FINAL, ÚLTIMA PARTE
CONSTANTINE
Estaciono el coche sobre la entrada principal de la campiña.
La suave melodía del Ave María caminando con Cabul y mis hombres por el estrecho sendero, mientras abotono el saco de mi traje, llega a nuestros oídos.
Un cierto respiro de alivio exhalo, porque me indica que nada sucedió.
Mi mirada recorre el predio casi en su oscuridad total ya, y solo iluminada por farolas en diferentes partes del jardín campestre, por la llegada próxima de la noche agradeciendo pese a estar nublado, que la tormenta disipó con su amenaza de lluvia.
Al ver mi llegada, mis tres hombres que quedaron al cuidado y protección de mi hermano, salen desde sus rincones de vigilancia vestidos de civil y a mi encuentro, como si fueran personas más hospedadas en esta campiña.
Al igual, cuando diviso una media docena más perteneciente al señor Mon, en los alrededores y fingiendo ser otros residentes vacacionando.
Trato de controlar mi respiración mezcla de adrenalina y nervios, señalando con un brazo en alto a Cabul a ellos y a los dos que se vinieron conmigo, de que encuentren e intenten localizar cualquier cosa, que llame su atención e indique la presencia de Jael en el lugar.
Aflojo el cuello de mi camisa pidiendo permiso y paso entre algunos meseros con educación, que de pie, observan la ceremonia en silencio.
Nadie conoce a Jael.
Nadie sabe, cómo es.
Solo, Cabul y yo.
Y con el recuerdo vago de años atrás.
Ya que, luego de derrocar a León con su gobierno, huyó exiliándose en países del Sur de África con otros hombres de mi padre.
Y puede ser cualquiera, ya que su mejor cualidad es pasar inadvertido y como uno más con su educación, presencia y forma de desenvolverse ante el público.
Hago una vista panorámica de mi alrededor al tomar asiento en mi lugar reservado, para tratar de localizarlo entre el gentío, mientras miro a mi hermano en altar.
Nada.
Y por solo un segundo.
Tan solo, un segundo.
Mi guardia se baja al encontrarme con la mirada de Caldeo, que ya feliz por el momento viviendo, me mira agradecido por llegar a tiempo y estar en este momento importante para él.
HERÓNIMO
Me giro sobre mi hombro al notar un suave murmullo entre los invitados sentados como yo, filas detrás mío y ante la mirada de más felicidad, por parte de mis muchachitos en el altar.
Sonrío al ver el motivo, acomodando mis lentes.
Es la llegada de Constantine, tomando asiento del otro lado y en la primera hilera de invitados.
Puedo notar en su rostro tan parecido a Caldeo, huellas de agotamiento por el jet lag.
Desequilibrio de tantas horas de vuelo con diferencias horarias y la no menos importante.
La preocupación del fantasma y amenazante de ese asesino.
Mierda...
Mis ojos van a Grands.
Que desde un rincón y en un extremo, no deja de mirar y observar todo.
Entre los movimientos de los invitados, gente del servicio y como en las afueras que rodea la ceremonia, sin dejar de hablar por radio con sus hombres.
Bien.
Mi ceño se frunce.
No, tan bien.
Puedo percibir que algo no le cierra a mi primero al mando.
Porque, algo susurra a través de su radio con la mirada bajo él, por parte de Collins sentado a metro de Grands y junto a mi madre.
El viejo no pierde sus mañas todavía y aún, después de su retiro.
Ambos se miran y se entienden.
¿Pero qué, mierda?
Con disimulo chequeo lo que sus miradas no dejan de observar.
Y me giro sobre mi asiento.
Al final de estas.
Entre los meseros, parte del servicio de catering para la fiesta y con la llegada de unos últimos amigos de los chicos de pie, observando la ceremonia.
Se encuentra entre ellos la ancianita, que se hospeda con su par de nietos en la campiña.
Carajo.
¿No jodan?
¿Sospechan de esa dulce mujer versión mamá Claus, como sicario?
Y vuelvo mi vista a Grands.
Pero, ya no está.
Porque que empieza a caminar en dirección a ella, de forma tranquila y pidiendo permiso entre los invitados que quedaron de pie.
¿Eh?
Y un escalofrío recorre mi espina dorsal.
Ya que, eso significa que algo no anda bien.
Y Collins también lo hace, excusándose para caminar y pasar por la fila de sillas ocupadas con invitados.
Miro a mis pequeños en el altar, en el momento que los aplausos y gritos de festejo explotan ante las palabras del cura, declarándolos marido y mujer.
Y muchos se levantan de sus sillas para aplaudir.
Maldición.
Tapando mi vista.
Mi bebita sonríe y salta sobre su lugar feliz al escuchar al párroco, provocando que todos rían mientras Caldeo la besa.
A la mierda.
Me pongo de pie, aprovechando que rayo se gira enfrascada en la conversación con Lorna, para encaminarme en dirección a mis hombres y maldigo, porque muchos me imitan, pero para saludar y felicitar a los novios, dificultando mis pasos.
Y es...
Cuando, todo sucede rápido.
Grands con pasos apurados como Collins se llevan gente puesta haciendo señas a sus hombres.
Y fue mi error.
Su mirada no estaba en la anciana que de forma dulce, mira la boda consumada desde el final.
Si no, a quién está detrás.
El muchacho estudiante.
El que ya estaba, aparte de la mujer con sus nietos hospedados en la campiña cuando arribamos.
