Capítulo 2: Cosas bonitas y un par de tragedias
—Y en resumen, Rachel, esa será tu labor por ahora —le decía sonriente el jefe de los stewards—. No es tan simple como parece, ya lo ves.
—Si claro, solo tengo que fregar duro y sacarle toda la grasa a las estúpidas ollas —decía con voz cargada de rabia.
—Pero cuidado con las ollas, son muy delicadas. Por ahora solo lavarás las del servicio que no lo son tanto, así te acostumbras y te vuelves más rápida. Solo un par de días más, ¿si?
—¿Sabe que sufro de artritis y no puedo estar haciendo estas cosas? —dijo inocentemente.
—¡Oh claro! No intentes evadir el trabajo. Ya verás que al final te acabas acostumbrando.
—Lavar platos, la gran diversión —dijo irónica en voz baja.
—¿Perdón?
—No, nada. Solo decía lo entretenido que es hacer esto.
—¿Ves? No es tan difícil, eres una chica muy capaz y pronto estarás lista para lavar la vajilla como se debe, y quien sabe las copas.
—Ya es suficiente, ¿no? —Parecía que la chica hubiera perdido la noción de algunas cosas, sobre todo porque le hablaba a su supervisor como si fuera uno más.
—Sé que no estás muy contenta de estar aquí, ¿sabes? Nosotros los stewards somos parte fundamental de la cocina, ¿acaso crees que todos esos se pondrían a lavar lo que ensucian? Sería un desastre, nos necesitan.
—Por supuesto. Todos necesitan a un "lava platos" —dijo en el mismo tono.
—No te preocupes, ya te acostumbrarás.
—Edgar —le dijo con toda confianza al hombre—, ¿ya te acostumbraste? Digo, ¿cómo pudiste?
—Simplemente me di cuenta de la importancia de lo que hago, espero lo descubras pronto, en esta área todos son muy amigables.
—Lo tendré en cuenta —suspiró resignada.
—Muy bien, Rachel. Y recuerda que la calidad...
—Soy yo. Si ya sé, ya sé. ¡Estoy harta de la frase!
—Eres una chica muy entusiasta, ahora al trabajo.
Edgard se alejó dejándola sola con su frustración por un rato más. No podía creer como había acabado así, y todo por lo que a su parecer era nada. Nada, simplemente un castigo excesivo de parte de ese maldito chef Hartmann.
—Maldito, desgraciado. Como no te parte un rayo —decía con rabia mientras fregaba una de las cacerolas—. No, mejor porque no se prende la cocina y te explota en la cara, o te cortas las manos con esos cuchillos tan lindos que tienes. ¡Ah! Ya sé, ¿por qué no mejor te tiras contra un bus? ¿O te ahogas en el mar? Se me ocurre que mejor te ahogues en agua llena de espuma mientras que las almas de los stewards caídos te arrastran a la perdición...
—Rachel —le dijo una chica de al lado, todo lo que estaba hablando lo decía entre dientes y apenas se le escuchaba—, ¿estás bien?
—Sí, estoy perfecta. Lavando cacerolas, ¿que no ves? —contestó molesta.
—Bueno, yo solo decía...
—No digas nada mejor —dijo mientras volvía a sus maldiciones.
Ni pensar que hasta hace solo un par de días todo era felicidad. Con un buen currículo se había presentado hace seis meses y postuló para ser practicante en la prestigiosa cocina del ahora odiado "maldito chef Hartmann". Entró junto con dos chicos más, pero a los tres meses estos se fueron diciendo que ya no podían por "falta de tiempo". Todos sabían que no era cierto, que se retiraron pues ya no aguantaban a Adriano y sus exigencias. Pero ella no, ella era una sobreviviente. Es más, el mismísimo en aquel entonces "gran y maravilloso chef Hartmann", la había felicitado por su perseverancia y le dijo que era una de las mejores elecciones que había hecho para su equipo, y por supuesto, no quería ser decepcionado.
Ella se sentía orgullosa y segura, se había acostumbrado a sus métodos y a su exigencia, lo que era mejor aún, no estaba bajo el cargo de alguno de los chefs, sino de él mismo. No faltaba nada para tener su contrato y al fin sería parte de la brigada. Sí, era una cocinera capaz, él lo sabía y por eso trabajaba con ella.
