|Interrogar y esconder|



Agh.

«Deberías ayudarme a resolver esto, no confundirme más»

Era en lo único que podía pensar cuando lo veía, con el semblante tan desencajado, pasando sus manos por el vello facial que le besaba la cara.

−¿Qué haces aquí? ¡Lárgate! –ordenó, la incredulidad se había transformado en enojo. Su mirada se posó en el ramo que el chico traía consigo y se lo quitó de las manos para tirarlo al suelo− ¿Qué mierda? Llévate tus asquerosos regalos, fui muy claro la última vez. No necesito nada de ti, no quiero verte, no quiero escucharte, ¡ya déjame en paz!

−No sé de qué hablas. ¿Nosotros...?

Trataba de recordar, pero estaba más interesado en conseguir respuestas de su parte que arreglar cualquier discusión que hubieran tenido.

−Nunca existió un "nosotros", Samuel. Tu y yo van en oraciones distintas.

−Solo quiero hablar. Explicarte por qué estoy aquí y-

Martín entró en el departamento dispuesto a cerrarles la puerta, pero el pie de Steve se lo impidió.

−Aún no ha terminado –advirtió−. Abre.

−¿Le dices al nuevo que se quite? –preguntó con burla y volvió el rostro ligeramente hacia abajo para mirar a Caruso− Querido, es mejor que lo superes. Te desechará tarde o temprano.

−Sí, por tu actitud, se nota que ya lo superaste –dijo con sarcasmo, insistiendo en su postura retadora aun cuando el hombre le llevaba un par de centímetros− Vinimos por otro asunto.

−No me interesa "su asunto", por mí se pueden ir a la-

Steve no se dio cuenta en el momento que Caín había pasado por su lado para empujar la puerta contra el joven. Como resultado, Martín se recostó en la pared tomando su hombro y haciendo un gesto de dolor. La mirada de odio se intensificó apenas el rubio puso un pie en su departamento y ordenó a su acompañante cerrar la puerta mientras se acercaba a revisar el daño.

−¿Te duele mucho?

−¿Primero explotas y luego buscas arreglarlo? –siseó− No has cambiado en nada.

−Solo quiero respuestas.

∘◦◦∘


−Es broma, ¿no? ¿De verdad esperan que me crea ese cuento?

Caín se paseaba por la sala, viendo los cuadros colgados en la pared y detallando el lugar. Steve se quiso encargar de contarle a Martín lo que sucedía, cambiándole ciertos hechos y resumiéndolo en que había perdido la memoria en un accidente, por lo que necesitaba saber quién era y no había ningún familiar cercano más allá de Caruso, el cual solo lo había visto una vez cuando era niño.

La facilidad que tenía Steve para soltar mentiras como si se tratase de una realidad concreta era algo que le resultaba beneficioso, aun estando consciente del riesgo que conllevaba.

−¿Es tu novio? –señaló la fotografía del joven sonriente montado en una bicicleta junto a él− No está mal.

−Mi prometido –lo corrigió, alejándose más de Steve quien lo miraba inquisitivamente a su lado−. Se supone que vienes hablar de ti, no de mí. Deja eso.

¿Quieres que te diga cómo sé cuándo mientes, Tin?


−¿Teníamos una relación?

Martin sonrió. No parecía causarle gracia, más bien como una ironía latente en su cabeza que nadie iba a comprender.

−Eso creí, pero al parecer para ti solo era una distracción. Saca tus conclusiones.

−¿Qué sabes de mí?

−Solo que te gusta hacerlo duro, maldito sádico.

Necesitaba romper esa coraza con la que se protegía, pero ¿cómo? Tenía que hacerlo desde adentro, lo cual no resultaba fácil al no saber nada de él. ¿Cuál era su punto débil? No tenía mucho tiempo para averiguarlo. Repasó nuevamente la estantería donde guardaba varios libros viejos que se limpiaban regularmente, infiriéndolo al notar la ausencia de polvo en ellos. Tres pequeños cactus y varias copas, junto algunos adornos de gatos.

¿Me observas lo suficiente para saber eso?


−Steve, sal un rato –ordenó, el chico parecía reacio a la idea−. Tengo que hablar con Martín a solas.

Caruso se puso de pie a regañadientes, chocando con el hombre y, antes de irse, volteo hacia el rubio, quien había posado una mano sobre su cabello, desordenándolo.

