CAPITULO 2
SANDRA
https://youtu.be/-7yjiC6v5wc
Las suaves notas finales de la melodía instrumental que tocamos en el ensayo, se convierten en un solo al llegar a la primera pieza con tercera posición y compañía del piano.
Donde, mi violín.
Cálido, pero vibrante.
Y armónico.
Se deja llevar con mi dominio melodioso, constante y las partituras frente mío me lo demandan, mientras invado con su suave música.
Y deleito.
De pie y ante la mirada silenciosa de todos mis compañeros, en el escenario del gran teatro vacío que nos encontramos.
Cada acorde que sale me obliga a cerrar mis ojos, porque mis manos con mis suaves movimientos guiándolo.
El violín y yo.
Donde uno, es cuerpo.
Y el otro, alma.
Nos convertimos, en una sola pieza.
Una sola, cosa.
Que, pese a tener aún mis ojos cerrados y dejarme llevar por mi música.
Puedo sentir, las miradas de todos embargándome en su silencio y respectivas sillas, sosteniendo cada uno su instrumento en mano.
Y hasta del mismo coliseo donde estamos practicando, que en breves días será la función.
Que siendo solo un basto, alto, enorme y elegante edificio de arquitectura como diseño antaño estilo Greco.
Me hace sentir, que todo el lleva oídos.
Y me escucha.
Deleitándose con mi música y de tantas que fue testigo, a lo largo de su fundación de un siglo atrás.
Un aplauso al unísono lo llena con el final por mis camaradas, cuando abro mis ojos y sonrío agradecida, seguido del director con nuestro último ensayo.
Sonriente también y satisfecho, desde una de las butacas vacías y primera fila.
Y aplaudiendo de forma tranquila mientras poniéndose de pie, se acerca a nosotros muy conforme a el escenario.
- ¡Bien! ¡Bien! ¡Bravo! - Exclama feliz a todos, bajo nuestros abrazos y palmaditas con mis compañeros, por el excelente resultado de equipo.
Se detiene a los pies del alto escenario y nos mira desde abajo.
Hace a un lado su corto, pero en los lados, largo pelo oscuro para mirarnos bien a todos y me sonrío sobre mi violín que abrazo, por sentir con disimulo como roba suspiros de mis compañeras, ese ya acostumbrado tic que tiene.
Pocos meses que está con nosotros el director Jeremías Montenegro, reemplazando al viejo Mac Gregory por merecida jubilación.
Pero el suficiente con sus bien llevados cuarenta años, porte atlética y mirada con ese dejo de mucha vida transcurrida, bajo sus ojos castaños y lindo carácter, aunque exigente y profesional, para ejercer esa atracción para muchos, tanto en lo que te demanda como físicamente.
Sube por los cortos peldaños de uno de los laterales, para llegar a nosotros cálido y volviendo a aplaudir poniendo bajo su brazo, sus carpeta de contendidos para el espectáculo dando unas últimas directivas a algunos compañeros que con saludos de mano en alto, se despiden.
- ¡A descansar cuerpo y mente! Mañana repetiremos, pero ya con los bailarines y armado del escenario después del mediodía. - Anuncia, mirando a ellos y los que quedamos, mientras con ayuda de mi silla, guardo mi violín en mi estuche.
El sonido cerrándolo, se hace eco por el vacío y casi silencio del lugar, mezclándose con un cercano y fuerte trueno anunciando lo que la radio esta mañana pronosticaba.
Una lluvia acercándose la noche, por temporada de verano.
- ¿Vienen, por ti? - Pregunta a mi lado, pero mirando como yo un lado del hermoso teatro.
Las dos enormes y altas en altura, ventanas con su geometría en diseño, llena de arte y con ahora nuestra música y mostrando el fuerte refucilo en ellas.
Sonrío.
- Un bus, cumpliendo su horario a pocas cuadras... - Elevo mi paraguas, cerrado y aferrándolo de mi mano libre, colgando mi estuche ya con mi violín dentro en un hombro. - ...y amarillo. - Suelto.
- ¿Amarillo? - Jeremías, ríe.
- Mi paraguas. - Ya que, es su color. - Amarillo, va donde voy.
Lo señala, con aire risueño.