Y apuntando con lo que saca del interior de un libro...
Con un arma.
- ¡CALDEO, JUNOT! - Alguien grita sus nombres, seguido por el bramido de una orden, entre el festejo de la gente.
Y mi corazón aprieta de pánico.
Al escuchar, que viene por parte de Constantine...
CONSTANTINE
Años de educación de artes marciales de temprana edad.
Madrugadas bajo la aurora, con horas de meditación inculcadas por Cabul y mi escuela militar post adolescencia, hasta mi adultez y conllevando el entrenamiento Qurash.
Enseñaron a educar mi cuerpo y mente.
Y con ello a disciplinar mis sentidos.
Dicen, que estos son cinco.
Pero en realidad son seis y este último, es el no menos importante.
El de percibir.
El sexto sentido para muchos.
Que como una ráfaga sensorial, azota mi rostro al sentirlo a mis espalda.
Los aplausos explotan al besar mi hermano a su ya, esposa.
Y como si todo se comenzara a moverse de forma lenta.
Observo al padre de Junot de pie, caminar al final y por el espacio alfombrado, formado para el paso de los novios.
Empujando gente e intentando correr.
Mis ojos se adelantan a su intrincada carrera, para levemente girar mi vista y encontrarme en otro extremo a Cabul, también haciéndolo en la misma dirección y al igual que un par de hombres de seguridad del otro lado.
Todo, sucede en segundos y como en cámara lenta, pero leves segundos.
Al notar a Jael de forma natural y como si fuera un invitado más, detrás de una anciana observando la boda al final de esta.
Un jodido alkalb qatal (perro asesino).
En otro país lo llamarían, kamikaze.
Pero en mi lengua, intervendría ese amor enfermizo y devoto hacia su amo.
A León.
Al que lo crió.
Y como ya, el final de este llegó.
La misión final de su perro esclavo, también con este.
Y por eso a la vista de todos, porque su última misión, es suicida y jerárquica.
Vestido de forma universitaria con un grueso libro que lleva en una de sus manos y abriendo su tapa, saca el arma.
Un encubridor de objetos.
Su mirada y la mía se encuentran por una fracción de segundo, mientras eleva y apunta esta por sobre las personas de pie, en frente de él.
No gesticula movimientos.
Solo una leve reverencia a mí, inclinando su cabeza antes.
Maldito enfermo.
Me giro y corro gritando el nombre de mi hermano y Junot, al ver a donde apunta como objetivo.
A mi hermano.
Y con mi llamado me mira y deja de saludar a la gente que sobre él y su mujer, lo hacen sonrientes y dejándose felicitar, para darse cuenta de que algo pasa.
Su mirada se clava en mí y viaja al tumulto que empieza a desatarse con la gente entrando en pánico, que empiezan a notarse a hombres de seguridad y a otro con un arma de fuego, para luego mirar a Junot.
Y el horror se desata.
Gritos de terror inunda el jardín y entre los invitados.
Y un disparo entre ellos, seguido de otro.
El silbido de este primero, atraviesa el lugar en nombre de la muerte.
Y la venganza...
CALDEO
Un disparo potente, inundó el lugar.
Seguido después de otro.
Pánico.
Gente gritando y chocándose entre sí.
Otros, llorando desde un rincón y contra el piso.
Muy pocos de pie.
Solo unos hombres de seguridad con tío Herónimo y papá, corriendo hacia él.
Y entre ellos.
Grands que guardando el arma que detonó el segundo disparo, en su cintura y que se acerca con el abuelo de cachorra a ver a la persona caída por él.
El muchacho estudiante.
Inerte y bajo un charco de sangre.
Mis ojos van a mi bebita que abrazada a tío Hollywood, está sobre el suelo por empujarla, al sentir el grito de mi hermano, seguido del disparo que venía a mi dirección.
Y mis ojos se nublan al volver mi vista a mis brazos.
Mi cuerpo que por los estragos de mi enfermedad lejos de fortaleza y salud, se empieza a tambalear y al retener.
El cuerpo entre mis manos de Constantine.
Mis labios tiemblan e intento decir algo.
No me salen palabras y solo, caigo sobre mis rodillas al piso sin permitirme soltarlo.
Lo aprieto más contra mí, tomando su cintura y acunando su cabeza herida contra mi pecho.
Porque mi hermano, recibió el tiro por mí.
Elevo mi rostro al cielo negro.
Y grito.
Grito fuerte su nombre, girando con cuidado su cara para verlo y que me vea.
- Constantine... - Repito, con mi mano temblando y manchada de sangre, toco su rostro.
Hoy, no hay silencio en mí.
Porque, quiero que me escuche.
- ¡Constantine! - Grito.
Quiero hablar.
- ¡Constantine! - Vuelvo a exclamar fuerte.
Hablarle mucho.
Sus ojos se entreabren y aunque quiere decir algo, pero solo sale algo ahogado de él, mezcla de sangre y saliva.
- No te vayas...no te atrevas a dejarme...
Le digo.
Le impongo.
Le ordeno entre lágrimas, pero de forma dura.
Sus ojos se humedecen y me sonríe a través de ellos.
Balbucea.
- Herma...no... - Intentando hablar y elevando a duras pena la mano que lleva el anillo con la piedra roja del primogénito mayor de nuestro pueblo para que lo vea.
Y que siempre negué, cuando me la quiso dar.
- El Sayyid... - Dice con un último suspiro, cerrando sus ojos.
