17.

Sobrevivir a la cena con los padres de Paloma no fue pan comido. En sus dieciocho años de vida nunca había visto al tiempo correr de manera tan pausada como aquella vez, todo parecía moverse en cámara lenta. A pesar del mal trago, ya poco importaba porque era viernes de mañana y estaban a punto de entrar al primer módulo de la jornada. A pesar de que él ya le había explicado mil veces que no importaba, Paloma seguía pidiéndole disculpas por la actitud de sus padres.

No que ella estuviese enojada por cómo se habían comportado, de eso estaba feliz, pero la chica era consciente del terrible rato que había pasado Amadeo. El padre de ella había estado tan cortante y sobreprotector que los obligó a soltarse de las manos tres veces incluso cuando lo hacían por debajo de la mesa y poniéndole mucho esfuerzo a que no se notara. Amadeo estaba cien por ciento seguro que Tadeo Aragón tenía visión de rayos x o algo y no pensaba retractarse de su teoría.

—¡Perdón! —repitió Paloma por décimo tercera vez en menos de diez minutos.

—¿Podés borrar esa sonrisa de alegría entonces? Digo, si te sentís mal por lo incómodo que me sentí delante de tus viejos, es lo mínimo que me debés.

—¿Qué puedo hacer para que te pongas de mejor humor? —Ahí iba Paloma con sus ojos verdes brillantes y el puchero que lo compraba casi en un instante.

—No querés escuchar lo que me puede poner mejor. —Amadeo dibujó una media sonrisa diabólica en sus labios y con su tono de voz le dejó saber que se las pagaría... y se las pagaría bien caro.

—Dale, decime, Ama.

—Besame.

—¡¿Qué?! ¡¿En frente de toda la escuela?! —Paloma no pudo evitar estallar por la sorpresa. No sabía que la había sacado más de eje, si que él le pidiese eso o lo atrevido que podía llegar a ser Amadeo ahora que habían entrado en confianza.

—Número uno, no estamos en frente de toda la escuela; número dos, ¿te da vergüenza estar conmigo?

Esas palabras combinadas con el tono de tristeza en que lo dijo y el marrón de sus pupilas opacándose con la decepción, fue lo que Paloma necesitó para tirar a la basura todos sus peros. Tomándolo del cuello de la camisa se puso en puntas de pie y plantó un beso en su boca. Escuchaba los murmullos de la gente al pasar mientras los veían y a ella le daba igual; besar a Amadeo era adictivo, estimulante. Cada vez que lo hacía se sentía viva, cada vez que él la tocaba creía que todos los problemas que se habían sembrado en su cabeza perdían fuerzas.

—¡Aragón y Franco! ¡A la dirección! —La voz estridente de la rectora que se acercaba a ellos a paso endemoniado le heló la sangre a Paloma.

—Ay, no...

—¿Vos no querías que tus viejos se volviesen locos porque andabas conmigo? Bueno, acá tenés la oportunidad perfecta. —Amadeo susurró en su oído divertido mientras emprendía su andar detrás del directivo del colegio.

El sermón que les dedicó la rectora duró unos treinta minutos reloj y durante todo ese tiempo se tuvieron que quedar parados. De no haber demostrado interés en lo que se parloteaba en la dirección, se habrían ganado unas quince amonestaciones cada uno en vez de cinco como les anotaron en los cuadernos de comunicación.

Paloma se sintió rara, era la primera vez que le habían marcado algo en su hoja de amonestaciones. Acostumbrada a ser la chica aplicada, ver la marca numérica le oprimió el corazón brindándole una amarga alegría. Sus papás se iban a enloquecer, sobre todo si les contaba la razón de la amonestación. Oh, su imaginación volaba al escuchar los gritos ficticios de su madre, pero algo que aún le atraía más era la adrenalina que había secuestrado a su cuerpo durante el beso. La chica habría afirmado que era tan solo un imaginario colectivo pero después de haberlo vivido en carne y hueso ya no estaba tan segura. ¿Quién habría dicho que besarse en la escuela causaba tanta... excitación?