Pero quizá se confió mucho y ese fue su error. O quizá su error fue ir a esa fiesta un día antes. Incluso intentó regresar temprano a casa esa noche, pero igual se sintió cansada al día siguiente. Cansada y distraída a decir verdad, mareada. Ok, con una fuerte resaca. Ese día para su mala suerte tenían un banquete y Adriano estaba más insoportable que nunca.
—Tres cebollas blancas un brunoise* ¡Ya! —le dijo a la chica quien se caracterizaba por su rapidez.
—¡Ahora mismo! —trató de responder enérgica, aunque en realidad se sentía morir. Pero al momento de recoger las cebollas no conseguía recordar cuál era la que le pidió, así que tomó la oscura y las picó—. ¡Listo! Acá tiene —dijo alcanzándole el recipiente.
—Señorita —dijo un poco irritado—, le pedí cebolla blanca, ¿qué es esto? —Oscura. Rayos, ¿en qué estuvo pensando?
—¡Lo siento! Ahora mismo le entrego la blanca.
—Apresúrese. —La chica se sintió nerviosa por primera vez desde que entró. Rápidamente hizo lo propio con la cebolla blanca y se la alcanzó sin decir nada. Adriano empezó a escoger lo que iba a usar de la cebolla por el momento cuando vio algo que no le agradó—. Señorita, ¿qué corte le pedí?
—Emmm...¿Brunoise?
—¿Y en su escuela de cocina cuanto le dijeron que medía el brunoise?
—Pues como que medio centímetro —contestó nerviosa sin saber a qué quería llegar.
—¿Y entonces que significa esto? —Con sus propias manos le mostró un corte irregular, en realidad eso era cualquier cosa menos un corte decente. Cualquier niño de primaria lo hubiera hecho mejor—. ¡Esto no puede ser brunoise! —Pues la verdad que no lo parecía para nada, ese corte era un asco. Ni un principiante haría algo así.
—Vaya... lo siento mucho. De verdad, si quiere lo puedo volverlo a hacer.
—No, claro que no lo volverá a hacer —dijo en voz alta y todos los de la cocina escuchaban con disimulo—. Este tipo de comportamientos y falta de concentración en el trabajo no pueden ser aceptados, por favor retírese que no la quiero ver en mi cocina.
—¿Cómo? —No podía creer lo que le estaba diciendo, pero ese rostro serio la hacía hasta tener miedo.
—¡Que se retire! Espéreme en el almacén que hablaré seriamente con usted.
—Bueno... —dijo y salió ante las miradas compasivas de todos. Estuvo unos cinco minutos esperando en el almacén. Cinco minutos que parecieron eternos, mientras que en la cocina el mismo Adriano se ponía a cortar cebollas y luego dejó a cargo a Kate. Cuando al fin entró, ella no sabía qué iba a suceder.
—Señorita, de verdad que no me esperaba esto de usted —dijo serio—. Creí que era una persona capaz, pero confunde órdenes y luego hace un mal corte. ¡Un corte tan simple como el brunoise! ¿No es lo primero que les enseñan en las escuelas? No podía fallar en eso.
—Lo siento, estaba un poco distraída —sintió que sí se merecía la llamada de atención, pero pensó que todo iba a ser normal.
—No volverá a pasar, lo sé. Porque usted no volverá a poner un pie en mi cocina.
—¿Qué? —No puedo contener su indignación, ¿pero qué rayos acababa de decir?
—Usted y sus distraídas manos no tocarán mi comida. De ahora en adelante empieza a trabajar en el área de stewards. Y si Edgar cree que trabaja bien se queda. —Sin decir nada más se dio la media vuelta dejándola pasmada.
Y desde entonces estaba en ese pequeño rincón separado de la cocina por apenas una puerta de vidrio que dejaba ver como esos chefs y asistentes trabajaban, como gozaban haciendo lo que le gustaba. Ella iba a tener que conformarse con lavar las cacerolas "para empezar".