- ¡No, Constantine! - Grito. - ¡No! - Lloro.
Lo abrazo más, mientras niego a quién sea que toca mi hombro a soltarlo.
Quiero decirle que lo amo y que despierte.
Y algo tibio, nos une.
La hemorragia de sangre de su cabeza por el disparo, que moja mi pecho.
Ambulancias.
Patrullas.
Enfermeros empujando camillas y policías, bajando de estos.
Sus luces amarillas como rojas yendo y viniendo, inundando el lugar.
Más gritos.
La voz rugiente de tío Herónimo con tío Rodo a su lado, intentando calmarlo.
Y hombres de seguridad tratando lo mismo a todos, colaborando Cristiano y Caleb.
Un par de enfermeros me piden cooperación, para poder revisar a mi hermano.
No quiero soltarlo.
No siento, nada de mí.
No puedo.
Mis miembros no responden, pese a percibir todo.
- ¡Tiene pulso! - Grita uno inclinado sobre nosotros, al chequear su cuello.
- Caldeo... - La voz de Juno arrastrándose a mí y por el piso, me despiertan de mi limbo.
El limbo de mi hermano y mío.
- Está vivo, deja que lo lleven... - Me susurra suave.
El contacto de su mano sobre mi brazo, me hace reaccionar y a ceder, mientras veo como lo cargan a una camilla y en una ambulancia.
Y mi cuerpo se derrumba contra ella y su abrazo, llorando con todo mi ser.
JUNO
Aprieto fuerte y contra mí, las dos hojas que llevo en mi mano mientras cierro la puerta del consultorio del médico de cabecera de Caldeo, luego de hablar con él.
Que mediante la presentación de otros que vinieron de África por orden de Constantine para que en conjunto, se hagan cargo de su tratamiento contra su Leucemia.
Una semana, pasó de nuestra boda.
Una semana, de todo lo sucedido.
Mi corazón late fuerte y debo parar sobre mi caminata en el pasillo y apoyar una mano en una de las paredes laterales, para exhalar fuertemente e intentar regularizar a normal mi respiración y por algo de fuerza.
Para intentar acomodar y asimilar en mi cabeza, todo lo que me dijeron los médicos en la reunión.
Caldeo necesita un trasplante de hígado.
Al convertirme en su esposa, soy su familiar directo y tengo derechos en el paciente.
De información que se guardó y prohibió difundir, por ser un adulto mayor con poder de decisión propia.
El funcionamiento de ese órgano está convaleciente a causa de su enfermedad.
Pero el mayor estrago lo hizo el tratamiento de su quimioterapia por la toxicidad de medicamentos invasivos.
Y una luz de esperanza, hay en todo esto.
Porque con el trasplante de ese órgano, podría seguir a un plazo determinado con el tratamiento quiropráctico, que positivamente está dando resultados contra su enfermedad.
Mis ojos bajan a la segunda hoja.
Constantine.
Que en el piso de cuidados intensivos, aún sigue internado desde la tragedia de nuestra boda por ese asesino.
Y mi vista recorre los últimos párrafos.
Hace poco más de 12h con el tiempo mínimo ya pasado y el máximo, exigido por la Autoridad Médica Mundial y bajo exámenes de Electroencefálogramas diarios midiendo su actividad cerebral, fue declarado paciente con muerte cerebral.
Me deslizo con mi espalda por la pared, cayendo al piso y sobre mis rodillas cubriendo mi rostro, para llorar en silencio.
Su traumatismo de cráneo por la bala, fue el tronco del encéfalo.
La parte baja de cerebro, dónde está conectada a la médula espinal.
Un conjunto de tejidos nerviosos, esencial a la vida y fundamental para el intercambio de información de este, al resto del cuerpo como la conciencia, conocimiento y movilidad.
Constantine no se recuperó desde que fue trasladado por la ambulancia hasta el Hospital.
Su cuerpo, continúa funcionando a través de máquinas que lo asisten en sus funciones vitales.
Sin ellas, su corazón y respiración se detendría.
Paso mis manos sobre mis lágrimas.
Constantine, está muerto en vida.
Por salvar a Caldeo.
Una mano cálida se apoya en mi hombro.
Elevo mis ojos llorosos para ver a Cabul, que con su siempre mirada de paz, lo hace de forma tranquilizadora.
Desde la internación de Constantine y cuidando de este a la par con Caldeo, nuestros lazos de amistad se intensificaron.
En especial él y Caldeo.
Me ofrece su pañuelo.
Blanca y de seda Marroquí.
Y sonrío entre lágrimas, recordando cuando Constantine tuvo la misma actitud.
- Gracias, Cabul... - Digo bajito y su respuesta es una reverencia.
Elevo las hojas a él.
- ¿Lo sabes, verdad?
Asiente.
Y más lágrimas, inundan mis ojos.
- ¿Qué crees que debo hacer, al hablar de esto con Caldeo? ¿Qué sería lo correcto, Cabul?
Sus ojos oscuros pero de mirada sabia con esa piel de tono café con leche, mezcla de dos razas tan parecida a la de Caldeo y Constantine, van a un mural de otra pared del Hospital.
Entre carteles con fechas de vacunación, otra promulgando la lactancia infantil, ofrecimientos de trabajos y prevención contra enfermedades sanguíneas.
Está con ellas, el de donación de órganos y sangre.
Sus manos me dibujan en el aire un círculo.
