CAPITULO 23
JUNO
La cocina está vacía, al igual que la sala de estar como sus luces apagadas.
Todo está, solo iluminado por la luz del mediodía que se filtra por las cortinas floreadas y claras de la casa.
Un par de platos y vasos con restos de comida que fueron utilizados para almorzar y quedaron sobre la mesa sin levantar, me señalan que hubo movimiento.
Mi mano reposa en la baranda de madera de las escaleras y con un pie en el primer escalón, cuando elevo mi vista al segundo nivel de la casa, con la disyuntiva entre mi cerebro y corazón, si debería subir o no.
Porque, solo hay silencio.
Tal vez Caldeo se quedó dormido y está en su habitación.
¿O tal vez, mi padre le dijo algo de camino acá y se molestó?
Muerdo mi labio.
Y niego.
Caldeo no siente emociones como la culpa, vergüenza o remordimiento.
Y esa es la respuesta que necesito, para que me de coraje subiendo el segundo escalón como resto.
Las tres únicas habitaciones que ocupan la planta alta, se encuentran con sus puertas abiertas y también sin luz.
Solo la de Caldeo con la suave como tenue de su velador en la mesilla y junto a su cama, ilumina el lugar.
Y aunque denota que estaba armada, está abierta sus frazadas y sábanas.
Como si alguien, solo se hubiera recostado en ella por un rato.
La ropa que llevaba puesta anoche y durmió conmigo, está en el piso junto a un jeans y sus botas oscuras que usa casi siempre.
Y entre ellas, de un bolsillo trasero sobresale una foto.
De los dos cuando éramos niños.
La levanto.
Es una de las que estaban sobre el refrigerador, como las otras puestas con imanes.
La de nosotros juntos y sentados en el escalón de la entrada principal de su casa, sonriendo a la cámara de foto, tal vez con 10 años, yo y 14, él.
Y me sonrío, acariciando la imagen entre mis manos, pero un murmullo jadeante del baño del pasillo llama mi atención.
Salgo de su habitación y apoyo mi mano como mejilla, en la fría puerta de madera que está cerrada.
Y no puedo escuchar bien, por el sonido de una canilla abierta de agua que corre.
Pero sí, distingo que las personas que están en el interior, son tía Lorna y Caldeo.
- Soporta, mi niño querido... - Capto en un susurro de mi tía decir con dulzura.
¿Qué?
Más sonidos jadeantes.
Y una maldición de Caldeo.
Más ruido de agua corriendo.
Y otro sonido.
¿Como...el de vómitos?
¿Eh?
Seguido al agua que corre por el inodoro.
Y otra maldición de Caldeo.
Mi mano aprieta el picaporte de la puerta y la giro decidida a abrirla.
Y mis ojos se abren al encontrar a Caldeo espaldas a mí, solo en ropa interior y con ambas manos en el lavamanos y a tía Lorna con un vaso de agua en mano y la otra, acariciando el hombro de su hijo como consuelo.
En su otro brazo cuelga una pequeña toallita de rostro, manchada con desechos de vómitos.
¿Y sangre?
- Hija... - Murmura mi tía al verme.
Y yo, no puedo hablar.
Solo con mis ojos abiertos y con mis manos en cada extremo del marco de la puerta que la sostengo con tanta fuerza y como si esta, fuera a caerse.
Porque mis piernas intentan desfallecer, por no entender que pasa y si no lo hago, siento que voy a caer derrumbada entre el piso de cerámicos celestes del baño y la de madera del pasillo.
Y mi mirada va a la espalda temblorosa de Caldeo que sube y baja por el esfuerzo de sus respiración agitada, al vomitar en exceso y a la toalla.
Mi cerebro repite una y otra vez.
Manchas de sangre y vómito con su cuerpo temblando.
Caldeo.
Manchas de sangre y vómito, con su cuerpo temblando.
Y Caldeo, otra vez.
Nuestro ojos se encuentran, cuando eleva su mirada a través de la imagen del espejo junto al lavamanos.
Están más claros y cristales que nunca, como también inyectados de rojo y casi todo su pelo cubriéndolo.
Y hay, bronca.
- ¡Vete! - Susurra jadeante y limpiando su bonita boca con la pequeña toalla que le roba a su madre.
Mis ojos bajan a su otra mano, que con fuerza aprieta el borde de la pileta, hasta poner sus nudillos blancos.
- ¡Caldeo! - Reprocha tía Lorna con dolor, por su mirada y voz inexpresiva de calidez hacia mí.
Pero no hago caso y doy un paso a él.
Y sus ojos con huella de cansancio, se cierran.
- ¡Vete, cachorra! - Me grita nuevamente.
Y mis pies se detienen.
No por la orden.
Si no.
Porque es la primera vez que escucho gritar a Caldeo.
Su voz es fuerte, atronadora y potente.
