19.


—¿Otra vez vas a salir con ese chico Amadeo, Paloma?

—No es salir, vieja, es ir a su casa a estudiar. Tiene dislexia, ¿te acordás? Esa que nuestro querido y elite colegio no cazó cuando debía. Le cuesta horrores estudiar pero viene pasando. Tengo que ayudarle lo más que pueda.

—¿Seguro que solo estudian? —La mirada desconfiada de su madre le robó una sonrisa a Paloma.

—La puerta del cuarto siempre queda abierta y el tío nos tiene bajo la mira, tranquila. —Le brindó información valiosa y después de eso volvió a retomar la tarea de poner sus libros en la mochila.

—Mirá que te puedo llamar en cualquier momento, más te vale que atiendas rápido.

—Sí, vieja, sí, quédate tranquila. —La adolescente rodó los ojos pretendiendo estar molesta aunque por dentro se sentía inmensamente feliz.

—No me puedo quedar tranquila con el noviecito que te echaste, Paloma. ¿No podías elegir al menos uno que no pareciera futuro presidario?

—Madre, nunca te había visto tan racista en la vida. —Pretender estar ofendida se le hacía divertidísimo a la adolescente.

—No tiene nada que ver con el color...

—Vos me entendiste. Ahora, dejá de joder, cuando mucho te llamo de la comisaría.

—¡Paloma! —Su mamá quiso refutar pero la adolescente golpeó la puerta tras de sí.

Ya habían pasado tres meses y medio desde que Ugarte los había puesto en el mismo grupo para la bendita monografía que iba a decidir la nota final de la materia. ¿Cómo les había ido? Desde el punto social, de lujo y Paloma no podía ignorar ese hecho; los había unido, los había convertido en un grupo, en amigos. Ahora, desde lo académico ya habían reprobado la presentación inicial. Ugarte no estaba feliz, todo lo contrario, les había dejado saber lo decepcionado que estaba de ellos por la mala calidad de lo que le habían presentado.

En pocas palabras estaban en el horno, con papas y todo. Ese día les tocaba estudiar solos, era una de esas juntadas de estudio intensivas para salvar algún examen que se les venía encima sin piedad; pero al siguiente día les tocaba juntarse por la monografía y todos habían jurado que se iban a poner las pilas. A nadie le había gustado la decepción que adornaba la cara de Ugarte cuando les dijo que estaban desaprobados; todos adoraban al tipo y sentían que habían lastimado a alguien que no podía matar ni a una mosca, les tocaba compensarlo.

—¿Tu mamá se volvió a enojar porque te viniste? —La preocupación se pintó en la cara de Amadeo al ver a Paloma llegar con una sonrisa de oreja a oreja—. Vas a hacer que me odie.

—Es la idea, ¿te acordás?

—¿Sigue siendo la idea? —El chico enarcó una ceja dejándole saber su interlocutora que no estaba muy de acuerdo con su actitud.

—¿Qué querés decir, Ama?

—No, nada, dejá. Vamos a estudiar, ¿sí? Estoy bastante jodido con lo último que dimos.

—Si no querés hablar, ¿quién soy yo para obligarte? —Con esa frase la chica alzó todas sus barreras y se encerró. Amadeo se arrepintió automáticamente por haber tenido la lengua tan larga, pero ya no había nada que hacer. Los platos se habían estrellado contra el piso. Ahora, el tema era en cuántos pedazos se habían desarmado y si valía la pena pegarlos y pretender que nada pasaba o romperlos un poco más.

Pasado un tiempo de haber comenzado con el estudio, la chica quedó en completo silencio; Amadeo ya la conocía y sabía a la perfección que estaba sopesando consecuencias. El rostro de Paloma se volvía serio y calculador cuando analizaba sus opciones y cuánto podía ganar o perder si decidía moverse.

—¿Qué me querés contar?

—¿Eh? —La chica parecía perdida, se había inmerso demasiado en sus propios pensamientos.

—Eso, ¿qué me querés contar? Llevas como quince minutos sin decir ni una palabra, parece que los ratones te comieron la lengua. ¿Qué pasó? —Amadeo pasó su brazo por los hombros de ella y la atrajo a su pecho para luego darle un beso en la frente. Cuando la dejó alejarse su mirada ya era distinta.

—El otro día me encontré con mi intento de ex, estaba pensando en si contarte o no.

La confesión lo tomó por sorpresa. No sólo porque ella había considerado con seriedad ocultarle algo sino por esos celos cínicos y tóxicos que le apretujaban el pecho y no lo dejaban respirar.

