CAPITULO 28

CALDEO

Mis dedos juegan con el tallo de una gramilla, hasta arrancarla y llevarla a mi boca de forma pensativa.

Nos sentamos los dos sobre el césped en la cima de una colina y dejando mi camioneta, estacionada unos metros detrás nuestro.

Miramos desde su altura, la vista que nos regala de la linda zona semi poblada donde vivimos.

El campus Universitario se divisa en la lejanía con sus grandes pabellones estudiantiles en color amarillo y las arboleda que lo rodean.

Y mis ojos, vagan más abajo.

A una pequeña canchita de fútbol hecha en un descampado, cual una docena de niños juegan a la pelota y sus gritos de festejo como de aliento propio del juego, se sienten de donde estamos.

Miro a mi cachorra.

Su mirada también está en los niños y la pelota.

Y se sonríe, cuando marcan un gol y mi corazón salta.

Es tan bonita.

Tan chiquita.

Tan natural.

Mi gran amor...

Me recuesto sobre el césped, cubriendo más con la capucha de mi campera, mi cabeza corriendo mi pelo aún lado.

Y suspiro, mordiendo el piercing de mi labio.

Cachorra no me obliga.

No insiste.

Se limita a mi lado a esperar y que empiece con lo que lo único en mi vida, nunca deseo hablar.

Mi origen.

Mi pasado arrebatado de niño, para devolverlo sin mi permiso de adolescente.

- Mi verdadera madre se llamaba Fadila... - Suelto de la nada y sin dejar de mirar las nubes blancas, recostado y que llenan parte del cielo.

Y una leve sonrisa me nace, al recordar el juego de encontrar formas a algo en ellas y de niños con cachorra.

Siempre ganaban los conejos y tortugas.

Juno se gira a mí, al escuchar mi voz, pero no dice nada ni me llena de preguntas por mi dicho.

Aunque la expresión de su bonito rostro, está llena de ellas.

Su mirada sigue la mía, a las nubes y vuelve a mí, sonriente.

Lo recuerda tan bien como yo a nuestro juego de infancia.

Abro mi brazo y entiende.

Se recuesta sobre el césped y a mi lado, apoyando su mejilla en mi pecho y la rodeo con él, besando su frente.

Y suspiro, nuevamente mirando el cielo.

Por tener a mi bebita entre mis brazos y porque, por primera vez voy a hablar de esto con alguien.

- Hija única. - Prosigo. - De una rama de la tribu Baru Hashim proveniente de un clan antiguo y de origen en Adnan que pertenecía a Mahoma. Un linaje que se remonta de la época A.C y del profeta Abraham. - Cuento. - Los Qurash.

- Muy antiguo... - Solo dice con su vocecita en voz baja.

Asiento, apoyando mi barbilla sobre mi pecho para mirarla, pero no veo sus ojos.

Solo su pelo suelto esparcido sobre mí y que brilla como el cobre por el sol.

- La confinaron desde su nacimiento a un matrimonio arreglado y a conveniencia con otra familia de alto poder y dinastía, los Kosamé. - Le relato. - Familia constituida por altos mercaderes y a su hijo mayor, León.

Sus ojos se elevan.

- ¿Tu verdadero padre?

Vuelvo afirmar.

- Fadila con casi 17 años, contrajo matrimonio con León de 28 y de esa unión, nacimos mi hermano Constantine y yo...

Los ojos de mi cachorra se abren grande, incorporándose de golpe de mi pecho.

Y Santo Dios.

Quiero besar la unión de sus cejas elevadas por la sorpresa.

- ¿Son gemelos? - Exclama.

Cruzo mis brazos detrás de mi cabeza y la miro desde abajo.

- Mellizos. - Corrijo. - No somos idénticos como tú y tus hermanas, pero muy parecidos... - Sonrío.

Su nariz se arruga.

Sonrío más.

Igual, que tía Vangelis.

Y sus ojos reposan en una flor silvestre del suelo.

- No entiendo, Caldeo... - Murmura. - Adoras a tu hermano, te reencontraste con él y tu sangre...

Mi sonrisa cae y me reincorporo también, pero de mala gana.

Al lado de la flor silvestre que sigue reposando su vista Juno y acaricia con su mano, una piedra.

La tomo con mi mano y juego con ella, para lanzarla luego colina abajo.

Resoplo.

- El hijo primogénito varón de esa unión, por el linaje de sangre maternal Baru Hashim, se convierte en el Sayyid de su pueblo, cachorra.

