5 de febrero
—¡Hola! —dijo tocando la campanita sobre el mostrador— ¿Llegó algún libro nuevo esta semana?
—Hola, no hay nada que no hayas leído —bromeó el chico delante de ella.
—¡Qué gracioso! —habló a punto de reírse. Giró sobre sus talones y fue a la estantería con la etiqueta de romance.
—¡Es verdad! —dijo a la par de que le tocaba el hombro a uno de sus compañeros para que cuidara la caja registradora—. Este mes viniste seis veces y te llevaste cinco.
Ella hizo un movimiento de mano sin girarse. Sabía que estaba detrás de ella, cada vez que venía la seguía mirando libros en busca de alguno que no sea conocido por ella.
—¿Te acordás del libro de tapa azul del que me hablaste el otro día? ¿El que te compraste por internet? —ella volteó a verlo, dándole a entender que tenía su atención—. Va a venir el autor, tiene programada una firma de libros para el jueves a la tarde. El anuncio está en la vidriera.
—Sí, lo vi al entrar.
—¿No estás emocionada por eso? Supuse que te iba a emocionar.
—Sí, me emociona. Pero no voy a poder venir, tengo un parcial importante —habló con la voz apagada mientras tocaba el borde de un libro—. Bueno, si no hay nada nuevo, adiós. —saludó finalmente la chica.
—Adio... Podrías pasarte entre la semana a traerme el libro para que haga la fila por vos.
—¿Y arriesgarme a que me lo robes? No, gracias —rio.
—¿Cuándo le vas a decir? —se acercó su compañero y amigo cuando ella salió por la puerta.
—No tengo nada para decirle.
—Que estás muerta por ella. La palabra disimular no la conoces, ¿no?
—Nada que ver. La trato como cualquier otra persona que viene casi todas las semanas —habló dando media vuelta hacia el mostrador.
—A la doña que viene todos los días a leer la colección de Shakespeare —señaló con la cabeza a la misma— nunca le dirías de hacer fila por ella.
—Lo haría si tan solo leería el que viene.
—Le preguntamos, ¿querés?
El chico de corte militar sabía exactamente cómo hacer que su amigo entrara en su juego. Por suerte para Enzo la señora no lo conocía, y mucho menos le interesó el libro luego de leer la sinopsis.
El sábado Dolores apareció muy temprano en la biblioteca con una amiga.
—¿Podemos usar alguna computadora? Es para hacer un trabajo.
—Está bien. Usen la «tres», por favor —habló la dueña de la biblioteca mirándolas por arriba de sus enormes lentes.
Las chicas se miraron mutuamente y caminaron hasta la computadora que les asignaron.
—Loli, ¿dejas las cosas en la mesita de atrás para que no estemos apretadas? —aconsejó su amiga mientras tocaba el botón del CPU.
Luego de que estuvieron dos horas buscando información en la computadora y en libros, comenzaron a escribir en una página de Word la introducción del trabajo.
Cinco horas más tarde se encontraban cansadas de leer, de hacer anotaciones en sus libretas y de sentir las teclas del teclado debajo de sus yemas.
—¿Querés ir a la cafetería de acá a la vuelta para ir a comer algo? —preguntó Dolores decidida en ir con ella o sin ella.
—Dale, espérame dos minutos que guardo el trabajo —su amiga asintió sentándose a su lado—. Anda guardando las cosas.
—¿Para qué? No pasa nada. Miles de veces yo dejé la mochila y nunca pasó nada —la chica de rulos aceptó, desconfiada, aquellas palabras.
—Nosotras estamos usando la compu número tres. Dejamos las cosas en aquella mesa —comunicó, señalando sus pertenencias.
El chico solo realizó un gesto de asentimiento y siguió acomodando los libros en una repisa.
—No seas paranoica —declaró Dolores a la par que salían del edificio.
A las 15:20 llegó Enzo para el cambio de horario.
Aprovechando que la jefa no se encontraba, le aseguró al chico nuevo que él podía tomar sus últimos diez minutos. El novato, sin pensarlo dos veces, aceptó.
—¿Por qué hiciste eso? —le preguntó Lisandro.
—Hola, ¿no?