—¿Y qué pasó?

—Nada, me invitó a salir de nuevo, dijo que me veía más linda que nunca: un completo pelotudo. No me movió ni un pelo, ¿sabés? Pero yo pensaba, por más de que no hubiese sentido nada "¿querría que él me contase algo así?" y me di cuenta que no, que la respuesta era no, en mayúsculas, del tamaño de un continente y con luces de neón.

»Y estaba atrapada, no sé si me entendés. No quería que te pusieras celoso, porque no es algo lindo de vivir, pero tampoco quería andar ocultándote cosas. Sé que a veces somos muy diferentes, que actuamos y pensamos distinto, pero creo que en eso estamos en la misma página, ¿no? Nada de secretos entre nosotros.

—Por supuesto. —El chico no sabía si respirar aliviado o pegarse la cabeza contra la pared por los nervios que había pasado.

—¿Estás mal?

—Ahora que me explicás, no. Estaba empezando a sentirme mal porque pensé que no confiabas en mí, pero no era el caso. Ahora, con lo de los celos, eso sí lo estoy sintiendo. Nunca me había pasado, —Sonrió de manera extraña, dejando que la confusión se filtrara por la comisura de su boca—, no sé cómo reaccionar pero tengo ganas de romper todo. Eso me asusta. Me asusta sentirme tan posesivo de vos cuando todo esto del noviazgo es una mentira para que tus viejos te presten atención. Me siento como un pelotudo, me prometí que esto no iba a ser nada importante y sin darme cuenta te empecé a querer.

—¿Y por qué eso te hace sentir mal? Estás a punto de llorar, ¿tan malo es quererme? Vos sabes que yo te quiero. —Paloma fue, en cuestión de segundos, presa de todos sus miedos e inseguridades.

—Pero no de la misma forma. O sea, nadie puede querer de la misma forma, no exacto, pero si hay parecidos. Entre nosotros el querer no tiene nada en común. —El chico quería expresar lo que sentía por dentro pero la inexperiencia le jugaba en contra.

—¿Por qué? —Paloma se había comenzado a frustrar pero en contra de todos los pronósticos, se acercó más a él en vez de alejarse.

—Porque yo quiero estar con vos, todo el tiempo, quiero verte reír, me preocupo por tu situación familiar, quiero que seas feliz. Vos me tenés aprecio pero primero está como prioridad volver locos a tus viejos. Da igual si ellos me odian, para vos es mejor. Es como que con tal de salirte con la tuya, estás dispuesta a eliminar toda chance de un futuro conmigo. Si tus viejos me empiezan a odiar en serio no va a haber forma de que estemos bien, de que podamos ser una pareja como Dios manda.

—Nunca pensé que lo fueras a analizar tanto. —No era un reproche, Amadeo lo sabía muy bien, la chica estaba más aturdida que otra cosa.

—Aparentemente soy del tipo boludo que va por todo o nada, incluso cuando empieza algo que sabe no puede terminar bien. Al principio estaba bien con que me usaras ya que yo te iba a usar para pasar el año; pero nunca pensé que me iba a sentir así por vos. No tiene sentido que me haga el macho argentino y esconda todo, me enamoré de vos y estoy dándome cuenta que me mata saber que vos no de mí.

—No hay forma de que sepas eso, ¿cómo vas a saber si yo me enamoré de vos si nunca antes habíamos hablado de esto? —Esta vez sí, ya estaba lista para contraatacar. Amadeo sabía a la perfección que Paloma no se iba a dar por vencida a la primera sacudida.

—¿Cómo te vas a enamorar de mí si cada vez que ves que tus viejos me odian te llenas de alegría?

No fue con qué palabras refutó lo que ella dijo, sino la forma en que estas salieron de sus labios. Amadeo, sin siquiera saberlo, había terminado lo que habían empezado. Él no lo comprendía aun pero ella sí. La fecha de caducidad que tenían marcada en la frente desde el comienzo ahora se había dejado ver con claridad.

—Entonces vamos a tener que terminar esto, Ama. Vos no podés estar con alguien si crees que no te quiere ni yo puedo estar con alguien que no confía en mí cuando le digo que lo quiero. Sé que la mayoría de las veces soy caprichosa, tengo bien en claro mis defectos; pero no podemos estar así. —Quiso seguir, pero el llanto y el ahogo que experimentaba en esos momentos no se lo permitieron.

