además que hay un código de acceso, no sé si lo han cambiado.

—Bueno, hagamos algo. Si no entra el código, nos vamos y ya. ¿Qué dicen? No sean cobardes.

—¿Te das cuenta en lo que nos quieres meter? Somos de restaurantes, ¿qué tal si nos encuentran? Nos podemos llevar una sanción —le advirtió Arnie. Ella bufó, ese par de aburridos le iban a arruinar la experiencia paranormal.

—Me cansaron, voy sola entonces. Yo no tengo miedo a esas cosas. Ahí nos vemos —se quitó el delantal del uniforme y lo dejó a un lado. Había tomado una decisión, y todos sabían muy bien que no podrían detenerla.

—Oye, oye, espera... —intentó detenerla Anne—. ¡Rachel, ven acá! —gritó, pero la chica estaba saliendo del comedor y cruzaba para el hotel—. ¡Ustedes hagan algo! —les gritó a los chicos. Y como en verdad parecía una pésima idea eso de que Rachel vaya sola a buscar a los fantasmas del almacén, se apresuraron en seguirla.

Ah, pero la desgraciada roja esa sí que había corrido. Intentaron alcanzarla, pero fue más rápida de lo que esperaron. Sabían dónde tenían que ir, el destino final de Rachel era el almacén principal de El Plaza. Escucharon sus pasos bajando por las escaleras al final del pasillo y la siguieron.

—Ahora sí que te pasaste —le recriminó Charles—. Nos encuentran aquí y...

—Ya sé, ya sé —le cortó ella—. Pero ya llegamos, ¿no? Ya ven que no ha pasado nada, quizá ni siquiera entramos. Intenta poner la contraseña de la entrada y tu tarjeta.

—¿Ehh...? —Soltó Charles apenas. Se estaba haciendo el estúpido, porque obviamente sabía lo que tenía que hacer para pasar.

—Rachie, este lugar no me gusta para nada... —comentó despacio Arnold.

—Ah vamos, no seas miedoso.

—No, en serio... —bajó la voz. Ni siquiera habían entrado, pero el chico ya se sentía incómodo. No quería estar ahí, era extraño. Podían pensar que era una tontería, pero estaba seguro que ahí había algo que quería repelerlos. Charles tuvo razón en eso de que había una energía muy densa.

—Te lo dije, si no funciona nos vamos. Solo una prueba y adiós, ni siquiera es posible que la contraseña sea la misma, ¿no? —les dijo de lo más natural. A los dos les sorprendía que la chica no sintiera ni un poco de temor.

—Bien, tú lo has dicho. No funciona y nos largamos —contestó Charles dando un paso adelante, sacó de su bolsillo la tarjeta imantada que, en teoría, tenía acceso a todas las puertas del hotel. Ya que esa noche era el encargado de conserjería era quién custodiaba aquello tan preciado.

—Claro —contestó Rachel. Los tres se quedaron en absoluto silencio mientras el chico pasaba la tarjeta y ponía la clave de acceso. En cuando la luz del aparato se puso en verde se sintió  estúpido. Si en verdad no quería entrar tuvo que poner cualquier cosa y ya, así se evitaban el drama. Pero no, de idiota fue y puso la clave que recordaba, que resultó ser la correcta—. Pues funcionó... —dijo ella con una sonrisa y una voz cantarina.

—Tú estás bien loca si te piensas que voy a poner un solo pie en ese lugar —le advirtió Charles.

—No tenemos que entrar —agregó Arnie—. Se ve muy oscuro. —En cuanto Charles presionó la clave correcta, la puerta se abrió un poco. Y Rachel la empujó para que el interior quedara expuesto para ellos.

—Pues... —ella estaba diciendo algo, pero antes de que siquiera complete la frase, las luces empezaron a encenderse—. Ya no. Debe ser automático.

—No recuerdo que tuvieran ese sistema...—murmuró Charles.

—Quizá lo pusieron, no es para tanto. Hasta las luces del almacén de Adriano se encienden con sensor. Vamos, no es que los fantasmas comunistas hayan prendido las luces para que pasemos. En marcha.