−Estaré bien, ¿me traes agua? Demórate un poco.

Las mejillas del chico se entintaron de rojo y asintió sin decir nada más, aprovechando cada instante del tacto. Cuando se fue, Caín volvió la vista hacia Martin, quien había apartado la suya desde aquella escena.

−¿Esta algo joven para ti, no crees? –objetó, levantando una ceja− Aunque te sigues viendo de veinte, ¿hiciste algún pacto con satanás?

−¿Estoy igual a cómo me recuerdas? –sonríe, metiendo los pulgares en sus bolsillos y caminando en su dirección.

Nunca dejo de hacerlo.


−Sin contar el nuevo look, sí.

Martín anticipó el acercamiento y se dirigió a la cocina por un poco de agua. Sus suposiciones eran ciertas. La tranquilidad del joven aún se veía afectada por su presencia y, junto a ello, distrae su atención hacia banalidades tratando de no caer. Pero lo haría, se iba a encargar de ello, aunque tomara tiempo deshacerse de esa pared invisible que había levantado entre ambos.


∘◦◦∘


−Samuel Richter. Vi tu nombre cuando revisé tu billetera –Dejó el vaso en la mesa de centro para que lo tomara y volvió a la silla, dándose cuenta de que el rubio lo miraba con las cejas levantadas−. ¿Qué? Aprendí la lección, no empieces ahora.

− ¿De qué hablas? Solo me sorprendí, continua. –Quiso tomar su mano pero solo le causó un sobresalto que lo alejó más. Parecía tener miedo, apenas lo miraba y su respiración había cambiado ligeramente, acelerándose− ¿Algo sobre mi familia? ¿Hermanos?

−Odiabas ese tema. Intenté mencionarlo una vez, pero lo esquivaste y desapareciste por semanas –Tomó un sorbo e hizo una mueca que intentó disimular. Lo que contenía el vaso no era agua−. Parecías muy consentido, así que supuse que eras hijo único y ya. No te fíes de todo, siempre sospeché que me mentías en varias cosas.

−¿Alguna vez te dije algo raro? ¿Algún altercado o un sujeto extraño con el que tuviera problemas?

−Vaya, esto se va pareciendo cada vez más a un interrogatorio –dijo, incómodo, presionando el pulgar contra el cristal, moviendo el pie constantemente para tratar de calmarse−. Solías hablar dormido, pero ya no recuerdo qué decías. Lo único que sé sobre sujetos extraños es que el lugar donde vivías estaba lleno de ellos, creo que hasta un indigente te miraba raro cuando hablabas con un amigo en alemán.

«Das Parfum: Die Geschichte eines Mörders» pensó, recordando el libro que vio en la estantería de Martin. No podía ser coincidencia que entendiera qué significaba y estaba seguro de que el hombre a su lado no lo dominaba, solo había dos opciones: su "prometido" entendía Alemán o..

−¿Aún conservas el libro? –preguntó, restándole importancia

−Pensé que no recordabas.

−Pensé que no querías nada de mí.

Tenía que arriesgarse un poco más, presionarlo para obtener ya no solo respuestas, también datos que pudiera jugar a su favor. Iba por buen camino, sabía algunas cosas sobre su vida: Martín era un hombre promedio que trabajaba en informática según los diplomas enmarcados, era poco preocupado en su presentación personal, que se reflejaba en su vello facial mal cuidado y la ligera mancha de harina que se lucía en su pantalón de pijama siendo cerca de mediodía. Su novio era contador, quizás cariñoso por los retratos dónde salía abrazando a un Martín que intentaba separarse mientras sonreía y el ordenado en la relación respecto a las cosas del hogar, porque estaba casi seguro que lo único que el hombre frente a él podía hacer era freír un huevo. Pero había descubierto algo más importante que el hecho de que Martín no lo hubiera olvidado del todo, que aun sintiera sus ojos sobre él frente a cada movimiento y las veces que se rascaba el brazo por el nerviosismo que le causaba escucharlo hablar. Algo que había estado esperando saber y lo hizo darse cuenta que estaba en blanco, confundido y reacio a seguir así.

−Es mejor que te vayas, Samuel. Ya te dije todo.

Su nombre.

Sam. Sam. Sam.

«¿Ese soy yo?»

