CAPITULO 26
JUNO
Las puertas del bar WaySky, están sin llave.
Caldeo entra sin llamar y sin hacer caso al cartelito que cuelga de la puerta con cerrado y conmigo detrás.
https://youtu.be/Md-NAJ9DBxE
El sonido de alguien barriendo y la música de un viejo Country Blue, suena de alguna parte e invade el bar vacío.
Observo asombrada y muy a gusto con mis manos en los bolsillos traseros de mis jeans, que sin la oscuridad de la noche, el humo, las luces estratégicas y los láser, el lugar se transforma en un bar cálido, acogedor, diurno, en pisos de madera y con la temática de los '80 en decoración y música.
El hombre de tupida barba entrecana y fisonomía temible barriendo, hace seña a unos de los empleados que tomen las escoba por él y se acerca a nosotros.
Palmea con cariño el hombro de Caldeo, para luego mirarme de forma curiosa y sin preámbulos.
Estrecha mi mano.
- La muchacha del whisky. - Dice con su voz atronadora, recordándome de anoche.
Caldeo me frunce el ceño y yo le ruedo los ojos.
El hombre suelta una carcajada.
- Tranquilo Caldeo, solo tomó una Coca Cola doble. - Me mira. - Soy Salvador, dueño del bar y amigo del muchacho. - Se sonríe.
Una sonrisa cálida aparece, bajo ese semblante agreste y temerario.
- Junot... - Digo algo tímida.
Al sentir mi nombre, el hombre abre sus ojos.
Y se sonríe más.
- No podías ser otra. Ya era hora de conocerte...
Miro a Caldeo.
Solo se sonríe como Salvador, pero no me dice nada.
Tomando mi mano, me lleva en dirección a la barra donde nos sentamos.
Pero capto que este hombre es muy importante para Caldeo y la persona, cual quería presentarme.
Tras disfrutar de una jarra de zumo de frutas de estación y rodajas de budín de vainilla casero, me cuentan como se conocieron y se hicieron amigos.
Por una noche que Caldeo, cayó al bar a ahogar sus penas.
Para ser exactos, un par de días después de su llegada a África.
Las intenciones de Caldeo era emborracharse, pero no llegó a buen puerto por dos razones.
La primera.
Jamás tomó alcohol, lo detesta y de eso soy testigo, porque de chica en reuniones familiares mientras todo lo hacíamos con algún brindis, él se limitaba al vaso de gaseosa.
La segunda.
Medicamento fuertes por su enfermedad en combinación con alcohol, bomba estomacal y a la primer medida de vodka con limón, Caldeo se descompuso y se desmayó.
Sip.
Muy macho.
Cuando despertó se encontró en una cama estilo turca, cómoda, limpia y a Salvador en una silla cuidando de él.
Desde ese episodio, casi dos años de amistad entre el exótico como lindo Caldeo y el temible hombre de barba entrecana.
Que en una de sus tantas visitas a su amigo en sus tardes en el bar y después de clases descubrió que Salvador, fue en su juventud parte de una banda y como tal, excelente guitarrista y como exsoldado de escuadrón de tierra, amigo y con ella, animaba a sus compañeros de batallón en plena guerra.
Cual, sus notas musicales y canciones cantadas por él era la paz y fortaleza para ellos desde sus trincheras en las noches, bajo la cortina de fondo de bombas cayendo por aviones enemigas a pocos kilómetros de distancia o el silbido perdido de alguna metralleta.
Y enseñó a Caldeo a descubrir su pasión.
Cantar y a tocar la guitarra.
Canalizar sus alegrías y tristezas a través de ambas y no, en un vaso de alcohol.
En el poder de una canción.
En el poder, su majestad la música.
Y en el poder de una voz.
Su linda voz.
Entre risas de los tres, la pantalla del celular de Caldeo se ilumina sobre la barra por la entrada de un mensaje de texto.
Su expresión alegre al levantarla y chequearla, cambia a enojo al leerla y sin más, se pone de pie de su banqueta con el en manos y en dirección a la puerta de la salida, mientras teclea algo y la sube a su oreja corriendo su pelo a un lado.
Miro a Salvador sin entender.
¿Va llamar al que le mandó el mensaje de texto?
Y Salvador acaricia su barba plateada del otro lado de la barra, sentado frente mío.
- Solo una persona, saca su temperamento de tranquilo a furia a Caldeo...
Sin dejar de mirar la puerta por donde salió y quedó entre abierta, murmuro.
- ¿Constanza?
Suelta una risita silenciosa.
Niega.
- No, chica. Un tal Constantine, que Caldeo le niega su atención.
Y me giro a él de golpe.
¿Así, no se llama su hermano?
¿Y por qué, Caldeo hace eso contra él?
Me bajo de mi banqueta y con una seña de mi pulgar en dirección a la puerta, le digo a Salvador que sigo a Caldeo.