Sin decir más, la chica empezó a caminar con toda tranquilidad hacia el interior del almacén. Los dos se miraron sin saber bien qué hacer, pero finalmente fue Arnie quien dio el primer paso para seguirla. Era su novia después de todo, no iba a abandonarla a merced de los fantasmas comunistas. Segundos después, y con mucho temor, Charles decidió hacerse el valiente y entró también.

—No se ve diferente a ningún otro almacén —comentó despacio la chica. Era un lugar amplio, bien organizado, lleno de estantes y cajas. Al fondo podían ver el frigorífico, algunas carnes colgando incluso. Pero nada más. Como dijo Rachel, no parecía nada fuera de lo común.

—Bueno, ya viste que no hay nada. Vámonos —insistió Arnie.

—Si, si. Claro... —murmuró Rachel. Pero lo que en realidad hizo fue seguir avanzando, y ellos como idiotas la siguieron.

Lo único que rompía el silencio ahí eran sus pasos. Pero era un silencio incómodo, podían sentirlo. Incluso Rachel parecía extraña de pronto, y aquello era inquietante. No solo era el silencio absoluto, sino la horrible sensación. Arnie sintió nauseas, a Rachel empezó a dolerle un poco la cabeza, y Charles sentía que no podía respirar bien. Que algo le oprimía el pecho. Barbie tuvo razón, en ese lugar había algo malo de verdad, no debieron entrar. 

Ya no solo se sentían mal, sino que podían percibir otras presencias. Sabían que alguien, o algo, los estaba mirando. Que los acechaba. Rachel tragó saliva y se quedó inmóvil cuando vio, de pronto, que las carnes de res y cerdo que colgaban al fondo del frigorífico empezaron a mecerse de un lado a otro como si alguien las estuviera empujando. Todos vieron eso.

—Yo creo que mejor nos vamos —murmuró la chica y se giró a verlos. Arnie no recordaba haberla visto asustada antes, pero en ese momento le notó terror real. Rachel se había asustado, hasta podía jurar que escuchaba los latidos frenéticos de su corazón.

—Si... mejor... —contestó él. Fue en ese momento que al otro lado del almacén, cerca de la entrada, es escuchó un fuerte ruido. Alguien había echado al piso varias latas de conserva y el sonido fue ensordecedor. Los tres se miraron aterrados, era obvio que esas cosas no se cayeron por casualidad, alguien las había echado al piso con toda intención. Y ese alguien no estaba vivo.

—Mejor corremos —propuso Charles con la voz temblorosa—. Si, si... creo que mejor nos largamos ya.

Apenas terminó de decir eso empezaron a caminar hacia la puerta, quizá demasiado tarde. Porque vieron con claridad a alguien de espaldas ahí, o su sombra. Luego no podrían definirlo bien. Charles diría que vio una silueta oscura, Arnie diría que solo vio su espalda, y Rachel agregaría que ese alguien solo tenía el cuerpo de la cintura para arriba, abajo no había nada. Como si flotara. Pero eso fue apenas unos segundos, justo antes de que todas las luces se apagaran. Eso fue suficiente para que se desatara el terror.

La oscuridad fue total, el terror les nubló el juicio. Corrieron hacia la puerta, pero la encontraron cerrada. De lo nerviosos que estaban forcejearon sin éxito por varios segundos, mientras por alguna razón sentían que eso, esa cosa mala de verdad, se estaba acercando a ellos. Fue peor aún cuando escucharon un quejido lleno de dolor. Sabían que era algo ajeno a ellos, a pesar de que en ese momento los tres estuvieran gritando. 

Charles logró al fin abrir aquella puerta y salieron corriendo disparados. Antes de irse se aseguraron de cerrar bien el almacén, y una vez fuera sintieron como si ya fuera posible respirar otra vez. 

—Ya está, ya está... nos vamos —dijo Rachel agitada. 

Si quizá creyeron que iba a bastar con irse caminando de ahí como si nada hubiera pasado, estuvieron muy equivocados. Era Halloween, y los fantasmas comunistas que mencionó Barbie parecían algo enojados. Lo supieron en cuanto las luces del pasillo empezaron a parpadear, y ese quejido horroroso volvió a escucharse.

—Santa Madre de Dios... —soltó Charles. Estaba pálido y temblaba, iba a salir disparado de ahí. Y lo hizo, se fue rápido por una escalera auxiliar que llevaba al área de habitaciones y los otros dos lo siguieron aterrados. 

