CAPITULO 3
CAIN
Este coliseo teatral es grande.
Su ciudad, también.
Cientos de kilómetros de distancia, de mi última misión.
Y se me escapa, un suspiro.
Porque añoro en cierto punto ese lugar comparado con este, por sus playas, paisajes y ese aire fresco a agua marina y arena.
Desde mi rincón, ya afuera y contra una de las altas columnas que se compone estilo arcada de la gran fachada de este teatro, observo esta jungla de cemento con la persistente lluvia cayendo que los truenos de antes anunciaban.
Y le regalo al clima un gesto de fastidio, haciendo a un lado mi pelo que molesta parte de mi rostro y apoyándome más en el concreto, mi espalda con mis manos en los bolsillos de mi pantalón.
Porque, no me agrada la lluvia por varias razones.
Desde la escalinata principal, el bullicio se va disipando por los estudiantes de música y compañeros que momentos antes ensayaban, saludándose entre ellos que, solos o grupos y abriendo algunos paraguas, se retiran con pasos apurados escaleras abajo y en dirección al estacionamiento o la acera bajo la lluvia.
Una gran avenida de doble carril y con su sentido cada una, es la arteria de esta calle algo congestionada, por la hora pico de la noche y la circunstancia del aguacero.
Puedo ver al director entre ellos, que se despide con una mano en alto ante el último saludo de tres estudiantes divertidos y protegiendo contra ellos sus instrumentos.
Y mi vista, vuelve a la entrada del edificio.
La chica rubia, todavía no salió.
¿Por qué, demora tanto?
Y otra mueca hace mis labios, no solo por eso.
Si no, por sumatoria de cosas con este tiempo, sin ánimo de amainar.
Jodida lluvia.
Condenada y cientos de gotas que caen del cielo y que interfieren, en mi persona por dos razones.
La primera vigente siempre en mí, pero no recuerdo el motivo.
Porque mi pasado concreto y de mi niñez es borroso e incierto, pero esa sensación o sentimiento de lluvia, es parte de mí en cierto punto.
Lo siento.
Y mi mano que estaba antes en un bolsillo, se apoya en mi pecho.
Yo, lo sé.
Algo atado a mi ser, pero imposible de poder averiguarlo, ya que solo lo que sueño a veces.
Un niño y siempre, una lluvia que se desata de golpe y algo con muchas luces me rodea.
Y cuando despierto, imposible recordar con nitidez y por más que lo intento.
Y lo segundo.
Mis ojos, bajan a lo que está en el piso y contra mis pies.
Lo que soy.
Él me convirtió.
A mi aljaba con flechas.
Y mi mano, desciende para apenas rozar con mis dedos sus puntas, seguido de elevarla sin temor, pero cautela al límite de lo que el techo del teatro y haciendo frontera, protege de la lluvia.
Prudencia de mis dedos, ante su contacto.
Preguntándome por experimentarlo tan familiar por mis sueños, en realidad que se siente estar bajo ella.
El toque húmedo, cayendo sobre uno.
Mojándote.
Empapándote bajo ella sin cubrirte de nada y elevar tu vista, para dejar que con sus interminables gotas, acaricien y se resbalen por tu rostro.
Con verdadera libertad.
Y sin la advertencia de que ocurra lo inesperado, provocando el descontrol con los humanos presentes y testigo de eso.
Y mis dedos se retraen al ver la chica rubia salir y por el sonido de las puertas, abriéndose por ella.
Deteniéndose al borde de la escalinata y techo para observar la lluvia como cae, pronunciando una blasfemia mientras intenta abrir su paraguas.
Una linda maldición que me hace sonreír, seguida de otra.
Vaya...mi cliente, tiene una boca bastante suelta.
Y sincera.
Porque puedo sentir, como algo me embarga alimentándome.
Me vigoriza.
Y sonrío complacido, sacando de un movimiento y lado de la larga chaqueta negra que llevo, mi paraguas personal mientras veo como el de ella en color amarillo viejo por su uso y años supongo, se abre ya decidida a caminar para seguirla chasqueando con mis dedos a mi aljaba.
Mi tarea consumada como dije, no la sé completamente.
Pero, hoy comienza y ella es el fin.
Gruño, siguiéndola a distancia considerable y sin dejar, que haga contacto conmigo.
La bendita lluvia, que me desafía.
Cual hago caso omiso, porque tampoco es la primera vez que sucede, desde que tengo uso de razón.
Yo simplemente, tengo que cumplir el propósito que se me asigna con una única regla.
No interferir con el destino, que él les asigna en sucesos o actos.
Jamás...
SANDRA
Imposible, que no se me escape una blasfemia y sin arrepentirme.
Por semejante lluvia que se desató y porque.