- El símbolo del Yin y el Yan de los hermanos orientales, baladi malika...(mi reina). - Con un dedo, dibuja sus centros. - Simboliza todas cosas que nos refleja a lo largo de nuestras vidas. Y donde en todo las cosas buenas, hay algo malo. Como también en toda cosas malas...hay algo bueno... - Me sonríe con ternura, señalando mi corazón. - ...la pregunta es, ¿Qué cree, que querría el Shayj Constantine?
CALDEO
Entro a su habitación del Hospital con un enfermero a mi lado, bajo la presencia del guardia de mi hermano proveniente de nuestro país que vela esta, desde que permanece internado.
Pero al verme llegar, hace una reverencia a mi persona.
Me limito a asentir con mi barbilla acomodando más y sobre mí, mi gorra negra de lana.
Todavía no me acostumbro a toda la formalidad protocolar que rige y proviene de mi pueblo, hacia su príncipe.
Amely en ella y al verme se pone de pie de sus silla, limpiando sus lágrimas.
Se limita con una sonrisa que no llega a sus ojos y por la tristeza a dibujarme en su rostro.
Eleva el libro que tiene en sus mano cerrándolo.
- Solo le leía un poco de las mariposas... - Murmura, mientras veo imágenes de ellas en su portada. - ...mis favoritas... - Y con un abrazo hacia mí, se retira de la habitación para dejarme a solas con mi hermano.
Aparte de las visitas de los chicos como de Fresita, ofreciendo su ayuda constante.
De mis padres, Cabul, mi bebita con sus hermanas y con los tíos.
Amely, fue incesante con su presencia en el Hospital por mi hermano.
Solo, haciéndole compañía por horas y todos los días de su internación.
Y aún, sabiendo que fue declarado con muerte cerebral.
Cierro mis ojos.
Gracias, Amely...
Varias semanas pasaron, desde que cachorra habló conmigo.
Que se enteró de mi urgencia y la necesidad de un trasplante de hígado para mí, por parte del cuerpo médico Afro - Americano y que me tienen bajo su guarda.
Y desde que Constantine, fue declarado con su muerte cerebral.
Pese al único sonido del respirador, dando función vital a mi hermano en su habitación.
Solo parece dormido.
Como tomando una larga siesta.
Mi ángel guardián...
Hilos de lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, mientras con ayuda del enfermero sosteniendo el pie de hierro que lleva mi intravenosa y por la poca fuerza que me queda, empuja este para que pueda correr la silla junto a su cama y tomar asiento en ella.
Porque, yo también lo estoy de hace días.
Haciendo un obligado segundo ciclo de descanso al tratamiento de la quimio por la disfuncionalidad de mi hígado.
Ya que, no trabaja.
Solo haciendo una parte de su función mis riñones con ayuda de más medicamentos y diálisis.
Con una seña de agradecimiento, despido al enfermero que cierra de forma suave la puerta, para dejarme a solas con mi hermano.
Más lágrimas ahogan mi garganta, impidiendo las primeras palabras que le quiero decir.
Y respiro hondo tomando su mano y acaricio con mis dedos, donde una marca por no dar el sol quedó sobre su dedo pequeño, ante la falta del anillo del pueblo Qurash, la piedra roja de los descendientes de Abraham.
Porque, ahora lo llevo yo.
Lo que Constantine, quería.
Limpio mi llanto con el dorso de mi mano.
- Ya no estas aquí... - Estrecho más su mano. - ...pero, estas acá... - Toco mi corazón. - ...y sé, que me estas escuchando en alguna parte... - Sonrío entre lágrimas. - ...como el jodido hermano protector...que siempre fuiste desde que me encontraste y nunca me abandonaste, aún desde África...
Mi mirada se eleva a su rostro con parte de su cabeza vendada.
No hay gesticulación en sus rasgos iguales a los míos.
Sus ojos cerrados, no hacen movimiento alguno.
Como tampoco, hay reflejos en sus manos.
Nada.
- No solamente, salvaste mi vida... - Lo miro. - ...sino, que ahora me estás dando para seguir viviendo. - Mi voz se quiebra y beso su mano que tengo entre las mías. - Esto solo es un hasta luego, hermano... - Porque no es una despedida. - ...ya que mi corazón me dice que voy a volver a verte...
Abrazo a mi hermano con fuerza y lo estrecho fuerte contra mí, hasta sentir dolor en mis huesos.
Por ser nuestra despedida.
Dos días después, fue declarado clínicamente fallecido Constantine.
Y horas después.
Yo entré en cirugía por mi trasplante de órgano.
Entrando al quirófano en camilla y con las manos de mi cachorra entre la mía, hasta donde se lo permitieron los médicos cirujanos provenientes de África, que fueron los encargados.
Lo último que vi antes de que la anestesia hicieran su efecto total en mí, fue la sonrisa de mi bebita y sus palabras de que todo iba a salir bien, desde la doble puertas en color verde del Hospital cerrándose tras ella.
Y una lágrima bajó, por mi mascarilla de oxígeno.
Porque, Constantine quería esto.
Y una parte de él, iba a estar conmigo para siempre...
FIN.
EPÍLOGO I
Tres años después, en algún lugar de la costa del Índico y África...
CALDEO
https://youtu.be/8_NkSt9zDqU
- ¡Papi! - La vocecita dulce e infantil de mi pequeña Sabanna, se siente desde mi oficina en el segundo piso del palacio.
Sonrío.
