4 de febrero

—Gran año, ¿no? —preguntó Henry en general, pero en el fondo esperaba que ella no pase de él.

—Sí, chicos, hicieron un gran trabajo —halagó la encargada del campamento—. Los veo el año que viene y recarguen las pilas en estos meses. ¡Ahí me vinieron a buscar! —informó cuando se escuchó una bocina de un auto—. Penélope. Henry, quedaron sorteados para cerrar, no sin antes revisar las instalaciones —le tiró el llavero con todas las llaves y le guiñó un ojo al chico.

—¿Y bien? —habló en un intento de llamar su atención—. ¿Qué vas a hacer ahora que terminó el campamento? —segundo intento desde que quedaron completamente solos.

—El gas está cerrado. Toma —le dio el cuadernillo con todo lo que tenían que comprobar antes de poder irse a sus casas—, anda tachando lo que te digo.

—¿Podes por una vez relajarte un poco? Te conozco desde hace tres años y nunca te vi bajando la guardia.

—Henry —suspiró con cansancio—, estamos a cargo de niños que no saben contar sin equivocarse hasta cincuenta, tenemos que estar alerta todo el tiempo.

—Ahora no hay niños.

—Sí, se nota por el silencio —carraspeó, nerviosa—. Tacha los cubiertos, están limpios y guardados.

—Acá hay un vino, ¿lo abrimos?

—No. ¿Ya tachaste el gas y los cubiertos?

—Ya lo abro.

—Henry, ayuda a controlar lo que hay en la lista. Todavía nos quedan el comedor y todas las cabañas —dijo desconectando la heladera.

—Penny, relaja. No hay chicos gritando o corriendo al rededor y menos que menos hay que separar a dos porque uno hizo trampa en un juego.

—Una copa.

—Una —afirmó, alegre.

—Después las lavas.

—Las lavo yo —aceptó con una sonrisa y festejó para sus adentros.

Tomó dos copas del estante de madera y un sacacorchos del cajón. Una vez que sirvió el líquido en las copas, le ofreció una a su compañera y se quedó con la otra.

—¿Por qué brindamos? —detuvo a la chica que se encontraba a punto de beber el vino tinto.

—Por un año con felic...

—Por un año en el que podamos conocernos mejor.

—Por un año en el que podamos conocernos mejor —repitió después de él.

Las copas chocaron entre ellas.

Chin. Chin.

Henry sonrió más grande de lo que recordaba haberlo hecho, pero Penny no se percató de esto porque él la ocultó con la copa entre sus labios.

—Una copa cada uno, ya está. Ahora a seguir con la lista que nos dejaron y nos vamos.

—¿Por qué tanto apuro? —quiso saber ante la actitud de ella.

—Me están esperando, además este tiempo extra no aparece en mi sueldo.

—Reservación para una cena. Romántica —sospechó con voz agria.

—¿Qué? —preguntó, aunque lo había escuchado bien. Rio— No. Nada que ver. Cena familiar, pero si no estoy antes de que empiecen a cocinar tengo que cocinarme después o pedir delivery, y siendo realista en mi pueblo no hay tantas casas de comidas que lleven a domicilio y todavía es más difícil que sea vegetariana.

—Es más fácil —habló cuando la chica terminó—. Digo, comes la primera plantita que haya en la calle y listo; comida resuelta.

—No comprendes nada.

—Sí, mientras los demás se tienen que cocinar, puedes comer media planta de lechuga lavada y te vas a dormir.

—Es más que eso. Antes de opinar, infórmate —él la vio perplejo, por lo que ella se dio cuenta de que no estaba ni el mínimo de enterado de lo que creía y lo más triste fue que tampoco se sorprendió porque era algo que no tenía visibilidad. Tomó el respaldo de una silla, la atrajo hacia ella y se sentó—. ¿Por qué ser sensible con los animales domésticos pero no con los silvestres? —comenzó su explicación.

Esa conversación llevó más de una hora y media. Pero lo cierto fue que Henry no colaboraba para que concluyera; contradecía todo lo que decía para pasar tiempo con ella, aunque no podemos decir que todo fue estrategia; había cosas que no entendía o que no compartía.

—Para conocernos mejor deberíamos buscar otro tema para conversar —finalizó Penélope.

—Tampoco estoy de acuerdo con esto. Me parece bien que hablemos de temas que opinamos diferente, y no por eso tendríamos que terminar en una pelea —pensó en voz alta.

Ella sonrió comprensible.

—Supongo que es verdad.

—¡Por fin me dejas ganar una! —bromeó moviendo su dedo índice delante de ella.

—No te acostumbres —respondió de la misma forma.

—Tarde. No puedo esperar a que me des la razón por segunda vez —Penélope río alto. Él sonrió con los labios unidos al verla.

