CAPITULO 18

JUNO

Empujé la doble puerta con fuerza, ubicadas al fin de las gradas y a un costado, que te llevan por un lado a los vestidores del gimnasio cubierto y la otra a una escalera angosta que se comunica a los corredores y con acceso al edificio principal, dónde estaba mi meta al descartar el baño de damas.

Aprendí que eso no detendría a Caldeo.

Tenía que llegar a sala de profesores y por ende, a la de al lado que es la oficina del decano.

Tres compañeras bajando con charla y risas entre ellas me obstaculizaron mi subida, causando que me demore por más permiso que les pedí.

Al quinto escalón que subí, Caldeo llegó a mí, y me tomó por la cintura y con un movimiento rápido, me giró y me cargó en su hombro como un costal de papa y dándome una nalgada como reproche frente a ellas.

¿Y eso, qué fue?

¿Por escapar?

- ¡Suéltame! - Chillé, mientras pasaba mi mano por mi trasero castigado que en realidad no dolía, pero sí, un dulce escozor.

¿Dije, dulce?

Re mierda.

No hizo caso a mis quejas.

Como si nada y de lo más natural, se limitó a voltearse y caminar directo a los vestidores de hombres, sin antes regalar un guiño de ojo a las tres compañeras, que a coro suspiraron su nombre por ello y lo que vieron.

Y me crucé de brazos, colgada de su hombro y me dejé llevar.

Llegando a los vestidores de hombres, me bajó con cuidado y deslizando suavemente mi cuerpo con el de él.

Piel con piel.

Centímetro por centímetro.

Otra vez...re mierda.

Mi mirada viajó por el lugar, ya que nunca entre.

El vestidor de hombres era amplio.

Muchas banquetas de madera la decoraban con casilleros en frente y algunos abiertos con ropa, zapatillas y producto de higiene personal de los alumnos.

Mis ojos se abrieron al notar que las duchas eran totalmente expuestas y a la vista de cualquiera.

No había cortina o puertas en ellas como el de mujeres.

¿Acaso, se veían todos desnudos?

Guau...

Caldeo me sostenía la mirada y con una mano en alto, señaló su cabeza con cara de piedra.

Mordí mi labio, para no reír.

Y tomé asiento en una de las bancas.

- ¿Te duele? - Pregunté.

Asiente.

- ¡Pues me alegro, esa era la idea! – Exclamé, cruzando una pierna encima de la otra.

Y mordió su labio con el piercing y elevó ambos brazos al cielo, como pidiendo misericordia.

A Dios, supongo.

Pero viniendo de él, tal vez al señor de las tinieblas.

Sip.

A él de seguro.

Exhaló una dura respiración antes de mirarme otra vez, sacándose la camiseta de básquet en gris y verde por el cuello y con ella echa un bollo en su mano, me señaló.

Dijo algo o más bien, lo murmuró.

No lo sé, bien.

Quise escucharlo, lo juro.

Pero mi corazón comenzó a latir tan fuerte, que bloqueó mi cerebro y por ende, no cooperó tampoco, por culpa del torso desnudo de Caldeo en todo su esplendor a dos pasos mío y ante mis ojos.

Conozco gente que agradece por algo a algún inventor.

Tía Mel, siempre agradece al que inventó el chicle.

Papá, al abuelito Nicolás por inventar a mamá.

Tío Rodo al que hizo los caramelos confitados.

Amely, al que hizo los sujetadores con push up.

Y yo en este momento, besaría los pies de Thomas Edison por inventar la luz eléctrica.

Porque con todas la luces encendidas del gran vestidor y para mi deleite, regalaba a mi vista todo ese paquete tatuado de Caldeo para absorber de sus amplios hombros rectos, sus brazos con músculos sin exageración y la armonía de pecho tonificado como vientre que con cada respiración, dibujaban sus abdominales.

- ...No. - Finalizó, con lo que sea que decía antes.

Perdón, pero seguí sin escuchar.

Reacciona, Junot.

Dios.

¿Qué dijo?

Nada.

Mi mente es un hermoso papel en blanco.

Y maldigo su sexy, caliente y lavadora de cerebro, de cuerpo que tiene.

- ¿No, qué? - Es lo mejor que se me ocurre.

Y me entrecierra los ojos.

