23 de febrero

Corría el siglo XVIII. En el cual la opresión estaba detrás del dedo acusador, temblante, y consigo el castigo se hacía presente.

Las mujeres generadoras de un conocimiento específico, como podía ser la anatomía, botánica, medicina, sexualidad, amor y reproducción, eran perseguidas y condenadas a muerte en la hoguera.

Eran una amenaza.

Se las consideraban brujas a diferencias de los hombres, ya que estos sí se los veía como generadores de conocimiento.

—No puedo explicarte. Por favor entiende. Ya te dije cuando y donde encontrar todas tus respuestas.

—¿Nos volveremos a ver? —preguntó con los ojos aguados mientras seguía con la vista el cuerpo desnudo de su amada por la pequeña habitación.

—Sí, de eso no tengo dudas.

—¿Cómo estás tan segura?

—Porque aún queda una promesa sin cumplir.

—A veces no elegimos no cumplirla.

—En ese caso, en otra vida la cumpliremos —habló tranquila pasando un pie por el vestido morado.

—¿Crees en la reen...? ¿Reencarnación? —preguntó en un tono de miedo.

—Sí. Sería bonito conocerte en otra época, ¿no te parece?

Solamente se dedicó a asentir cinco veces; dos en duda y tres con seguridad y una sonrisa.

—¿Dónde te esconderás?

—No me voy a arriesgar a que sepan que estás al tanto de mi paradero. Sí lo saben... Mejor no pensemos en posibilidades, al fin y al cabo es eso, una suposición.

—¿Es la despedida?

—Un hasta luego —le sonrió y besó el revuelto que tenía sobre la cabeza.

—Hasta luego —repitió antes de acercarla para besarla.

Un susurro quedó a medio oír. Habían encontrado la cabaña.

—Al armario. ¡Ya!

—Mi...

—Ahora —dijo abriendo el viejo mueble con polvo.

Sin querer obedeció la orden que su amada le había dado.

Por el pequeño hilo de ranura que había quedado por la puerta a medio cerrar vio como tres hombres atrapaban a la única persona que había amado genuinamente.

Le habían quitado su mitad.

Tenía las esperanzas de que sea un mal sueño, un invento de su mente al desmayarse al caer por unas escaleras o al menos que pudiera haber pruebas que desmintieran sus investigaciones.

Cuando finalmente quedó sola en aquella cabaña que se había convertido en su nido de amor, fue tan rápido como pudo a lo más profundo del bosque, y del interior de un árbol agarró todos los manuscritos que harían que los minutos de vida de su dueña volaran como aves volviendo a casa al volver la primavera.

Tomó dos piedras para prender una fogata, después de varios intentos fallidos y de lastimaduras logró hacer la chispa necesaria para quemar todo lo que involucraba la investigación de aquella bruja.

—Resiste —suplicó, entrecortado, mirando como los últimos pedazos de papel se consumían por las llamas del fuego—. Por favor. Yo sé que eres fuerte.

Todo material que la incrementaba no existía.

Llegó a su casa lo más tranquila que pudo.

—¿Dónde estuviste? ¡¿Viste la hora que es?! —inquirió su esposo.

—Me quedé hablando con una amiga que no veía hace meses.

—Tendrías que haberme dicho —comentó con autoritarismo.

—Lo siento. No volverá a pasar.

—Encarcelaron a esa amiga tuya... ¿Cómo se llamaba? ¿Ma... Me... Mi...? —la nombró con desprecio— No me importa. Está metida en la brujería.

—¡Eso es mentira!

—No entiendo por qué te alteras, solo fue un comentario. Si no estuvieras conmigo diría que te gusta —habló con seguridad, pero una risa insegura se oyó naciendo en la estancia.

—No, no me gusta —bajó el tono de voz—. Solo que no me gusta que hablen de ella... o de cualquier otra mujer como si fueran un peligro para la sociedad.

—Lo son.

—¿Por qué? ¿Por qué si lo hace un hombre no está mal, pero si lo hace una mujer sí?

—¿Estás en tus días?

