20 de febrero

Nancy se despertó por los rayos de sol que entraban por las ranuras de la persiana, lo primero que hizo fue ver la hora, 8:32 am, debajo se encontraba de una forma amenazante la fecha.

Esa maldita fecha que inevitablemente le hacía recordar a ella.

Estaba segura de que si tuviera el poder de arrancarla del calendario lo haría sin dudar. Pero no podía, así que tenía que seguir con su día.

Comenzó a investigar para el trabajo que tenía que presentar en unas semanas y aunque se esforzó, no pudo dejar de pensar por diez minutos en como todo se había ido a la basura.

Iba a cumplirse medio año desde que no se hablan, y le dolía. Le dolía mucho.

No podía entender como una relación de un día a otro, podía dejar de estar en la cima de la montaña rusa a estar en el punto más bajo de ella.

Sentía que ella iba a estar en una esquinita de la iglesia, llorando de felicidad cuando esté por dar el «», iba a ser la tía de sus hijos. Esa amiga con la que iría a vacacionar juntando a ambas familias.

Tal vez se había apresurado a imaginar un futuro.

O habían desafiado el destino.

De pasar a dormir en la casa de la otra cuando volvían de una fiesta a las seis de la madrugada, juntarse a merendar, hablar en la cocina mientras fracasaban en no hacer un desastre mientras cocinaban, jugar como niñas en los juegos de una plaza, de empujar a la otra en hacer algo solo por la anécdota; se habían convertido en dos extrañas.

Sí, dos extrañas, porque la palabra conocidas les quedaba grande, porque ninguna saludaba a la otra cuando se cruzaban.

Suspiró con fuerza y bajo la pantalla de la notebook.

Se quedó un largo rato mirando la ventana frente a ella mientras meditaba en escribirle o no.

Nancy no quería romper la burbuja de aislamiento que la que su ex amiga había construido para que ninguna sea capaz de destrozar el contacto cero. Pero le hacía difícil no escribirle en su día, y más sabiendo que amaba que la felicitaran.

Tanteó la mesa en busca del celular con la intención de escribirle sin dejar de ver las nubes desplazándose a pasos de tortuga.

Fue un golpe en el estómago ver qué en algún momento en esos meses la había bloqueado.

Tomó el cuadernillo que le gritaba las preguntas del trabajo práctico y buscó una hoja vacía para comenzar a escribir.

Tal vez ya te olvidaste de mí

Tachó con enfado las palabras que acababa de escribir y arrancó la hoja del cuadernillo.

Se quedó viendo el gran rayón que había hecho con la lapicera negra, analizando las frases que quería escribir.

Ya no quería hacerse daño removiendo todo el pasado, pero necesitaba escribirle esa carta para cerrar esa amistad y dar vuelta la página. Sería una carta de despedida.

Quizás una carta era enviaba con su dirección diciendo que podían arreglar las cosas, y si eso era lo correcto el destino ayudaría a encargar el rompecabezas para que no empiecen de cero, la relación tendría la misma fuerza que antes y no tendrían que construirla sobre los rastros que habían quedado cuando se pelearon. La esperanza dentro de ella abría la ventana, aunque el viento hacía lo posible para cerrarla de golpe.

Tomó nuevamente el cuadernillo y empezó otra carta con las palabras que nunca iban a fallarle.

Hola, espero que te encuentres bien.
No hace falta escribirte quién soy, sé que reconocerías mi letra frente a las demás, más de una vez descifraste lo que escribí cuando ni yo misma entendía.
Aunque no nos hablemos, te quiero felicitar por tu cumpleaños, creo que solo está bien escribirte este día. En tu cumpleaños.

Ojalá hoy estés disfrazada de princesa como lo soñaste desde siempre, recuerdo exactamente el día que me contaste la idea de la fiesta con temática de disfraces; te había dicho que me iba a vestir de doncella medieval, algo así como Charlotte y Tiana.

Te reíste pensando que era un chiste, pero la tela está esperándome en un cajón de la cómoda de mi habitación. Tengo los bocetos hechos en el cuaderno que te encantaba ojear.

Me dejaste en claro que no hay posibilidades de una reconciliación, pero por favor acepta mi regalo; si después lo querés vender, regalar a la primera persona que ves yendo al supermercado o intentar devolverlo en el local, hacelo, pero por favor no procures en que lo sepa.

Sin más que decir me despido.

Fue a su habitación y de un cajón sacó unas plantillas de stickers y un sobre de color morado.

De su cartuchera sacó una tijera y cortó lo restante de la carta para que tenga un tamaño acorde al sobre.

Guardó la carta dentro del rectángulo morado y comenzó a decorarlo un poco con los stickers que pensó que le gustaría; una mariposa amarilla, cuatro estrellas de un tono verde lima, flores azules y un oso gris bebé que pegó al pie del sobre. Había elegido minuciosamente a cada uno de ellos, principalmente al oso, aunque este era bastante infantil, más de una vez le había contado que era su animal favorito. Finalizó poniendo el nombre de la chica y su dirección.

Buscó el ramo de libros que había empezado a hacerlo un año atrás y colocó la carta entre los dos libros.

Llamó a un amigo que tenían en común por teléfono para pedirle que dejara el regalo en la puerta y tocara timbre sin que lo vea. Sabía que si lo llegaba a descubrir le haría miles de preguntas al pobre chico y lo que más quería Nancy era que si quería averiguar de su vida le preguntara ella misma.

Tres horas antes de que los invitados comiencen a llegar para el festejo, el timbre de aquella casa sonó.

Fue la cumpleañera quien abrió la puerta pensando que serían sus abuelos, pero al abrirla no encontró a nadie, solo un buzo azul oscuro corriendo hasta doblar en la esquina. Imaginó que había sido un gracioso, que al pasar decidió hacer el típico «ring raje».

Antes de cerrar la puerta bajo la vista porque el caniche de su vecina se paró enfrente a su puerta para recibir su dosis diaria de mimos en el lomo lleno de nudos. Fue en ese momento que vio el papel kraft en forma de un triángulo isósceles, con un gran moño con cinta.

El perro había pasado a un segundo plano. Tal vez a un tercero o cuarto.

Tomó aquel regalo, que le pareció que sería el más hermoso de todos lo que iba a recibir durante la semana, con sumo cuidado y cerró la puerta con el pie, dejando a la pequeña bola de pelos, refunfuñando por no haber recibido ni una palmadita o sacudida en la cabeza. Como venganza camino hasta el costado de la construcción de la casa y levantó la pata para dejar en claro que él había pasado por ahí.

La chica se encerró en su cuarto viendo el regalo sobre su cama. La desesperación se apoderó de ella y leyó la carta. Las lágrimas comenzaron a caer una por una desde antes de empezar a leerla, había descifrado quien la había escrito, incluso si se hubiera dado unos segundos de ventaja hubiera sabido que se lo manda Nancy, ya que era la única capaz en hacer ese regalo.

Su familia sabía que leía, pero Nancy era la que escuchaba atentamente cada título, autor y sinopsis, a pesar de no leer fuera del material que le requería la carrera.

Por desgracia las amistades también tienen fecha de caducidad, si llegaste hasta aquí, lector, solo me queda decirte que no escondas tus sentimientos por alguien y que la mejor solución ante cualquier problema es hablar cara a cara. Las suposiciones nunca son buenas, y se necesitan tres cosas elementales de ambas partes para que ellas no aparezcan; comunicación, sinceridad y madurez emocional.

Ojalá nunca les toque estar en la situación de estas protagonistas, pero en caso de pase, recuerden dejar a un lado el orgullo para darle paso a la reconciliación.

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