Sabe que no lo escuché y sus ojos grises bajan a su cuerpo semi desnudo y me eleva una ceja, al darse cuenta del por qué, de mi distracción.

Y cruzo mis brazos y miro para otro lado para disimular.

De pronto es mega llamativo e interesante, contar cuantas rendijas de aire tiene un casillero.

- ¡Matt! - Dice con un gruñido, tirando sus pelo a un lado.

Lo miro.

¿Matt?

¿Quién es Matt?

- ¿Matt? - Y su rostro se desencaja, cuando lo repito y toma un bonito color rojo fuego, mimetizándose con mi hermoso tatuaje favorito de su garganta.

La flor de Loto.

A mi mente, viene el chico lindo y rubio que chocamos ayer con su aparición de hoy, por disculpas otra vez.

¿Así se llama?

- ¿El chico de las disculpas? - Digo.

Gruñe, afirmando.

- ¿Por qué? - Solo digo.

Y no me contesta a eso y acto seguido, se limita a bajar los pantalones cortos de básquet, quedando en bóxer.

Blancos y ajustados.

Muy ajustados.

Y ahora, soy yo la que está en un rojo fuego.

Lo sé, porque mis mejillas arden como zonas de mi cuerpo que no sabía que podían arder y vuelvo a mirar las rendijas del dichoso casillero con ambas manos en mi rostro.

- ¡Q...ué haces, Caldeo! - Grito.

Se encoje de hombros.

- Ducha. - Solo dice, caminando a una de ellas para abrir la llave y que empiece a correr el agua caliente.

- ¡Conmigo! - Exclamo, mirándolo de reojo y llena de vergüenza.

Se apoya en una pared con ambos brazos, cruzando un pie y con la música de fondo del agua cayendo de la ducha.

Y su sonrisa, aparece.

- Si insistes... - Susurra, inclinándose para aflojar los cordones de sus zapatillas de deporte.

Me falta el aliento y mi respiración normal empieza a fallar por culpa de su ardiente mirada y el tono provocativo de esa voz jodidamente caliente que tiene cuando se digna a hablar.

Pero que hijo de***

Grito de frustración, porque me lo hace apropósito y porque, no quiere hablar el tema del chico lindo y rubio.

Bajo mi cabeza a mi regazo para no ver, aún con mis manos en mi rostro.

- ¡No tienes derecho, Caldeo! ¡Ese chico fue agradable! - Grito sobre mis piernas. - ¡Sé, defenderme! - Elevo apenas mis rostro, pero con los ojos cerrados. - ¡Es mi vida! - Gruño y dando por terminada esta charla sin sentido, poniéndome de pie en dirección a la salida. - ¡No eres mi novio! ¡No eres mi amigo! ¡No eres, nada mío! - Doy un pisotón al piso con furia, mientras camino con mis manos como puños a la puerta.

Me detengo para respirar hondo, pero sin voltearme.

- Solo eres el motivo de cada lágrima que derramé...por casi 2 años con tu odio hacia mí... - Y mis hombros se tensan al escucharme decirlo en voz alta, porque duele como la mierda.

Y como siempre, esas lágrimas asoman mis ojos ahora y otra vez por él.

Pero me las limpio con el dorso de mi mano, cuando siento sus pasos descalzos en mi dirección y apuro los míos, pero Caldeo llega con rapidez.

Se aferra a mi cadera con sus dos manos y con un empujón me lleva a la pared y me empotra de espalda a ella.

Y ahoga mi grito con un beso.

Aunque fue duro, fuerte y demandante, los sentí cálido.

Su lengua aprovecha cuando separo mis labios para respirar en entrar y profundizar el beso.

Busca la mía para acariciarla y con suavidad, jugar con ella.

Una mano se enreda en mi pelo para tener más acceso y gimo, cuando después la otra abandona mi mejilla que acariciaba, para guiar a mis manos a que se cuelguen de su cuello y a mis piernas, que abracen su cintura.

Con un movimiento me alza más sobre él y me aprieta contra la pared con ternura como el beso que me da.

Sintiendo algo duro, tibio y fuerte presionando mi bajo vientre y llenado de esa sensación nueva otra vez mi cuerpo, cuando los sentí pidiendo a gritos atención.

¿Oh Dios, eso es una erección?

Sus labios se pegan a mi cuello y su mano abriéndose a mi cintura, provoca que todo mi cuerpo reaccione ante el calor de su piel.