En la escuela de cocina solían hacer chistes sobre los stewards. Decían que tenían un nombre elegante de cierto modo, pero que al final se resumía en algo como "una lava platos". Incluso después de cada clase de cocina el castigo para el que llegaba tarde era hacerla de steward y lavar todo. Y era uno de ellos. Ella, que se había preparado tanto para ser una chef no era más que una "lava cacerolas".
No podía evitarlo, lo odiaba. Si alguna vez lo admiró, de pronto lo detestaba. Pero no, no le iba a dar el gusto de verla partir, se iba a torturar viéndola cada día y se iba a sentir culpable por haberla echado siendo que ella era tan eficiente en un principio. Pero de momento estaba condenada a ese submundo de esponjas y espuma. De agua y suciedad.
Para variar ese día entró la nueva practicante. La verdad no entendía la falta de compañerismo de todos esos desgraciados de allá afuera, pero si era tan simple decirle a la pobre "Huye antes de que te roben el alma". Ella lo hubiera hecho si aunque sea hubiera pasado un minuto con la nueva, le diría que corra antes que sea demasiado tarde, nadie merecía ser la nueva víctima del maldito Adriano. Aunque quizá no era tan malo, podría ganarse una cómplice para planear alguna venganza macabra en nombre del proletariado en contra de ese maldito capitalista neoliberal amante del libre mercado.
Ah no, pero es que Adriano no sabía con quien se había metido, iba a hacer una maldita rebelión en esa cocina. Un sindicado de trabajadores, y ella como presidenta lista para hundirlo y hacer respetar la dignidad de los asalariados víctimas de ese imperialista. Y quién sabe, puede que la nueva practicante sirva como secretaria del partido.
—Pero es que deberían darme un premio silo por alucinar tantas estupideces —se dijo mientras seguía lavando y rio alto. Bueno, ya tendría su oportunidad de conocer a la chica nueva.
*****************
No había nada mejor que conversar con su profesora más querida después de clases, sobre todo si tenía que contarle tan especial acontecimiento. Después de todo, fue gracias a ella que se animó a postular como practicante de The Oak Room y debía también ser la primera en enterarse. Así que cuando la vio no pudo contener su emoción y la abrazó para luego contarle todo con lujo de detalles.
—¡Qué gran noticia, Priss! En verdad te felicito —le dijo la chef encargada del curso de "Cocina básica". Era el primer curso que se llevaba al entrar en Le Cordon Bleu y ella llevaba enseñando años ahí, por lo que era bien conocida por todos los egresados.
—¿No es genial? Empiezo el miércoles y ya estoy que me muero de la emoción. ¡Será maravilloso!
—¿Tu familia ya lo sabe?
—En realidad no, usted es la primera.
—Me alegra que me hayas hecho ese honor, ahora no tengo mucho que darte —dijo acercándose a la nevera de su aula de Cocina básica y buscando algo para la cena—. A menos que quieras un poco de lasagna que dejaron los chicos hoy, tuvimos clase de pastas.
—Lo que sea está bien, ¡estoy muerta de hambre! Y como sé que lo ha supervisado ha de estar delicioso.
La chef Helda repartió en dos platos lo realizado hace menos de una hora por sus nuevos pupilos y lo puso a calentar en el microondas. Para brindar, sacó un buen vino que tenía guardado para ocasiones especiales. Ya servido, se sentaron y Priscila le narraba la entrevista, como era la cocina y lo feliz que estaba.
—Así que quien te entrevistó fue Kate, ¿y Adriano? ¿No estaba por ahí?
—No, Kate me dio que salió a atender algunos asuntos de negocios, no pude verlo. Supongo que me tendré que aguantar las ganas hasta que empiece a trabajar.
—Adriano se ha vuelto un hombre muy ocupado, es un gran chef como siempre creí que iba a ser —decía con total orgullo, como si de un hijo se tratara—. Siempre lo supe, desde que entró en mi cocina me quedó claro que iba a ser un gran chef, casi como tú.
—¿Qué quiere decir?
—Él ha sido uno de mis mejores alumnos desde que empecé a dar clases de cocina, el siguiente mejor alumno que he tenido eres tú Priss. Ambos se parecen mucho, por eso me alegra tanto que ahora puedan trabajar juntos. Aunque siempre ha sido bastante exigente, hasta en clase con sus compañeros.