Me mira.

- ¿Cómo un guía espiritual?

Niego.

- ¿Título honorífico? - Insiste.

Niego otra vez.

Hace una mueca, pensativa.

- ¿Un ilustre en algo, entonces?

Vuelvo a negar.

- Un cargo más alto... - Digo.

- No sé, mucho de una monarquía. - Acaricia otra vez la flor y se encoje de hombros. - Solo algo así de mandatarios y consejeros que ayudan al... – Y su mano deja de tocar la flor de golpe y yo muerdo mi labio.

Me mira con sorpresa y abriendo su bonita boca.

- ¡No jodas! - Chilla. - ¡Tu hermano es un príncipe!

Y muerdo más el aro de mi labio, negando.

Frunce sus cejas y cruza sus brazos.

- No entiendo, entonces... - Murmura y me mira raro.

Y le inclino mi cabeza con obviedad.

Y de golpe sus manos suben a su boca.

- ¡Oh Dios...oh Dios! - Me señala dudosa.

Todavía no cae mi bebita.

- ¿Tú...eres el mayor? Entonces el príncipe...

- Sayyid, del pueblo. - Finalizo su oración.

Se sienta sobre sus talones y queda en silencio.

Un gran silencio.

Y tiesa como una piedra.

Una hermosa piedra.

Y me entrecierra los ojos odiosa.

¿Eh?

Para luego, golpear mi hombro con su puño y con mucha fuerza.

- ¡Eres un puto príncipe de un país entero en África y me armas una pelotera por un rasguño de mierda de la puerta de tu vieja camioneta! - Chilla enfurecida. - ¡Cuando debes tener una flota de geniales y deportivos autos allá!

No me aguanto.

Lo intento, pero no puedo.

Mi carcajada suena en media montaña, sobando mi hombro dolido por su golpe, recostándome otra vez en el césped.

Pese a que entiende mi título, no le interesa.

No le importa quién soy en África, lo que conlleva y significa eso o si estoy bañado en oro y joyas legendarias de mi pueblo.

No le seduce.

Porque cachorra, solo me sigue viendo como el jodido Caldeo que le reprochó la abolladura de la puerta de mi camioneta.

Su mejor amigo.

Una persona simple y común.

JUNO

Frunzo más mi nariz y aún con mi puño en alto.

¿Qué le causa tanta risa?

Hasta que mi mano se va abriendo y bajando hasta mi regazo, como el razonamiento en mi cerebro.

Dulce Jesús.

Caldeo.Es.Un.Príncipe.

Un jodido, exótico, tatuado y rebelde, príncipe árabe.

Re mierda.

Pero...

Me siento cruzando mis piernas, tipo indio.

Todo parece malditamente como esas bonitas dentro de la tragedia, leyendas o historia de cuentos de hadas.

¿Por qué, su mirada de ese gris cristalino son tristes, igual?

Me reacomodo en mi lugar, empezando a entender.

- ¿Es por tu padre, no es cierto? - Murmuro.

Suspira y se sienta como yo frente mío y asiente.

- En la línea de sucesión. Si el primer hijo varón no sube al trono por herencia de una jerarquía matriarcal como príncipe. La sucesión le corresponde al padre, que se convierte en rey.

No entiendo.

- ¿Y tu hermano?

Caldeo niega.

- Lo heredaría a la vejez del rey, por no ser el hijo varón primero.

Y mi corazón golpea por la crueldad en solo pensarlo.

- ¿Tu padre te envió lejos, para desenterrarte y ser él, el rey?

Vuelve a negar en silencio.

¿Qué?

- Mi madre, Al - Amirah Fadila... - Susurra.

Froto mi mano en mi frente como si eso ayudara a aclarar toda esta confusión.

¿Su madre, también era despiadada?

- No. - Dice respondiendo a mis pensamientos. - Ella era buena, Junot. Solo me protegió de mi padre...

¿Eh?


            CONSTANTINE

Saco mis auriculares de mis oídos escuchando música y abro mis ojos desde mi asiento, al sentir el roce suave de una mano en mi hombro.

El rostro de la aeromoza de mi avión privado con una sonrisa, me señala el pronto aterrizaje al aeropuerto de pie a mi lado.

Obedezco abrochando mi cinturón de seguridad con un asentimiento.

Miro a través de la ventanilla, la gran tierra Americana bajo el avión y llevo una mano a mi pecho, porque algo me invade.

Una sensación.

Te siento cerca, hermano...

