27 de febrero
-¿Una feria? -se escuchó del otro lado del teléfono-. ¿No te parece algo...? Mmm... No sé; ¿cursi?
-Si a ella le gusta, ¿por qué no? -aquella respuesta salió con aire de diversión.
-Te convertiste en lo que juraste convertir -rio su amigo, Enzo-. Un romántico que cambia sus gustos por una chica.
-Seguramente tuvo miles de propuestas para el catorce del año pasado u otra fecha. La mía tiene que destacar entre las demás.
-¿Cuál sería el cronograma?
-Ganar un peluche para ella en uno de los primeros puestos -dijo viendo el mapa de la feria-. Ir a la montaña rusa más alta, esa es buena, si se asusta me toma de la mano... O eso se ve en las películas que mira mi hermana.
-¿Me explicas cómo vas a animarte a subirte a una montaña rusa teniendo vértigo?
-Lo veré en el momento. No debe ser tan difícil, niños de quinto de primaria lo hacen.
-Niños de quinto que no le tienen miedo a las alturas -suspiró con pesadez-. Seguí.
-No tengo muy decidido que atracción visitar después. Iríamos a la que ella quiera, luego haríamos una pausa para comer algo y por último ir al túnel del amor. Ahí le preguntaría si quiere ser mi novia.
-Yo se lo preguntaría a lo último del recorrido.
-¿Por qué? Yo quería hacerlo al principio, llegando a los tres o cuatro minutos.
-Por si te dice que no. ¿Te imaginas la incomodidad de ambos?
-Pero... Si ella llega a darme el «Sí» no tendríamos tiempo de que sea algo romántico.
-Me parece a mí. Pensalo.
La llamada finalizó.
Faltaban ocho días para el catorce de febrero llegara a alegrar parejas, para que guerreros y guerras muestren su valentía y habilidades, o para que se amargara la persona que estaba soltera y no entendía que el amor puede venir de mil y una formas.
Donato era el segundo caso. A la mañana siguiente invitaría a Celeste, la chica que le llamaba la atención desde hacía unos meses.
La había conocido en Mendoza cuando fue a visitar a uno de sus amigos, la semana siguiente se cumpliría un año de esa secuencia.
A los meses cuando las clases habían comenzado se reencontraron en la facultad, en el salón de clases, casualmente compartían algunas clases. Lo cierto era que él había averiguado a través de Lucía el horario de ella para cambiarse de comisión, el trámite fue sencillo, solo le tuvo que decir a los profesores que se le complicaba con el horario del trabajo, sin mucho más ellos creyeron en esa mentira.
Los nervios lo estaban comiendo a cada segundo. Ellos llevaban saliendo tres meses, no eran novios, pero tampoco se veían como amigos... Podríamos decir que eran amigovios, pero eso no quitaba los cosquilleos horribles en el medio de su estómago ni la aceleración de su corazón de solo pensar como le pediría que vaya con él a la feria y mejor no me detengo en los síntomas de imaginar la propuesta que le haría en el túnel.
Al día siguiente, cuando terminaron de cursar la materia que compartían, la llevó a una esquina del campus para tener un poco de privacidad.
-Celes... Yo... Estaba pensando que, si vos querés, podíamos hacer algo juntos para San Valentín -dijo cerrando con fuerza esperando una respuesta de la chica.
-¿De verdad?
-¿Sí? -aunque intentó hablar con seguridad, no lo logró.
-¿Nosotros solos?
-Si querés -su mirada bajó hacia una piedrita mientras hundía los hombros.
«¿Tanto le va a acostar entender mis palabras?», se preguntó el chico pateando la piedrita no muy lejos de él. Aunque esa pregunta rondaba en su cabeza, en el fondo sabía que lo hacía para que se ponga nervioso, ¡y bien que lo lograba! Cosa que nunca iba a aceptar en voz alta.
-Sí. Quiero. El catorce, ¿no cierto? -preguntó con una sonrisa.
-Era la idea. Va a haber una feria, podríamos ir a la tarde.
-¿Pasas por mí?
-Como siempre -se rascó la nuca, nervioso e intentó sonreír.
-Entonces... ¿Es una cita?
Los amigos de Donato gritaron su nombre para que vaya con ellos cuando llegó la hora de la siguiente materia, lo estaban esperando. Él se despidió rápido de la chica con un «Nos vemos», dejando un beso en su mejilla y salió corriendo como si su vida dependiera de eso, tan así que en el intento de escapar de esa pregunta casi tropieza.
