PRÓLOGO
Intro de lo que se viene en agosto de este año, sobre la novela de Caín.
Un ser como su historia, muy especial y gran desafío en lo personal, por ser de género fantasía.
Historia que te hará dudar y reflexionar sobre las verdades de un muchacho y según cuenta la leyenda, hijo de los dioses del amor y la fertilidad como la guerra.
Y siendo, su misión o propósito por flechas de brillo plomo y doradas.
El quinto elemento y el poder, más absoluto sobre la tierra y dado por los cielos.
El amor y el deseo.
Un don.
Pero en realidad, su maldición...
Sandrita un día de atraso, pero muy feliz cumple!!
Presentación, de tu nove como ganadora :)
Y capi dedicado con mucho cariño, también a Gaby.
Siete años, de edad...
https://youtu.be/1kFvDc1BrwM
SANDRA
El carrusel gira.
De pie y frente a el, lo observo maravillada.
Miro, a mi alrededor algo confusa.
Porque, no sé si es de día o de noche.
Pero el carrusel brilla con sus luces encendidas, por los pequeños focos que en hilera y uno al lado del otro, lo forman y rodean como si fuera esto último.
Decorando y sobre el, los caballitos en madera que de solo eso se compone, suben y bajan desde su eje multicolor y al compás de la música.
Melodía que me recuerda, a la cajita de joyas que tenía mi abuelita.
Y que, abriendo esta.
Su canción brotaba de forma suave y pausada, mientras una pequeña bailarina clásica giraba sobre ella.
El carrusel es dorado, con su diseños alegres e infantil.
¿O de oro?
Y sobre el medio de este, mientras rota de forma alegre.
Un gran árbol de frutos.
Un manzano.
Muy dentro mío, presiento a verlo visto alguna vez.
No lo sé.
Creo.
Pero su grueso tronco con sus ramas y frutos rojos, me es familiar.
Aliso mi vestido blanco que llevo puesto para luego, con mis manitos entrelazadas por delante dar unos pasos hacia el carrusel algo tímida.
Porque, el es hermoso y te invita a jugar con el.
Te llena de paz...
Extiendo mi brazo para montarlo, pero en ese momento un llanto llama mi atención.
Creí, que estaba sola.
Pero, no.
Hay un niño y solo, un poco mayor que yo.
Que en un rincón sentado en el suelo, rodillas desnudas y contra su pecho abrazado a sí mismo; llora.
Aunque su rostro lo tiene oculto contra él, puedo sentir su dolor y sus lágrimas.
Mucho.
Como, si fueran míos...
No lleva ropa, más que unos pantalones cortos del color de mi vestido.
¿Sus lágrimas de dolor, será por frío?
- ¿Por qué, lloras niño? - Pregunto, de forma dulce acercándome e inclinada a él.
No me contesta, como tampoco eleva su rostro para mirarme.
Pero al sentir mi voz, deja de hacerlo.
Y un rubor, sube a mis mejillas al sentir su rechazo y juego, con un pie en el suelo a la espera.
Pero, solo silencio.
La melodía del carrusel me llama y me volteo a el sonriendo, mientras me saco el abrigo que me cubre también de tono blanco y se lo apoyo, sobre sus hombros desnudos.
El contacto, suave.
Cálido.
Y contra el frío, por su textura.
Lo hace estremecer y con asombro, levanta su barbilla para mirarme, pero sin moverse de su postura.
Y para sorpresa mía.
Sus ojos son del mismo color, de su pelo algo largo como desordenado.
Un plata ceniciento.
Hermosos.
- Gracias... - Murmura, de forma cálida.
Y extiendo, mi mano hacia él.
- Ven. - Digo y sin dudar, acepta.
Y siento, que las luces del carrusel brillan más fuerte, al entrelazar nuestras manos.
Su lindo rostro infantil, hace una mueca curiosa.
- ¿A dónde? - Pregunta, incorporándose y sin sacarse mi abrigo sobre sus hombros, mientras se deja llevar por mí y limpia sus lágrimas con el dorso de su otra mano.
Le sonrío y señalo el carrusel.
- !A montarnos! - Exclamo alegre y por notar, que su llanto fueron reemplazado por una tímida sonrisa. - Me llamo Sandra... - Me presento.
- Ella... - Repite, pronunciando fuerte las "L" de ese apodo.
Río con ganas y negando.
- No Ella... - Miro, a sus ojos plata. - ...Sandra...
Ahora, él niega.
- Para mí, Ella... - Dice dulce y tímido.
Pero, decidido.
Y mi carcajada infantil, se siente.
- Esta bien... - Le murmuro, sin soltar su mano. - ...Ella, entonces... - Acepto, su forma de llamarme.
Y algo golpea mi pecho al decirlo, por sentir mi nuevo sobrenombre en voz alta, por mí.
Y lo confirma, su sonrisa de satisfacción.
Notando.
Que esa presión en mi pecho.
Es como un sello.
Y su mirada, sonriente.
¿Al igual que el árbol frutal, familiar?
Sacudo mi cabeza, porque no puede ser.
Somos niños y lo acabo de conocer.
- ¿Cuál, es el tuyo? - Pregunto, caminando con él a mi lado.
Siendo por la poca edad que parece llevarme, mucho más alto que yo.
Sus pies descalzos se detienen y se cubre más con mi abrigo, borrando esa linda sonrisa que dibujaban sus labios.
- Por eso, lloraba... - Susurra, triste. - ...no recuerdo nada...
Oh.
Y mi abrazo de consuelo repentino, lo estremece.
Porque, lo necesita.
Sentí, la necesidad de hacerlo.
- No importa... - Digo, apartándome de él y tirando mi rubio pelo hacia atrás, pero sin soltar su mano. - ...voy ayudarte, a que lo descubras... - Digo, convencida.
Y sus ojos claros y del color casi blanco y ceniciento como su pelo, se abren y un rubor en sus mejillas se iluminan, pese a su palidez.
- Ella... - Solo repite, ese sobrenombre que me puso sorprendido ante ese contacto, mirándome a mí, para luego mis bracitos envueltos sobre él.
Entre feliz.
Asustado.
¿Y agradecido?
Pero no le doy tiempo a ninguna emoción, porque no deseo volver a verlo triste.
Yo no quiero, verlo nunca más así.
Y lo jalo sonriendo con la música invadiendo el lugar con nuestras risas y con ella, disfrutando sobre los caballitos multicolor de madera, al montarnos al carrusel.
Me giro del mío sobre mi hombro y riendo, para ver al niño de cabellos y ojos color plata detrás mío sobre otro.
El también, ríe.
Mucho.
Ambos lo hacemos felices, al ritmo bajando y subiendo de ellos.
No sé, si esto es un sueño o no.
Elevo mi mirada al techo multicolor y con su dorado luminoso del carrusel, sobre nuestras risas de felicidad.
Y le ruego.
En realidad al cielo, sobre el.
A Dios.
Que yo, quiero.
Le pido, con mi alma.
Que no lo sea.
Y bajo mi pedido, por ese ruego.
Y ambos, nos miramos asombrados por eso.
Que el carrusel, con sus luces.
Y cientos de plumas blancas, cayendo como si fueran delicados copos de nieve en suspensión y demora, bajando por su delicada suavidad.
Brilla, mucho más...
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