Veinte minutos después desciendo de este, con un saludo de reverencia de respeto del capitán y su tripulación a mí.

Bajo de la escaleras mientras me pongo mis lentes oscuros y de sol, haciendo mi pelo a un lado y que cubre parte de mis ojos.

Y este, en el gran cielo me baña con él.

Sonrío.

Prohibí la espera de un coche por mí, en la plataforma de aterrizaje para que no llamara la atención.

Prohibí a agentes de seguridad a caminar a metros mío, como lo hacen en África y por suelo que piso.

Aunque sé, que lo estarán a una distancia prudente, bajo ropa civil en toda mi estadía.

Prohibí a mi fiel Cabul a viajar conmigo, bajo su rabieta por ser lo más cercano a un padre y protector, que es hacia mí.

Y adelanté este 36h antes por si se infiltraba mi llegada, así los paparazzis y periodistas de ambos países no dieran conmigo.

Nadie sabe de este viaje.

Nadie, sabe que estoy aquí.

Está prohibido por mi mandato.

El gran Sayyid.

Paso por la puerta de ingreso, acomodando mi camiseta blanca bajo mi chaqueta de cuero negra y a la espera de mis valijas por la cinta transportadora, como cualquier persona normal.

De mi mochila, saco una gorra de beisbol y me lo pongo sobre mi pelo desordenado.

Me gusta.

Al girarme, me choco con un grupo de chicas cargadas con mochilas y bolsos que por su etnia nórdica, son extranjeras como yo.

Estudiantes de intercambio, tal vez.

Bonitas.

Curvilíneos cuerpos.

De labios llenos y sugerentes.

Ríen y hablan por lo bajo entre ellas, al verme desde su rincón.

Hago fila a la espera de presentar mis papeles y sacando mi pasaporte, del bolsillo trasero de mis jeans.

Les sonrío y recibo de ellas más risitas.

Y niego divertido con mi maleta a un lado, volviendo a la espera de la fila y poniéndome los auriculares que cuelgan de mi cuello, nuevamente en mis oídos por buena música.

Sería interesante divertirme algo, además de buscar al descarriado de mi hermano...

CALDEO

- Mi padre nunca me aceptó... - Susurro, entrelazando mis manos sobre mis rodillas elevadas. - ...era un bebé enfermizo. A ciencia cierta, nadie sabía a este ese momento que tenía, ya que padecía de malestares, falencias y mi enfermedad no estaba detectada. Y él no aceptaba un hijo suyo y de su sangre. - Relato. - Un Kosamé enfermo... - Estiro mis piernas de forma cansada y cruzo una sobre la otra.

Mis ojos se humedecen y bajo mi vista de mi cachorra.

- Y mi padre quería ser el rey...mi madre, solo intentó protegerme Junot de un nefasto final con 2 años de vida y dando la orden de llevarme lejos.... - Mi voz se quiebra y se pierde con esas últimas palabras.

Porque y aunque fue mi padre biológico solamente, duele como la mierda saber que no te amó y quiso deshacerse de ti.

Y callo de golpe.

<< No hables, Caldeo... >> El recuerdo de Lála, me invade.

Ella tenía razón.

Y mis manos sobre mis lados, se hacen puños.

Porque hablar duele.

Lastima.

Y el silencio protege.

Pero de golpe algo cálido me envuelve.

Fuerte.

Dulcemente fuerte.

Mi bebita me sorprende con un abrazo.

Es de consuelo.

De protección.

Y de amor...

Un abrazo que por la fuerza nos tumba al piso y choca sus labios con los míos.

Paz.

- Shuu... - Me silencia entre mis labios. - ...ya me devolviste muchos de mis días robados. - Me sonríe.

Y yo agradezco que no quiera preguntar más.

Mis manos se aflojan para envolverla y devolver ese beso.

Profundo.

Pero...

Mis ojos se abren de golpe.

Algo, tensa mi cuerpo.

Y no es una erección palpitante por tener a Juno encima.

Mi cachorra arriba mío, me mira raro.

- ¿Qué? ¿Qué pasa, Caldeo? ¿Te duele algo? - Murmura preocupada y mirando mi rostro en busca de una señal de descompensación por mi enfermedad.

La tranquilizo negando y acariciando su mejilla.

No fue dolor.

Y palpo mi pecho mirando el cielo, donde justo atraviesa en su lejanía un avión surcando el aire.

Porque, es una sensación fuerte y como si fuera parte de mí.

Que está cerca.

Muy cerca....










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