—Nunca pensé que lo íbamos a terminar así, Palo. Hasta hace cinco segundos pensaba en besarte, en retractarme de todo lo que te dije, en aguantar lo que sea que vos quieras. ¿Soy muy pelotudo por quererte así?

—No, no lo sos. —Paloma se tiró sin miramiento alguno sobre Amadeo, abrazándolo con las pocas fuerzas que le quedaban en los brazos. Quería apretarlo tanto como para que sus emociones por él le llegaran, se le hacía necesario unir todas las partes de él que ella había roto sin proponérselo. Se sentía el peor ser humano del mundo.

—No quiero que te sientas culpable, yo me metí en esto solo.

Es mi culpa. —La chica dejó bien marcado el énfasis para que no hubiese confusiones—. Yo empecé esto, yo te lastimé. Amadeo, sé que me tengo que ir, pero si me paro y salgo de tu cuarto tengo miedo de dejar de respirar, de sentir.

—Yo sé que cuando te vayas voy a morirme, Palo, no sos la única que se siente así. —Le acarició la cara con ternura luchando por no llorar todavía.

—Quisiera no tener que irme, en verdad te quiero.

Amadeo besó las lágrimas que surcaban sus mejillas y sonriendo le dijo a ese hermoso rostro, por más de la hinchazón causada por las lágrimas, que en cierta medida lo sabía, que estaba bien.

—Yo sé que me querés, pero en este momento no podés quererme como yo lo preciso. Nos va a llevar un tiempo sanar todo esto que nos hicimos, pero soy de los que creen que todo pasa por algo... te amo, Palo. —Besó la frente de ella y no pudo refrenarse más; una vez que la primera lágrima se había escapado, las demás la siguieron sin pedir permiso.

Y así quedaron por media hora; abrazándose con desesperación porque comprendían más que bien que ya no había vuelta atrás. Se habían encontrado de la forma más hermosa pero en el momento incorrecto. Él estaba listo para darle su alma, ella no podría amarlo como él se merecía hasta resolver sus complejos familiares.

—No te voy a dejar de querer por esto. Sí, es verdad que vamos a estar alejados por un tiempo, verte y saber que no voy a poder estar con vos me va a matar cada mañana... pero las cosas son así. Si me necesitás en serio, si en algún momento te sentís demasiado perdida y no podés volver a tu camino por vos misma, sabés que voy a estar.

—No te puedo pedir eso, no te puedo intimar a que me sigas ayudando cuando verme te lastima. A mí me va a pasar lo mismo, me van a quemar las manos por las ganas de abrazarte, por esta necesidad de estar en tus brazos y sentirte cerca, pero sé que estamos en lo correcto. Lo mejor es separarnos hasta que todo esto cambie. Perdón...

—Perdón... —repitió él y su llanto se intensificó al sentir cómo el calor de ella lo abandonaba sin piedad. Había llegado el momento de la despedida y Amadeo sabía le esperaba un infierno en vida desde ese día en más.

Paloma abrió la puerta de sopetón y con brusquedad. No saludó, ni siquiera hizo ruido como para que ellos la notasen. Esa era una rutina fija en su hija pero al no verla cumplida, todas las alarmas maternales de Maira se encendieron. No sabía qué estaba pasando pero algo estaba mal, muy mal.

La mujer salió disparada sin siquiera responderle a su marido cuando éste quiso saber hacia dónde iba. Subió las escaleras de dos en dos intentando no caerse en su apuro y cuando al fin pudo plantarse en frente de la puerta cerrada tras la cual su hija se había refugiado, respiro hondo.

—¿Paloma? —Su voz tembló por el anticipo, tenía el presentimiento de que sus habilidades como madre serían puestas a prueba allí mismo—. ¿Puedo pasar?

El sonido de la puerta tapó por unos segundos el llanto de su hija, pero Maira estaba segurísima de que el cuerpo hecho un bollito sobre la cama era su hija. ¿Desde cuándo se escondía en la oscuridad? Paloma era demasiado altiva como para comportarse así y por eso su madre estaba por demás confundida como para prever lo que se le vino después.

—Ahora no mamá, perdoname pero quiero estar sola.

—Estás llorando, hija, si este no es el momento para que esté con vos no sé cuál es. —Maira utilizó la voz más suave y tranquilizadora que encontró en su repertorio. Se acomodó en el hueco de cama que le quedaba disponible y acarició el hermoso pelo de su hija. La preocupación la carcomía por dentro—. ¿Por qué no le contás a mamá qué pasó?

