Lotería de Navidad
Tomás era el propietario de una cafetería con cuatro empleados: Andrés era el cocinero y los tres camareros tenían los nombres de Raúl, Paco y Emilio.
Cada año, el jefe compraba lotería de Navidad y hacía participaciones de cinco euros para vender a los clientes. No obstante regalaba una participación a sus empleados, quienes lo recibía junto a la paga extra y la cesta de Navidad.
Pero hace unos años; Emilio, el camarero más veterano con veintidós años de antigüedad, escuchó parte de una conversación entre su jefe y un amigo. Ató cabos y dedujo:
Amigo: — ¿Cómo se te ocurre? Imagina que toca el Gordo, tus empleados te dejarán en la estacada.
Tomás: —Tienes razón, si quieren lotería, que la compren.
Esta respuesta es lo que Emilio escuchó. Cuando el amigo salió del bar, Tomás contó a Emilio:
—Estamos en crisis, debes haber notado que viene menos gente. Este año no podré regalaros la lotería y la cesta.
Emilio elaboró un plan y lo contó a sus compañeros. Compró cuatro décimos, uno para cada uno. Cuando Emilio salió de la administración de Doña Manolita, famosa en España por dar muchos premios, merendó en una cafetería cercana. Allí sonó su teléfono, reconoció el número de su trabajo.
—Dígame.
—Emilio, —era la voz de su jefe. —quiero un décimo del mismo número.
—Ya los he comprado, tal vez no haya para ti cuando vuelva.
—Búscalo y si no hay, te pago una participación.
Emilio es rápido de reflejos, sopesó en segundos los pros y los contras y así reaccionó: —De acuerdo, voy a ver si queda alguno.
De nuevo más de una hora de cola que el veterano camarero aprovechó para meditar. «Por la boca muere el pez. Raúl es un chaval con voluntad pero no muy experto y de vez en cuando mete la pata por su inocencia. Tal vez contaría algún detalle sin darse cuenta, Tomás debió sonsacarle y averiguó todo el plan.»
Emilio no preguntó si quedaba algún décimo igual al suyo y compró otros dos cualesquiera. Si éste tocase, ojalá que no, no compartiría su décimo con nadie y serviría como recompensa del disgusto. Si tocara el compartido, lo que él prefería, serviría para dejar al tacaño de su jefe en la estacada.
Tomás desconocería el primer número. Emilio, con ese propósito, sólo confiaba en Andrés y Paco, quienes serían los únicos que lo supiesen. Raúl habla demasiado.
El joven le exigió una participación y Emilio le contestó:
—No te la voy a dar porque te has chivado al jefe, tendrás que confiar en mí.
Cuando se encontró con Tomás, Emilio le contó:
—Hubo suerte y quedaba uno solo. Ya he dado sus décimos a mis compañeros y éste es el mío para que compruebes que son iguales.
Llegó el 22 de Diciembre, día del sorteo. Da la casualidad de que Paco tiene día libre. Andrés, por estar en la cocina, no cuenta nada. Raúl no se entera porque no sabe el número compartido. Emilio recuerda el número sin necesidad de mirarlo.
Tomás ya está en el bar cuando sale el Gordo. Hay bastantes clientes habituales, casi amigos, Emilio demuestra su satisfacción con ellos como un deportista que gana el campeonato del mundo. Raúl le abraza y Tomás se queda como el novio plantado en la iglesia.
—Emilio, me has engañado.
—Sí señor. Y además, permítame decirle que me voy de vacaciones.
—No se lo permito.
— ¿Qué va a hacer, despedirme? Puede ahorrárselo porque me voy.
Los cuatro compañeros abandonaron la empresa. Tomás contrató a otros pero muy pronto comprobó que se mantenía gracias a los anteriores. Puso la crisis como excusa para escatimar algo que sus empleados se merecían con creces, pero sin ellos se hizo real. Aprendió la lección y quiso que volvieran para corregir su error. Emilio fue elegido portavoz:
—Tomás, tienes edad para jubilarte, deberías cedernos el negocio y te pagaríamos un alquiler equivalente a mi sueldo, que era el más alto por ser el más antiguo.
—El bar es mi vida, no sabría qué hacer fuera de aquí.
—Hay muchas cosas, solo tienes que buscar.
— ¿Podría venir de vez en cuando?
—Claro que sí, pero no te ofendas si te decimos adonde podrías ir. No sería para echarte.
—Gracias, Emilio. Creo que seremos buenos amigos.
—Yo también lo creo. ¿Sellamos el trato como caballeros?
—De acuerdo.
Se pusieron de pie y estrecharon sus manos como sello del trato.
Nota del autor. Los décimos son la fracción mínima de un número de Lotería, cuesta veinte euros cada uno. Muchos empresarios compran Lotería para venderla a sus clientes en una especie de recibo llamado participación.
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