Tobías
Marisol es una chica encantadora y simpática, pero también independiente. Llegamos a un acuerdo de compartir casa mientras lo nuestro funcionase. Yo le avisé que, por mi trabajo, debía viajar a menudo; no le importó.
Todo esto lo charlamos en nuestro primer encuentro, ella prefería ir al grano y la atracción era mutua. Ella no tenía vivienda propia y yo sí porque tuve que trasladarme a Madrid, sede de la empresa.
Entró en mi casa el día siguiente, con una maleta grande y Tobías, un golden retriver con nueve años en aquel entonces. Solo voy a contar un detalle que no figura en el anuncio adjunto: tiene noción del tiempo. Cuando me retrasaba, estaba más ansioso de lo normal.
Todo tiene su fin, lo mío con Marisol también. Desperté solo en la cama, sus únicos avisos fueron una nota en su mesilla y la ausencia de sus cosas. Me levanté para ir a la ducha y unos ladridos me hirvieron la sangre.
—Hola, Tobías. Marisol nos ha abandonado, para mí no es un problema pero sí para ti. Nunca se lo perdonaré. Sabes que a veces debo alejarme unos días y no podré cuidarte. Menos mal que hoy es domingo y puedo llevarte a un sitio especial. Tiene un jardín enorme donde podrás corretear a tus anchas y te caerán bien mis padres. Te prometo que iré a verte cada mes una o dos veces.
El rostro de Tobías mostraba tristeza y lo giraba de lado a lado gimiendo.
— ¿Estás seguro de que no quieres ir?
Con el mismo gesto, movía su cabeza de arriba a abajo.
—Es que yo no sé otro sitio.
Su gesto se iluminó, corrió a la entrada y ladró frente a su correa.
— ¿Me estás diciendo que sabes un sitio y que quieres que te lleve?
Con la lengua fuera y meneando la cola volvió a responder que sí.
—Tranquilo, tenemos todo el día por delante. Te llevaré allí.
Vivo en el extrarradio. En vez de llevarlo, Tobías me llevaba a mí más afuera todavía, en el polígono industrial. Caminamos a paso rápido casi media hora hasta llegar a un albergue canino.
Nos recibió quien menos me esperaba.
—Hola, Pepe. Te esperaba más pronto.
—Hola, Marisol. No quería separarme de Tobías. ¿Trabajas aquí? Nunca me dijiste nada.
—Sí, mis padres lo fundaron y crecí aquí. No te dije nada porque supe que no duraríamos mucho juntos.
Me quedé mudo y ella pasó de mí.
—Hola, Tobías. Te puse a prueba y has demostrado ser el perro más listo que conozco.
Pocos días después me envió el anuncio adjunto antes de publicarlo. Desde entonces Tobías disfruta en un chalet con mis padres.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top