Salieron sin rumbo fijo pues entrar en mitad de la clase a química era lo mismo que nada; Paloma no lo necesitaba y Amadeo no podría ponerse al día con la mitad de la imagen en la cabeza. Ella estaba a punto de abrir la boca al comprender que no tenían nada para hacer cuando el chico la tomó con firmeza de la mano y la arrastró con él hasta el cuarto del conserje.

El recinto era mínimo, lleno de estanterías y cosas de limpieza; el espacio era tan escaso que con suerte y entraban ellos. Amadeo la tomó por la cintura y la acorraló entre los estantes y su cuerpo. Paloma no comprendía por dónde venía la cosa pero le estaba gustando, le estaba gustando demasiado.

—Menudo reto nos acabamos de aguantar, ¿no? —El chico llevaba una sonrisa de oreja a oreja que era hasta casi contagiosa.

—Sí, ni que besarse en el colegio fuese tan alarmante.

—Aunque te digo que eso de besarse acá me gustó...—susurró el chico corriendo el pelo de ella para un lado, tenía como único objetivo el cuello de Paloma y no pararía hasta probarlo.

—No parecés vos, Amadeo. —La chica comentó en voz alta lo que ambos sabían.

Él no era así; cuando besaba lo hacía con tranquilidad, disfrutando del gesto. Si bien lo repetía hasta el cansancio denotando el placer que le causaba, era un regodeo bastante inocente. En esos instantes a escondidas de los ojos de los demás, inocencia era lo que menos ocupaba su cabeza.

—No es mi culpa, no me puedo controlar. —La besó con pasión y Paloma sintió perder la cabeza como lo había hecho aquella vez bajo la lluvia.

La chica sintió como si le hubiesen robado el cerebro porque lo único que quería hacer era sentirlo; no quería pensar, no quería ser lógica, quería estar con él y nada más. Tanta era la necesidad que sus manos empezaron a descontrolarse. Las de él la tomaron de las piernas y la alzaron hasta conseguir hacer un candado en su cintura y sujetarla bien; las de ella recorrían el pelo de él mientras se besaban con desesperación, como náufragos buscando tierra firme.

—¿Qué nos está pasando? —Indagó en voz baja él, notando la camisa y la corbata del uniforme ya tiradas en el suelo. La ropa les molestaba puesto que los refrenaba de sentir el calor del otro.

—Creo que es la adolescencia... —A Paloma se le escapó un suspiro al sentir cómo la mano de Amadeo se trepaba por su pierna hasta pasar los límites por debajo de su pollera.

—Ok, tenemos que parar o me voy a volver loco. —Él la bajó a la fuerza y se alejó lo más que pudo buscando así ganar un poco de perspectiva—. Para mí todo esto es nuevo, no sabía que era tan mano larga.

—Me pasa lo mismo, yo casi me pongo mano larga con vos también. Cinco minutos más besándonos así y...

—Ajá.

Ambos buscaron recobrar el aliento aunque sus miradas entrelazadas no tenían intenciones de cortar esa conexión tan íntima que habían creado. Se acercaron el uno al otro una vez más y con gentileza pero siendo víctimas aún de la adrenalina de hacía unos momentos, ayudaron a su acompañante a arreglar las apariencias. Él sonrió con ternura mientras acomodaba el largo cabello castaño de ella; por su parte, Paloma disfrutó abrochándole la camisa con lentitud y parsimonia.

Salieron cómplices y tomados de la mano, unidos un poco más por aquel secreto. Ni él ni ella contarían nada, ni siquiera a sus amigos, eso era algo entre ellos dos y los demás estorbarían. La tibieza de la mano de Amadeo la tranquilizaba, caviló Paloma mientras se sentaban en el pasillo a esperar que tocase el tímbre, era increíble cómo la mano que la serenaba también podía volverla loca en cuestión de segundos. Amadeo tenía un poder sobre ella que no podía comprender.