Cuando Donato se perdió del panorama de Celeste, esta se dispuso a contarle a sus amigas por mensajes de la invitación que le había hecho, ante los ojos de ella no podría haber sido mejor.
Según quién cuente esta historia, los días pasaron muy diferentes. Probablemente, si Donato fuera el narrador diría que aquellos ocho días fueron fugaces y, por lo tanto, no tuvo tiempo de planificar la salida como le hubiera gustado, en cambio, si la narradora fuera Celeste fueron eternos, tan lentos pasaron que tenía pensado las conversaciones, los juegos a los que irían y por supuesto lo que usaría. No veía la hora de que llegara el gran día.
Lo cierto es que cada día duró veinticuatro horas y tuvieron que esperar un poco más de 192 horas desde aquella invitación hasta que Donato tocó su puerta con una rosa que había cortado en el camino.
-¡Estás muy hermosa! -fue lo primero que salió de su boca antes de poder intentar decir «Hola».
-¿Sí?
-Sí. Tan así que la rosa sintió tantos celos que murió -en un movimiento la rosa quedó cáliz abajo. Ella rio ante el mal chiste de Donato.
-¿Es para mí? -él asintió y la apoyó con sumo cuidado entre ambos mechones del frente, los cuales estaban trenzados y unidos en la parte de atrás con una colita de pelo elástica y trasparente. La rosa tapaba la unión de estos, dejando solo a la vista las ondas que la chica se había hecho al final del enlazamiento de los mechones con el rizador.
Hizo tres pasos para atrás y contempló a la chica de pies a cabezas y de cabeza a pies. Le quedaba muy linda la combinación del top verde de tirantes con la Minifalda cargo beige.
Por supuesto que se fijó en la fina cadena dorada doble con dijes de serpientes que llevaba en la cintura, incluso más de lo que le gustaría aceptar, tan así que apenas notó que llevaba una gargantilla en su cuello del mismo material pero mucho más gruesa.
Sin duda alguna el rojo intenso de la rosa, en parte, le levantaba el outfit, aunque sea de espalda.
Luego de que entraron a la feria fueron a uno de los primeros puestos y tal como Donato había planeado, le pagó cinco tiros al señor para embocar los aros en cada una de las botellas que había.
«Cinco tiros, tres botellas; pan comido», pensó.
Al primer tiro le erró.
El segundo acertó.
El tercero también.
El cuarto y el quinto fuero su segundo y tercer error.
Volvió a pagar por cinco tiros.
Los primeros tres un completo fracaso.
El cuarto se tambaleó sobre el borde de la botella, pero terminó en el suelo.
-¿Me dejas intentar? -preguntó, Celeste, con una sonrisa.
-Sí... Está difícil, si no podés no te sientas mal, compr...
Se tragó sus palabras.
Celeste había logrado lo que él estaba intentando desde hacía seis tiros.
El hombre, sorprendido ante la habilidad de la chica, tomó el peluche que ella le señaló, un pingüino.
La decepción era presente en el rostro de Donato.
-¡Gracias! -Celeste se acercó a él y le dio un beso en la mejilla-. Es hermoso, ¿no? Dormirá conmigo cada noche.
-Lo conseguiste vos -habló, molesto consigo mismo, pateando una piedra en el camino.
-Los otros dos los hiciste vos. Lo mío fue suerte de principiante. -sonrió y cuando él levantó la mirada hacia ella recibió un suave empujón para que riera-. Digamos que fue un setenta y cinco y veinticinco por ciento.
-Está bien -aceptó.
-¿Cuál hubieras elegido?
-¿Yo? -Celeste asintió con entusiasmo. La pregunta lo había tomado de sorpresa-. Tal vez la alpaca con la corona de laureles.
-¿La chiquita?
-Sí, esa misma, ¿por qué?
-Curiosidad -dijo, ocultando una sonrisa-. ¿Sabías que los pingüinos eligen a su pareja para toda la vida? ¿Y qué el macho le da a la hembra la piedra más perfecta que encontró, y si esta la acepta, significa que acepta ser su pareja?
-Había escuchado que tenían una sola pareja, como los cisnes, pero el resto no tenía ni idea.
Siguieron caminando un poco más en silencio. Un par de veces Donato quiso tomar la mano de la chica, pero ella se lo hacía un poco difícil porque caminaba moviendo los brazos para delante y para atrás con brusquedad.
-¡Una montaña rusa! -dijo, Celeste, señalando la más alta del lugar- ¿Vamos?
Sin pensarlo dos veces, él aceptó.