Entretenidos en las conversaciones que se presentaban y las risas, la copita terminó siendo la botella entera.

—¿Te digo algo gracioso? —preguntó, retóricamente— Desde que te vi tuve... —comenzó a reírse por el alcohol— Un enamoramiento.

La expresión en el rostro de Henry había cambiado. De tener una sonrisa alargada, los ojos finitos por la sonrisa al verla y los cachetes levemente sonrojados por la dilatación de los vasos sanguíneos, provocado por el acetaldehído, pasó a buscar con la mirada las gotas de vino en su copa con tristeza.

—¿Qué? ¿Por qué me miras así? —preguntó ella apagando su risa.

—Por nada. Lo mejor es que guarde la botella y sigamos con la lista —habló, tomando la botella vacía.

—Hen... Henry, ¿te enojaste por lo que te dije? Hagamos como que... no te dije nada, ¿sí? —observó cómo se alejaba.

—No estoy molesto. Solo que el alcohol te hace decir mentiras —habló, serio, guardando la botella en la repisa, dándole la espalda.

—¿Me vas a decir a mí lo que siento o no? ¿Vas a ser capaz de querer cambiar mis deseos de que empiece enero para verte? ¡¿Te gusta creer que no renuncié para sonarle la nariz a los campistas y no para verte por dos absurdos meses al año?! Yo sé que no sentís lo mismo por mí... pero no seas cruel... Intenté esconder lo que sentía, pero por lo visto lo hice muy mal porque me descubriste —habló con el corazón y entre lágrimas.

—Penn... Penélope, acuéstate un rato en el sillón que hay en la recepción, yo voy a las cabañas de los chicos para ver que todo esté en orden.

—¿No dirás nada? —preguntó cuando se acercó a su tórax.

Él le llevaba una cabeza y media de ventaja, por lo que tenía que agachar la cabeza para verla; por su parte, Penélope estiraba su fino cuello para arriba a la espera de una respuesta. Los ojos verdes de Henry y los avellanas de ella se encontraron, se quedaron dos minutos sin decir nada simultáneamente, mientras que sus pupilas jugaban a la mancha cuando las de él buscaba otro punto fijo al que ver, o viceversa.

—¿Hablarás o estaremos más tiempo así? —lloriqueo.

—Hablemos cuando los dos estemos 100% conscientes. Recuéstate un rato —le acarició suavemente su pelo e instantáneamente se arrepintió.

Agarró su campera gris pizarra y salió de la cocina para comprobar que las cabañas de los campistas estuvieran en orden.

Penélope se acostó en el sillón como le había recomendado Henry. En primer lugar, lo hizo porque sentía que al tomar su consejo estaba un poco más cerca de él, y en segundo para calmar el dolor de cabeza.

Henry fue a la recepción en busca de su compañera una vez que revisó cada cabaña; ella se encontraba plácidamente durmiendo en el viejo sillón de la entrada. Decidió dejarla dormir, no sin antes taparla con su campera.

Fue a la cocina a preparar algo para que puedan comer, ya eran las diez de la noche, a esa hora ya no pasaba ningún autobús para que puedan llegar a la terminal y de ahí ir a sus respectivas casas.

Abrió el libro ancho que usaban las cocineras para innovar algún postre y así poder calmar a las fieras y buscó alguna receta que no llevara absolutamente nada de carne. Entre las que encontró descartó las que tenían algún producto de origen animal porque Penny le había contado que su siguiente meta era llegar a ser vegana.

Después de leer cada receta y ver la escasez de productos que tenía para cocinar, se decidió por «Espaguetis de calabacín caseros».

Fue a la huerta y cosechó tres calabacines. Los demás vegetales serían cosechados en cinco días por los hijos de la dueña del campamento, como todos los años.

Iba a hacer el típico tuco de tomate que sabía hacer desde que tenía memoria porque la había visto a su madre toda la vida, pero no había ni un solo tomate, la salsa blanca que solía preparar su abuela para las fiestas la descartó en cuanto se acordó que llevaba leche; si bien la chica era vegetariana quería impresionarla con una comida 100% fuera de ingredientes de origen animal.

En el libro de recetas no había ninguna salsa vegana, por lo que empezó a ver cada ingrediente de la cocina para que su imaginación e improvisación los salven de esta.

Después de varios minutos —que para él fueron eternos— tomó una cebolla, dos dientes de ajo, un limón, un caldo vegetal, algunos anacardos, levadura nutricional, pimienta negra y sal.

Dejó los anacardos en remojo y se puso manos a la obra para cortar los calabacines.

Si pensar en una salsa le había parecido difícil era porque no había cortado los calabacines.

Aunque siguió al pie de la letra las instrucciones se le dificultó la tarea de cortarlos a lo largo para que parezcan espaguetis. Luego los salteó con aceite a fuego fuerte por un minuto. Los dejó a un costado y rápidamente se puso a preparar la salsa.