—No me gusta que le llames "poder". —Susurró el chico, ahora ya estaban en la casa de Abril cocinando pizzas para acompañar la noche de pelis.

—¿Y cómo querés que le llame, señor sabelotodo?

—No sé, pero no es un poder; si le decís así, siento que soy un tirano que puede hacer lo que se me da la gana con vos y no es verdad. Nadie debería tener poder sobre nadie en este mundo, ¿entendés lo que digo? Nos volvemos locos mutuamente, podés decir que tengo un "efecto" en vos y no me suena tan chocante.

—Sos más feminista que yo.

—Soy más consciente. Sacate esa idea de que la gente tiene poder sobre vos y vas a vivir mejor, Paloma. Podés tener cariño por la gente, podés sentir desprecio, pero que te afecten lo que hacen o no, es porque vos tenés poder sobre vos misma para dejar que te reviente las pelotas.

—No me gusta que me digas las cosas así.

—¿Con honestidad? —retrucó el chico mientras cortaba el queso cremoso para las pizzas—. Lo digo porque me importás, ya no sé cuántas veces te dije que en vez de volver locos a tus viejos deberías charlar con ellos y contarles lo que te pasa, cómo te sentís conque ellos son tan fríos con vos.

—No es tan fácil, no entendés lo complicado que es que tus viejos no te ofrezcan ni siquiera un poquito de cariño. —Paloma entró casi sin querer en modo víctima con su respuesta, un modo del que a Amadeo le costaba sacarla.

—Ángel, estás hablando con el que no tiene padres, ¿te olvidaste?

La severidad con que el chico le contestó le hizo sentir pésimo. Desde que se habían hecho cercanos, Paloma no paraba de meter la pata con respecto a ese tema. Con Abril era distinto, ella tenía el tacto de no hacerle saber cuándo —por hacerse la sufrida— decía las cosas incorrectas. Todo lo contrario, Amadeo se lo hacía ver cada vez que tenía un desliz como ese. No parecía contestar con rencor sino más bien con severidad para que ella aprendiese de una vez que sus problemas no eran tan inmensos como ella los figuraba.

—Perdón, no quise decir eso.

—Sí lo quisiste decir, pero no importa; ya te voy a ayudar a ver que tus problemas no son tan grandes. Todos tenemos problemas, ¿sí? —Amadeo le besó la frente como acto reflejo y si bien quedó helado al comprender lo natural que le resultaba tratarla así, Paloma lo sacó de su mini ataque de pánico con sus siguientes preguntas.

—¿Y qué hago? ¿Finjo que todo está bien?

El problema no es el problema, es qué hacés con el problema. No me acuerdo quien lo dijo, pero era inteligente.

—¡Mucha cháchara y poco movimiento de mano cortando el queso! —Les gritó Abril con una sonrisa en los labios mientras volvía a su conversación con Sebastián.

—¿Están seguros que no quieren que les ayude en nada? —La voz de Mia se dejó escuchar cuando ingresó a la cocina una vez más, la chica se sentía apenada por no poder hacer algo útil.

—No, estamos bien. Si querés anda con Nico al comedor y poné la mesa. Los cubiertos y todo eso están en el aparador. ¿Puede ser? —Abril le brindó una hermosa sonrisa y siguió poniéndole salsa de tomate a la masa de pizza.

—Bueno, dale.

Mia poco a poco se iba arrepintiendo de haber aceptado ir a aquella reunión. Las cosas con Nicolás no estaban claras desde esa extraña tarde cuando le había dicho que no sabía si quería ser su amigo y el simple hecho de verlo la tenía hecha un manojo de nervios.

Allí estaban ahora, en un inmenso comedor solos y poniendo la mesa intentando que no fuese incómodo. De vez en cuando cruzaban algunas palabras pero nada especial; poco sabían que los cuatro que estaban en la cocina se habían propuesto no salir por un buen rato de allí para que ellos pudiesen tener un momento de privacidad.