—¡No! —dijo yendo a la habitación— Iré a recostarme, si tienes hambre come lo que quedó del mediodía. Yo no tengo apetito.

Una vez que entró a la habitación, empujó la puerta tras de sí, pero esta no llegó a cerrarse por sí sola.

—Yo sé que saldrás de esta y dejaras en donde prometiste una carta dando tu localización para escapar juntas —intentó convencerse viendo la foto que escondía detrás del cuadro de la foto del casamiento con su marido.

—¿Qué haces? —preguntó sobre el marco de la puerta cuando la vio agachada con una foto en mano.

—Nada —habló sorprendida, guardando rápidamente la foto de aquella mujer detrás de la pareja de recién casados—. Solo veía la foto. ¿Recuerdas la boda? —cambió de tema con una sonrisa.

—Sí —dijo, riendo—. Claro que la recuerdo. El segundo mejor día de mi vida.

—¿El segundo?

—El primero será cuando me des la noticia de que seremos padres.

—Sí...

—¿Estás bien?

—Sí, ¿por qué la pregunta? —fingió no entender.

—Te noto algo triste. No quise gritarte, solo que... No quisiera perderte porque te relacionen con aquella bruja u otra.

—¡No le digas así!

Él suspiró con pesadez.

—Está bien; disculpa. Con tu amiga —le corrió unos mechones de cabello que le caían en la cara—. ¿Vamos a comer? —ofreció con una sonrisa—. Cocino mientras tejes cantando.

—No sabes cocinar —contradijo.

—No debe ser tan difícil hacer una sopa... A lo sumo me cortaré un dedo con las verduras —intentó animarla un poco más.

—Superviso —aceptó, sonriente, poniéndose de pie.

Él caminó detrás de ella mientras le acariciaba la espalda.

Luego de un año y tres meses de estar presa y de ser amenazada de tortura, su amante fue quemada.

Su gran amor le había suplicado a su esposo para que usara sus influencias para que su amiga no tenga el final que le esperaba. Él aceptó su petición luego de que ella quedara embarazada de su primogénito, pero había sido tarde.

Fue muy tarde para intentar mover contactos.

La decisión ya estaba tomada y no había nada que se pueda hacer para poder cambiarla.

Una tarde de agosto todo el pueblo se reunió en aquel lugar donde ocurría ese tipo de acontecimientos.

Aunque le doliera, fue a ver como el cuerpo de su amada sería consumido por las llamas del fuego. Era la única posibilidad que tenían para una despedida.

Despedida que no tuvo ni el más mínimo de decencia, al contrario, un acto bastante injusto y sin pizca de piedad hacia la víctima.

Nunca le había hecho daño a nadie o empleado su conocimiento para embrujar o maldecir a alguien, como decían ese pueblo asqueroso. Todo lo contrario, se había vuelto una amante de las plantas y podía diferenciar las hierbas curativas con las venenosas, de las cuales solo utilizaba las primeras para preparar tés y así aliviar distintos tipos de síntomas o para darle un gusto más agradable a las comidas. También había aprendido un poco sobre las estrellas, las constelaciones y algunos astros; sus siguientes investigaciones serían sobre algunos sucesos que ocurrían en el cielo nocturno, aunque estaba segura de que algo tendría que pasar con la plena luz del día, todo lo mágico no tenía por qué ocurrir solo de noche. No tenía sentido que el Universo descansara de día y de noche se despertara. No, claramente, eso no tenía mucho sentido.

Le estaban quitando su sueño de publicar un libro con todas sus investigaciones, por la época en la que les había tocado vivir era imposible publicarlo a su nombre, pero podía hacerlo bajo un nombre inventado de un hombre, seudónimo o incluso en anonimato.

Ahora eso ya no podría pasar; al menos que su pareja lo haga por ella después del final que le esperaba al bajar el Sol; Ese mismo con el que soñaba investigar.

Sin duda alguna el reencuentro entre ellas no fue como lo desearon. Apenas se vieron la cara por la multitud de personas que habían ido a presenciar ese acto inhumano.

Ya no podían escapar juntas como lo habían imaginado hace más de un año.

Todos los sueños que pensaban cumplir junto a la otra no podían ser posibles.