—Pues si tiene un restaurante como ese supongo que lo primordial es la exigencia, ¿no?
—Tienes razón, pero tengo un par de consejos para que puedas llevar bien el trabajo en su brigada. Haz todo lo que te pidan, hazlo rápido, hazlo bien, y da más de lo que esperan de ti.
—No se preocupe, eso era justo lo que pensaba hacer.
—Por cierto, cuando lo veas y puedas hablar con él mándale saludos de mi parte. Dile que la chef Helda lo extraña y quisiera volver a ver su hijo pródigo. Antes que se convirtiera en el gran chef que es hoy solía venir a verme después de clases, cada vez que tenía una práctica nueva, o que ganaba algo. ¿Sabías que fui la primera en enterarme que consiguió la licencia para The Oak Room?
—Vaya, le tenía mucha confianza, ¿y qué pasó? ¿Por qué ya no viene?
—Ya lo sabes, se ha vuelto famoso y ocupado. Al principio hacia todo lo que podía por venir, después solo llamaba, pero ya no sé nada de él —dijo con nostalgia—. ¿Le enviarías mis saludos?
—Claro que sí, de eso no se preocupe.
Siguieron conversando por un rato más hasta que Priscila dijo que se le hacía tarde para llegar a casa. Se despidieron y ella prometió volver a contarle qué tal le había ido. Quería a esa maestra tanto como adoraba a su madre, es más, era prácticamente como una segunda madre. Y le encantaba saber que tenía más cosas en común con el chef Hartmann gracias a ella.
Priscila vivía en Ocean Parkway, un barrio en la parte centro norte del distrito de Brooklyn. El camino era algo largo, así que aprovechaba ese tiempo para leer algo. Libros de cocina, novelas o lo que sea que encontrara. Al llegar a la estación más cercana a su casa descubrió la calle más solitaria que nunca. Y oscura, estaba bastante oscura.
Caminó con paso rápido hacia el edificio donde estaba el apartamento que aún compartía con sus padres. Pero fue al doblar la esquina cuando notó a un extraño. Alguien la estaba siguiendo desde hacía buen rato, se había dado cuenta, pero creyó que era su imaginación. No fue así, la persona se estaba acercando cada vez más a ella. Comenzó a caminar más rápido, faltaba poco para llegar a la puerta del edificio y estaría a salvo de quien sea que la perseguía.
Intentó no ponerse nerviosa, pero esa figura que la acechaba estaba cada vez más y más cerca. Sacó las llaves, cuando estuvo a punto de abrir la puerta esa persona llegó y se puso detrás de ella. Se quedó quieta del miedo, no sabía qué hacer y lo primero que se le vino a la mente fue coger fuerte su maletín. En segundos se le ocurrió algo que quizá podría sacarla de apuros.
—Lo siento, señorita, pero va a tener que darme todo lo que tiene.
—¿Todo lo que tengo? ¿Está seguro que quiere eso? —dijo dejando el maletín a un lado pues ya tenía en sus manos algo—. Porque todo lo que tengo es un cuchillo de tramontina* número ocho para chefs y está más afilado que nunca, ¿o prefiere el deshuesador? —Al girar no pudo menos que echarse a reír, al igual que él.
—Ay Priss, ¿en serio crees que vas a intimidar un ladrón con ese cuchillo? —le preguntó su hermano menor entre risas.
—¿Por qué no? Es grande y filoso.
—Pues si yo fuera el ladrón te lo hubiera robado.
—¿Ah si? ¡Pues no tienes idea de cómo sé manejar este cuchillo!
—En fin, vas a tener más cuidado, ¿si? Te seguí desde la estación y mira que pude haber sido un ladrón real. Ahora dime, ¿cómo te fue en esa entrevista?
—Muy bien, ¡me aceptaron! Es increíble, el miércoles empiezo mis prácticas en The Oak Room.
—Me parece muy bien hermanita —dijo y la abrazó—. Al fin vas a hacer algo útil por la vida.
—Oye, ¿qué? ¡La que debería decir eso soy yo!