—¿Cómo se tomó tu mamá lo de Aníbal?

—Bien, o sea, tan bien como se lo puede tomar mi mamá. Ahora anda algo nerviosa porque Aníbal va a venir a comer a casa, fue idea de Federico. Él quiere que nos llevemos todos tan bien como sea posible y si es todo mentira y Aníbal no cambió, entre más pronto se sepa mejor.

—Claro, tiene sentido. Escuchame, Mia, sobre lo que te dije el otro día...

—¿Qué cosa? —La chica se hizo la boba a sabiendas y desvió la mirada delatándose en el proceso.

—Sabés de lo que te hablo, no sos tonta; lo que te dije no era para que te asustes y salgas corriendo o vivas nerviosa cuando yo estoy cerca. No me voy a tirar encima tuyo como un animal ni voy a arrojar nuestra amistad por la borda, ¿sí? Relajate, sigo siendo yo y vos seguís siendo vos. No pasó nada todavía y siento que te estás ahogando en un vaso de agua, preocupémonos cuando sea hora de cruzar ese puente, ¿puede ser? —Nicolás llevaba horas molesto debido a cómo Mia lo evitaba siempre que se le hacía posible; entre sus nervios y sus inseguridades, la paciencia se le había escurrido debido a todos los recuerdos de chicas que lo habían rechazado.

—Nunca pensé que te me ibas a tirar encima como un animal, no metas palabras en mi boca. —Esta vez la rubia contestó mostrando por primera vez que estaba molesta, tal vez se había irritado por cómo él le había hablado.

—Ah, pero bien que si te toco la mano la vas a sacar como si te hubiera tocado el mismo diablo.

—No, no es verdad.

—¿No? —La mirada del chico se oscureció por completo por la impotencia que llevaba todo el día acumulándose en su interior y ésta amenazó con ahogarlo.

Apenas unos segundos después de formular lo que a Mia le pareció un reto, ella asintió y él disminuyó los centímetros que los separaban. El chico tomó la pequeña y delicada mano de ella pensando en lo hermosa que era y ésta se separó de él como por reflejo. Su reacción lo entristeció pero no lo agarró por sorpresa, pues era lo que él esperaba después de todo.

¿Cómo seguir después de ser rechazado de esa forma? Él no quería darse por vencido tan pronto pero que le dijesen "no" otra vez le fragmentaba su confianza en formas que no podía describir. Ser siempre el mejor amigo y no la persona de la que se enamoraban dolía. ¿Qué tenía de malo? ¿Por qué siempre se quedaba con ese sabor amargo en la boca al comprender que no era correspondido?

—Me voy al patio un rato, quiero estar solo. Si los chicos preguntan, yo vuelvo cuando me sienta mejor.

—Pero, Nico...

La dejó ahí parada, sola, y se marchó tan lejos como podía; precisaba poner distancia y era necesario hacerlo rápido. Nicolás estaba cansado de que lo lastimaran, incluso si sabía a la perfección que muchas veces era culpa de él por ponerse en camisa de once varas. Ya estaba, lo habían rechazado de nuevo y él no era del tipo de personas que se andaban imponiendo. El no, para Nicolás, significaba "no". Nada de andar obligando al otro, cuestionando o refutando para cambiar el rechazo por un sí.

¡Estaba tan enojado consigo mismo! Él debería ser como los chicos problemáticos que tanto atraían a las chicas; tratarlas como basura, jugar a ser el superior en la relación, imponer solo lo que él quería, cuando él lo quería. Pero no, se le hacía imposible. Él creía que su derecho terminaba justo donde comenzaba el de los demás y nunca había querido cruzar esa línea. Quería cambiar porque seguir igual significaba rendirse como tantas veces antes, mas no podía; no podía ir en contra de todo lo que él era. Rendirse de una maldita vez parecía ser la única respuesta para el dilema en el que se encontraba. Podía fingir que no había pasado, distanciarse y lamerse las heridas. Él sabía que no había mal de amor que durara mil años ni idiota que lo aguantase, así que iba a estar bien. Que Mia no lo quisiese no significaba el fin de sus días.