—Hola. ¿Por qué hiciste eso? —volvió a preguntar. Enzo río.
—El pobre estaba más perdido que turco en la neblina. Además, ya estaba acá, no me iba a quedar sentado por diez minutos.
—Pero si cada vez que vengas antes lo vas a suplantar, nunca va a aprender nada —Enzo hizo oídos sordos a sus palabras mientras acomodaba los libros faltantes.
—Buenas, ¿alguna computadora está desocupada? —preguntó un hombre.
—Emmm... Use la tres —respondió Enzo al ver qué nadie estaba usándola.
—¡No! Esa no, la están usando unas chicas. Por favor vaya a la que tiene el número cinco —intervino rápidamente su compañero de corte militar.
El señor agradeció y fue a sentarse a leer el diario digital.
—¿Estás seguro? —le preguntó Enzo observando el panorama.
—Sí. Dolores y una amiga. Hace menos de una hora se fueron a comer algo al café de por acá.
—¿Por qué no me dijiste? —cuestionó a la par que salía de atrás del mostrador—. Si llegan, cubrime —no le dio tiempo a contestar que ya se estaba dirigiendo a la mesa de las chicas.
El libro no se encontraba sobre la mesa y era mucho para él revisarle el bolso, por lo que no tenía más remedio que provocar la caída del mismo y rezar para que el libro cayera sobre el suelo encerado —para su suerte el bolso universitario se encontraba abierto al igual que el cierre—.
«Vamos Enzo, no es tan difícil. No te pongas nervioso, no le estás robando a nadie, se lo vas a devolver. A la cuenta de tres empujas la silla, levantas el bolso y te quedas con el libro», pensó a la par que veía el bolso sobre la silla.
—¿Cuál es el plan? —escuchó detrás de él.
—¡Casi me das un paro! —gritó en un intento de susurro.
—No te pasó nada. Dejé a Mel en el mostrador. ¿Con qué necesitas ayuda?
—Necesito que te vayas, pelado —habló de mala gana.
—¿Ese es el libro? —preguntó su amigo señalando el libro.
—Sí. Andate para que me pueda chocar con la si...
No terminó la oración por el shock que le generó ver a Lisandro tomando el libro como si nada.
—Toma —le alcanzó la novela de tapa azul—. Cerra la boca que te va a entrar polvo —dijo tomando su mandíbula para luego hacer el intento de cerrarla.
—Gr... Grac... Gracias.
Hizo un movimiento vago y despreocupado y lo tomó de los hombros para ir juntos al mostrador.
Enzo guardó el libro entre sus pertenencias y siguió con su trabajo.
A los minutos llegaron las chicas con las pilas recargadas para terminar el trabajo.
Una vez que terminaron tomaron sus cosas, caminaron hacia el mostrador para pagar el monto por usar la computadora. Luego cada una se fue a su casa, no sin antes acordar quién imprimiría el trabajo y poner día para juntarse a hacer el Powerpoint.
El lunes a la noche Dolores decidió despejarse un poco leyendo su nueva adquisición, ya que habían terminado todo el trabajo que deberían de entregar el miércoles. Al darse cuenta de que no lo tenía le escribió a su amiga para saber si se lo había llevado por error.
Cuando leyó la respuesta negativa intentó calmarse pensando a dónde lo había llevado, en el único lugar que lo había visto por última vez era en la biblioteca. Sintió un alivio, ya que todos los empleados la conocían, si lo encontraba se lo iban a guardar hasta el día que ella fuera.
Agarró el cuadernillo abierto que tenía sobre el escritorio y empezó a repasar para el parcial que se le venía dentro de cinco días.
El jueves llegó. El autor ya estaba en la ciudad y en pocas horas daría la firma de libros.
Enzo estaba entre las primeras 200 personas en la fila. La noche anterior había cenado a las 20:30 y para las 21:00 ya estaba en la fila. Se había llevado una mochila, en la cual llevaba elementos básicos, según él; su celular, el cargador del celular —aunque no tuviera dónde cargarlo—, sus auriculares inalámbricos, un pequeño bloc de notas junto con una lapicera de pluma por si le daban ganas de dibujar, un táper con sandwiches que se había preparado, dos botellas de agua y lo más esencial, el libro de Doli —como la nombraba él—.
