2 de febrero
Un viernes por la noche, en la despedida de soltera, intentó ahogar sus penas con algo de alcohol o participando en los diferentes juegos para poder dejar de sentirse hipócrita. A pesar de que se esmeró, nada funcionó.
Entre amigas de la novia y damas de honor, ella pasaba en busca de la mesa con alcohol mientras creía que esto era producto del karma cuando a los nueve años se le declaró un compañero y ella lo rechazó delante de toda la clase por ser feo, según su criterio de aquella época.
Sofía llevaba enamorada de Pablo, su mejor amigo desde que lo conoció.
Nunca fueron nada más que mejores amigos, él siempre la trató como una prima menor, y Sofía prefería eso antes de declararle todos sus sentimientos y que él se alejara al sentir que no podían seguir siendo amigos por verse de formas diferentes.
Así lo hizo durante unos largos once años.
Ella tenía la esperanza de poder enamorarlo y que él se le declare, lo llegó a soñar y no solamente dormida. Lo que nunca llegó a imaginar era que Pablo conocería al amor de su vida, gracias —o en desgracia— a ella y le propusiera matrimonio luego de tres años de novios.
—Sofía, ¿trajiste los mapas para la búsqueda del tesoro? —preguntó la hermana de la novia—. Tengo las listas de lo que hay que buscar y de las pistas.
—Están en la canastita, donde acordamos —respondió antes de beber su quinta copa de vino.
La rubia de puntas teñidas de rosa asintió con una mueca.
—Deja de tomar. Fuiste la que más estuvo pendiente a la organización de esto —extendió los brazos queriendo englobar toda la casa— y no lo vas a disfrutar por culpa del alcohol —tomó las dos botellas abiertas junto con el sacacorchos y se los llevó a la cocina.
Por unos segundos se le vino a la mente abrir al menos una con el llavero que llevaba en la cartera, pero descartó la opción al pensar que además de ser hipócrita sería una egoísta si por su culpa le arruinaba la fiesta a las demás, principalmente a la futura novia.
Una semana después era el gran día para la feliz pareja.
La pareja se casó al mediodía por civil, Sofía los esperó afuera con los demás amigos y familiares para darle los buenos augurios a la par que granos de arroz chocaban contra los cuerpos de los recién casados.
Al día siguiente, con la caída del sol, el novio entró a la iglesia católica esperando a su amada, como es de costumbre en esta ocasión ella llegó minutos después que el novio, incluso se podría decir que se tardó varios minutos de más.
La novia al poner la punta de su tacón dentro de la iglesia hizo voltear a todos. Y a medida que se acercaba al altar tomada del brazo a su padre, su marido largaba cuatro lágrimas más.
Al no soportar ver la belleza de la mujer que caminaba hacia él vestida de blanco, rompió el llanto.
Estaba perfecta, irradiaba la misma luz que cuando la conoció. Cuando le faltaban menos de diez pasos para llegar junto a él, ella le sonrió y guiñó un ojo, eso era algo de ellos, era la forma de decirse «te amo» sin palabras. Él en ese instante repitió en aquel idioma cuánto la amaba y se dio cuenta de que era la persona con la que iba a estar en esa vida y en las siguientes.
Rompió en llanto.
Desde la fila de los invitados del novio en la cuarta banca, Sofía lo veía con el traje que le gritaba «Nunca estuvo a tu lado de esa forma y ahora lo estará menos», una lágrima cayó directo a su pómulo.
—¿Estás bien, Sof? —le pregunto en un susurro su mejor amiga, parada a su lado, la misma pertenecía al mismo grupo de amigos que Pablo y Sofía.
—Sí —asintió y secó la traviesa gota—. Solo... Las bodas me ponen sentimental.
—Tus ojos están cristalizados y se te cayó una lágrima, no espero menos en tu boda —bromeó, empujándola suavemente con el codo.
Cuando finalmente los novios se encontraron en el altar, vio el momento exacto en el que Pablo le susurró a su esposa algo en el oído y ella río.
Estaban felices. Pablo estaba feliz, más feliz que en cualquier recuerdo que tuviera de él riendo a carcajadas, se alegró por eso, a pesar de que ella no era la que estaba a su lado vestida de blanco.
A pesar de que las palabras «Sí, acepto» y la sonrisa cómplice no iban para ella.
A pesar de que el rostro que se vio cuando Pablo levantó el velo para besar a la mujer frente a sus ojos no era el suyo.
Cuando los cónyuges marcaban su amor frente al cura, Sofía pensaba que a partir de ese momento iba a amarlo en silencio por once años más.
Iba a pasar once años más abrazándolo con una mirada, imaginando que el beso en el cachete sobre los labios de él, iba a estar dormida en su pecho solamente en sus sueños.
Once años queriéndolo en secreto, y luego de que se cumpla la condena empezaría devuelta.
Comenzó a llorar en silencio.
Once años, otros once y cuando ella llegue a creer que terminó estaría empezando los treinta y tres en la misma situación.
Era difícil imaginarlo, y más lo era cumplirlo, pero lo tenía que hacer. Pablo y la pelirroja eran felices juntos.
Los aplausos la hicieron volver a la realidad, felicitó a la nueva pareja con aplausos y apartó su llanto.
Choque de palmas, choque de palmas, el índice debajo de sus pestañas inferiores. Cuatro uniones de palmas, el índice borrando las lágrimas. Aplausos...
Él pasó a su lado mientras saludaba a familiares y a amigos, su mujer hacía lo mismo al lado de él.
Sofía y Pablo se vieron mutuamente cuando llegaron al cuarto asiento. Ella le sonrió y gritó «¡Vivan los novios!», luego que lo hagan los padres de los recién casados, él se acercó a ella y la abrazo.
Las palabras «Me alegro de compartir este momento a tu lado. Te quiero Sofí» se grabaron en el corazón y en la mente de Sofía como dagas punzantes. Pudo haberse quedado callada, pero las palabras subieron a su garganta para después ser escupidas «Me alegro de que me hagas parte de tu vida. Contrólate en la fiesta que después viene la luna de miel, eh». Ambos rieron, se apartaron del abrazo y él fue a saludar a otros amigos.
Ella largó todo el aire que estaba acumulando desde que los brazos de su amigo la rodearon.
Se acercó a su compañera de trabajo y la felicitó por la boda.
Luego de la iglesia, los invitados y los recién casados se dirigieron al salón donde se organizó el festejo.
La velada pasó entre cócteles de bienvenida, comida, música, baile, dinámicas y tradiciones que organizó la novia con ayuda de su madre y de las damas de honor, más alcohol y más bailes.
Esta historia es el claro ejemplo de que el amor no siempre es correspondido y recíproco, pero no se sientan mal por nuestra protagonista. Esa misma noche, mientras el DJ pasaba su propia mezcla de música y la mayoría de los invitados bailaban de a dos —o con su grupo de amigos o familiares— se acercó a su mesa un chico de cabello castaño y de ojos grises invitándola a dejar su asiento y la copa en su mano para ir a bailar juntos. Con gusto y una sonrisa en su rostro tomó la mano del joven y bailaron un par de canciones.
Al finalizar la celebración y antes de subir al auto de sus padres para tomar la ruta que llevaba a su ciudad, él se acercó nuevamente a Sofía para pedirle su número de teléfono. Creo que no hace falta decir cuál fue la respuesta de la chica, ¿o sí?
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