Nicolás estaba en medio de sus intensas cavilaciones cuando sintió las manos de alguien abrazar su cintura por detrás. Las mismas manos que le habían cautivado la atención hacía unos minutos ahora le estaban sosteniendo.

—Te pedí que me dejaras solo por un rato, Mia.

Nico intentó que no se notara en el tono de su voz lo lastimado que estaba. Lágrimas amenazaban con romper su determinación y él se sentía demasiado desanimado como para siquiera pretender que toda la situación no le dolía.

—No pude dejarte solo, ibas a ponerte a maquinar sobre cosas que solo están en tu cabeza y no podía dejar que te jodieras así.

Mia lo soltó para rodearlo y enfrentarlo cara a cara. Sus ojos celestes brillaban con intensidad en contraste con el cielo oscuro que se cernía sobre ellos. Sus pupilas parecían tener la determinación y fuerza que ni mil estrellas en el firmamento podían enunciar.

—No es que no te quiera, tampoco te tengo miedo—continuó la chica—. A lo que le tengo miedo es a perderte como amigo. Nunca en mi vida me pasó esto; no sé lo que es gustarle a alguien, ¿me entendés? No sé cómo comportarme ni qué va a pasar, eso me hace entrar en pánico.

Nadie sabe lo que va a pasar, Mia. ¿Vos crees que Paloma y Amadeo tienen la mínima idea de lo que están haciendo? Pero la vida es así, vas en caída libre sin destino alguno y no sabés si lo que te espera abajo es un colchón de plumas o cemento. ¿Vos creés que vale la pena andar por el mundo asustado de todo y perderte de experimentar cosas nuevas que pueden ser fantásticas?

—Paloma y Amadeo pueden salir muy lastimados. —Mia volvió al ataque con sus dudas, estaba aterrada de lo que les estaba pasando.

—Sí, pero creo que la mayoría preferimos salir lastimados que no vivir en lo más mínimo.

Las palabras de él, sus ojos marrones y la leve sonrisa de sus labios fueron la combinación exacta para que a Mia se le hiciera un click en el pecho. Como un baúl al que lo habían soltado de su candado, algo nuevo se liberó en ella y le hizo comprender que su amigo tenía razón. Era mejor lamerse las heridas luego que andar toda la vida sana sin haber experimentado nada que valiese la pena. Todo lo bueno costaba y la relación entre ellos no iba a ser diferente.

Tomó a Nicolás por el cuello de la camisa celeste que vestía esa noche y dejándolo desencajado por la sorpresa, lo besó. Nunca en lo que llevaba sobre esa tierra había besado a alguien, jamás había abandonado su espacio de confort por nadie, de ningún modo le había dado a otro la oportunidad de vivenciar su vulnerabilidad como en aquel momento lo hacía con él.

Por su lado, Nicolás estaba atónito; no solo por cuán intrépida había sido Mia al iniciar ese contacto tan íntimo, sino porque su corazón había terminado de caer rendido ante la chica. En el pasado él siempre había sido consciente de que las cosas podían salir mal e ideaba planes "b" que pudiesen ayudarlo a salir airoso de situaciones dolorosas, pero todo había cambiado. No solo no tenía un plan de apoyo sino que tampoco lo quería. Mia se había convertido en su plan A sin planearlo y quería que se transformara en todo su abecedario si eso era posible.

—¡Ya están listas las pizzas!

La voz de Paloma sonó estridente unos cuantos segundos después de que ellos dieron por terminado ese torpe pero mágico beso. Su compañera, tal vez sin quererlo, había explotado la burbuja de felicidad en la que se encontraban inmersos. Nicolás le regaló a Mia una sonrisa cómplice que ella devolvió y tomados de la mano decidieron volver al interior de la casa de Abril.

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