Una hora antes de que dejen pasar a los fans llegaría Lisandro para sostener la mochila.
Enzo ya se estaba desesperando, Lisandro no llegaba y no se podía entrar con nada más que el libro o una agenda para que le firme. Tenía que dejar la mochila afuera con todos los riesgos que implicaba eso
—¡Llegué! La fila es inmensa. Pensé que estabas más atrás. —habló agitado.
—Está bien —habló sacando el libro y su celular de la mochila.
Era su turno de entrar.
Le mostró al de seguridad la entrada para pasar, la cual se la habían dado en el trabajo junto con las demás para repartirlas entre todas las personas que son socias, pero guardó una para él para ir en nombre de Dolores.
Ya estaba adentro. No lo podía creer.
Se fijó la batería de su celular. 84%.
Había sido buena idea cargarlo antes de salir de su casa. Por suerte no necesito entretenerse con él porque un chico que esperaba a su novia en el auto había puesto música. También se quedó hablando con un hombre mayor que estaba haciendo la fila hasta que su hija saliera del colegio.
Lo único que lo podría considerar como malo era la chica delante de él que le tiraba onda por ser un chico lector, intentó sacársela de encima diciendo que era una sorpresa para su novia, pero no funcionó de mucho. Él era el polen, y ella la abeja.
Se sentó y esperó a que todos entrarán para comenzar a grabar la entrevista del español.
Grabó la presentación de su nuevo libro de principio a fin. Sabía que al salir del teatro no se acordaría de nada de la charla y realmente quería que Doli se entere de las preguntas y respuestas por él y no por videos en YouTube o de los medios que se colgarían para tener visitas en sus páginas webs.
Antes de que le diera el libro al autor le pidió a un hombre de seguridad si podía grabar con su celular, total la foto ya la tenía por el fotógrafo que habían contratado; era una foto por persona.
—¡Hola!
—Hola —dijo con algo de torpeza. El autor sonrió.
—¿Tu nombre? —antes de que Enzo pudiera decir algo, el autor rehizo la pregunta— ¿O el nombre para quién va dirigido?
—Yo soy Enzo, pero quisiera que la dedicatoria sea para Dolores —inmediatamente sonrió.
—¿Sabes algo querido? Muy pocas veces he visto a novios o esposos hacer la fila por su amada, eso vale mucho —comentó moviendo reiteradas veces la birome de arriba a abajo.
—No, no somos novios.
—Oh... —expresó haciendo la dedicatoria. Dejó de escribir para buscar alguna expresión en su rostro, al notar algo de tristeza siguió escribiendo. Cuando terminó cerró el libro y puso sus brazos sobre él—. En ese caso espero que se dé cuenta de lo especial que eres. Mucha suerte con la jovencita —finalizó antes de darle el libro.
—Gracias.
Cuando iba a abrir el libro para leer lo que había escrito el español lo frenó «No. Las dedicatorias son personales, si hubieras querido una habrías traído otro o incluso hubieras pedido una para ti, Enzo». Guiñó el ojo izquierdo y sonrió.
Enzo solo se dedicó a asentir de forma compresiva con una media sonrisa.
El viernes por la mañana apareció Dolores a la biblioteca a preguntar por su libro.
Tocó la campanita una, dos, tres, cuatro veces.
En los estantes del fondo salió un grito perdido «¡Va!».
Ella no llegó a oírlo. Y con la desesperación creciendo en su pecho volvió a tocar dos veces más la fastidiosa campanita.
Una señora se acercó a ella muy molesta.
—Nena, estamos en una biblioteca. Deja de hacer ruido que no dejas que me pueda concentrar en la lectura. ¿Si querés hacer ruido por qué no vas a las canchas de fútbol? Existen para gente bochinchera, como vos.
La chica apenada se disculpó con la fan de Shakespeare. Ella la miró con mala gana y volvió a sentarse a retomar «Hamlet».
Dolores esperó dos minutos más, pero al no ver ningún empleado frente a ella empezó a caminar hasta el fondo del establecimiento. Ahí se encontró a Enzo sosteniendo la escalera en la que estaba subido Lisandro, mientras le pasaba los libros que el novato sacaba de las cajas que habían llegado.
