18 de febrero
—¡Qué se joda Cupido! ¡Y los que usan este día como interés comercial!
—¡Y el amor! —apoyó una de sus amigas levantando la botella de vidrio hacia el cielo.
—¡Y el amor! —repitieron las otras dos.
—¿Pueden creer que me escribió mi ex para hacer algo hoy? Un tarado más.
—Yo te dije, no me daba buena espina —dijo, Celeste, tirándose al pasto.
—Capaz quería conquistarte de nuevo.
—Lucia, quería sexo. Sexo y nada más. Por suerte lo superaste. ¡Melody! —Melody giró a ver a Celeste— Que por suerte lo superaste, ¿no?
—Sí.
—¿En qué pensás?
—No, en nada. Solo miro a la pareja de allá —los señaló con la botella—. Qué lindo que sería tener a alguien hoy, ¿no?
—Sí... —afirmó, Lucía, pensativa.
—Si quieren me voy y les presento a dos de la facultad —reprochó, Celeste.
—No nos malentiendas. Me encanta pasar tiempo con ustedes, pero en estas fechas sería lindo compartirlo con alguien.
—San Valentín no es solo romance.
—Lo sé.
—¿El próximo año hacemos algo distinto? —preguntó, Lucía—. Todos los años venimos acá —intentó englobar todo el parque con las manos— a beber y a comer pizza.
—Ir de compras —propuso, Melody.
—Vemos, chicas... Vemos.
A Celeste no le gustaba salir de la rutina de los planes. Se había vuelto una tradición ir juntas al mismo parque con botellas de cerveza, gaseosas y con una o dos cajas de delivery de su pizzería favorita acá año.
Pero lo que ella no sabía era que a partir de aquel año todo cambiaría. La tradición ya no sería el catorce del segundo mes del año; cambiaría de día. Y no específicamente por sus amigas.
—Yo voto por ir a una feria. Tal vez podríamos ahorrar para hacer un viaje exprés o juntarnos a hacer las pizzas en el departame...
—Hola. Disculpen, chicas, ¿saben a dónde hay un kiosco por acá que venda fuego?
—¿Encendedor? —preguntó, Melo.
El chico vio a sus cuatro amigos y asintió.
—Cerca no hay nada.
—Ah, gracias igu...
—¡Toma! —llamó su atención Celeste.
—Uy, gracias. Ya te lo devuelvo —le palmeó el hombro a uno de sus amigos y este le entregó la cajita rectangular que tenía en la campera.
Encendió el cigarro y le entregó el artefacto.
—Gracias, linda —agradeció y le guiñó un ojo.
—Que no se te haga costumbre durante la noche.
—¿Eh? —preguntó, riendo mientras negaba—. ¿No ayudarías a un hermano por el cigarro?
—No soy adicta. Fumo cada tanto.
—Yo igual —una sonrisa ladeada se hizo presente—. «Los campeones cubiertos de queso».
—Ni intentes manguear una porción, está vacía.
Él rio viendo a sus amigos.
—Solo leí el nombre.
—Y yo te avisé.
—Nosotros también compramos ahí, tenemos las pizzas en la camioneta, si quieren compartimos.
—¿Qué ganan? —preguntó, desapacible.
—Tan linda y con tanta agresividad. Igual tenés razón, por lo que veo ustedes tienen bebidas y nosotros comida. Uno más uno da dos. ¿Ustedes deciden? —caminó hacia los amigos para que decidan sin presiones.
—¿Qué dicen?
—¡No! No los conocemos —justificó su respuesta Lucía.
—Lindo el chico, ¿no? —preguntó— El del cigarro —aclaró—. Creo que no es mendocino. No tiene el acento, aunque puede ser que se vino a vivir acá, como vos, Mel.
—A mí no me gustó —le respondió Melody.
—¿Aceptamos? —consultó mirando al chico.
—¿Dónde quedó que se joda Cupido?
Con eso Lucía se ganó un empujón que casi la hace rodar por el desnivel del suelo.
Las tres rieron.
—Sí, cualquier cosa tenemos el auto cerca —señaló, Melody, para atrás donde se encontraba el vehículo estacionado.
—¿Ya les dije hoy que las amo?
—¡Qué falsa resultamos ser, enamorada! —la molestó Melody antes de beber lo que le quedaba de la botellita.
La única que la escuchó fue Lucia y rio con ella. A todo esto, Celeste le estaba haciendo señas a los chicos para aceptar la propuesta.
—¿Vas a buscarlas? —le preguntó a Lisandro sacando las llaves del bolsillo.
—¿Por qué yo? La camioneta es tuya.
—¿Vas a dejar a las chicas esperando?
—Me acompañan. Enzo, dale, vos también —requirió sin muchas ganas.
—¿No le dicen a los chicos que traigan el parlante? —le preguntó a Lucía y Melody cuando sus amigos estaban lo bastante lejos.