Es...imperiosa.
Aunque después de su viaje de África, sufrí sus desplantes, burlas y ese odio que nunca entendí a mí.
Jamás me miró como lo está haciendo ahora.
Y jamás, me gritó y menos con ira.
Jamás.
- ¡Vete, maldita sea! - Vocifera con otro grito, que hasta juraría que se oyó desde la calle.
- ¡Hijo, por Dios! - Gime tía Lorna por su ataque. - ¡Es Junot, mi niño! - Gime.
Y retrocedo, pero mis ojos lo recorren y se abren con sorpresa ante su brazo, cuando levemente se gira a mi dirección.
El hematoma del otro día, ahora es más grande y oscuro, cubriendo ahora más parte de su brazo.
Y debe doler como la mierda.
Quiero preguntar que está pasando.
Quiero curar esa herida.
Y quiero abrazarlo.
Pero mis ojos se llenan de lágrimas y solo, logro que mis labios tiemblen.
Las palabras no me salen.
Ahogan mi garganta.
Solo un llanto de mí, por su mirada de furia.
Y huyo.
Corro.
Lo hago escaleras abajo, asustada sin saber por qué, y agarrando fuerte las barandas de las escaleras para no caer de los escalones por mi ojos nublados del llanto.
Y bajo un gran gemido lastimero, derrumbado y lleno de dolor de Caldeo, seguido del sonido de cosas siendo tiradas con furia al piso por él.
Ni siquiera voy por mi bicicleta y mi mochila.
Sigo corriendo.
Hacia el bosque.
Nuestro bosque.
Y limpiando mi llanto con mi brazo, mientras esquivo los tupidos árboles con sus ramas, las rocas y los arbustos.
Trastabillo en mi carrera a ciegas, pero logro reponerme antes de terminar con mis rodillas en el piso.
Llegando a casa, veo a mamá con nana Marcello arreglando unas plantas del jardín con tijeras y guantes puesto de jardinería.
- ¿Cariño? - La siento decir, preocupada al pasar cerca de ellos.
Pero, sigo corriendo y no le contesto como no entro a casa.
Voy al único lugar, cual me siento segura.
La casita del árbol.
Trepo su escalera con ayuda de la soga, que siempre cuelga de ella y me meto en su interior.
Busco mi rincón favorito, dónde está la mantita de Hello Kitty.
Y contra la pared me siento en el piso y me tapo con ella, echa un ovillo y con las rodillas sobre mi pecho, hago la segunda mejor cosa que sé hacer, después de correr gracias a Caldeo.
Llorar.
Llorar mucho.
CONSTANTINE
https://youtu.be/ZOX4V7bsiL8
El rugido de las hélices de mi helicóptero personal desde el aire, se siente más en su pronto aterrizaje al helipuerto de la azotea del palacio.
Los cientos de kilómetros se convierten en minutos el traslado de una ciudad a otra, cuando requieren de mi presencia en ambos sitios.
De su cabina, mi piloto con su pulgar arriba me hace señal de un próximo y óptimo aterrizaje en breve.
Desde mi altura puedo apreciar como el viento Lebeche proveniente del sur oeste, acude con arena y polvo es suspensión por del desierto del Sahara.
Arrugo mi ceño.
Este viento es el anticipo del Calima, la neblina provocada por el gran polvo africano que acarrea hacia el sur.
Ruego que se convierta en un cálido Ostro que es húmedo y a veces trae lluvia, que tanto le hace falta a mi pueblo y no se identifique con el gran Siroco, que causa condiciones secas en nuestras costas, tormentas en el mediterráneo y humedad con frío en Europa, llegando a la velocidad de un huracán.
La voz y sus coordenadas se escucha en el habitáculo interior, bajo el comando y la voz de mi piloto, anunciando por su casco con micrófono incorporado, nuestra llegada.
La respuesta no se hace esperar y es positiva, sonando en su intercomunicador.
El helicóptero se pone en suspensión sobre la plataforma para aterrizar y puedo divisar al incondicional Cabul con otros sirvientes, a mi espera y desafiando el viento en la altura, sosteniendo sus turbantes con las manos.
Bajo de este, sin esperar que detenga el motor cuando aterriza y camino a ellos, inclinando mi cuerpo por mi altura y por la fuerza de las hélices aún en movimiento y el ensordecedor ruido de ellas a la par del viento.
La mirada de Cabul de muchas vidas por a ver visto demasiado y sobre mí, es de forma preocupante y llama mi atención.
Saludo con una mano en alto a los demás sirvientes y niego sus servicios, mientras sostengo mi Kafiyyeh de mi cabeza que vuela en mis lados por el aire fuerte.
- ¿Yahduth dhlk? (¿Sucede algo?)- Grito, por sobre el sonido del helicóptero con su motor apagándose en descenso y el viento, mientras caminamos hacia el ascensor.