Ninguno de los tres se percató de su presencia hasta que carraspeo.
El primero en verla fue Lisandro, que justo estaba tomando el libro que le alcanzaba su amigo. Le hizo un vago saludo con la cabeza e hizo espacio para dejar la enciclopedia que tenía debajo del brazo.
—Hola. ¿Cómo estás? —preguntó Enzo al verla soltando la escalera.
Casi provocó la caída de ella con Lisandro arriba, por suerte para este último —y para Enzo— el empleado nuevo logró sostenerla a tiempo.
—Hola, bien —respondió, apresurada—. Vine para preguntar si por casualidad encontraron un libro que no es d...
—El azul —fue interrumpida por Enzo. Ella sonrió por el presentimiento de que si sabía de qué libro hablaba era porque lo habían encontrado—. Sí, vení que está atrás del mostrador.
Suspiro aliviada, y se dirigió a la entrada.
A su espalda, Enzo le hacía seña a sus compañeros para que se encarguen de guardar los libros que habían llegado.
—Tuyo —dijo el chico al sacarlo de su mochila.
—No sabía que tu mochila era la caja de cosas olvidadas —retrucó.
—Respecto a eso... —rasco su nuca—. Lo tomé el día que viniste con tu amiga, me dio lástima por vos que no podías ir a la firma de libros —habló con la cabeza gacha—. Está firmado por el autor, incluso creo que te escribió algo. Lo siento.
Ella abrió el libro y efectivamente estaba firmado. Sonrió, pero rápidamente la ocultó apretando sus labios.
—Gracias. A la próxima chica avisale antes, le vas a ahorrar un disgusto.
Cuando salió del local, Enzo se permitió liberar todo el aire que llevaba acumulando y susurró para sí mismo «No va a haber una próxima chica. Pero ojalá que vaya un próximo libro».
—¿Todo bien? —curioseó Lisandro a su espalda.
—Sí —aceptó negando la cabeza.
Un ruido que provenía del fondo los hizo reír entre carcajadas.
El nuevo había tirado varios libros de una repisa.
Esa misma noche, antes de acostarse, Doli decidió que era buen momento para leer aquel libro que hacía desde dos semanas que rogaba ser leído desde su humilde estantería.
Al leer las primeras tres palabras recordó la dedicatoria que había conseguido por el bibliotecario.
«Para Dolores y Enzo,
gracias por tener con ustedes un pequeño pedazo de mí.
Espero que les guste el final.
¡Animaos a luchar por lo que quieran!
Con mucho cariño
Antonio Querol»
Al día siguiente, con el sol ocultándose en el horizonte, la chica fue a la biblioteca, Enzo se encontraba de espaldas a ella trapeando el suelo.
—¿Te falta mucho? —preguntó agarrando unas notas que aparentemente no habían servido de mucho porque estaban arrugadas.
—Ya estam... Hola, ¿qué haces acá?
—¿Te molesta si me quedo a ayudarte?
—No, de todas formas ya termino.
—Mañana es domingo, la biblioteca no abre —comenzó a explicar algo tartamuda—. ¿Te gustaría que nos juntemos a tomar algo?
—¿Mañana? —ella asintió con entusiasmo—. Nosotros solos, ¿como en una cita?
—Sí... Una cita de ¿amigos? —su afirmación sonó más como una pregunta.
Esta vez fue él quien asintió.
—Te podría mostrar lo que nos escribió Antonio —mató el silencio yendo a tirar los papeles al tacho.
—¿Nos escribió?
—Así es. Su firma es para nosotros. ¿No sabías? —él negó.
Fue al baño a dejar los productos de limpieza. Escurrió el trapo y tiró el agua sucia del balde.
—¿Viniste caminando? —preguntó buscando las llaves del local—. Te llevo... Si querés.
Dolores dio una respuesta positiva con su sonrisa.
Esa misma sonrisa que tanto le gustaba a Enzo.
Y así fue querido lector como nuestra querida Dolores y nuestro romántico Enzo dejaron de vivir el amor a través de los libros para comenzar a vivirlo por los libros y con ayuda de un autor casamentero empedernido.
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