Deslizo mi silla para ponerme de pie y con un gesto de mi mano, detengo la conversación que mantengo por asuntos de estado con los excelentísimos para dirigirme a los grandes ventanales.
Que abiertos y desde el gran balcón principal hacen llegar a mí, el sonido de las costas del Índico con sus fuertes olas golpeando en los acantilados.
Y río a carcajadas al ver a mis dos bebitas.
Madre e hija en los patios internos de este.
La primera, pintando con su caballete y pincel en mano bajo acrílicos, explayando sobre su lienzo a nuestra hija que bajo la sonrisa de algunos guardias que con suma vigilancia, cuidan y sostienen de una cuerda, como monta en su pony blanco.
El regaló para su cumpleaños anticipado número tres que será en días, por sus abuelos enviándolo a través de su avión privado.
Sí.
Papá y tío Hero no se aguantaron a su próxima llegada a mi país con familia y nuestros amigos, para vacacionar por unas semanas y pasar la navidad juntos como lo hacen todos, desde que subí al trono y con mi cachorra, decidimos vivir aquí.
A África.
Miro a Cabul que se sonríe negando.
Nuestra hijita es la luz de sus ojos.
Fue el maestro de mi hermano querido y el mío ahora.
Mi guía espiritual.
Mi mano derecha que a la par mía, me ayuda con los objetivos que empezó Constantine y yo quiero finalizar.
Inculcar la educación y conseguir una economía avanzada, sostenible y diversificada, fuera de necesidades para mi gente.
Y la no menos, importante.
La paz en el pueblo de Abraham.
Mi pueblo.
- Waintahaa alaijtimae alssada...(La reunión finalizó, caballeros). - Digo sonriendo.
- Sayidd... - Responden a coro y con una reverencia, estos.
No pierdo tiempo y me encamino escaleras abajo con Cabul, mientras desabotono mi túnica, para lanzarlo sobre un sofá quedando solo en camiseta.
Aunque me dejo el Kafhiyye, todavía no me acostumbro a los atuendos árabes.
La risita de mi hijita.
Nuestro dulce milagro, pese a la quimioterapia invasiva que sufrí.
Inunda lo jardines y palmotea feliz al vernos llegar mientras se deja llevar por un criado montada en su caballito.
Me abalanzo sobre mi cachorra, que a espalda de mí, ríe y observa a nuestra hijita sin dejar de pintar.
'Amirat alshshaaeb. (La princesa del pueblo).
Y mi jodida princesa.
La envuelvo por la cintura y como en el pasado la giro conmigo, provocando que chille de alegría y a carcajadas.
Solo falta nuestro colchón de hojas, formada por muchos otoños.
La beso sobre su pelo.
Ahora, las fuerzas me sobran.
Después de mi trasplante y bajo un periodo de cuidados intensivos con un tiempo prudente, recuperé mi fortaleza y retomando la quimioterapia, vencí a mi Leucemia.
Aunque llevo un mantenimiento de esta por posible reaparición del cáncer, bajo la mirada atenta de los médicos de siempre.
- ¿Tienes noticias de Amely? - Le digo, besando entre su cuello y nuca.
Mi lugar favorito.
Aplaude feliz, dejando sus pinceles.
- Estará en Marruecos hasta mitad de semana... - Rueda los ojos por el retraso de dos días de venir a visitarnos. - El periódico que la contrató como fotógrafa, la mantiene ocupada por ese miste... - Y el gritito de nuestra nenita, nos interrumpe que al ver a Cabul, estira sus bracitos a él.
Y este, bajo la risa mía y de Juno, no se hace esperar y la toma con cariño, besando su frente.
- ¿A quién saludas, bebé? - Pregunta cachorra a nuestra hijita, que mira en la lejanía.
Entre los acantilados y el oasis natural entre ellos.
- A un ányel, mamita... - Dice con su vocecita sin dejar de mover su manitos regordetas en el aire.
Cabul la imita.
- Su ángel de la guarda, mi reina... - Dice sonriendo con Sabanna en sus brazos, de forma dulce y cierta mirada cómplice entre los dos.
Ambos siguen saludando a ese supuesto ángel con sus manos al aire.
Y yo sonrío, porque les creo.
A mí, me salvó uno.
Mi hermano...
FIN.
EPÍLOGO II
Observo desde mi rincón, flexionado de una pierna y con uno de mis brazos, apoyado en esta.
Entre las alturas y rocas, el patio interno del palacio.
Sonrío.
Feliz.
Y no me arrepiento de nada.
Tenía que hacerlo.
Aunque era un plan arriesgado y no premeditado, sin saber a ciencia cierta si iba a funcionar.
La mano de Dios me guió para que saliera todo bien.
Caldeo necesitaba un trasplante.
Necesitaba ese órgano.
Para vivir.
Como diría Cabul.
Dentro de toda cosa mala, hay algo bueno.
Y se la donó Jael con su muerte.
Él sí, tuvo muerte cerebral y lo mantuvimos con vida esos días en una clínica a las afueras y privada de la ciudad.
Fingí, darlo yo.
Para que sea el rey de nuestro país.
Era el elegido.
Y el Qurash, nunca se equivoca.
Caldeo iba a recuperar su pasado, su pueblo y tener una familia.
Una familia honorable que como soberano que es y estaba destinado, que lo iba a lograr.
Lo miro con orgullo desde mi alto.
Porque nuestro pueblo está feliz con su soberanía.
Caldeo, es un rey querido y respetado e indulgente con su gente.