- ¡Maldición! - Otra escapa de mi boca, intentando abrir mi paraguas.
Al ver en dirección a la avenida y notar por la considerable distancia, como pasa y se aleja mi autobús.
Y mis hombros caen desinflada, acomodando mi paraguas amarillo sobre mí y llevando contra mi pecho, mi violín en su estuche.
El siguiente demorará y perjudicando el clima, sus buena media hora o tal vez, un poco más.
Miro mientras desciendo las escalinatas a la calle, concurrida de coches y con ocupación llena los taxis que transitan.
Tiempo que me tomaría caminando y con algo más de minutos, en llegar a mi departamento.
Y decidida lo hago colgando contra mí, el tirante del estuche que lleva mi violín.
La densidad de la lluvia aumenta en la primer esquina de la avenida, en el momento que el semáforo para el peatón da paso y bufo, cuando sin darme cuenta piso un charco de agua mojando gran parte de mi zapato bajo.
Ni me molesto en verificar, ya que el sonido de agua que le entró con cada paso que doy, me acusa más su helado frío que está empapado por seguir caminando y eludir unos chicos, que corriendo entre ellos con alegres exclamaciones por estar bajo la tormenta, casi me golpean por no verme en dirección contraria.
Rayos...
CAIN
Cruza como corresponde, el primer tramo de la gran avenida de ambos sentidos.
Protegiéndome más con mis paraguas y siempre manteniendo distancia, la sigo evadiendo como ella otros transeúntes, que caminan apurados por el temporal.
No fue por un coche.
Tampoco se dirigió a la parada de autobús, como el pequeño tumulto que se agolpó a la espera del suyo.
¿Vivirá cerca?
Me encojo de hombros.
Supongo.
Pero lo que sí estoy seguro, es que la jodida lluvia aumentó y que el tránsito, se congestionó por el apuro a esto y la hora, cual algunos bocinazos de uno a otros, delatan a los conductores impacientes.
Y en el aire, percibo por más agua que cae.
Inhalo este.
Notas capitales.
Ira y algo de pereza.
Pero, no me llega.
No me alimenta.
Vuelvo mi vista al frente.
Ya que, la que lo hace es mi objetivo cual tengo caminando delante mío y llamando mi atención, porque algo sucedió con uno de sus zapatos al cruzar parte de la avenida, pero a lo que vacilaba, continúa decidida y logrando esquivar, un grupo de adolescentes que sin reparar en su presencia, casi la llevan puesta.
Carajo, humana.
Ten más cuidado.
Está muy transitado, tanto las aceras como calles y eso, no ayuda.
Y por solo un segundo.
Tan solo, un maldito segundo.
De esta vorágine de gente con ese siempre caos, de apuro nada nuevo y que siempre fui testigo.
Más bocina y más urgencia sea en coches o caminando, bajo esta lluvia cayendo, mi vista va a mi derecha y se acopla, a lo que desata más nerviosismo con algo de curiosidad de todos.
El ruido con sus luces amarillas y rojas yendo y viniendo, sobre el sonido que nadie le gusta escuchar.
A ningún ser humano.
Una ambulancia con su velocidad, sin importar el temporal y pidiendo paso, con urgencia en el carril contrario.
Y la confusión como el desorden, se ocasiona con.
Mierda...
La chica rubia a medio cruzar, la gran avenida de ese sentido.
SANDRA
Bajo el aguacero y en la detención en rojo que a mitad de la avenida nos da paso a mí como otros peatones, provoca algunos bocinazos exaltados en algunos coches.
No lo entiendo bien, porque mientras empiezo a caminar a la par de otros con apurados pasos, yo solo me preocupo por guarecer más bajo mi paraguas amarillo, mi querido violín contra mi pecho.
No me importa mojarme.
Una ducha caliente, muda de ropa y un plato de sopa lo solucionará.
Pero embargada en esos pensamientos, descubro el motivo del nerviosismo de los coches.
No solo, por sus complicados movimiento dejando espacio libre bajo su sonido mortal e insipiente, para que una ambulancia con sus luces intermitentes acelere.
Sino, también.
Por ahora sí, otro impacto colisionando contra mí.
Un peatón corriendo y que, sin reparar en mi persona por luchar con la lluvia de frente y llevando su portafolio encima de su cabeza, provoca con su golpe yo tambalee y caiga de bruces contra el pavimento de la calle y sin reparar en mí, al notar como yo que el coche ambulatorio viene a nuestra dirección, obviando la luz verde para nosotros.
Quiero levantarme, pero el primer esfuerzo fallo con un jadeo.
Intento nuevamente, por más que arden mis manos como una rodilla, por la quemadura del pavimento y más, con mis ojos muy abiertos llena de pánico, cuando la ambulancia viene hacia mi dirección, que al notarme contra el asfalto y pese a su gran velocidad, el chirrido de sus frenos se siente, bajo ese rugiente sonido que odio con el alma, pero tan familiar por estar encendido.