Comenzó a cortar la cebolla y los dientes de ajo, los salteó por algunos minutos en una sartén con un poco de aceite, hasta que quedaron marroncitos.

En la batidora añadió la cebolla y los ajos salteados junto con caldo vegetal, los anacardos —previamente colados después de estar remojados por casi tres horas—, la levadura nutricional, jugo de limón, la pimienta negra y la sal para triturarlos hasta que le quedó una textura de una crema ligera. ¡Ya era hora de servir!

Decoró los platos con un poco de albahaca y los llevó a la mesa donde comían junto con sus compañeros de trabajo. Dejó cubiertos y vasos para los dos y fue a la recepción a buscar a Penélope.

—Penny... Penny —habló suave y bajito a la par que sacudía con cuidado su brazo—. Penélope, cociné. Vamos a comer. ¡Penny!

—Ummm... Deja dormir —respondió a sus llamados y se dio media vuelta.

—La comida ya está lista. Dale que se enfría.

—No quiero comer.

—¿Alguna vez comiste espaguetis de calabacín? —preguntó con entusiasmo.

—¿Espaguetis? —preguntó la chica. Él afirmó con un ruido de boca cerrada—. Sí, una o dos veces.

—¿Te vas a perder de la posibilidad de comer los mejores por dormir?

—¿Cocinaste? —dudó dándose vuelta de nuevo.

—Sí. Apura porque como tu plato y el mío.

Penélope se sentó en el sillón, refregó sus manos sobre sus ojos y se paró frente al chico.

—¿Dije algo estúpido? Tengo el recuerdo de haber llor... Pero no estoy segura —quiso saber cuándo la corriente de aire chocó contra su piel.

—No te preocupes —le restó importancia.

—Entonces sí dije algo estúpido —confirmó, riendo.

Llegaron a la cocina y cuando Penélope se iba a sentar, él le acercó la silla. Ella, al escuchar el ruido de la silla siendo arrastrada, giró la cabeza sobre su hombro y sonrió cuando vio a Henry tomando el respaldar con una amplia sonrisa de oreja a oreja, y al mismo tiempo que se estaba sentando le agradeció «Gracias, Hen. Siempre tan atento».

—¿La salsa de qué es? Es muy rica —habló cuando limpió sus labios con la servilleta.

—Secreto de la casa —guiñó un ojo—. Pero si te gusta puedo ir a tu casa una vez al mes a cocinarla. Mira que no le he hecho esta propuesta a nadie —bromeó.

—Creo que no me basta una vez al mes. Te propondría matrimonio ya mismo para comer todos los días —le siguió el juego, pero al instante se arrepintió.

—¿La salsa? —ella lo miró sin comprender— Comer todos los días, ¿salsa? —intentó ponerla nerviosa.

Y bien que lo logró.

Inmediatamente, la chica se atragantó con la comida. Tocio, palmeaba su pecho y tomaba agua apresurada.

—¿Estás bien? —comenzó a preocuparse Henry— ¿Más agua? —habló con la botella en mano para servirle.

Ella negó —como pudo— con rapidez.

—Sí —tosió—, estoy bien. Creo que esa parte tenía demasiada pimienta —mintió.

—Puede ser —afirmó sin creer la excusa.

Siguieron comiendo en silencio, pero sus ojos hablaban por ellos. Cuando Henry estaba concentrado en su plato, Penny no podía apartar su mirada de él. Sus pupilas se dilataban y brillaban a tan grado que parecían lunas llenas sobre el mar; Y cuando sentía que Henry iba a subir la cabeza, apartaba la vista al plato. Henry tampoco se quedaba atrás, él observaba cada minúsculo movimiento de Penélope sonriendo sin el mínimo de intención. Nunca había viajado al espacio, pero estaba más que seguro que los astronautas al ver los planetas, estrellas, nubes de polvo, galaxias y todo material que haya ahí sentían lo mismo que él al ver a Penélope. A diferencia de la chica, él no intentaba disimular cuando ella miraba al frente.

—Es muy tarde, lo mejor va a ser dormir acá y por la mañana viajar —comentó Henry cuando secaba los platos que la chica había lavado.

Ella aceptó sin decir palabras.

—¿Estás bien?

—Sí, ¿por qué preguntas?

—Te noto algo distante.

—No. Nada que ver.

—No mientas. No a mí —casi suplicó—. Por favor.

—Yo no miento, Henry —se sentía hipócrita—. Voy a dormir en mi cabaña, te aviso por cualquier cosa que pase —intentó finalizar la conversación.

Se secó las manos con el trapo rojo y se dispuso a girarse, pero Henry se lo impidió envolviendo su muñeca con sus dedos, haciéndola girar y atrayéndola hacia él.