- Santo Dios... - Jadeó. - ...yo no te odio, cachorra... - Susurra, besándome más, pero triste y afectado.

Y vi cómo se tensaron las venas de su cuello al decirlo, con esa vehemencia y por lo pegados que estábamos.

Su mano dibujó el contorno de mi cintura para seguir al borde de mi remera y besó mi hombro, cuando su mano por abajo de mi ropa, tuvo contacto con la piel de mi vientre y cerré mis ojos de placer, al sentir sus dedos con caricias suaves.

Siguió camino hacia mi sujetador y con otra caricia a mi pecho con su pulgar, su mano se abrió para cubrirla con una suave presión.

Besó otra vez mis labios y apoyó, su frente sobre la mía.

- Esto... - Murmuró. - ...es mío... - Sus caricias estaban sobre la tela de mi sujetador, para luego dentro y aunque jugaba con mi duro pezón por abajo de su tela, en realidad se refería con cada caricia a mi corazón.

Y yo, desfallecí de amor.

Sus labios estaban abiertos e hinchados por nuestro beso.

Hermoso.

Y su mirada de ese color hielo era profunda, hablaba y decían muchas cosas guardadas para mí.

Pero, también miedo en ellos.

Mucho y sin saber, el por qué.

Se apretó más a mí.

- Di, que eres mía... - Murmuró y ambos gemimos por ese duro y dulce contacto frotándose. - ...di que volverás a aceptarme...

Mi corazón lo llamaba a gritos.

- Diré lo que quiera. - Sin embargo respondí, rehusando a que sepa que lo amo.

Y se empujó más a mí y estrelló su boca a la mía.

No pude soportar más el calor que me invadía de placer y negar el beso, correspondí a cada una de sus caricias bajo su sonrisa en mis labios.

Me acomodé más con mis piernas rodeando su cintura y ambos, jadeamos al frotarnos y buscarnos.

Mis manos acariciaron su nuca.

- Di, que me amas. - Susurró, acunándome más entre sus brazos y frotándose más.

- Tú, primero... - Murmuré entre besos y siguiendo ese ritmo, bajo nuestros fuertes jadeos.

No contestó, pero se sonrió feliz sobre mi piel y yo también.

Ya que ninguno estaba dispuesto a ceder más en el terreno emocional.

- Te lo voy hacer gritar, cuando llegue el momento... - Me advirtió entre besos y de forma traviesa.

¿Eh?

Y una tos discreta en el vestidor de golpe nos hizo girar.

Caleb con una mueca divertida, nos miraba a ambos apoyado sobre la puerta de salida.

Rasca su pelo disparado.

- Guau, esto fue jodidamente más caliente que una peli erótica. - Exclama divertido, para luego mirarme. - Prima compra un test, que apuesto mi trasero que te embarazó con semejante beso porno.

Caldeo me baja con cuidado, para luego golpear con un puño el hombro de Caleb mientras busca una toalla para cubrirse y tapar su duro pene abultando la zona.

Yo me sonrojo y mi primo ríe más por ello, mientras se queja de forma teatral y lastimera por el golpe de Caldeo tocando la zona dolida.

- ¿No tienes un ETS que contagiar o propagar a medio campus femenino, que te falte? - Digo a mi primo mujeriego, bajo la risita de Caldeo sentado en una de las bancas envuelto en la toalla y cruzado sus piernas de forma relajada.

Y Caleb echa su cabeza hacia atrás para reír a carcajadas, provocando que las ondas de su pelo corte semi largo caigan para un lado, mientras abre otra ducha y se saca la remera del equipo toda transpirada.

Mierda.

¿Es que los hombres no se avergüenzan de nada?

Cambio el peso de mi pie algo incómoda, pero se acerca a mí y rodea con uno de sus brazos y de forma cariñosa mi hombro.

- Si no fuera, porque tienes la mirada más dulce y a Caldeo... - Lo señala. - ...besando con pasión al amor de su vida. Juraría que eres la inigualable Hope, con sus mierdas contra mí.

Y mis ojos van con asombro a Caldeo, por la confesión de Caleb.

¿Yo...soy el amor de su vida?

Para mi sorpresa Caldeo no se atraganta por su dicho ni le da otro puñetazo, como tampoco lo niega.