Y cierro, mis ojos con fuerza.
Ya que, su impacto contra mí, es inevitable.
Puedo escuchar las exclamaciones de horror, de los peatones testigos de lo que me va a pasar y la ambulancia sin poder frenar a tiempo sin poder esquivarme y viene a mí.
Y lo que mucha veces escuché y como en secuencia, revive mi mente veloz.
Mi vida, pasando ante mí.
Mis padres y yo, siendo muy niña.
En mi cumpleaños, recibiendo por ellos lo que amo.
El violín.
Tiempo posterior, tocando este en mis clases y bajo un tutor.
Su funeral.
Mis abuelos queridos, conmigo.
Navidad después y una tarde en su jardín, mi abuela regalándome una cajita musical con un bonito vestido blanco.
Yo sonriendo feliz y abriendo este, para escuchar su bonita música.
Mi abuela también sonriendo, al verme feliz abrazada a mi abuelito.
Y más recuerdos, pero de tristezas.
Mucha.
En esta confusión y abriendo mis ojos con ya, la ambulancia contra mí.
Y oscuridad, me colma.
Porque yo, no quiero morir...
https://youtu.be/Yk9G7OyKwLM
CAIN
Yo no entiendo.
A mitad de la avenida, quedé estático.
Y siendo testigo en estos segundos que parecen agónicos minutos por parecer lentos, cuando veo como muchos peatones y hasta los coches en detención, lo que parece la muerte anunciada de la chica rubia, bajo esta intermitente lluvia que no cesa y que por otro peatón, cae a mitad de la calle sobre esa ambulancia que por su apurada velocidad, sus frenos no van a impedir que la atropelle.
Destino.
Sigo sin entender y me aferro más a mi paraguas, que me protege de la jodida lluvia que me haga contacto.
¿Si esta, era su suerte?
¿Su maldita fortuna?
Destino.
¿Por qué, me lo encomendó?
Palpitaciones.
Mucho, golpeando fuertemente en mi pecho.
Y sigo sin entender.
Por algo, invadiéndome de ella.
Y no es, de lo que mucho me nutre.
Lo que abunda y le decimos capital.
Pero sí, que algo me dice a gritos desde mi interior lo que no debo y es ley.
Interferir.
Porque, es destino.
Su destino.
Y mi mano como puño sosteniendo el jodido paraguas por la fuerza que ejerzo, me dice que lo haga mientras la veo luchar y fracasando, cuando intenta arrastrándose huir y engañar.
A su destino.
Miro el cielo oscurecido y apenas visible, por la lluvia que cae sobre nosotros.
¿Es una joda tuya y del otro?
No me contesta.
Y en una batalla me convierto, porque lo que emana la chica rubia se apropia más en mí.
Yo siento, que no quiere morir.
Siento sus tristezas vividas, como una bofetada azotándome.
Cierro mis ojos, deliberando en soltar mi paraguas y que al hacer eso, desataría más descontrol y pánico.
Y siento.
Jodido verbo.
Yo, siento.
Abro mis ojos, casi llegando la ambulancia a ella.
Que debo salvarla.
- Yo, necesito salvarla... - Susurro mientras el afloje de mi mano, va soltando el paraguas lentamente.
Y corro a ella...
SANDRA
Liviano.
Eso percibo, adormecida.
No lo sé.
No lo podría describir en mi aturdimiento y sintiendo, que una especie de oscuridad suave en mis ojos pesados y que, al cerrarlos se apropia de mí.
Como si yo fuera, una flor de león elevándose por el aire y que agradable y sedoso, yo volara sin importar la lluvia.
Eso, es mi cuerpo.
Porque mis pies, no hacen contacto con la tierra, ya que algo no lo permite presionándome contra él.
Cálido.
Protector.
Aleteo y también, suave reteniéndome.
Por un abrazo.
Como una flor de león y un ave llevándola.
Mis ojos, luchan con abrirse.
Ya que siento, la suavidad de unas plumas negras rozándome y pese, a que apenas puedo ver en esta ensoñación, cual lucho por más que me llama un sueño profundo.
¿Así, se siente morir?
Cierro mis ojos, entregándome.
No lo sé.
Pero lo que me abraza con tanta sobreprotección, nunca quiero que deje de hacerlo.
Y como si esa flor de león aferrada al ave de alas negras, yo rodeo en mis últimas fuerzas a eso duro y acogedor que me retiene en sus brazos.
Y el recuerdo de la melodía de la cajita musical, que mi abuelita me regaló de niña y perdí, llega a mí, con la somnolencia adueñándose...
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