Gran error.
-¿Estás segura de subir? -preguntó cuando quedaban pocas personas delante de ellos.
-Sí, me encantan. Desde niña me gustan las alturas, con mis primos más grandes subía a los árboles, podía pasar horas ahí arriba, viendo como todo era más chiquito que de costumb... ¿Estás bien? Te noto algo pálido -preguntó al ver la cara del chico.
-Perfecto. ¿Por qué no lo estaría?
-Si querés vamos a otra atrac...
-¡No! ¿Y perdernos la oportunidad de subir? Ya casi subimos.
Y aunque en sus palabras no se notó ni una pequeña pizca de nerviosismo, por dentro esperaba a que los encargados del juego digan que quedaba suspendida, al menos por un par de horas.
Una vez que se sentaron en donde el empleado les había indicado, esperaron a que se aseguran de que cada persona y pertenencia esté correctamente abrochada con el cinturón.
Luego de esa revisión, la palanca movieron.
Los primeros segundos fueron los favoritos de Donato, en estos la velocidad era baja e iban recto. Cuando comenzaron a subir el vértigo se apoderó de su cuerpo, por suerte no era tan rápido como había pensado, de todas formas la vibración debajo de sus pies lo ponía nervioso.
-Preparate -dijo entre risas Celeste cuando llegaron a la cima.
Se detuvieron.
«Lo que faltaba, se rompió estando en el pico», no terminó su pensamiento que comenzaron a bajar a la velocidad de la luz.
Celeste gritó por la adrenalina, él... Él también; podría decirse.
La única vez que se sintió tan cerca de la muerte sin contar cuando se encontraban colgando de cabeza fue cuando dieron el giro de 360°.
Lo único que quería hacer era volver al tiempo atrás para ir a otra atracción.
Sus manos permanecieron aferradas al cinturón de metal que tenía frente a su pecho, a la altura de sus bíceps.
Cuando se detuvieron en el lugar de inicio escuchaba la voz de Celeste muy lejana. Él solo miraba al frente, estaba en un trance.
Celeste lo miró con curiosidad cuando él se quedó sentado sin hacer algún amague de bajar.
-¿Estás bien?
No recibió respuesta.
-¿Necesitas ayuda para desabrocharte? Es para arriba.
Ella se puso delante de él y volvió a hablarle. En ese momento Donato volvió a la realidad, no la había escuchado, pero sabía que lo había hecho por como los labios de Celeste se movían.
-Hay que bajar.
Y sin decir palabra alguna subió el metal que tenía en el pecho.
Bajaron las escaleras sin hablar.
Celeste leyó su pensamiento y lo guió hasta un banco vacío.
-Si no te gustan las alturas solo tenías que decirlo -habló muy seria.
-Ya tenía pensado subirnos... desde antes que lo comentaras.
-¿Por qué?
-Es una tontería -miró sus pies, apenado.
-Hay más atracciones que no implican en abandonar el piso -echó una mirada a su alrededor- ¡Mira! ¡Una cabina de fotos! Si no te asusta el flash podemos ir -bromeó, sonriente, a la par que se levantaba del asiento.
-¡Ey! Eso es jugar sucio-se quejó el chico y amagó al darle un pequeño empujón de forma de juego.
Ella lo tomó del brazo y lo llevó arrastrando hasta el fotomatón, el cual, para sorpresa de Celeste, estaba vacío.
-Nos tomaremos dos. Una para que cada uno conserve -dijo Celeste, volteando a ver al chico que cruzaba la cortina roja.
Él no dijo nada, pero por su cara se entendía que estaba más que satisfecho con el comentario de la chica.
«Un recuerdo para cada uno», pensó feliz mientras ella apretaba el botón para completar la primera plantillita de fotos.
En el lapso de segundos entre una foto y otra, Celeste besó al chico que se encontraba sentado a su lado. Y con un poco de ayuda del destino, uno de esos segundos fue capturado por el fotomatón.
Cuando se escuchó el famoso «Clic» de la máquina, cambiaron de posición para la siguiente foto.
Lo cierto es que Celeste posó para la siguiente, Donato seguía un poco aturdido ante la acción de la joven, la cual no se la esperaba en absoluto.
Cuando la máquina terminó de paralizar ese momento, Celeste salió entusiasmada a recoger ambas fotos. Detrás de ella la seguía Donato con una boba sonrisa dibujada en su rostro.
-¡Mira! Salieron hermosas. ¿Cuál querés?
Su respuesta se resumió en hundir los hombros, aunque por dentro gritaba «La del beso».