—Bueno, no me cambies de tema. Entremos de una vez, que de seguro mamá está esperando noticias.
Entraron por un pequeño pasillo hasta llegar a un viejo ascensor. El edificio donde vivía tenía diez pisos y ellos vivían en el piso número siete. No era una zona muy adinerada, pero al menos tenían todo un piso para ellos, comodidad, privacidad para todos y se vivía en tranquilidad. Quizá no eran una familia de dinero, pero tenían todo para llevar una vida normal, sin aprietos y con lo suficiente para darse un gusto de vez en cuando.
—¿Cómo te fue, linda? —le preguntó su madre ni bien llegó.
—¡La aceptaron! Bueno, eso ya lo sabíamos. Si es la mejor cocinera que existe.
—¡Oye! ¡Eso me tocaba decirlo a mí! —reclamó ella.
—Pues no importa quién lo haya dicho, lo que importa es que ya sé lo que quería saber. ¡Felicidades! —dijo abrazándola y dándole un beso en la mejilla—. Espero que te vaya muy bien de ahora en adelante.
—Gracias, mami, ¿y papá?
—Aún no llega de trabajar, debe de estar en camino... —Cuando terminó de decir eso la puerta se abrió dejando pasar a su padre.
—¿Y bien, mi niña? ¿Lo conseguiste?
—Sí, papá. Todo salió como lo esperaba —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
—Pues será motivo... —La puerta aún seguía abierta y salió un momento para recoger una botella de champagne que había dejado afuera— para celebrar por mi hija. En realidad siempre supe que te iban a aceptar, no es nada del otro mundo, siempre hemos confiado en ti.
—¡Gracias, papá! —se acercó a abrazarlo y darle un beso en la mejilla.
—En realidad ya sabíamos que ibas a entrar, así que no sé por qué tanta celebración, son solo prácticas. Digo, ni que fuera un trabajo —dijo su hermano.
—¡Calla, baboso! —dijo y ambos empezaron a reír—. Sé que parece simple, pero es que es el mejor restaurante de New York, de Estados Unidos y se dice del mundo, es demasiado.
—Bueno, ¿y? ¿Qué tiene de dichoso ese chef Hartmann? ¿Todo lo que toca es oro o qué? —seguía su hermano.
—Pues se podría decir que...
—¡No, no! ¿Es sagrado el tipo? ¿Qué se cree? ¿La divina pomada? ¿La última chupada del mango? ¿La ultima botella de Coca Cola del desierto?
—Ya deja de molestar a tu hermana —interrumpió su madre—, y vamos a beber ese champagne que ha traído tu padre para celebrar que todo te va bien.
—Gracias, mami, ¡y tú aprende! —le gritó a su hermano.
—¡Apréndete esta! —dijo sacándole el dedo del medio.
—¡Mamá! ¡Mira como es de antipático!
—¡Caramba! Que parecen dos niños, no cambian —agregó su padre tratando de poner orden.
—Él es quien siempre empieza.
—Calma, chicos. Compórtense —dijo ahora la madre—. Ya están bastante grandes, olvídense de esas cosas, ahora solo hay que celebrar.
—Oye, Priss, ¿y te robaras la comida que sobra del restaurante? Digo, es tu deber como cocinera alimentarme con comida fina.
—Cállate, estúpido.
—Oh, entonces no robarás.
—¡Ya basta!
—Dios, ¿por qué eres tan idiota? —dijo él antes de soltar una carcajada—. Sabes que molestarte es la razón de mi vida y me sigues la cuerda, después no te quejes.
—No sé como sigo viviendo bajo el mismo techo de este despojo de ser humano, en serio.
—Es porque me amas —dijo Edu con una enorme sonrisa. Al final Priss también rio. Si, lo adoraba. Así de estúpido y todo.
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GLOSARIO DE TÉRMINOS
- Brunoise: Es una forma de cortar las verduras en pequeños cuadrados. Puede elaborarse con una enorme variedad de vegetales o verduras como zanahoria, cebolla, ajo, nabo, pimiento etc.
- Tramontina: Marca para electrodomésticos e implementos de cocina, muy usado entre chefs.
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