Un metro absurdo
Aparco el coche sin dificultad, hay más espacio que vehículos. Salgo y observo, edificios altos y diferentes, no como los de mi barrio, si no fuese por el número del portal, no distinguiría el mío. Calle ancha, con tres carriles por sentido; tipo bulevar, con mediana en el centro. Muchos locales con el cartel “SE VENDE”, escasos locales abiertos; un banco, una ferretería, una tienda de electrodomésticos y un bar restaurante. Muy poco movimiento para un jueves de marzo a las 14 horas.
Mi barrio es antiguo y conozco todas sus historias. Busco inspirarme en un sitio nuevo, conversar con desconocidos. No me queda otra que ir al bar, los otros comercios están cerrando. Una pizarra en la entrada muestra el menú del día, con tres primeros platos, tres segundos, pan, bebida y postre o café. Todo por nueve euros, no está mal, creo que comeré aquí.
Hay un camarero, una pareja joven sentada en una mesa y tres hombres junto a la barra. Éstos charlan de que tal vez llegaron al barrio demasiado pronto.
—¿Qué desea tomar?
—Una cerveza. —Respondo mientras me siento en un taburete junto a la barra y agrego: —Como aperitivo, también me quedaré a comer.
Escucho sin interrumpir, más vale esperar el momento oportuno, porque así la gente toma confianza. Pero ese momento no llega porque suena mi móvil. Quien llama es mi hermana.
—Dime.
—Papá ha tenido un infarto, una ambulancia le ha llevado al hospital.
Me quedo sin saber qué decir, contagio mi silencio. Todos me miran compasivos, tal vez lo han escuchado o tal vez lo notaron en mi rostro.
—Jose, ¿sigues ahí?
—Sí, perdona. Voy para allá.
Bebo de un trago más de medio vaso, pago y me despido. Recuerdo cuando circulaba con el coche una estación de metro de las recientes inauguradas. Desisto del coche porque no me veo capaz de conducir y porque el hospital está en zona de pago.
Llego a la estación en menos de cinco minutos, bajo las escaleras lo más rápido que puedo sin poner en riesgo mi integridad física. No me fijo en los paneles porque veo la taquilla frente a mí. Compro el billete, lo paso por el control y camino por el único pasillo, que lleva directo al andén. El tren está próximo a llegar, tengo tiempo para mirar el plano. Compruebo que ese tren sólo lleva a la última estación de la línea. Veo enfrente el andén donde yo debería estar, el tren llega, voy por donde vine, la gente sale del tren y salgo entre ellos. Veo la entrada al otro andén, con su taquilla y su control de billetes, paso el mismo billete y la pantalla muestra que es inválido. Hablo con la taquillera:
—Disculpe. Antes me confundí y fui al andén incorrecto, ahora no me admite el billete. ¿Cómo puedo pasar?
—Pagando otro billete.
—No voy a pagar dos billetes para hacer un viaje. ¿Desde cuándo hay una taquilla por cada dirección?
—Para evitar que gorrones como usted hagan dos viajes al precio de uno. Usted ha salido del último tren y quiere hacer otro viaje gratis.
—Por favor, si examina el billete comprobará que es reciente.
—No me hace falta comprobarlo, le he visto salir entre la gente.
Despierto en ese momento. Mi padre falleció de un infarto hace catorce años.
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