Como la reina.
Veo como abraza a Junot.
Una dulce princesa que ayuda a los necesitados, promoviendo la educación y el amor al prójimo, enseñando a dibujar en los orfanatos.
Ambos ríen.
Mi hermano ríe.
Feliz.
Y yo lo hago también, porque Caldeo perdonó su pretérita vida y aprendió a amar a su país.
Los Ur de Caldeos.
Nunca morí, ni estuve con muerte cerebral.
La bala de Jael nunca llegó a mi cabeza, pero si la rozó agradeciendo su falla.
Solo un estado vegetativo inducido por los propios médicos.
Mis médicos.
Hasta el momento oportuno.
Y fue bajo mi orden que lo decidí, mientras era llevado en la ambulancia y terminando de planear todo un par de días después hospitalizado en mi habitación.
Estaba inconsciente.
Pero mis sentidos seguían en funcionamiento.
Podía oler, oír y sentir cuando me tocaban.
Cada una.
Cuando los médicos lo hacían.
Cuando Junot, amigos y parientes me visitaban.
Y cuando mi hermano se despidió de mí.
Escuché cada una de sus palabras.
Sentí su abrazo y la humedad de sus lágrimas.
Y yo también lo abrazaba para mis adentros y lo acariciaba como consuelo.
Suspiro, desdoblando un pedazo de página de libro, recortada que llevo entre mis dedos.
Con la imagen de una mariposa.
La de una Argema Mittrei.
Nativa de Madagascar.
Su favorita, me dijo entre sus lecturas de tantas visitas por mí, al Hospital.
Como también, la escuché decir que me amaba y besando mis labios, se despidió de mí.
Desde el momento en que la vi, mi corazón se expandió con su presencia.
Con su mirada cálida y algo torpe para desenvolverse, sentí que todo mi eje se había inclinado hacia ella.
Y que mi control y esa calma siempre en mí, se iba por la borda con solo sentirla.
Lo que nunca logró Latifa.
Dándome cuenta que esta muchacha Amely, había robado mi corazón solitario.
Ella se había convertido en mi Argema Mittrei.
Mi mariposa.
Pero, yo no debía.
Yo, no puedo.
Debía darle fin al viejo Constantine, para que surja el nuevo.
El cual, con sangre Qurash rige en mi interior.
Las de los guerreros corazón de fuego.
Es mi destino.
Porque la represalia de nuestro padre es solo el inicio en un continente con muchos países que están en crisis y guerra civiles, con el nuestro manteniéndose leal a nuestras convicciones y promulgando la paz en el Medio Oriente y el mundo.
Habrá muchos Leones, queriendo corromperla.
Más Jael, con armas en manos y violencia.
Me incorporo con un movimiento de mi escondite y con ayuda de unos de mis sables, clavados en el piso.
Sonrío.
Pero siempre estaré para defenderte, hermano.
Y a nuestro pueblo...
Elevo una mano para saludar a mi pequeña princesita de corazones en los brazos de Cabul.
Ella es especial.
Porque, me percibe cuando estoy cerca.
Una Qurash pura sangre, pienso con orgullo, mientras me encamino a mi caballo oscuro a mi espera, metros más atrás y guardando mis sables en mi espalda.
Acaricio y palmeo con cariño su cuello.
Para luego, con un salto montarlo y perderme en la llanura...
FIN.
CAPITULO EXTRA Y REGALO, DE LA NOVELA CONSTANTINE
AMELY
https://youtu.be/LTIpLTOjrgY
Hago equilibrio tratando de sostener entre mi oreja y el hombro mi celular, mientras hablo con Juno.
Y al mismo tiempo, en una de las tantas tienda árabes y turcas que como un gran mercado de pulgas, te brindan desde frutos propios de su continente, hasta venta de gallinas enjauladas vivas.
Sip.
Muy vivas y cacareando entre ellas con su plumerío.
Como, lo que adoro.
Todo lo que es accesorios y telas.
Con una seña pregunto a la anciana mujer árabe del puesto, si puedo tocar el género de una.
Asiente con una sonrisa e incitando con sus viejas manos con algunos dedos pintados estilo tatuaje, a que lo haga.
Y agradezco con una reverencia y sonriendo también.
- Estaré en dos días, nena... - Le respondo, babeando por la textura de una por lo linda que es.
Juno resopla del otro lado, haciendo que ría.
- Oye, no te puedes quejar. - Digo. - Estoy viviendo en el mismo país que tú. - Elevo una mano a mi pecho. - Mi público, me demanda... - Finalizo con postura ganadora por más que sé, que mi amiga querida no puede verme.
Pero logré lo que quería, que ría.
- Ok "mi público te demanda" - Dice del otro lado con burla. - Olvidé que ahora eres una fotógrafa prestigiosa...pero recuerda, que necesito la humildad de mi amiga, para que me ayude con los preparativos del cumpleaños de mi bebita y porque, te extraño mucho... - Aunque no la veo, sé que está haciendo un morrito.
Y yo hago otro, descolgando la tela de su percha y con otra seña, le digo a la anciana que me la llevo.
- Awww...yo también te extraño y a mi sobrinita hermosa... - Respondo con cariño.
Luego de hablar otro tanto, nos despedimos con besos y la promesa de vernos pronto.
Sip.
Va ser tres meses, que me mudé aquí.
Llámenme tonta, si lo desean.
Pero extrañaba horrores a mi amiga y más, cuando me enteré de su embarazo y con la llegada de mi hermosa Sabanna.