Llegaron hasta el cuarto piso corriendo de puro miedo. Y una vez ahí recobraron el aire. Los tres estaban pálidos en realidad, y con intensas ganas de largarse de una vez de ese maldito hotel.

—Te dije que no era buena idea —le dijo Arnie a Rachel, y esta solo asintió.

—Si, ya sé, ya sé. La cagué, ¿feliz? Ahora vámonos de aquí —contestó ella, y los dos asintieron.

—Salgamos por las habitaciones, tomamos el ascensor —propuso Charles, y los demás estuvieron de acuerdo. Fue él quien abrió la puerta auxiliar que daba a las habitaciones del piso cuatro, y apenas dieron unos pasos cuando vieron aquello. Una vez más estaban paralizados—. Me tienes que estar jodiendo...

—Esto... esto tiene que ser una especie de alucinación colectiva... Oh no... no... —decía Rachel. Retrocedió despacio hasta que su espalda chocó con la pared.

—No, es sangre —les dijo Arnie con la voz temblorosa—. Es sangre... —agregó llevándose una mano a la boca. Por debajo de la puerta de la habitación 404 empezaba a formarse un charco de sangre. Aunque no era exactamente eso, no era sangre pura. Parecía más bien descolorida, quizá era agua y sangre—. Hay que llamar a seguridad ahora mismo.

—Si... si... —Charles cogió su radio, la mano le temblaba y apenas si podía apretar bien el botón para comunicarse.

—Charles, dame tu tarjeta. Entraré a ver —anunció Arnie, y eso hizo que Rachel pegara un grito.

—¿Tú estás loco? ¿Te vas a meter al cuarto que sangra? ¿Y me decías loca a mí por meterme al almacén de los comunistas fantasmas? —le reclamó ella.

—Se trata de un huésped, pudo tener un accidente. Quizá aún podemos salvarlo —le dijo. Pues si, Arnie aún tenía miedo por lo que acababan de vivir en el almacén, pero eso era real. Lo mejor era intervenir si aún se podía.

—To... toma... —le alcanzó un temeroso Charles. Sin pensárselo más, Arnie cogió la tarjeta y la pasó en la puerta que se abrió de inmediato. 

Las luces estaban apagadas. Rachel se asomó, pero al final entró con Arnie, y Charles los siguió. La cosa pintaba peor de lo que imaginaron. Ya con la puerta abierta podían escuchar el ruido del caño de la tina abierto, el agua fluía con fuerza. Todo el piso de la sala de estar estaba cubierto de agua y sangre, la alfombra estaba empapada de ella, el baño estaba inundado.

—No den ni un paso más —dijo una voz tras de ellos, eso les hizo pegar un grito. Era Barbie. Charles no fue capaz de alertar a nadie por la radio, pero al parecer él ya estaba alerta con la vigilancia—. Tranquilos, no se muevan. Ya es muy tarde para él.

Se habían quedado paralizados. Nunca habían visto algo como eso, una escena digna de película de terror. O de páginas policiales. La puerta del baño estaba abierta de par en par, y la luz de ese lugar era la única encendida. 

El huésped de la habitación 404 se había suicidado en la bañera. Podían ver parte de su cabeza y rostro asomándose apenas entre la sangre y el agua. Uno de sus brazos colgaba ensangrentado al borde de la bañera. Lo poco que se podía ver de su rostro era de la nariz hacia arriba. Sus ojos.

Esa noche vieron a la muerte a los ojos.



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Soy muy mala para el terror, lo sé XD Ahora sobre las cosas 100% real de esta parte...

Wait, me olvidé de mencionar que el caso del tour leader muerto en hotel también es real, era conocido mío :(

El caso de la sangre y el agua pasó en el JW Marriott Cusco, pero fue un poco más brutal porque todo el pasillo se inundó, algunos huéspedes incluso vieron la situación gkdjksa

Y en el almacén me basé en lo que se cuenta del hotel Sheraton Lima. Se sabe que esa zona alguna ve fue una prisión, y muchos presos murieron por un motín. Sobre el terreno construyeron el hotel, y el almacén ese está maldito. Todas las mañanas encuentran las cosa tiradas en el piso, cuando un día antes dejaron las cosas en orden.

Y nada, esto es todo amiguis. Pásenla bien hoy.

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