Él asiente, limpiando la barra con un trapo.
Y no necesito salir afuera, porque ya desde la puerta abierta se escucha la voz de Caldeo.
Discutiendo.
Elevada.
Sip.
Elevada.
Y en otro idioma.
Mis ojos se abren apoyada en la puerta.
¿Caldeo, sabe hablar en otro dialecto?
Es una lengua extraña.
Tal vez árabe.
O turco.
Sinceramente, no lo sé...
Pero lo que sí y es certero, es que ese idioma bajo la voz de Caldeo, es poderosa, demandante y autoritaria.
Lo miro al salir de la puerta en dirección a él y algo me sorprende.
Está a espalda mío y con una de sus manos en la cintura.
Aunque lleva puesto sus sencillos jeans negros, con una simple camiseta mangas cortas oscura y con el logo de Greenpeace en verde.
Caldeo trasmite una gallardía diferente y poder, sobre sus hombros como porte.
Que irradia con esa lengua extraña en voz y postura.
Algo imperioso.
- Caldeo... - Susurro.
Se aparta un poco y se gira.
Sus ojos chocan con los míos e inmediatamente deja de hablar y se siente del otro lado, que alguien lo llama por su nombre.
Muerde el aro de acero que perfora su labio inferior.
Y cuelga.
CONSTANTINE
https://youtu.be/LTIpLTOjrgY
- Al 'ahmaq sakhif...(pendejo de mierda) - Gruño una maldición desde el asiento trasero de la Hammer triple cabina blanca, conducida por Cabul sobre la gran avenida.
Me cortó.
Gruño más fuerte, ganándome una risita de Cabul por el espejo retrovisor.
Se detiene en un semáforo en detención mientras intento llamarlo.
Me manda al buzón.
Perfecto.
Mi hermanito bonito, ahora no me quiere atender.
Después de casi quince minutos escuchar sus mandatos imperialista y sus mierdas de hermano mayor por tres minutos de obediencia al Sayyid y de que no viaje a verlo, me corta en plena discusión.
Mi garganta se cierra, no puedo tragar y hasta siento que me cuesta respirar.
Quiero estrellar mi teléfono contra la puerta de mi lado y destrozarlo en un millón de pedazos.
Mierda contigo, Caldeo.
Y voy hacer ese puto viaje lo mismo.
El coche se detiene en el gran portón de seguridad y de acero crudo, que abren automáticamente ante la presencia de este.
Los guardias uniformados y con armas colgando de sus hombros, hacen una reverencia ante mi llegada por más que no ven por los vidrios polarizados de oscuro.
Pero, saben que estoy.
Una vez dentro, el director del Jazzayiy (penal) ya está a la espera para recibirme en el patio interno del presidio.
Abre mi puerta con un saludo de reverencia, mientras a Cabul le hago seña con un dedo en el aire, que aguarde dentro del coche.
Afirma.
Lo imito al hombre y sin palabras verbales de por medio, lo sigo cruzando por la única puerta de acceso y con ese extenso pasillo.
Oscuro.
Y casi sin luz.
Como los condenados que habitan en él.
El director se despide al llegar a las doble puerta con barrote de seguridad, donde dos guardias ya están a mi espera, como cada vez que vengo.
Suspiro.
El sonido de la alarma autorizando la abertura de la puerta y proveniente del piso de control, se siente de forma insipiente.
Y otro corredor nos recibe.
Uno más amplio de color marfil y con puertas en material de aleación blindada en ambos lados de sus paredes, ocupadas por prisioneros cumpliendo su condena en absoluta soledad y máxima seguridad.
Casi al final, uno de los guardias pasa el código secreto por el tablero, contiguo a la puerta.
Esta se abre mecánicamente, con el bip de fuera cerrojo de seguridad.
Los custodias se hacen a un lado con respeto hacia mí, para que ingrese, pero dejan la puerta abierta y se ponen en guardia como a ambos lados de esta con armas en manos.
Ingreso a la habitación y me detengo a mitad de ella.
Está iluminada por la ancha y enrejada ventana sin cortinas, donde la luz diurna dibuja sobre la pared frontal, la silueta de esta con sus sombras.
El sonido de una vieja mecedora estilo turca en madera ébano y gamuza, invade el lugar con su ir y venir, meciéndose por alguien.
Cruzo mis brazos sobre mi pecho.
- Hal wasalna 'iilaa ruyat abni...(Viniste a verme, hijo mío) - Dice con su voz despectiva y sin amor, pese a su oración.
Sin mirarme.
Solo, meciéndose una y otra vez.
Despacio.
Lentamente.
En otra época, esa actitud me hubiera dolido.
Pero, ya no.
Bajo mi mirada a él.
- León... - Solo digo, como saludo a mi padre.
Nuestro padre...
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