Una preciosa combinación de mi mejor amiga con la herencia de los ojos de Caldeo.
Suspiro.
Y de Constantine...
En uno de mis últimos viajes de visita de verano a este país a mis amigos, bajo la alegría de mi amiga y mirada de satisfacción de su rey, acepté el trabajo que me ofrecieron en el periódico de la capital como fotógrafa.
No lo dudé.
Y meses después, ya era una residente Africana.
Feliz.
Ya que, adoro este país.
Su cultura.
Su gente.
Y amo mi trabajo.
Fotógrafa de investigaciones arqueológicas.
¿Mi última misión?
Con mi equipo de periodismo, el descubrimiento de un cuerpo humano arqueológico descubierto la semana pasada, desde su destierro y encontrado en su tumba.
Escalofriante, dirían algunos colegas y arqueólogos en ello.
Pero yo, lo llamo apasionante y misterioso.
Su edad es milenaria y aunque, no está confirmado aún, se dice que su edad data de A.C.
El esqueleto pertenece a un hombre, pero con el hallazgo de prolongaciones de extremidades en su espalda.
Un ángel.
Lo estudiosos dicen que se trataría del arcangel caído Caín.
El primer, mensajero de amor de Dios...
Aunque este hallazgo reciente, está revolucionando y siendo noticia en todo el mundo y las controversias existen.
Como la iglesia y sus eternas negaciones, contra los fervientes.
De los creyentes, contra los no.
Yo prefiero lo primero.
Y mis fotografías profesionales, lo avalan.
Niños correteando y jugando entre sí y de escasos recursos, al pasar sobre mí, entre el tumulto de gente propia del pueblo y de turistas, me hacen reír mientras me detengo en un puesto por algo de especias.
Y no lo puedo evitar, elevo mi cámara fotográfica colgada sobre mi pecho para sacarles una foto, al detenerse sobre la fuente de agua central a refrescarse, por el arduo calor de la tarde africana.
Sonrío sobre el visor y girando el zoom para una mejor captura de ellos, mientras chapotean con sus pies descalzos dentro de ella y juegan.
Cambio la postura de mi pie, para focalizar mejor, dando el primer disparo.
Perfecto y hermoso.
Y corro la cámara, aún mirando en ella por otra foto.
Esta vez, al mercado de pulgas.
A su gente y sus puestos.
Las mercaderías.
A los turistas admirando estas.
Cada disparo de mi cámara, es una hermosa foto cultural.
Hasta que el dedo sobre el gatillo, deja de hacerlo y se alza sobre este.
Porque, mi corazón se congela.
Al igual, que los movimientos de mis pies.
Estoy, estática en mi lugar.
Y jadeo una exhalación y controlando el temblor de mis manos, bajando el visor de mis ojos lentamente a lo que está apuntando, para poder mirarlo con mis propios ojos.
Gente me empuja, al pedirme paso y trastabillo sobre mi lugar, pero no pierdo contacto de lo que veo.
Y muerdo mi labio, caminando hacia él y olvidando mi compra de especias.
Un muchacho metros delante mío y en otro puesto, pero de frutas.
De jeans, zapatillas y con una gorra de beisbol sobre su cabeza, cubriendo parte de su rostro.
Habla con la señora del puesto y le sonríe, dando una mordida a su manzana de una bolsa que compró.
Camino, pidiendo permiso entre las personas que dificultan mi paso.
Su altura.
Su postura.
La forma en que corre su parte del pelo negro como el azabache que escapa de sus lados, haciéndolo a un lado con el ademán de su mano libre.
Tan, igual a Caldeo.
Tan...igual...a...
- ¿Constantine? - Mis pensamientos, me traicionan en voz alta.
El muchacho no se gira ante mi llamado a la distancia y siento las lágrimas amenazar mis ojos de la decepción.
Si creo fervientemente en el descubrimiento de ese ángel.
¿Por qué no, en esta mínima esperanza?
¿De que él no murió y que solo fue mi agridulce sueño del hombre, que todavía no dejé de amar?
Pero algo llama mi atención dentro de mi tristeza.
Al sentir ese nombre, el muchacho de espaldas a mí, dejó de hablar con la agradable vendedora y comienza a caminar en dirección contraria de donde me encuentro, llevando su bolsa de frutas, pero olvidando su manzana mordida sobre el puesto.
Camino detrás de él y abriéndome entre la gente a codazos.
¿Por qué?
No tengo idea.
Pero si no lo hago, siento que moriré.
Nunca voltea hacia mí.
Sabe, que lo sigo.
Lo siento.
Sin embargo, jamás se gira.
Baja por escaleras de diseño estrecho, uniformes y en su mayoría compuesta esta zona en piedra rosa natural y maldiciendo por lo bajo, por haber optado salir a la tarde con zapatos que aunque son de tacón bajo, dificultan esta estúpida persecución.
Lo sigo por callejones y más putas escaleras, perdiendo de vista al desconocido al doblar de forma precipitada sobre una lateral, de una pared de edificaciones altas.
Apuro mis pasos y mi pecho baja y sube por la adrenalina y mi acelerada persecución.
Me detengo jadeante y con ambas manos en mi rodillas, intentando recuperar el aliento.
Mierda.
Desde la Universidad, fui malísima para las corridas.
Y elevo mi vista.
Porque, nunca estuve por aquí.
Pero se puede distinguir que es un barrio de viejas edificaciones altas y se pueden albergar a medio pueblo aquí.