Se encontraban muy cerca uno del otro. La respiración de Henry hacía que el flequillo de Penny se moviera.

—¿Qué te pasa? —susurró.

—Nada —respondió cortante.

Nada no es una justificación.

—Estoy cansada y quiero dormir. Ya te respondí, ¿Contento?

Él atrapó una lágrima que se escapaba entre las pestañas de la chica.

—Penny, te quiero ayudar. Uno no llora por cansancio a menos que tengas menos de un año y no sepas dormir por tu cuenta.

—¡¿Qué tan borracho estabas?!

—Muy poco —deslizó la mano que sostenía con cuidado la muñeca de la chica.

—Entonces recuerdas lo que pasó —concluyó—. Yo también me acuerdo. Hace rato en la mesa, me hiciste poner nerviosa sabiendo que me afectas de esa forma. Henry, yo sé que no te gusto, pero no hagas ese tipo de bromas para verme inc...

No la dejó seguir porque juntó sus labios en un tierno beso.

—¡Qué...! ¿Qué fue eso?

—Vos también me gustas. Lo debiste suponer desde que me acerqué a vos por primera vez con una pregunta estúpida... O al menos con la cena de hoy. Odio con mi vida el calabacín.

Ella largó una fuerte carcajada.

—¿De verdad? —en sus ojos se reflejaba la ilusión.

—De verdad, odio el calabacín con mi vida... Y te quiero con mi vida.

Ella lo empujó suavemente del pecho, lo cual provocó una sonrisa de parte del chico.

—Chau, me voy a dormir —le dio un beso en la mejilla y encaminó a la puerta.

—¡Ey! ¿Qué fue ese beso?

—Un beso de compañeros de trabajo. Eso es lo que somos.

—¿Te gustaría ser mi novia? Vamos al ritmo que quieras.

—¿De verdad me lo preguntas? —él sonrió genuinamente y movió su cabeza de arriba a abajo.

—Sí, Henry. Quiero ser tu novia —aceptó abrazándolo del cuello.

Cuando se apartaron, él fue el que tomó la palabra.

—Vivimos relativamente cerca, podría pedir un traslado en el instituto de gastronomía, creo que tiene Sede en tu pue...

—¡No! No y no. No quiero que cambies tus planes por mí. Además, también está tu familia.

—Mi familia lo va a entender.

—No falta mucho para que te recibas. Por el momento podemos vernos los fines de semana y en el receso.

—Y el próximo año acá.

—También.

—¿Todavía seguís con la idea de dormir en tu cabaña?

—Henry...

—¿Puedo ir con vos?

—¡Henry!

—¿Qué? —rio—. Puedo dormir en otra cama, cerca de la tuya, pero en otra.

—A la primera que te desubiques dormís en otra cabaña.

Él volvió a unir sus labios en un sonoro beso. Cuando se separaron susurró tan cerca de ella que su aire chocó en la cara de la chica, «te prometo que eso no va a pasar».

—¿Qué haces? —preguntó la chica tratando de visualizar al chico en medio de la oscuridad.

—Corro la cama para juntarla con la tuya —explicó en un tono inocente.

—Deja, te hago un lugar —habló apoyándose contra la pared.

—No. Te prome...

—No me molesta —admitió con una sonrisa—. Eso sí, a la primera que te hagas el tonto dormís en otra —advirtió cuando sintió que se había sentado a su lado.

Henry nunca lo admitiría, pero esa noche apenas cerró los ojos porque tuvo el mayor de los cuidados —en exceso— para respetar el espacio de Penélope.

Algo que tampoco diría en voz alta es que se levantó con sumo cuidado para no despertarla cuando los rayos de sol comenzaron a salir y se fue a hacer el desayuno para poder llevárselo a la cama a su amada.

Por obvias razones ya no quedaban tantos sustentos para hacer el mejor desayuno, pero se las ingenio con pan integral, palta, huevos revueltos. También cortó frutillas y bananas en cubitos o rodajas. Las naranjas las exprimió para los jugos.

Agarró una bandeja y dejó los tres platos, dos tenedores para la fruta y los vasos con jugo y se encaminó a la cabaña. Con un poco de equilibrio logró abrir la puerta para entrar.

—Hoy no pude hacerlo vegano —habló decepcionado y frustrado viendo el pan y el huevo sobre la palta—. Sé que no comes carne, pero me dijiste que querías empezar a comer ma...

—¡Ey! Henry, no. Está bien así... Me gusta —dejó la bandeja que estaba sobre sus piernas a un lado y se estiró para abrazarlo—. Así está perfecto. Gracias —susurró en su oído, y dio un dulce beso en el arco de Cupido.

—¿Segura?

—Más que segura —dijo llevándose el pan a la boca para darle una buena mordida.

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