CAPITULO 5
CAÍN
Me desmorono contra mi coche al llegar.
Apenas puedo, por el dolor que siento de esa energía que me consumió, extender mi brazo y poder abrir mi lado, para una vez dentro apoyar todo mi peso en mi asiento.
Jadeo con mis ojos cerrados y hasta sintiendo gruesas gotas de sudor deslizándose por mi cuello, mientras mis dedos buscan el interruptor de mi puerta para bajar la ventanilla y que algo de aire fresco inunde el interior del auto.
No sé, en qué momento mis alas desaparecieron.
Pero lo cierto, es que jamás las vi.
Y vuelvo a repetir, nuevamente algo ajeno a mí.
Sentir.
Sentirlas tan...
Mierda, no sé ni que calificativo ponerle.
Pero lo cercano sería en su mayor tamaño lejos de la de siempre y acostumbrado a verlas, como fuerza al expandirse sin mi permiso, mientras experimentaba ese poder adueñándose y recorriendo cada jodida célula que me compone, para luego esa contundencia erradicar en ellas.
Y lo que más me sobresalta.
¿O asusta?
Una en su negro, satinado y brillo perfecto en negro.
Se convirtió en blanca.
Uno, puro en su color.
Abriendo mis ojos y ya casi controlando mi respiración, volteo como siempre al asiento del acompañante y busco abajo de este, la cajita de música.
La abro para escuchar su melodía que desde el día que llegó a mí, me da esa cierta paz que a más de una vez necesito.
Es una sonata y como dije una vez, pareciendo la de un violín con sus melodías en colores tristes.
Mustio, pero lejos de lo luctuoso o lúgubre.
Más bien, plácido.
Y como si con cada nota serena.
Vuelvo a cerrar mis ojos.
Podrías escuchar la vida...
SANDRA
Fascinada desde mi lugar y en un descanso de la práctica arriba del escenario, escucho embelesada como Nazareno magistralmente toca su violonchelo en compañía de otro compañero pero este, tocando el piano, una sonata de Beethoven, bajo la mirada atenta como dije mía y resto de nuestros compañeros.
Ya que y para mi placer, es la misma que tenía la cajita en madera musical que mi abuela me regaló para una navidad junto a un bonito vestido.
Una que extravié sin saber como ni cuando, tiempo atrás.
Bastante.
Siendo producto de llanto y mucho desconsuelo al no encontrarla.
Jamás.
Los aplausos no se hacen esperar por nosotros cuando finalizan y Nazareno dejando su instrumento sobre la silla como nuestro camarada el piano y fingiendo ambos una por demás reverencia que nos hace reír, viene hasta donde estoy y como yo, toma asiento sobre el piso dejando que la pared que uso de apoyo, también lo haga su espalda junto a nuestros bolsos.
- No entiendo como puedes tocar sin jamás titubear y con tanta precisión, Nazareno... - Suelto sin dejar de pasar con cuidado, una franela a mi violín. Lo miro. - Eres sorprendente...
Se sonríe haciendo a un lado de su frente un ensortijado bucle, fuente también de envidia para cualquier mujer, por la belleza dorada y natural de su pelo de ángel.
- Mucho tiempo... - Me dice, relajado contra la pared.
- ¿Tiempo? - Repito con un gesto de deseo. - Prácticamente, el mismo que el mío y yo... - Elevo mis manos. - ¡Jamás, logré tu perfección! - Una mueca.
Se limita a sonreír más y cambia la conversación, focalizado en mi rodilla.
- ¿Estás bien?¿No duele?
Niego golpeando con cariño mi hombro contra el suyo, por tanta exageración a una simple raspadura.
- Ya te dije que nada importante y... - Le recuerdo. - ...la agradable enfermera lo confirmó.
Pero, sigue mirando mi herida cubierta por la bandita que la cubre y niega.
- Si hubiera estado anoche... - Nuevamente se reprocha, pero mi mano libre tapa sus labios para que no continúe.
- ...es imposible, Nazareno... - Corto su lamento,a cercándome a él y río con ganas. - ...no eres mi ángel guardián...
Y algo aparece a un lado de mi rostro y el suyo.
Una roja y lustrosa manzana, que Nazareno me ofrece alegre y debe haber sacado de su bolso.
- No, no lo soy Sandra... - Dice ofreciéndomela con una mueca de pena por ello, causando que ría otra vez y no lo dudo.
La muerdo, porque realmente es seductora y al probarla, confirmo su dulce jugo y sabor.
Y Nazareno también la muerde sonriente compartiéndola los dos con cada bocado, mientras ahora otro par de compañeros interpretan algo de Vivaldi con sus instrumentos, en nuestro pequeño recreo hasta la próxima práctica.
CAÍN
Bajo de mi coche ya recuperado.
Las pisadas de mis botas se escuchan con cada paso que doy entre la gramilla y se mezclan con las campanadas que una y otra vez, suenan desde su alto en el campanario de la vieja iglesia.
Aunque estoy tentado de subir las empedradas escalinatas principales que te conducen a las dobles y en madera puertas de entrada siempre cerradas.
Retengo esa siempre latente ganas o llamémosla capricho de ver una por dentro.
Lo añoro, pero niego.
Rodeo un lado de la edificación para llegar al lugar que busco.
Una ventana también en madera y con los años como la misma iglesia, ubicada bajo un enorme árbol de cerezo que por la temporada, lejana de sus flores que indican la belleza de la naturaleza como la bienvenida de la primavera.
Su posición es algo alta, pero no para que yo con mi altura, pueda ver algo de su interior, mostrando con su vista una parte de los asientos de la congregación como lo que es el presbiterio con la credencia.
Y volteo mi rostro de ello como cuerpo y haciendo a un lado mi larga casaca negra para mayor comodidad, flexionado sobre mis rodillas me apoyo contra la pared y bajo la ventana con mis vista ahora al elevado árbol de cerezo.
Mirando su imponente tamaño como altura como cada rama carente de hojas y flor, bajo las últimas campanadas dando su final.
Muerdo mis labios, antes de emitir mis primeras palabras y viniendo a mi mente lo que nunca me abandonó.
Esa poderosa fuerza más allá de haberla sentido alguna vez como esa sola pluma blanca que apareció en una de mis alas.
- ¿Esto y ella, es el fin? - Le pregunto.
Y bajo mi cabeza entre mis rodillas, presionando mis dedos sobre mi pelo casi blanco, aguardando.
Esperando su respuesta...
El que viene, prometo maratónico.
Mucho para explicar y no quiero dejarlo a medias en este.
Muy feliz día de la mujer!!
CRISTO.
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