—Terminamos con Amadeo.

La mujer no pudo más que abrazar a su hija dejando fluir esa necesidad de sobreprotegerla que había comenzado a sentir en ese mismo instante, Paloma le devolvió el gesto usando su falda como almohada de llanto. La adolescente, ignorando las espinas que se clavaban en su ser debido al corazón roto, intentó con todas sus fuerzas explicarle a su progenitora lo que había sucedido.

En el primer arrebato, los había culpado a ellos, a sus padres. Sin embargo, al volver a considerarlo, confesó que la culpa había sido suya por completo, que ellos nada tenían que ver entre Amadeo y ella.

Maira derramó una lágrima también, pues las cosas no habían salido de acuerdo a su plan. Ya que Paloma era tan sincera con ella, se decidió por devolverle el favor y revelarle que seguirle el juego y pretender estar preocupada terminó haciéndole más mal que bien.

Le confesó que sabía a la perfección quién era Amadeo, que se juntaba todas las semanas con su tío para saber cómo iba el chico. También fue honesta al decir que los celos de su padre eran verdaderos pero a la vez naturales, pues su hija se había echado el primer novio. Nada que ver tenía con Amadeo en sí. Era más, los dos estaban por demás contentos que fuese él quien había llamado la atención de Paloma.

—Es nuestra culpa, Palo; pensamos que si te seguíamos el juego y nos hacíamos los preocupados, Amadeo te iba a enseñar muchas cosas nuevas, te iba a abrir los ojos como nosotros no podíamos. Cuando eras chica quisimos hacer todas las cosas bien con vos, pero te consentimos por demás y te volviste caprichosa, por eso nos distanciamos, buscábamos hacerte un bien, no dejarte sola. No somos los mejores papás, lo sé, pero tampoco es como si ustedes viniesen con un manual; hicimos lo que pudimos, como pudimos. Y ahora resulta que por no hacer las cosas bien, terminaste con un corazón roto. Todo por...

—No es por ustedes, si tengo el corazón hecho mierda es por mí misma. Yo debería haberlo apreciado más a Ama, yo debería haberme dado cuenta que lo que sentía por él era más importante que volverlos locos a ustedes para que me presten atención. Volví a ser una inmadura y ahora pago el precio, mamá.

—Hija, hablá con Amadeo. En el mundo de los adultos nos manejamos así: hablamos. No dejes que esto que tenían se arruine por terceros. Nadie lo vio venir, pero si ustedes se encontraron en este caos de vida y se quisieron, luchen, luchen porque vale la pena. Hacía mucho que no veía a alguien mirarte de esa manera tan especial, ¿sabías? Amadeo te miraba como si fueras su tesoro, creeme que no querés perder algo como eso.

—Pero no está solo en mí, mamá. Nos lastimé a los dos con mi actitud, Amadeo no quiere verme por un tiempo, quiere sanar. Supongo que también quiere espacio. Pasamos de ser dos extraños a convertirnos en el mundo del otro, ahora solo nos queda la tristeza de lo que quedó. No puedo creer que fui tan idiota como para pensar que algo como esto podía terminar bien, tenía fé, ¿ves lo ciega que estaba?

—Si él se enamoró, los dos estaban igual de ciegos. Pero no porque empezó mal tiene que terminar mal. Si se quieren en verdad, si no pueden vivir el uno sin el otro, sus caminos se van a volver a cruzar.

—¿En verdad lo crees? —La chica alzó su mirada verde entristecida con desesperación, precisaba aferrarse a un poco de esperanza para no ahogarse.

—Lo sé, no es que lo creo. ¿Vos crees que con tu papá todo siempre anduvo bien? No, Palo, no. Uno lucha por lo que quiere, se esfuerza, busca la forma de trabajar en equipo para que funcione como corresponde.

—No sé, má, me fui y sentí que era un adiós definitivo.

—Son jóvenes, no hay nada definitivo en el adiós que se dieron. ¿Ok? Eso grabatelo en la cabeza, nada es definitivo. Ahora te va a doler y vas a llorar y vas a sufrir, prometo estar con vos en cada momento, pero cuando sanes, cuando pase un tiempo, cuando crezcan por separado, tal vez las condiciones se den para que vuelvan a encontrarse, no pierdas la esperanza, mi cielo.

—Gracias, má, gracias por estar conmigo hoy.