«Por favor. Por favor. Por favor. Dejame la del beso», repetía una y otra vez para sus adentros.
-Mmm... Tal vez te dejo esta a vos. No me gustó como salí en esta -dijo señalando la segunda foto.
-Está bien -aceptó intentando ocultar una sonrisa al ver que en esa se encontraba la foto del beso-. Podríamos ir a comer algo si querés -ofreció a la par que guardaba la foto en la billetera.
-Dale. Primero voy al baño.
-Te espero al lado de los autos chocadores. Al frente hay varios puestos de comida, podemos comer ahí y después subirnos a los autitos.
Ella asintió antes de girar sobre sí misma para dirigirse en sentido a la entrada de la feria.
Pasado varios minutos la chica llegó al lugar donde la esperaba Donato.
Tomados de la menos fueron a un puesto que vendían manzanas caramelizadas y tal como habían acordado jugaron unas vueltas en los autitos chocadores. Todo bien perfecto.
La hora de ir al túnel de enamorados se aproximaba.
-Celes, pensaba que podemos ir al túnel de los enamorados, ¿te gustaría ir?
-¿Ahora?
-Sí... O podemos ir a otro juego y después al túnel.
-Vamos ahora. En un rato anochece y tengo que volver a casa porque van familiares a comer.
Tomó la mano derecha del chico y dejó que él la guiara hasta la fila que había para subir a los barcos en forma de corazón.
Una vez que empezó el viaje en el barquito siendo llevado por la corriente de agua, ambos permanecieron callados.
Donato contaba los segundos hasta que le parezca prudente -pudiera- hablar.
Celeste miraba con atención cada rincón del túnel sosteniendo con fuerza el pingüino que Donato había conseguido para ella, en la otra mano llevaba la cartera, la cual cuidaba con su vida. Todavía no era el momento.
-Linda construcción -intentó sacar conversación el chico.
Ella asintió sin emitir palabra alguna.
«Mejor intento con otra cosa», pensó al ver que su plan falló.
-Celes, hace tiempo que estamos saliendo, y... Y yo me preguntaba... Me pareciste muy linda desde el año pasado, cuando te vi en Mendoza con tus amigas. Después de esa noche no creí que podíamos llegar a reencontrarnos, tenía esperanzas, pero lo veía muy poco probable -comenzó a explicar con torpeza-. Te quería preguntar si querés que sea tu novio -dijo sacando de un bolsillo de su jeans un anillo de alambre con una perlita verde en el centro que él mismo había hecho, envuelto en un pañuelo.
-Doni...
-Si me apresur...
-Está bien así. Claro que quiero que seas mi novio. Ser tu novia -lo abrazó-. ¡Gracias! -susurró durante el abrazo.
Cuando se despegaron, él colocó el anillo en el delgado y largo dedo índice de la chica.
-Es muy hermoso. Me encanta.
-¿Sí? Lo hice con un poco de ayuda. Internet fue de gran ayuda, siendo sincero -rio.
-Yo también tengo algo para vos. ¡Cerrá los ojos y sin trampas!
Donato obedeció sin objeción mientras sostenía al pingüino para que no se cayera al agua, mientras que Celeste buscaba el regalo para él.
Le sacó el pingüino dejando espacio para el otro peluche.
-Podés abrirlos -dijo, nerviosa.
Donato una vez más obedeció las palabras de la chica y lo primero que vio fue a una Celeste con las uñas en la boca. Era la primera vez que la veía nerviosa.
Sus ojos bajaron a dónde ella miraba, a sus piernas.
-Lo gané par vos. Me pareció buena idea que cada uno tenga un peluche ganado por el otro. Vos ganaste el pingüino para mí y yo la alpaca para vos.
-Por eso me preguntaste... -recordó para sí mismo mirando el regalo.
Le dio las gracias pasando su brazo por los hombros de ella para acercarla. Ella recostó la cabeza entre el hombro y el cuello de él mientras disfrutaba las caricias que dejaba sobre su piel desnuda.
Queridos lectores, si ese catorce de febrero al bajar el sol se cruzaron a un chico saltando y protegiendo a un peluche de una alpaca con hojas de laureles en la cabeza, si darse cuenta se cruzaron a Donato después de haber acompañado a Celeste hasta la puerta de su casa.
Por el contrario, si a través de la ventana de una casa vieron a una chica dando vueltas en su habitación con un pingüino de peluche en brazos y jugaba con un anillo mientras estaba en videollamada con sus amigas, era Celeste.
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