Sogas con ropas colgadas de ellas cruzan de un frente interno de edificio al otro de diseño idéntico y con sus respectivas escaleras de incendio a sus lados.
Su media oscuridad e iluminación, me asusta.
Como también, notar que el muchacho misterioso no está en ningún lado y este, es un callejón sin salida.
¿Acaso, trepó los casi diez pisos que se compone este viejo y precario condominio hasta sus techos?
Y niego divertida.
Estas loca Amely me digo para mí, tomando la última bocanada de aire para recuperar mis pulmones y volverme.
- Debo, haberme confundido... - Susurro bajito y girando sobre mis pies con cierta decepción.
Y tristeza...
Acomodo mi bolsa de compra con la tela en mi brazo para limpiar una lágrima perdida de mi ojo, que nace por lo que creí por un momento y no fue.
Pero algo salta sobre mí, de golpe y me empuja contra la pared.
El muchacho.
No puedo ver su rostro, porque su gorra muy baja sobre su rostro, no me lo permite.
Pero sus manos, sí.
Y me recorren por el contorno de mi cuerpo.
Su aliento cálido a manzana, juega con la piel del escote de mi camisa, mientras su cuerpo se presiona más contra el mío y la pared, provocando que los jirones de arena gruesa del viejo revoque de esta, piquen mi espalda.
Una de sus manos acarician mi pecho por sobre mi camisa y hace a un lado, mi cámara profesional para tener más acceso a ellas y ante ese contacto, mis pezones reaccionan endureciéndose mientras la otra, acuna mi mejilla para luego subir a mis ojos y tapar mi vista con ella.
Otro jadeo, se escapa de mí.
Nunca me sentí tan excitada y llena de terror al mismo tiempo.
Y aunque no lo puedo ver, porque su mano con una suave presión, impide mi visión.
Siento que eleva la suya y me observa.
- ¿Qué, quieres de mí? - Dice bajito sobre mi oreja y sintiendo el calor de sus labios en mi cuello.
¿Dulce amenaza, existe?
Abro mi boca para responder, pero mi respuesta es morder mis labios nerviosa y negando.
Mis palabras, están ahogadas en mi garganta.
Su dura erección, aprieta y juega por arriba de mi vientre, mientras su mano se abre en mi baja espalda para contenerme, porque siente que voy a desfallecer ante ese duro, dulce y caliente contacto.
Quiero gritar, pero algo me dice que no.
Quiero sacudir mi cabeza, para sacar su otra mano que me impide verlo.
Pero también algo, me dice que no.
Dios, me estoy dejando manosear por un extraño y me gusta.
- No debes caminar por esta zona, sola... - Puedo sentir sus labios casi sobre los míos al decirlo. - ...es peligroso...- Dice.
Y sus labios rozan los míos y lo acarician.
La humedad de la punta de su lengua dibuja mi labio inferior, para luego de morderlo con suavidad...
Y robarme un beso.
Quiero luchar.
Pero mi traicionero cuerpo y boca se niegan.
Resoplo de frustración y eso basta, para que su lengua entre en mis labios abiertos.
Y la acaricien y busque la mía, para entrelazarla y profundizar el beso.
Mis manos se apoyan en su pecho duro y tonificado que ante mi contacto, saliendo un gemido de satisfacción en él, besándome más.
Su mano, siempre permanece sobre mis ojos.
Y me besa más profundo y algo se expande en mi corazón.
Dicen, que el cuerpo tiene memoria.
¿Los labios, también?
Porque y aunque, fui besada un par de veces por chicos.
Todo mi ser despierta, ante el contacto de estos labios.
La textura y suavidad de estos.
La unión de los míos con los suyos.
Y mis latidos se aceleran.
Yo nunca pude olvidar el beso robado y de despedida que le di a Constantine desde su cama del Hospital.
Y son, tan estos...
- Constantine... - Gimo sobre sus labios.
No puedo verlo, pero creo que se sonríe entre los míos.
- Nunca sigas extraños... - Susurra muy bajito, abandonando el beso y odio eso. - ...no podré estar siempre para protegerte, mariposa...
Y de un movimiento, se va.
- ¡Espera! - Grito, intentando acomodar mi vista fregando mis dedos en ella, ya que veo borroso por la presión y tiempo de sus manos.
Maldito desgraciado.
Sabía que se me dilatarían las pupilas y demoraría unos segundos en normalizarse mi visión.
Tiempo suficiente, para su fuga.
Estrechando mis ojos hacia arriba, lo veo treparse entre piso y piso.
Sin arnés.
Y sin seguridad de nada.
- Guau... - Sale de mí, impresionada y no lo dudo dos veces.
Enfocando mi cámara a él, disparo de forma consecutiva varías fotografías, casi perdiéndose de mi vista.
Llevo mis dedos a mis labios.
Aún están hinchados y tibios por sus besos.
Me dijo mariposa.
¿Cómo supo que es mi animal favorito?
Sonrío.
A la única persona que le leí mi libro predilecto, fue a Constantine en mis días de compañía.
Sacudo mi cabeza.
¿Es o no es?
Sería todo, tan mágico.
Me giro para retomar mi camino de vuelta, tirando mis hombros hacia atrás.
No importa.
Elevo una ceja.
Voy averiguar de ti, chico misterioso, me juro.
Y no sé por qué, algo me dice, que nos vamos a encontrar muy seguido...
FIN.
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