❀ Once ❀

Un día antes de partir a su brillante viaje prometido, sus pasos lo llevaron a visitarlo por última ocasión. Felix se enteró de que un viejo amor había vuelto a sus andadas, por lo que tuvo que descender con sus anillos dorados a las cloacas de nueva cuenta, incluso si el punto de encuentro fue arrastrado al otro lado de la ciudad después de la persecución. Por primera vez, se sentía dispuesto a apostar: estaba con el oponente, claramente.

Allí yacía el dragón, muy delgado, ojeroso, de piel pálida y amarillenta, con una expresión fracasada de amargura. A decir verdad, era lo que con crueldad esperaba encontrar... haberlo destruido con su ausencia. Pero, de alguna forma, cuando lo halló de frente, no le enorgullecía ni satisfacía. Ni por venganza, ni por celos; tampoco existía un rastro de redención a través del perdón. En cambio, la sensación de tristeza continuaba allí.

Contempló sus flores, la violencia de su oponente contra un cuerpo azulado, entre los gritos y el calor del público; lapidado, humillado, aquel que adoró entre sábanas con olor a almizcle, aquel que idolatró bajo los rosas más puros del alba. Y recordó su primer beso de melón. Su risa, cuando bailaban contando los pasos, cuando le hacía cosquillas y rodaban sobre el colchón a carcajadas, despeinados, ruborizados, de la misma forma en que caía ensangrentado ante su mirada.

Donde creyó victoria, halló una amarga derrota, incluso si la suma en su cartera crecía. Las lágrimas a borbotones horrorizadas. Sólo entonces, desde abajo, Hyunjin lo vio. Y recorrió con las yemas de sus dedos temblorosos una flor amarilla que reposaba con inocencia sobre el pubis. Caléndula 1988.

No hablaron. No se despidieron. Tampoco Felix reclamó el premio, porque salió huyendo a la calle antes de que todo esto pudiese ocurrir. Tan asustado. Entonces sólo descendieron juntos, separados, una vez más, en la enorme luna roja.