Lo serás.

¿Era eso lo que quería realmente? Volver en sus pasos, conocer a las personas que lo rodearon y aceptar que era parte de sus pasados, pensar en qué sucedió, en qué hizo para que alguien albergara tanto odio hacia él y que fuera ese mismo sentimiento lo que llevó a su alma a regresar con sed de venganza. ¿Tanto deseaba la muerte del hombre sin rostro?

«No solo su muerte. Anhelo ver su sufrimiento previo.»

Ese pensamiento brotó en su interior antes que pudiera suprimirlo.

−¿Qué fue lo último que supiste sobre mí?

−Que estabas muerto –confesó, hundiendo las uñas en su brazo−. En parte, fue por eso que me sorprendí de verte. Era como ver un fantasma.

−¿Quién te dijo eso? –inquirió, curioso de nuevas identidades

−Un amigo tuyo me llamó. Al principio pensé que era una broma, pero cuando estaba a punto de cortar, escuché los gritos de esa mujer –Terminó lo que quedaba en su vaso de golpe y carraspeo un poco−. Dijo que estaban en tu entierro, creo que era tu madre. Bueno, eso creí. Al final, sí fue una broma de mal gusto.

−¿Cuál era su nombre?

−No lo sé. Luego de eso, ya no quise saber nada. Me fui y nunca miré hacia atrás.

Mentía. Tenía tatuado "te lloré durante años" en la cara, pero le alegraba saber que Martín se creía un hábil mentiroso.

−Ya veo –susurró. Pasó los dedos entre su cabello al sentir los rayos del sol que entraban por la ventana y se perdían en la sobra que originaba su cuerpo−. No sé en qué estaba pensando, ese accidente...lo cambió todo –aseguró, viendo al hombre con la mirada perdida en el fondo del vidrio que reflejaba formas luminosas en el suelo−. No sé qué te hice en el pasado, pero si puedo hacer algo ahora para arreglarlo, me gustaría que me lo pidieras. En verdad lo lamento, Tin.

Aun se esforzaba. A pesar de que las palabras le salían solas, el tono debía ser el adecuado. Caín no podía permitirse mostrar esa faceta, no solo le faltaba pulirla, también carecía de la suficiente confianza para tratar con terceros fuera del reducido círculo de personas con las que mediaba palabra. Sin embargo, Martin era una excepción inesperada. Lo conocía, su presencia le era familiar e incluso más cómoda que la de Steve.

−¿Cómo me llamaste? –preguntó algo confundido, caminando hacia la puerta sin voltear a verlo− Olvídalo, solo vete. Tu "primo" debe estar esperando con tu botella.

−¿Me das tu número? –Dudó por un segundo, ¿qué más tendría que decirle? Quizás le resultaría útil más adelante− No llamaré si no es necesario. Además, no quiero llegar de improviso en un mal momento.

−Si quieres hacer algo para arreglar lo que pasó, no vuelvas a buscarme.

Fue lo último que dijo antes de cerrarle la puerta. Caín miró las flores en el pasadizo y supo que aquella escena le resultaba conocida, aunque no pudiera decir de qué recuerdo exactamente. Martín podría ser un diamante en bruto, pero no estaba dispuesto a trabajarlo ahora que había conseguido respuestas. Aunque también se llevase varias interrogantes consigo, ¿quién era ese amigo? Si lo habían sepultado, debieron hacerle pruebas al cuerpo, ¿dónde lo encontraron? ¿tenían alguna pista del responsable? ¿qué ocasionó el deceso?

Debía localizar a Caruso y regresar al pueblo.

Una vez en la calle, cepilló el lugar con la mirada, sin éxito. Tenía dos opciones: quedarse a esperarlo sin importar cuanto demorase o caminar sin rumbo hasta hallarlo. Luego de quince minutos, la decisión estaba tomada.

Regresó a la florería y le pidió a la mujer indicaciones para llegar a la pizzería donde trabajaba. Estaba muy lejos, pero estaría solo media hora tarde en su turno y posiblemente Chloe no lo despediría. Emprendió la caminata esperando no sudar demasiado, cuando alguien hizo sonar el claxon tras él.

−Sube al auto, manzanita –ordenó el hombre de traje, haciéndole una seña para que mirara el interior−. Vamos a dar un paseo.

CONTINUARÁ


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