—Llamalos.
—O andas vos —respondió, Lu, luego de Melody.
—Cierto que tengo el teléfono. Los llamo y vuelvo —se alejó de ellas, llevándose el celular a la oreja, aparentando que estaba llamando.
—¿No se dieron cuenta de que era para quedar solos?
—Sí, pero no te vamos a dejar sola en medio de la casi nada con un desconocido.
Celeste no sabía si reír o agradecerles por lo que hizo ambas.
—¿Son mendocinas? No tienen el acento —preguntó Enzo.
—No —respondió Lucía—. Solo Melody vive acá —señaló a su amiga—. Nosotras vivimos en Buenos Aires.
—¡Nosotros también! —Lisandro, sonrió amable—. Él es mi primo —lo abrazo sobre los hombros— venimos a visitarlo en el verano. En el receso invernal viaja él, ¿no cierto?
Solamente afirmaron sus palabras Enzo y su primo. El rubio estaba bastante entretenido en la conversación que estaba teniendo con Celeste.
Y como quien quiso la cosa, Lisandro, su primo y Enzo recibieron una señal de su amigo para que entretengan a ambas chicas que no le sacaban la mirada de encima.
La misión establecida por Donato fue difícil, pero aquel trío pudo controlar la guardia del dúo de amigas.
Por supuesto que aprovechó el momento de negligencia de las chicas para besar a Celeste.
Celeste le devolvió el gesto con la misma —o mayor— intensidad que él.
Las horas que quedaban antes del amanecer estuvieron tonteando un poco apartados del grupo de cinco que se había formado.
El sol salió por el horizonte y con él trajo un poco de angustia en el pecho de Donato y Celestes; de todas formas él dio el siguiente paso para seguir en contacto con la chica que había conocido en Mendoza pidiéndole el número telefónico.
Melody y Lucía se despidieron de los chicos y tuvieron que esperar pacientemente a su amiga, sentadas en el auto, hasta que finalmente se dignara a terminar la larga despedida con el chico con la que Cupido había flechado.
—¡Hola! Yo de nuevo —golpeó Lisandro la ventanilla del conductor.
—Nos acordamos —le respondió Melody e inmediatamente sintió como el pie de Lucía golpeaba contra su tobillo.
—¿Qué se te ofrece? —preguntó, Lu, con una sonrisa amable.
—Es para ella —señaló a Melody y le entregó un papelito.
—Un número de teléfono —murmuró al ver lo que había escrito.
—Número de teléfono —repitió dos veces Lucía, como si intentará memorizar esas tres palabras.
—Sí —Mel giró a verlo para decirle algo, pero él no la dejó empezar—. ¡No es mío! Es de mi primo. Le caíste bien y como viven los dos acá pueden conocerse. Me mandó él a dártelo —explicó—. Es algo tímido —susurró con un poco de miedo al pensar que lo podía escuchar.
—Veo si le escribo. Gracias.
—Dieciséis.
—¿Qué?
—Él también tiene dieciséis. Parece más grande porque es alto, pero nada más.
—Bueno.
—Adiós —se despidió alzando una mano mientras daba unos pasos hacia atrás.
Celeste se subió al auto y suspiró profundamente y según sus amigas, de una forma romántica, si es que eso existía.
—¿Le damos otra oportunidad a Cupido? ¿O mañana le arrancamos plumita por plumita? —bromeó Melody antes de poner en marca el viejo auto de sus padres.
A la única que le causó gracia a carcajadas fue a Lucía, o tal vez era la cerveza de más.
Esa madrugada sociabilizaron siete personas, pero nos vamos a centrar en lo que sintieron esos siete corazones, pero no lo voy a dejar tan en claro como otras veces, ustedes van a tener que atar clavos para saber a quién me refiero.
Dos corazones adolescentes palpitaron la misma melodía, sincrónicamente.
Otro sintió que si se hubieran conocido en otras circunstancias se hubiera llevado muy bien con todo, hubieran sido muy buenos amigos.
El tercer corazón latió tan fuerte que parecía que en algún momento podía tomar vuelo.
Hubo uno caso que no sintió nada y si lo hizo no cuenta ni aunque quisiera; el alcohol se apropió de su sistema. Sin contar que en el medio quedó atrapado en un sueño tumbado en el pasto. Por suerte para esa persona habían ido en vehículo porque nadie se hubiera ofrecido a cargarlo.
Uno estaba confundido, se sentía hechizado, pero no había sentido ninguna pizca de atracción. Al fin y al cabo sabía bien que no se podía enamorar en una noche. Pero se quedó con que los ojos de su siguiente pareja tenía que verlos de ese modo.
Y el último quedó sonriendo, como un niño al que le acababan dar unos caramelos, disfrazado de verde.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top