Decían que la otra era su «Amor eterno», pero nunca habían imaginado que esas palabras podían ser tan reales. Ahora ese amor tendría que volar entre las partículas del oxígeno hasta que se reencuentren.

Al anochecer dieron por finalizado el reencuentro.

—En otra vida —marcó cada palabra sin emitir sonido mirándola a los ojos.

—En otra vida —repitió del mismo modo, reteniendo las lágrimas calientes en sus ojos y sosteniendo a su hijo.

La acusada de brujería le sonrió para que aquella mujer acompañada de su esposo e hijo, no rompiera en llanto en cuanto las llamas comenzaran a crecer.

—¡Te amo! —gritó con fuerza antes de que las llamas del fuego la alcanzaran.

—Yo también —susurró tan bajo que parecía que le estuviera hablando a su hijo.

La mujer en la hoguera comenzó soportar las quemaduras. Hacía todo lo posible para no gemir de dolor, y no era para mostrar fuerza ante los habitantes de aquel pueblo, sino para que la única persona que le importaba entre la multitud no la viera sufrir.

Las llamas comenzaron a alcanzar su vestimenta, y fue en ese momento en el que la mujer con su hijo en brazos volteó al pecho de su marido. No podía ver esa escena; ni el fuego consumiendo todo a su paso, ni a su amada en aquella situación y menos que menos ver su cara de sufrimiento y sin poder hacer algo para impedirlo.

—¿Quieres ir a casa? —preguntó con cautela el hombre tomando a su bebé en brazos.

Ella solo se dedicó a negar con la cabeza mientras pequeños sollozos salían de su boca.

Sentía que de ir a casa sería casi tan culpable como los que la llevaron a la muerte. Cuando el viento levantó ceniza por ceniza, se sintió lista para volver a su hogar y para dejarla descansar sin olvidarla y sin olvidar todo lo que le había enseñado desde que cruzaron palabras por primera vez.

Ella ya no estaba, tendría que afrontar la situación, pero aunque no quisiera una parte de ella seguiría sosteniendo aquella áspera y larga mano que conocía tan bien su cuerpo.

Tenía que estar bien por su hijo y por su marido, al cual amaba mucho. Sin embargo, nunca podría llegar a amarlo como amó a la mujer que acababa de dejar su vida en la hoguera donde miles de mujeres la habían dejado antes y donde miles más seguirían dejando su vida en manos de una sociedad cegada por la ignorancia y por el miedo que le habían impuesto.

Esa misma noche, cuando miraba por la ventana de su habitación mientras su marido terminaba de acostar al niño, se percató que una estrella había nacido en aquel cielo estrellado. Era la estrella que emitía más luz propia. Le agradó la idea de que era ella, su amada, que su fascinación por la astronomía la había llevado hasta ahí, y ella decidió colocarse justo frente a su ventana para verla y protegerla, junto a su familia, de todo mal que podría atormentarlos.

—¿Cómo estás? —preguntó a su espalda el hombre dejando con cuidado sus manos sobre sus hombros.

—Mucho mejor —respondió sin dejar de ver la estrella.

—¿Qué miras con tanta atención? —curioseó.

—Las estrellas.

—El niño ya está dormido, deberíamos de hacer lo mismo —habló dirigiendo la mirada hacia donde su esposa la tenía—. Esa estrella que brilla, ¿siempre estuvo? —preguntó señalando la misma.

—Recién estaba pensando que podría ser ella, ¿qué opinas?

—Ustedes eran muy amigas, podría ser.

—¿De verdad? —preguntó con un brillo de ilusión en sus ojos. Él asintió con sinceridad— Vamos a dormir —informó antes de tomar su cara y dejarle un beso en la corta barba que llevaba con algunos días sin rasurar.

Querido lector, esta historia no acabó acá. Una cacería no podría separarlas de por vida. Tuvieron que esperar varios siglos para reencontrarse y coincidir en la misma época, pero finalmente sus almas lo lograron.

Como sabrán no sería yo si se los dijera, por lo tanto, tendrán que adivinar quiénes fueron estas protagonistas en la otra vida.

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