Se limita a mirarme con ternura y bajar la vista al piso en su silencio perpetuo, cuando hay gente.

¿P...pero, cómo?

- Tranquila prima, no más eso... - Interrumpe mis pensamientos Caleb, abriendo su casillero por una toalla y respondiendo a mi pregunta.

Frunzo mi nariz.

- ¿No más salidas nocturnas y cogerte cada pierna con falda que cruces por ahí? - Digo, entre risas.

Imposible.

Caleb Montero es el mujeriego número uno y el que se come cada bicho que camina con brillo labial.

Asiente de lo más tranquilo y cerrando el casillero, para apoyarse en él.

- Sip. Una apuesta. - Sus ojos chocolate brillan de entusiasmo y de algo más, pero no sé, que es. - Y la voy a ganar, para luego cobrarla despacio...muy despacio. - Su sonrisa "baja bragas" y a toda potencia aparece.

Caldeo lo mira interrogante desde donde está sentado y Caleb le dice que sí, con un movimiento de cabeza, para luego el exótico, tatuado y jodido chico que me gusta, ría a carcajadas.

¿Eh?

Ok.

No entendí nada.

Comunicación entre hombres, supongo.

- Cierto. - Dice mi primo, sacando un celular del bolsillo de su pantalón corto. - Tuyo... - Se lo extiende a Caldeo que deja de reír de golpe. - ...sonó en tu plena persecución a cachorra y sobre tu mochila. - Hace una mueca con su boca. - Lo siento hermano, intenté impedirlo, pero la perra de Constanza llegó antes y leyó el mensaje de un tal Constantine...

Y el lindo rostro de Caldeo, endurece al escuchar ese nombre.

Quiero preguntarle quién es, pero muchas pisadas por el pasillo con voces y risas entre ellos de hombres, nos interrumpen abriendo la puerta de golpe del vestidor.

Y con ello, silbidos sensuales de todos por verme ahí.

Me ruborizo frente a todos que sudorosos y con su uniforme con tierra, me miran de forma lasciva en su terreno.

Pero una mirada de Caldeo fría y poniéndose de pie a todos, bastó para callarlos.

Y tomando mi brazo, me saca del vestidor de hombres.

- ¿Quién es Constantine, Caldeo? - Pregunto, ya del otro lado de la puerta y un dedo de su mano, se posa en mis labios y niega con su rostro.

¿No quiere que lo nombre?

Y eso, hace que me llene más de curiosidad.

Quiero preguntar más, pero mis ojos reposan a su brazo elevado y apoyado en el marco de la puerta y mis manos van a él, de forma rápida y con un gemido.

Un hematoma no muy grande cubre su interior y se mezcla con sus tatuajes.

- ¿Quién te golpeó, Caldeo? - Exclamo, acariciando la zona. - ¿Por qué, no me lo dijiste? ¿Te duele?

Su sonrisa aparece de vuelta y mi corazón late con fuerza, por lo linda que es.

Niega.

Pongo una mano en mi cadera.

- ¿Fuiste a enfermería por ello?

Rueda sus ojos y ríe, negando otra vez.

Y me quiero quejar por eso, pero se limita a besar mi frente sonriendo, girarme y con otra nalgada, me persuade a que me vaya por los silbidos nuevamente y burlas de sus compañeros en el baño, ya caminando desnudos y duchándose por su demora.

Elevo un dedo frente a él.

- No va a quedar así, Caldeo... - Advierto, por mis dudas abiertas.

¿Cómo respuesta, suya?

Chupa la punta de mi dedo y mis braguitas se mojan.

Dios.

¿Qué pasa con mi cuerpo?

Y chillo frustrada sin despedirme de él y para disimular lo caliente que me pareció eso, caminando en dirección al vestidor de damas con su risita engreída pero linda a mi espalda.

Maldito embaucador.

Lo hizo apropósito otra vez, para que no continúe con mi interrogatorio.

Pero sonrío para mis adentros y mordiendo mi labio, con cada paso que doy.

Voy averiguar, quién es ese tal Constantine.

Ese nombre y su viaje a África, deben tener mucho en común y tal vez, la respuesta al cambio después de Caldeo.

Y suspiro, recordando su mirada triste al escucharme decir, que él no me odiaba.

Que pasó Caldeo, en ese viaje...susurro.














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