Cabul se inclina a mí, sin dejar de caminar a mi lado y con aire preocupado.
- Shaqiqih...(hermano) - Murmura.
Me detengo en seco y me importa una mierda, la tormenta que nos desafía en la altura.
¿Mi hermano?
- Qué pasa con él? - Lo miro de forma dura y deshaciéndome de mi saco de vestir que se lo lanzo a un sirviente, que nos sigue paso atrás.
- Llamó maddam Lorna. Quiere hablar con usted, Shayj...
Loraine Marie Nápole como su marido Ángel, son personas honorables.
Fueron grandes padres para mi hermano.
Y lo siguen siendo.
Lo que jamás fue nuestro padre.
Y no pudo llegar a ser nuestra ámi alhulwa fallecida.
Por protegerlo con su amor de madre.
Y con su muerte, yo prometí hacerlo hasta el final de mis días...
Porque es mi hermano.
Mi sangre.
Mi mellizo.
Y me duele, ya que solo puede ser algo muy grave.
Llego a mi oficina desabotonando los primeros botones de mi camisa de vestir y el Kafiyyeh de mi cabeza y por ello, mi pelo negro cae sobre mis ojos.
Los hago a un lado para despejar mi vista, apoyando mis manos en el borde mi escritorio que se cierran como puño por impotencia, dejando caer mi cuerpo adelante y mi cabeza de forma cansada para abajo.
Alllah, im tasmah...ruego.
JUNO
- ¿Bebita?
Entreabro mi ojos y lo levanto de mis rodillas con frazada de Hello Kitty, que me cubre toda.
La cabeza de papá, asoma por la puerta de la casita del árbol mientras sube.
Me tapo más con la mantita, pero no contesto.
Mi rostro lo siento tenso de lágrimas secas y mis ojos muy hinchados.
Creo, que me quedé dormida de tanto llorar.
No sé, si pasaron minutos o horas y papá tampoco me lo dice.
Se limita a tomar asiento en la entrada de la casita, casi a espaldas mío.
Tira su pelo ondulado hacia atrás con sus manos y con un suspiro, mira la extensión del jardín de casa.
- Tu madre me llamó preocupada al verte así. Pero cuando llegué a casa, ya estaba en el teléfono con Lorna, cielo... - Sigue sin mirarme. - ...tu tía llamó triste por lo que viste y el comportamiento de Caldeo.
Niego.
Y mis ojos pican por nuevas lágrimas.
- No entiendo nada, papá... - Lagrimeo. - ...con su llegada de África, su rechazo fue inmediato. Nunca más, quiso mi compañía...ni mi amistad...
Ahora, papá niega sonriendo.
Pero su sonrisa es triste y no llega a sus ojos.
Y sigue sin mirarme, pese a que lo veo de perfil.
Su vista, prosigue en el paisaje.
- ... y cuando creí que las cosas se iban recomponiendo entre nosotros, me hecha de su vida otra vez... - Prosigo, limpiando mi nariz con el dorso de mi mano y mis lágrimas con la mantita.
Papá resopla.
- ¿Sabes la historia de Caldeo y como llegó a nosotros? - Se sonríe. - ¿Y después a Lorna y Pulgarcito?
Asiento.
- Por el Hospital Infantil...
- Con dos cosas nos encontramos con la llegada de Caldeo a nuestras vidas, nena. - Acomoda sus lentes. - Un niñito de unos casi 4 años sin pasado. Que y con el tiempo descubrimos que a través de papeles falsos ingresó a nuestro país, proveniente de África y dónde, lo único que sabíamos era su nombre verdadero, ya que era también, lo único que pronunciaba. Y lo segundo, que padecía una enfermedad.
- Papá... - Gimo.
Me interrumpe con una mano en alto.
- Una enfermedad... - Su cabeza, baja a sus piernas. - ...que se pudo detener a tiempo en su multiplicación desordenada de células y controlar su formación de masas y la invasión a sus tejidos y que se extendiera, porque ellas eran malignas, gracias a un tratamiento invasivo a Caldeo. Pudiendo con la quimioterapia atacar la causa de su cáncer y por ende, arreglar ese ADN dañado que provoca esa división de ellas, sin control con ese mal... - Se gira a mí. - ...hija, su tratamiento fue un éxito. Pero en células cancerígenas malignas, siempre puede ocurrir que vuelvan a crecer algunas veces y Caldeo, lo viene luchando desde los 17 años hija, cuando volvieron a despertar...
¡Qué!
- Papá, yo no...
- Nadie lo sabía. Caldeo mismo, nos lo prohibió decirlo. - Se arrastra hasta mí. - Solo lo sabemos tu madre, Lorna, Pulgarcito y yo. Ni siquiera el tío Rodo y Mel o sus amigos...
- ¿Por...qué? - Susurro.