- ¿Sabías que ese color, no es muy bienvenido precisamente en las tablas? - Mi turno de reír, por la leyenda urbana del S. XVII sobre el color y la superstición.
- Molière falleció...- Y nacimiento, de ese mal agüero. - porque realmente y sin saberlo, sufría de tuberculosis y no, por vestir de amarillo interpretando su papel en la obra de teatro...
- Bien...bien... - Alegre, me da la razón tomando su carpeta aún doblada y apuntándome con ella. - ...pero si algo sucede en plena función, tu amigo amarillo tiene los días contados Sandra. - Una mueca. - ¿En serio, no quieres que te lleve? ¿O por lo menos acercarte con mi coche a la parada del bus?
Niego rotunda.
- No hace falta...solo, son truenos Jeremías. - Decidida.
- Ok, no insisto más. - Eleva ambas manos, retrocediendo. - La estrella del concierto, tiene el mando ¿Mañana puntual?
- Como siempre. - Afirmo, mientras lo veo irse.
Saludo a otro par de compañeros, ya terminando de guardar sus instrumentos de viento.
Solo me queda, acomodar mis partituras de mi atril y guardarlas en mi bolso.
Miro cada hoja, con sus notas.
Cientos de veces leídas hasta el punto de tener arrugas, pero observándolas como si fuera mi primera vez entre mis manos, llena de amor.
Porque, amo la música.
- Carajo... - Susurro para mí ya que estoy sola, por un leve escalofrío recorriendo mi cuerpo y sobre otro estruendoso trueno y rayo cayendo.
Miro nuevamente, a esas ventanas.
Y mierda.
Porque, ya lloviendo.
- Suerte... - Para nada mala. - ...que te traje... - Le murmuro, a mi paraguas amarillo sonriéndole.
CAÍN
Bostezo aburrido, provocando que el vidrio de la ventana que me encuentro, se empañe.
Y creo, que hasta cabecee.
Pestañeo, para despabilarme.
Esta mierda, me duerme.
Aclaro.
Me gusta y mucho, la música clásica.
Pero casi tres y yendo a cuatro horas, escuchando una y otra vez lo mismo, desde mi alto y escondido lugar, perfecto somnífero para lograr un lindo sueño conciliador, mientras observo como del escenario tocan un clásico de Vivaldi, para luego dejar sola y en compañía de un lustroso piano de cola, a esa muchacha rubia de la mano de su violín.
Lo malo de la pieza aparte de estar obligado a escucharla por tanto tiempo, es que suena muy contemporánea, pero fuera de eso esta bien.
Un trueno me endereza de golpe, contra el lado del ventanal que apoyé mi espalda.
Y le blanqueo los ojos a la tormenta que se aproxima.
Más bien.
A lo que está, más allá de ella con su alto.
La practica, terminó.
Perfecto.
Y todos se despiden tras finalizar y entre sí, quedando un par más la chica del violín y el hombre que dirige ahora arriba del escenario.
Se hablan y de lo que se dicen, miran las ventanas contrarias de donde descanso.
Y ríen, entre ellos.
Mis dedos, palpan mi aljaba a mi lado con arco y contra el vidrio recostada, llevando mis flechas.
Las oscuras y doradas.
¿Será, que ellos dos?
No lo sé, todavía.
Él se va como resto de compañeros y ella queda sola.
Y sonrío ante su cuerpo, reaccionando por un escalofrío.
Por el fresco de la lluvia apareciendo y mi presencia.
Mirando nuevamente, a la alta ventana contraria donde me encuentro sentado y sobre la casi oscuridad, guardando unas hojas seguido luego en marcharse abrazando su paraguas.
Quedando solo, salto sin problema a la elevada altura y camino, entre las cientos de butacas.
Mis dedos con cada paso, acarician el aterciopelado y borgoña color, de sus exquisitos tapices.
Hago a un lado, mi blanco pelo tras mis hombros, observando todo.
Y su diseño me hace preguntar, si las iglesias con sus catedrales se ven así.
Ni idea.
Aún, no termino de definir mi misión.
¿Será de plomo o dorada?
Todavía, no me lo dijo.
Sonrío, sin ganas.
Porque, le gusta la intriga.
Pero la chica rubia, es parte de ello.
Me lo hizo sentir.
Mis tareas, son así.
Sintiendo...
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