Amadeo golpeó la pared con toda la furia que borbotaba en su interior. La había dejado irse, la había perdido; incluso cuando se había prometido que lucharía hasta el cansancio por ella, porque se moría para que todo funcionara. El dolor de una mano que no le serviría por un tiempo poco tenía en comparación a las sobras de corazón que llevaba en el pecho.

¿Y ahora qué? ¿Llorar? Llorar no le servía de nada cuando en verdad quería volver el tiempo atrás con el único objetivo de empezar de otra forma ese encuentro que desencadenó su perdición. Pero no podía, ya no había nada por hacer. Habían hablado con el corazón en las manos y el mismo destino se lo había arrebatado. ¿Cómo la vería ahora en el colegio? ¿Cómo podría controlar su cuerpo y su espíritu para no terminar al lado de ella, acariciándole el pelo o besándola como tanto quería? Para él Paloma era más que la primera chica que le rompía el corazón. En ese momento Amadeo sentía que ella era la única y que había sido un idiota por lo que había hecho.

Su tío entró al dormitorio asustado por el estruendo contra la pared que justo daba a su cuarto y se encontró a su sobrino, arrodillado en el piso y llorando sin control mientras se aferraba a su mano. Para Lucas no era necesario ser un genio para saber qué había sucedido, nadie precisaba más que sumar dos más dos para entender que ya no eran más novios. Porque en su mente, Amadeo y Paloma eran novios; daba igual cómo habían comenzado, se habían enamorado en el proceso y eso era lo único importante.

—No pude, tío, no pude hacer que me quiera más que a sus ganas por llamarle la atención a sus viejos. —La voz entre cortada que salió de la garganta de su sobrino parecía venir de otra persona y no de Amadeo.

Por un horrible momento, Lucas vio no a Amadeo tirado en el piso sino a su propio hermano. Quebrado por dentro, sin saber cómo sacarse de encima todo ese sufrimiento que amenazaba con extinguir cualquier resto de esperanza que le quedase; una imagen típica ya en sus recuerdos. El papá de Amadeo no había tenido una vida fácil y parecía que el karma buscaba hacerse también de su único hijo.

—Me hacés acordar a tu papá, él tuvo momentos tan y más jodidos que por el que estás pasando vos. Vi a Paloma salir llorando, no hace falta más para saber qué pasó. Vamos a tener que ir al hospital por esa mano, Ama.

—¿Eso es todo lo que me vas a decir?

—Mirá, hijo, absolutamente nada de lo que te diga te va a hacer sentir mejor ahora. Estás hecho mierda, es tu primer amor el que se acaba de ir por esa puerta. —Señaló con su cabeza la única salida del cuarto de su sobrino y se encogió de hombros—. Además, no importa lo que yo tenga que decir, dudo que quieras escuchar a un adulto darte un sermón. Es el peor de los momentos.

—Decime lo que sea, pero sacame la cara de Palo de la cabeza por un rato. No doy más.

—Bueno, ¿viste mi novia? —Lucas odiaba improvisar pero no le quedaba otra.

—Sí, sí, ¿qué pasa con Mariana?

—Fue mi primera novia. Por cuestiones de vida terminamos y después del colegio no nos volvimos a ver hasta hace un año. Si vos y Paloma se separaron, eso quiere decir que no era el momento para que se diera lo que se tenía que dar. Sé que sueno medio repetitivo, pero es así. O las condiciones se dan para que algo perfecto pase, o todo está en tu contra y se cae antes de que pueda crecer. Que la primera vez hayan fallado no quiere decir que sea el fin. Tomá provecho del tiempo que se te viene, crecé y buscá eso que crees les faltó ahora. Pero si perdés ya la fé en ustedes, entonces lo mejor que podría haber pasado era que terminaran.

—Sos muy crudo, tío.

—¿Qué querés? ¿Que te ponga a rezar tres ave marías? Ahora no estás para eso, aunque sabés que siempre te recomiendo rezar en tiempos jodidos. —Lucas le apretó los hombros con fuerzas y sonrió intentando aliviarle el dolor al hijo que la vida le había dado.

—Sí, lo sé.

—Bueno, vamos a lavarte la cara y derecho al hospital, te hiciste mierda la mano, querido. Y la pared no tenía la culpa de nada de esto.

—Era eso o explotaba.

—Es físicamente imposible que explotes, pero te entiendo. Dale, parate, vamos. Después del hospital nos vamos a una parrilla, todo lo malo afloja un poco con la panza contenta.

—No tengo ganas...

—No te pregunté si querías, dije que íbamos nada más; perdón si pareció una pregunta.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top