Me trae a sus brazos y no me niego, porque el cariño y los abrazos de papá son únicos.
- Porque, no quería ver a nadie sufrir de sus seres queridos por su mal... - Toca la punta de mi nariz con un dedo con cariño. - ...en especial, tú...y se lo respetamos. Era su decisión como ya un adulto. - Suspira. - Fue una época de muchos cambios para él. Se estaba convirtiendo en todo un hombre, su enfermedad, su amor por ti... - ¿Qué? - ...y en ese tiempo, el descubrimiento de que tenía un hermano... - Y me giro a él, de golpe.
¿Caldeo, tiene un hermano?
- Un hermano que siendo un adolescente también, hizo lo imposible para ubicar su paradero y cuando lo encontró, logró contactarse con él.
- ¿No fue su padre? - Pregunto recostada en su pecho, pero elevo mis ojos para mirarlo.
Y su mirada se oscurece por algo.
- No, bebita. - Dice duro. - Su padre, no. Su hermano. - Vuelven a ser cálidos. - Un hermano que le pidió que se reencontrara con sus raíces y familia de sangre. Que cuando se enteró de la enfermedad de su hermano, puso un país y toda Europa con sus mejores médicos Oncológicos a su disposición y Caldeo, aceptó.
Dios...
Por eso un año de tiempo.
Ya que, fue un año de tratamiento.
Un año él solo y por más familia de sangre que fuera, estaba sin la contención de su familia de verdad.
Sin Lorna y Pulgarcito.
Sin nosotros.
Y sin mí...
- ¿Su tratamiento no funcionó, papá? - Me acurruco más contra él.
- Solo, detener su ataque, cielo... - Corre mi pelo de mi frente. - Pero la enfermedad está...
- Y lo que vi yo en su baño...
- Es tal, nena... - Me señala. - ...se les llama vulgarmente, acostumbramiento de drogas. - Suspira. - Las células cancerígenas lo hacen con las drogas propinadas por su extenso periodo de tratamiento y ya su efecto, va perdiendo poder y no es lo mismo.
No.
NO.
Me siento sobre mis talones.
- ¿Y otra quimio?
Papá niega.
- Caldeo ya no quiere someterse a nada, nena...muchos años sometidos a exámenes, remedios de sabor desagradables, ver cómo te infiltran a máquinas, jeringas en tu piel de grueso grosor. Y no olvidemos lo que fuiste testigo hoy, la secuela y contraindicaciones de los medicamentos, como los vómitos, dolores musculares, náuseas, cansancio... - Sus ojos están húmedos, como los míos. - ...procuré convencerlo esa noche del gimnasio. Le dije que la fortaleza a más años de lucha, la encontrara en ti...pero, no quiere meterte en esto. Caldeo no quiere que lo veas en esa lucha y ver por ti misma, su cuerpo deteriorarse...
Empiezo a negar, porque sé, lo que me quiere decir.
Pero yo, no lo quiero entender.
Y mi papá intenta abrazarme, pero me levanto rechazándolo.
- ¡No! ¡No! ¡No! - Grito.
- Junot, escucha...
- ¡No! - Chillo otra vez, caminando a la puerta.
- ¿Hija a dónde vas? - Se pone de pie.
Y me doy vuelta, llorando con rabia.
- No le voy a permitir que me saque de su vida otra vez, papá... - Niego, limpiando mis lágrimas. - Ya, no más...
Se saca sus lentes para limpiar las suyas y sonríe.
- Carajo...como se parecen a su madre de obstinadas.
Río entre lágrimas y corro a él, para abrazarlo.
Fuerte.
Me recibe y me estrecha contra él, acunándome en sus enormes brazos como cuando era una niña.
- Te quiero, papá... - Lloro con mis emociones encontradas mezcla de tristeza, dolor y felicidad.
- Yo también, bebita...yo también... - Pasa su pulgar por mis ojos, para limpiarlas de mi lágrimas. - Ahora ve y busca a ese muchacho. Y juntos a la par, dejen que los encuentre el milagro. - Me susurra suave. - Porque, al milagro no se busca ni se pide desde abajo, mirando al cielo. Él desde arriba, te observa y viene a tu encuentro, créeme...
Asiento y lo abrazo de vuelta, para luego tirar mis hombros hacia atrás y con un resoplido por fuerza, bajar las escaleras.
Me detengo a medio bajar en la escalera del árbol.
- ¡Dile a mamá que no vengo a dormir! - Grito.
Me mira de lado, apoyado con un hombro en la puerta y cruzando sus brazos en su pecho.
- Llamaré a Lorna para que ponga un colchón extra. - Me guiña un ojo y se sonríe. - Distancia... - Me recuerda.
Y río entre lágrimas, saltando al piso y volviendo a correr en dirección y otra vez al bosque.
Pero decidida.
Muy decidida...
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